Argentina fue más ante una selección de Países Bajos vulgar, desdibujada, grotesca, con ese estilo de fábrica, de serie, tan mezquino, tan alejado de sus raíces.
Recuperados todos del infarto de miocardio, Argentina “amanece”. Se la oye venir, poderosamente bella. Subidos a la esperanza con el corazón en la mano. Se vino con su cante hondo y su fútbol de siempre, el de toda la vida. Todo es de un brillo salvaje, desesperado, que engancha, contagia, cautiva. El fulgor festivo muestra sus vísceras y baila en las esquinas, acariciando este sueño eterno. La felicidad es una elección de cada mañana. Argentina se va feliz de este partido con Países Bajos, con una sonrisa grande como una raja de sandía. Se mantienen los sueños, los del pasado y los que están por venir. Ya queda poco ahí afuera, ese sol luminoso que nos acompaña y un fútbol croata, peligroso, que nos espera con un colmillo fuera.
No sabemos quiénes vamos a ser, pero podemos sospechar quienes “fuimos”. Y hoy volvimos a “ser, a “estar”, a “sentir” esa identidad futbolística que nos reconoce. Una manera de pensar y de pensarnos que nos identifica con ese innegociable respeto por la pelota, por esa humilde y sencilla interpretación del fútbol ofensivo. Esa necesidad de recrear un fútbol empecinado en persuadir, en hechizar, en cautivar. Argentina fue más, mucho más, especialmente en el control del partido, ante una selección de Países Bajos vulgar, desdibujada, grotesca, con ese estilo de fábrica, de serie, tan mezquino, tan alejado de sus raíces, que impone su actual entrenador. Si Cruyff levantara la cabeza.
Argentina se fue en busca del partido y lo encontró. Florecieron las individualidades, y esa lógica que nos demuestra cuánto necesitamos de ellas. Los “socios” se volvieron a juntar, a mezclarse, a reconocerse, a reclamarse, a crear complicidades, a fabricar los espacios, los vacíos. Un Messi abducido por la genialidad, volvió a abrir el partido con un pase en profundidad que te atraviesa el alma, y el asombro de un Molina que se encontró solo para definir. Con el triunfo de cara se fueron desperezando los miedos, las fobias, las ansiedades, hasta un final nuevamente sufrido de forma innecesaria.
La verdadera seriedad es la del niño que juega, decía Nietzsche. Hay que seguir jugando con ese “niño”, que no es otro que el que juega con el fútbol nuestro, el de siempre, el de toda la vida. Argentina esta de fiesta, pegada a esa alegría contagiosa que te atraviesa las entrañas. No hay tiempo más duro que el que vive un tiempo que no es el suyo. Este es el nuestro. Hay una vida y un fútbol festivo ahí afuera que supura, acompasados, pisando fuerte. El futuro es nuestro sueño más antiguo, y llega sereno, como una esperanza apacible que se posa calma como un sueño infinito.
Por José Luis Lanao-Ex jugador de Vélez, clubes de España, y campeón del Mundo Tokio 1979.