En el poblado universo de los comentaristas de la actualidad argentina parece últimamente prevalecer una interpretación: la grieta política se ha ensanchado, el poder gira alrededor de dos extremos (encarnados por Cristina Kirchner y Mauricio Macri) y el centro del espectro naufraga entre la debilidad, la impotencia y la tensión que ejercen los bordes confrontativos.
Que la grieta está presente y sus polos recíprocamente encendidos es innegable. Pero ni su presencia ni su intensidad son novedosas: se trata de rasgos que han marcado a fuego los últimos años. Más bien por el contrario, lo que empieza a entreverse en la realidad política es un paulatino movimiento -cauteloso pero constante- hacia el centro, el diálogo y la moderación.
Un vértice de esa tendencia es la sostenida coincidencia en la lucha contra el coronavirus de autoridades nacionales, provinciales y comunales del oficialismo y de la principal oposición, ejemplificada por la reiterada fotografía compartida por el Presidente, el jefe de gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta y el gobernador bonaerense Axel Kicillof. Que siguen juntos en esta pelea, pese a los constantes vaticinios de ruptura.
LOS SIGNOS DEL DIÁLOGO
En las últimas semanas hubo más gestos en el mismo sentido. Observemos algunos:
Altos dirigentes de Juntos por el Cambio (María Eugenia Vidal, Jorge Macri, Cristian Ritondo, Rogelio Frigerio, Nicolás Massot, Néstor Grindetti y hasta Miguel Pichetto) tomaron distancia del precipitado documento suscripto por su propia coalición (inspirado por Patricia Bullrich y, aparentemente, Mauricio Macri) en el que se caracterizaba el brutal asesinato de un ex secretario de Cristina Kirchner como un crimen político y se insinuaban responsabilidades oficialistas.
Sergio Massa impulsa en la Cámara de Diputados una ley destinada a castigar enérgicamente atentados contra la producción rural como la destrucción de silobolsas o los incendios deliberados (una clara señal que busca desactivar las prevenciones del campo).
El representante argentino ante los organismos internacionales en Ginebra, Federico Villegas, manifestó durante una reunión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU la postura del gobierno de Alberto Fernández sobre la situación en Venezuela. Haciéndose eco del informe de Michelle Bachelet y “ante la grave crisis política, económica y humanitaria que padece Venezuela, el representante argentino instó a “una negociación política inclusiva basada en los derechos humanos y en la restitución de los derechos políticos” en ese país. Sostuvo además que la Argentina coincide “en que solo el orden constitucional, la democracia y el estado de derecho harán posible garantizar el pleno respeto y el ejercicio de todos los derechos humanos en Venezuela”.
Con un hecho el Gobierno descolocó a los opositores confrontativos que suelen acusarlo de ser “aliado de Maduro”. Y lo hizo sin que su gobierno renunciara a los principios que viene sosteniendo. Como leyó Villegas, “la búsqueda de una salida pacífica, política y negociada liderada por los propios venezolanos, a través de elecciones inclusivas, transparentes y creíbles” y la convicción de que “no son el aislamiento, las sanciones, ni la estigmatización el camino apropiado para salir de esta crisis”.
LOS DISGUSTADOS
Del borde izquierdo de la grieta hubo quejas contra Fernández. Un vocero informal de ese sector, el comentarista Víctor Hugo Morales, se declaró disgustado y desilusionado por la posición sobre Venezuela sostenida por el gobierno. Dos días antes, Fernández había sido cuestionado por otra vocera informal de ese costado: la señora de Bonafini. La dirigente de Madres de Plaza de Mayo se irritó porque el gobierno había convocado a líderes empresariales el 9 de julio (“Usted sentó en su mesa a todos los que explotan a nuestros trabajadores y trabajadoras, y a los que saquearon el país. Lo más grave de todo: a los que secuestraron a muchos de nuestros hijos e hijas que luchaban por una Patria liberada”, imputó en una carta) y también porque el Presidente había recibido a los dirigentes parlamentarios de Juntos por el Cambio (“Es como acostarse con cocodrilos”, dijo).
“Bonafini le marca la cancha al Presidente”, imaginaron algunos medios que no quieren a una ni al otro. La señora de Bonafini no es una dirigente política y no tiene poder para marcar ninguna cancha. El motivo por el que su figura, aun deteriorada por actitudes imprudentes o declaraciones desubicadas, mantiene vigencia, es porque evoca la acción desplegada junto a muchas otras madres en las graves condiciones de la tiranía del Proceso. El Presidente le respondió privilegiando esa condición. Si a la señora le molestaron aquellos invitados de Fernández, a muchos del otro lado de la grieta los contrarió que el Presidente no la censurara con acritud. Pero en su cordialidad no eludió una definición política centrada en la moderación: “En la mesa de este presidente (…) se sientan todos y todas, porque esa es mi responsabilidad”. Es un mensaje que va más allá de la señora de Bonafini.
