Entrevista con una referencia de Comodoro Py, que habló con Deborah De Urieta para El Cronista sobre la reforma judicial que impulsa el Poder Ejecutivo y dejó frases de respaldo a la designación del letrado de la vicepresidenta al frente del Consejo Consultivo.
Con la reforma impulsada desde el Gobierno, ¿se puede modificar la parte cultural que se ve en los pasillos de Comodoro Py?
– Seguramente, va a cambiar un poco lo que está. Va a haber más jueces federales y van a tener menos poder los de Comodoro Py. Si ese es el objetivo, está bien, van a tener menos poder. Pero no creo que cambie la cuestión de fondo. Porque los problemas de la Justicia son todos parecidos: un juicio laboral tarda 10 años; desalojar un inquilino, 15; y una quiebra, más de 20. Las leyes, por sí mismas, no cambian nada, porque las que las ponen en movimiento son las personas. Está bueno hacer reformas, porque hay que hacer ajustes. Ponele que lo que salga del Congreso sea fantástico, pero también hay que trabajar sobre las personas.
Si el proyecto se sanciona tal y como fue enviado, ¿qué implicancia tendrá para el ciudadano de a pie?
– Quizás, lo que evita es que antes se discutía mucho si una causa era civil y comercial federal o contencioso administrativo. Eso ahora se va a clarificar porque va a ser una sola oficina. Y lo mismo va a pasar con el fuero penal federal. Antes se discutía entre el penal económico o federal, quién debía intervenir. Eso llevaba tiempo. Creo que eso es lo que más va a sentir el ciudadano. Lo demás, es una cuestión mucho más densa. Seguramente, si los fiscales pasan a compartir un poco más el poder de hacer los casos como tienen los jueces, eso también lo va a sentir el ciudadano, porque tiene que ver con otro espíritu, mayor cercanía. Va a haber muchas oportunidades para construir puentes.
Teniendo en cuenta la crisis de credibilidad que atraviesa hoy la Justicia, y sobre la que hablás en tu último libro República de la impunidad, ¿hubieses arrancado por aquí para revertirla?
– Lo más importante es discutir el tema en el escenario adecuado, que es el Congreso. Eso es un paso muy importante. Por un lado hay que empezar. Pero hay cosas que no puede hacer ni un diputado, ni un senador, ni un presidente: hay cosas que tiene que hacer la Justicia. Son cosas complementarias.
Algo puede ser legal, pero no legítimo. Incluso, antes de que se conociera la letra chica de la reforma, ya había sospechas sobre las verdaderas intenciones de la ley por parte de algunos sectores políticos y de la sociedad. ¿Se podría haber evitado?
– Que haya sospechas es natural, porque la vida pública argentina está sospechada. ¿Cómo no pedirle a un proyecto de ley que nazca sospechado, si sospechamos de todo? ¿Qué haría yo para combatir la sospecha? Es como cuando sos muy pequeño y le mentís a tus papás, y te dicen: “Vos me mentiste, no confío más en vos”. ¿Qué hacía yo cuando era niño? Sobreactuaba mi verdad. Si mi papá mes preguntaban a dónde iba, no solo les contaba a dónde iba, sino con quién, qué iba a hacer. Y cuando llegaba, les contaba: fui a tal lugar, fui caminando, hice tal cosa. Las instituciones tienen que recuperar la confianza, la credibilidad. Esto se recupera diciendo la verdad, y cuesta muchísimo tiempo. Pero deberíamos hacer docencia, cada cual desde su lugar y, sobre todo, tener mucha franqueza y decir la verdad. No hay otro camino para evitar lo de la sospecha. Y eso hay que combinarlo con la lealtad a la Constitución. Los buenos ejemplos contagian.
Antes de que se impulsara la reforma judicial, vos escribiste República de la impunidad. Y allí contás que, que cada vez que se intenta hacer una reforma judicial no se les consulta a sus protagonistas. ¿Esta fue la excepción?
– No, la verdad que no a mí no me convocaron. Pero las características de esta reforma apunta al lado de las leyes, las reglas, el funcionamiento. Me parece un primer paso. Pero a mí me interesa la reforma desde adentro. Y la reforma desde adentro hay que hacerla con expertos, pero es imprescindible escuchar a los que hacen todos los días la justicia. A todos los que tienen responsabilidad en elaborar ese producto final que es la sentencia. Ahora podríamos pensar que eventualmente el Congreso va a intervenir en una primera etapa que es por afuera pero, claramente, queda pendiente un segundo paso, que es la reforma interior.
