Vivió en la terminal de París-Charles de Gaulle entre 1988 y 2006. Un okupa que pasó a la historia
En 2004 el aclamado director Steven Spilberg unió fuerzas con el actor Tom Hanks para llevar a la pantalla grande la insólita historia de un hombre que se quedaba varado en la terminal del aeropuerto Aeropuerto Internacional John F. Kennedy, de Nueva York, durante un año, mientras libraba una batalla diplomática para poder entrar al país.
En aquella historia, el personaje de Hanks, Viktor Navorski, provenía de un país ficticio llamado Krakozhia, que a causa de un golpe de Estado había dejado de ser reconocido por los Estados Unidos, dejando al hombre sin una ciudadanía efectiva.
Aunque los detalles del guión fueron construidos desde la ficción, la historia que le dio origen a la trama estaba lejos de ser ficticia, por el contrario, tomó una inspiración muy real, el caso de Mehran Karimi Nasseri, mejor conocido como Sir Alfred, un refugiado iraní que para el tiempo del estreno de la “Terminal”, llevaba 16 años viviendo en el aeropuerto de París-Charles de Gaulle.
Como sostenía que era británico, por una supuesta madre escocesa que nadie nunca encontró, Nasseri se autodenominó “Alfred” e insistía en que todos le llamaran “Sir”, una muestra de cortesía entre los ciudadanos de Reino Unido que terminaba agregando aún más misterio a este particular personaje.
Entre 1988 y 2006, Alfred se confundía con cualquier otro pasajero esperando un vuelo pacientemente en un banco de la Terminal 1 del aeropuerto de París, con su equipaje ordenado a su lado, un café y un periódico. Pero a diferencia de otros pasajeros, ese vuelo que esperaba, y que soñaba con que lo llevaría finalmente al Reino Unido, nunca se dio.La historia de Alfred fue la inspiración para la película La Terminal de Steven Spilberg y Tom Hanks
La historia de cómo llegó Mehran Karimi Nasseri a convertirse en el ocupante más longevo del aeropuerto de la capital francesa se remonta a sus misteriosos orígenes, los cuales han sido construidos a partir de decenas de notas de prensa que se han escrito sobre este personaje. En cada una, Sir Alfred entrega una historia levemente diferente, pero el consenso indica que su país de origen es Irán.
El hombre sin patria
El peregrinaje que llevó a Alfred al aeropuerto de París comenzó en 1972, cuando tras la muerte de su padre médico su familia le dio la noticia de que era hijo ilegítimo. Su verdadera madre era, de hecho, escocesa, o al menos así lo sostenía pese a que su apariencia indicara lo contrario.
Su familia lo rechazó y Alfred se fue de casa para estudiar economía yugoslava en el norte de Inglaterra. Regresó a Irán en 1974 y se vio envuelto en manifestaciones en contra del Shah. Arrestado y torturado por el Savak, el ministerio de seguridad iraní, Alfred fue despojado de su nacionalidad y expulsado del país.
Los siguientes años estuvo vagando por Europa en busca de asilo político, hasta que en 1981 Bélgica le concedió el estatus de refugiado y le otorgó documentos de identidad. Ese, que debió haber sido su final felíz, resultó ser apenas el comienzo de su historia.
Poco después de eso, a Alfred le robaron sus documentos, o, de acuerdo con otra de las versiones sobre él, se los devolvió a las autoridades “en un momento de locura”. El caso fue que de Bélgica viajó a Francia, donde pasó los siguientes años entrando y saliendo de la cárcel por cargos de inmigración ilegal.Se quedó varado en 1988 cuando trató de viajar a Reino Unido desde Francia pero al no tener papeles no podía salir del aeropuerto y tampoco ser deportado.
En 1988 Alfred intentó regresar sin éxito a Reino Unido, pero al llegar al Aeropuerto Charles de Gaulle de París le fue imposible salir de Francia porque no tenía papeles. Como tampoco se podía quedar porque no tenía papeles, las autoridades le dijeron que esperara en la sala del aeropuerto mientras solucionaban la paradoja. Eso hizo, durante años y años.
Alfred se instaló en la Terminal 1 e hizo de esta su hogar. Desde sus confines circulares, él y su abogado Christian Bourget, un reputado experto en Derechos Humanos parisino, lucharon para definir su estatus y enviarlo a Londres. Por más de 10 años libraron una durísima batalla legal que tuvo varios importantes hitos.
En 1992, un tribunal francés finalmente dictaminó que Nasseri había ingresado legalmente al aeropuerto como refugiado y no podía ser expulsado de él. Pero el tribunal no pudo obligar al gobierno francés a permitirle salir del aeropuerto a suelo nacional. De hecho, dijo Bourget en declaraciones a medios de la época, las autoridades francesas se negaron a darle a Nasseri una visa de refugiado o de tránsito.
“Fue pura burocracia”, dijo el abogado.Él vivía en unas sillas rojas que adaptó como su cama, su oficina, su centro de operaciones.
Bourget y Alfred se concentraron luego en Bélgica, donde esperaban recuperar los documentos de refugiado originales de Nasseri. Pero los funcionarios de refugiados belgas se negaron a enviárselos por correo a Francia, argumentando que Alfred debía presentarse en persona para estar seguros de que era el mismo hombre al que le habían concedido asilo político años antes.
