Hace 20 años, Estados Unidos invadió Irak con el pretexto de “liberar” al país, rico en petróleo, de Saddam Hussein. En pocos días cayó el régimen del dictador, pero frente al surgimiento de grupos armados de resistencia, los combates continuaron durante ocho años. Las fotos de la prisión estadounidense de Abu Ghraib, enseñando prisioneros torturados y vejados, las masacres de civiles, el desangre lento y constante y la masiva destrucción dieron otro tono a esta guerra. Lo que se prometió como una “liberación” para los iraquíes, terminó siendo un cerrojo de caos y profundas heridas.
El 20 de marzo de 2003, las tropas estadounidenses invadieron Irak y bombardearon su capital, Bagdad. Unos días después, el 9 de abril, el régimen dictatorial de Saddam Hussein cayó, al mismo tiempo que su imponente estatua en la plaza Firdos, una imagen para la historia.
El entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, declaró la victoria de su país y la de sus aliados en Irak, pero al mismo tiempo, sus tropas empezaron a enfrentarse a varias milicias y grupos armados que emergieron. Empezó un conflicto complejo y largo, que dejó cientos de miles de muertos –655.000 según la Universidad Johns Hopkins en una publicación de 2006 en The Lancet– y cuyos objetivos nunca fueron alcanzados.
La invasión fue ilegal, según los principios de Naciones Unidas, y violó el Derecho Internacional. Para justificar su intervención, Bush argumentó que Saddam Hussein, un dictador en el poder desde hacía más de 20 años, tenía armas de destrucción masiva y posiblemente mantenía vínculos con Al-Qaeda, la organización terrorista fundamentalista responsable de los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York en 2001.
Sin embargo, unos meses después, se confirmó que Hussein no poseía tales armas y no tenía vínculos con Al-Qaeda. Y la lupa se pondría sobre los intereses de Estados Unidos —que también usaba el pretexto de “liberar” a Irak y “democratizar” al país— como ejercer influencia en un territorio con grandes reservas de petróleo.
Vejámenes en Abu Ghraib
Además de invadir ilegalmente a un país y violar su soberanía, Estados Unidos cometió numerosos crímenes de guerra y violaciones de derechos humanos.
La prisión iraquí de Abu Ghraib fue uno de los símbolos más fuertes de la extrema violencia de la guerra. Allá se documentaron prácticas de tortura: la privación prolongada del sueño, la coacción para mantener posturas a veces extremadamente dolorosas, la exposición a música a alto volumen y a luz muy brillante.
En abril de 2004, CBS y Seymur M. Hersh, en The New Yorker, publicaron fotos de soldados estadounidenses torturando a los detenidos. Una de las imágenes que le dio vuelta al mundo enseñaba a un hombre con capucha, de pie en una caja, sosteniendo cables eléctricos en sus manos.
Otras mostraban prisioneros desnudos, apilados unos sobre los otros, formando una pirámide humana, obligados a simular actos sexuales y a adoptar posturas humillantes.
Una guerra devastadora para la población civil
La parte de los iraquíes que recibió la intervención con esperanza de un cambio después del régimen de Saddam Hussein, se dio cuenta rápidamente que los bombardeos no cesaban y que los muertos se acumulaban. Se estima que más de 200.000 civiles iraquíes fallecieron en los combates, mientras que alrededor de 400.000 murieron por consecuencias de la guerra.
No solo cayó el régimen de Hussein, sino también las instituciones del país, por lo cual la gente ya no tenía acceso a la atención médica, al agua potable, a los servicios básicos, a los productos esenciales, entre muchos otros. Unas carencias que se extienden hasta hoy, 20 años después.
“Si hablamos de consecuencias indirectas, también tenemos que pensar en decenas de miles de personas que quedan heridas, que no pueden trabajar o que no pueden desarrollar sus actividades regulares”, explica Agustin Berea, académico de la Universidad Iberoamericana de México y especialista en la región de Medio Oriente.
Berea añade que cuando un Gobierno cae, este “deja un vacío político y eso permite que colapse la infraestructura de salud, de servicios públicos, de luz, de agua”. Todos estos son impactos, que, asegura a France 24, se seguirán viendo a “muy largo plazo”.
La población iraquí también perdió un patrimonio cultural inmenso. Después de la toma de Bagdad, los saqueadores entraron a los museos de la capital, a las bibliotecas, a los sitios arqueológicos, destruyeron y robaron bienes culturales de gran valor, dejados sin protección por el Ejército estadounidense. Además, con los años de ocupación de las tropas, también se presentaron múltiples irregularidades en los inventarios de antigüedades y muchos bienes desaparecieron.
“Desde los primeros días de la invasión y hasta la fecha, la cantidad de artefactos invaluables, muchos de ellos que remontan a la historia de la Mesopotamia antigua, han desaparecido. En algunos casos sabemos que los destruyeron, en otros casos, estaban y después ya no”, explica Berea.
La puerta abierta al terrorismo fundamentalista
Si bien Estados Unidos estaba en medio de su guerra contra el terrorismo, y contra el denominado por Bush “eje del mal”, la guerra en Irak derivó directamente en reforzar varios grupos fundamentalistas y particularmente en la creación del autodenominado Estado Islámico.
Bajo el régimen de Saddam Hussein, la comunidad sunita gobernaba el país. Cuando Estados Unidos derrocó al Partido Baath de Hussein y formó un gobierno chiita, los sunitas se vieron humillados y privados de su poder. Aparecieron corrientes sunitas fundamentalistas, diferentes de los movimientos sunitas tradicionales, que son de tendencia secular. Estas corrientes consideraban al régimen iraquí ilegítimo y se propusieron como misión devolver el poder a su comunidad.
El proyecto del autodenominado Estado Islámico nació en Irak y su objetivo inicial era devolver a los sunitas el control del Estado iraquí.
Además, al poner en el poder a la comunidad chiita y al derrocar a un partido político secular, Estados Unidos creó divisiones entre las diferentes comunidades de Irak. Después de 2003, las tensiones entre sunitas y chiitas aumentaron hasta llegar a un estado de guerra civil.
“El Gobierno de Saddam Hussein era una dictadura, pero era una dictadura secular (…) cuando se cae el régimen (…) crea una oportunidad para muchos movimientos del islam político que empezaron a pulular por toda la región. Y pasa eso en Irak, pero también en Siria, cuando parece que el Gobierno va a caer, empiezan a salir todos estos grupos que llevaban mucho tiempo ahí”, añade Berea.
Una inestabilidad política que perdura
Los iraquíes siguen viviendo en un país inestable, con un Estado débil, un sistema político corrupto y sin representación política.
El vacío político y la llegada al poder de los chiitas permitió a Irán —una República Islámica chiita— interferir en los asuntos políticos de Irak durante muchos años. Hasta hace poco, Teherán decidía quién llegaba al puesto de primer ministro en el país.
Además, aunque la guerra se acabó oficialmente, el país vive a menudo ataques por parte de varios grupos armados. 20 años después, unas 2.500 tropas estadounidenses siguen en el terreno para asistir al Ejército iraquí en su lucha contra los grupos que continúan intentando tomar el poder.
“Técnicamente, la guerra se acabó en términos de involucramiento internacional. Pero en términos de conflicto interno, sigue muy activa y no pasa más de una o dos semanas sin que ataques entre distintas facciones continúen”, concluye el especialista.
La invasión de Irak por parte de Estados Unidos alteró y transformó a largo plazo el horizonte iraquí. La estabilidad que les prometieron nunca llegó.
Por Gabrielle Colchen-France24