Y qué opinás del Consejo de Notables que asesorará al Presidente. ¿Es representativo de la sociedad judicial? Hubo críticas porque, entre los 11 miembros, está el abogado de la vicepresidenta, Alberto Beraldi ¿coincidís con ellas?
– Es una comisión que aparentemente tiene muchos magistrados de cortes provinciales, de diversas perspectivas, tiene a Beraldi, que es el punto de la polémica. Pero además es un tipo muy reconocido en el ámbito académico. Es un tipo que tiene un prestigio anterior, y me parece que tiene herramientas para disociar su rol de abogado de su rol de jurista. Es parte de los tironeos que ocurren en los medios, pero no creo que logre afectar a un tipo que tiene una trayectoria muy larga, que ha escrito mucho y que ya tenía opiniones formadas antes de ser abogado de Cristina Kirchner. No me parece que sea relevante. De todos modos, es una comisión. Seguramente habrá muchos puntos de vista encontrados, habrá dos o tres recomendaciones, pero son recomendaciones que quien las recibe las puede dejar o tomar. O puede hacer otra comisión o puede hacer otro proyecto de ley, que tiene que ir al Congreso. Estamos lejos de cualquier intervención directa en lo que es la materialidad de la Justicia.
En este contexto, se habla sobre la posible modificación del número de miembros de la Corte, ¿qué opinás?
– La verdad que no sé qué número tiene que tener una Corte. Lo que sí tengo claro es que hay cosas que reformar. Por ejemplo, que tengan plazos para resolver. Eso se presta a la discrecionalidad. Tampoco está bueno no conocer, a principio de año, cuántos casos va a tratar la Corte, qué casos y en qué mes los va a tratar. Porque esa certeza hace a la credibilidad del tribunal. Porque sino, estamos pensando, cada vez que saca una sentencia, que la sacó para favorecer, para empiojar… También, llegar a la Corte, técnicamente, es muy difícil. Pero, desde el año 1909, nuestros jueces de la Corte inventaron una nueva forma de intervenir, que se llama la “arbitrariedad”. Aunque una sentencia no ingrese en el catálogo de cosas permitidas, los jueces pueden decir: “Esto me parece arbitrario”. Esto tampoco le hace bien al Poder Judicial, porque siempre hay una especulación sobre qué casos y por qué razones ese es arbitrario y no el otro. Hay muchas cosas que corregir antes de pensar en la cantidad de miembros de la Corte. Sino corregimos eso, poner tres o 100 jueces va a ser lo mismo. El diseño es lo que nos puede salvar o en definitiva condenar a repetir experiencias
Destacás que la reforma quede en manos del Congreso. Aún así, en tu último libro afirmás que “en Occidente, se están produciendo leyes que empeoran la vida de los ciudadanos”. ¿A qué se lo atribuís?
– Me parece que cada vez tenemos más leyes, pero cada día vivimos peor. Eso tiene que ver con una brutal desconexión que existe entre la República, que tiene como premisa que cualquier ley está pensada para operar sobre determinada sociedad. Entonces, quienes hacen y ejecutan las leyes, tienen que tener en cuenta el tipo de sociedad, cómo funciona esa sociedad, qué relaciones hay en esa sociedad y qué efectos tendrá la ley en esa sociedad. Si no, vivimos en situaciones divorciadas: el país legal tiene muy poco que ver con el país real. Ese divorcio, que parece que es una de las madres de todos nuestros problemas, hace que tengamos cada vez más leyes, pero que nuestra vida sea cada vez peor.
¿Y a qué responde?
– Creo que queremos soluciones rápidas para problemas complejos. Y eso es lo que al menos en Occidente está permitiendo que discursos peligrosos, como lo que está pasando en España, Italia, Hungría o Austria, donde hay problemas sociales muy complejos, pero que hay una especie de tendencia a tratar de zafar en el día a día. Y a buscar soluciones muy fáciles para problemas muy difíciles. Y eso desata una carrera a ver quién dice cosas más sencillas, más efectistas, pero que nunca van a ser efectivas. Pero en el mediano plazo estamos dañando la República, que es el gobierno de la ley. Que es, hasta ahora, el mejor experimento que hemos conocido como humanidad para vivir relativamente en paz. Si no, nos queda el camino de la fuerza, el de la violencia, el de la destrucción. Esta locura de soluciones fáciles por ahí te garantiza dos puntos más de popularidad o una elección, pero en el mediano plazo, estás deslegitimando el régimen.