Lo reclutó Alberto Fernández como experto en deuda. Lo adoptó CFK. Quiere ser superministro y liderar la reconstrucción. La madrugada en la que se recibió de político.
En campaña, los frentes políticos tienen virtudes que luego del triunfo en las urnas se convierten en internas, rumores y operaciones. Cuando sobrevolaban nombres para el traje de ministro de Economía, alimentados desde los distintos sectores del Frente de Todos, el saco se lo quedó un ignoto para la política, uno que no figuró nunca entre los ministeriables. Desde la jura de Martín Guzmán, circulaba en los ámbitos de poder -del Gobierno y el Círculo Rojo- que el camino del platense que fue discípulo del Nobel Joseph Stiglitz sería cerrar la deuda y salir del cargo, reemplazado por uno de, justamente, aquellos ministeriables. Pero Guzmán es un bicho particular: los que lo convencieron para que volviese de la comodidad neoyorquina ya avisaron, en su momento, que, mas allá de su bajo nivel de estridencia y su autoadmitida escasa habilidad comunicacional, era un técnico con una notable capacidad de adaptación y respeto a la política, no sólo como herramienta de transformación sino como una pata esencial del éxito de cualquier gestión. En esa línea, el académico tuvo una mutación con un examen final: el lunes al mediodía, se subió a un auto y se bajó en el departamento de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner para hablar de la resolución inminente de la renegociación de la deuda con los bonistas privados. La titular de Senado no suele amadrinar a mansalva y, cuentan, observa un tiempo a sus interlocutores antes de darles apoyo. Guzmán es, además, el primer propio de los ajenos; el primer albertista aprobado 100% por la creadora de la fórmula Fernández-Fernández.
Desde aquel anuncio de la primera oferta en Olivos, CFK decidió cobijarlo y bendecir su nueva figura: Guzmán, que ya tenía el apoyo total del Presidente, ahora confirma su cargo y va por el de ministro de la reactivación y la economía real, con una espalda que despeja aquellos rumores de salida. La vicepresidenta, más allá de historias fantásticas, sigue siendo el factor ordenador de la alianza gobernante.
Naturalmente, Guzmán es el artífice de una resolución que no sólo es mérito propio, sino, más bien, de la comprensión de él y del Presidente del escenario necesario de alianzas de poder adentro y afuera. Según contó el periodista Marcelo Bonelli en Clarín, Nadia Calviño, la ministra de Economía de España, de íntimo vínculo con la titular del FMI, Kristalina Georgieva, fue una de las que gestionó el apoyo a la candidatura de Guzmán a la cartera de Hacienda. Se dio con posterioridad a un diálogo que mantuvieron Fernández con el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez. El resto es historia conocida: Georgieva respeta y charla con Stiglitz; se allanó el nexo con el FMI, todos están en línea con el papa Francisco y el círculo de alianzas moldeó un clima de arreglo con el Fondo vía la comunidad internacional, preludio de lo que luego vino con los bonistas.
En lo más profundo de la madrugada del martes, puntualmente a las 2.40, Guzmán cortó el teléfono. Había hablado largo y tendido, junto a otros funcionarios de su área y el representante ante el FMI, Sergio Chodos, con Jennifer O´Neil, la interlocutora de BlackRock, y algunos minutos con el propio Larry Fink, titular del fondo más duro de domar en la contienda. “Hagamos el comunicado ahora, total está todo el mundo despierto, esperando esto”, sugirió alguien de su equipo. Así salió la información de un avance de palabra con los acreedores, que luego se refrendó desde Wall Street con un festival de bonos y acciones argentinas.
“Acá no festejamos nada, seguimos trabajando y esperamos la firma. Optimismo cauto”, aseguró un alto funcionario de Hacienda que repasó ante Letra P las horas sin sueño del ministro para alcanzar una solución. El domingo, se retiró de Olivos a la una de la madrugada, luego de una reunión extensa y una cena rápida con Fernández, que siguió con varios Zoom el lunes. “Bueno, Martín, ahora vamos a sacar esto adelante”, le dijo el mandatario cuando todo empezaba a encaminarse. En ese momento, en esas horas previas de trascendidos furiosos, Guzmán también aprendió que la política se mueve a otra velocidad que los tecnicismos. Mientras en el ministerio pedían no dar información, desde otras terminales del oficialismo se inició la venta del cierre del acuerdo.
Los que lo frecuentan aseguran que el ministro ya había iniciado una minigira de economía real y contactos con ceos, pero el mismo Guzmán les cuenta a los propios dos cuestiones que lo trababan para arrancar: la primera, su propia libido puesta en demostrar que el Gobierno no quería el default pero no estaría dispuesto a rifar futuro para evitarlo; la segunda, que cada vez que intentaba dialogar con la prensa sobre medidas y salidas extra deuda volvían a arrástralo a ese terreno.
Este lunes se vieron en la práctica algunos movimientos relajados en el frente de la reactivación: reunión virtual con Sergio Massa y Máximo Kirchner por Zoom, por la ampliación del Presupuesto; y un encuentro con el ministro del Interior, Eduardo De Pedro, y los gobernadores.
Con el escenario aclarado y con la negociación con el FMI como próximo objetivo en el horizonte del desendeudamiento, el ministro pide, este martes, hacer “dos goles más”. El primero, que sea exitosa la presentación del plan Procrear, al que también dedicó mucho tiempo; el segundo, que se apruebe en el Congreso la ley para renegociar en las mismas condiciones que los bonos bajo legislación internacional la deuda en dólares bajo jurisdicción argentina.
Por Leandro Renou – Letra P