OTRAS EXCLUSIONES
Las reuniones del Presidente con los bloques legislativos de la oposición -una gestión del presidente de la Cámara Baja, Sergio Massa, con la colaboración del jefe del bloque oficialista, Máximo Kirchner- constituyeron una positiva señal de diálogo político, aunque tuvieron un trámite controvertido. Los legisladores de Juntos por el Cambio amagaron un rechazo y reclamaron concurrir separados del resto de los bloques, un requisito que no cayó simpático entre los discriminados, pero que el gobierno admitió.
También quisieron incluir en la visita a representantes del Senado, razón por la cual, para mantener cierta simetría en la reunión, también el oficialismo sumó senadores propios. La oposición no pudo mantener la unidad en la concurrencia: el subbloque que responde a Elisa Carrió no quiso ser de la partida (“La CC-ARI siempre estará dispuesta al diálogo, si éste es sincero y sin mentiras”, adujeron sus líderes). Por cierto, de una y otra parte se habló con franqueza, se cruzaron algunas recriminaciones pero hubo un primer compromiso de tratar en breve la moratoria impositiva que programa el gobierno, el presupuesto y de mantener un diálogo legislativo ordenado. Ese diálogo ya discurre muy aceitadamente fuera de bambalinas. En la Cámara de Diputados se van tendiendo plataformas de un cuerpo central del sistema político.
MESA SIN UN CUBIERTO
Quizás el testimonio más elocuente de que no son los extremos los que tienen la batuta en la actualidad fue la convocatoria a formar una mesa de diálogo nacional que brotó del Club Político Argentino, un núcleo intelectual que evolucionó a la vera de Juntos por el Cambio, contó con un fuerte empujón de sectores empresariales y de prensa y consiguió algunas firmas peronistas (Eduardo Duhalde, Eduardo Menem) que le permitieron lucir cierto pluralismo. Que la lista de firmantes incluya a verdaderos puntales del sector duro de la oposición (no sólo Patricia Bullrich), prueba que la lógica de la situación empuja a pelear por ocupar el centro más que a luchar desde las alas.
La estrategia detrás de este documento parece orientada a invitar (o a presionar) a Fernández a apoyarse en la oposición (política, mediática, empresarial) y a romper con el kirchnerismo. La conversación que se ofrece tiene excluidos.
El Gobierno no rechaza el diálogo, pero no está dispuesto a aceptar esa condición insinuada, a la que podría responder lo que ya le dijo a la señora de Bonafini cuando ella le reclamó otras exclusiones: “La mesa del Presidente incluye a todos y a todas”.
Para encarar una convocatoria tan amplia como la que hoy le piden, Fernández espera, seguramente, que crezca más un centro moderado sobre el que pueda apoyarse y que no formule los condicionamientos que hoy se prefiguran. Entretanto, el diálogo posible ya está desarrollándose en su espacio institucional adecuado: el Congreso. En ese aspecto hay una coincidencia con la fuerza de Elisa Carrió, para la cual “el Congreso de la Nación es el ámbito democrático, plural y central donde se debe dialogar, plantear y debatir las iniciativas para emprender la reconstrucción que el país necesita”.
Lógicamente, ese ámbito está regido por las reglas de las mayorías y las minorías que fija el sistema democrático.
RECORDANDO A FRONDIZI
Alberto Fernández se esfuerza por el equilibrio. Quizás para entender el paciente tejido del Presidente haya que recordar la lucha de otro gran equilibrista, Arturo Frondizi, y los esfuerzos que tuvo que desplegar durante su presidencia en busca de conseguir integración en un país que estaba violentamente trabajado por la grieta peronismo-antiperonismo, así como por la que internacionalmente determinaban la guerra fría y la presencia en el continente de una Cuba dependiente de la Unión Soviética.
El jefe de lo que sería el desarrollismo llegó a la Casa Rosada con la ayuda de votos prestados (los del peronismo), es decir con compromisos establecidos con el orientador de esos votos, Juan Perón. De otro lado tenía una oposición política (cuña del mismo palo radical) que lo deslegitimaba por haber conseguido ese apoyo y una oposición militar antiperonista, que lo amenazaba con la forma extrema de la ingobernabilidad, el golpe de estado y que lo instaba a mantener (o incrementar) la proscripción del peronismo. En el contexto de la guerra fría, sus intentos de mantener una política internacional moderada e independiente eran jaqueados por quienes lo acusaban de ser procomunista; la izquierda lo denunciaba por negociar con capitales extranjeros y los grupos ultras le armaban guerrillas.
En esas condiciones Frondizi trabajó para crear una base de sustentación (formada por una mezcla de situaciones electorales, coaliciones de hecho, creación de nuevas fuerzas económicas, negociaciones constantes con los llamados factores de poder y grupos de interés) para poder desarrollar su programa: una Argentina industrializada, con autoabastecimiento energético, vinculada al mundo, política y físicamente integrada.
La tensión de la época impidió que se constituyera un centro desde el cual contener a los extremos intolerantes. El equilibrio se rompió cuatro años después de iniciada la presidencia de Frondizi.
Por Jorge Raventos