En ese momento, el gobierno belga puso otra traba: negarse a permitir la entrada de Alfred, pues según la ley belga, alguien al que se le haya concedido el estatus de refugiado y que abandonó voluntariamente el país, no puede regresar.
En 1995 Alfred tuvo otro chance de ‘final feliz’, pues el gobierno belga cambió su postura y dijo que le regresaría los documentos de refugiado con la condición de que volviera a vivir en Bélgica, y que estuviera bajo la supervisión de un trabajador social.
Pudo haber sido la salida, para entonces llevaba casi una década viviendo en el aeropuerto. Pero Alfred tenía como propósito entrar a Reino Unido, y no estaba dispuesto a dejar la patria que había construido para sí mismo en la Terminal 1 por nada menos.
Y ahí permaneció, año tras año.
La dignidad de Sir AlfredAlfred es de Irán, país que lo despatrió por oponerse al régimen del Sha, tras vagar por varios países europeos fue a parar al aeropuerto de París.
A primera vista, Alfred nunca lució como un refugiado que duerme en un banco del aeropuerto porque no tiene adónde ir. Su ropa siempre limpia, su bigote bien recortado, su única chaqueta cubierta con una envoltura de plástico, se mantenía colgada de un carrito del aeropuerto, y sus pertenencias se mantenían cuidadosamente empacadas en una maleta y una pila de cajas de Lufthansa.
Durante sus primeros años en el aeropuerto, sus necesidades básicas fueron satisfechas por transeúntes comprensivos y trabajadores del aeropuerto que conocían su situación kafkiana.
La gente le compraba comida, le daba dinero y escuchaba con simpatía su relato. A medida que su historia comenzó a llegar a la prensa, Alfred se transformó en una especie de celebridad surrealista, no solo entre los trabajadores del aeropuerto, sino entre los turistas que incluían una visita a su pequeña patria independiente en la Terminal 1 como parte inicial o final de su viaje a París.Alfred hizo de la Terminal 1 del Aeropuerto de París Charles de Gaulle su hogar durante casi dos décadas.
Fue gracias a la prensa que consiguió otra forma de subsistencia. Pues como despertaba tanta curiosidad, le solía cobrar una pequeña propina a los periodistas y directores de cine que buscaban desesperadamente contar su historia, y entre otras cosas, ser quienes lo convencieran de dejar de habitar el aeropuerto, viéndolo como un preso que había terminado por amar sus cadenas.
Pero Alfred nunca se vio así, siempre estuvo a gusto con su vida, e incluso sentía que al apropiarse de su pedazo del aeropuerto, había logrado reclamar la libertad y la patria que le había arrebatado la circunstancia.
“Desde el momento en que me senté a su lado sentí la fuerza de su, no hay mejor palabra, dignidad. Alfred parecía totalmente satisfecho consigo mismo. No pretendía complacer ni jugar con tu simpatía. No era el vagabundo del metro que cantaba para pedir una copa. Todo en la vida de Alfred se llevó a cabo en sus propios términos. En cierto sentido, era un hombre más libre que la mayoría”, escribió al respecto el director Paul Berczeller en una nota de 2004 para The Guardian.Alfred mostrando un artículo de prensa escrito sobre él.
Berczeller duró un año con Sir Alfred y documentando su vida en el aeropuerto para una película que tituló “Here to Where” que se estrenó en 2001.
“El banco rojo de Alfred era el único ancla en su vida. Era su cama, sala de estar y sede corporativa. En realidad, eran dos bancos pegados, de unos dos metros y medio de largo en total y suavemente curvados, lo suficientemente anchos como para dormir si mantenía las manos metidas debajo de la almohada. Pero nunca dormía durante el día, aunque sus ojos a menudo se caían por el aburrimiento; siempre podías encontrar a Alfred sentado en medio de su banco, frente a una desvencijada mesa de fórmica blanca, que utilizaba como escritorio”, narró Berczeller.
El director describió a Alfred como alguien que a pesar de las apariencias externas vivió una vida “de total autosuficiencia y orden”.
“Siempre comía un croissant de huevo y tocino de MacDonald’s para el desayuno y un sándwich de pescado de McDonald’s para la cena. Siempre dejaba propina. Alfred no era, para decirlo sin rodeos, un vagabundo”, afirmó Berczeller.
Pero ni él ni nadie logró convencer a Alfred de dejar el aeropuerto, aún después de que en 1999 por fin el gobierno de Francia le concedió una visa temporal que le permitía no solo salir del aeropuerto sino irse a donde quisiera.La historia de Sir Alfred inspiró libros, películas y documentales.
Él insistió en quedarse, ya para entonces su salud y estado mental habían empezado a deteriorarse.
En 2006, tras 18 años de vivir en el aeropuerto, su salud se deterioró. Sólo por eso tuvo que ser removido de la Terminal 1 para recibir atención médica.
Tras pasar un tiempo hospitalizado, Alfred se fue a vivir a un hotel, pero el 6 de marzo de 2007 se trasladó al centro de acogida Emmaus, en el distrito 20 de París.
Desde esa fecha, reportada en una nota de Europa Press, se desconoce el paradero del hombre sin patria, Sir Alfred de Charles de Gaulle.
Por Jorge Cantillo