Las familias de Rodrigo y María se conocían del barrio. Ellos se vieron por primera vez de chicos y más tarde de adolescentes, pero tuvieron que pasar quince años para que perdieran la cabeza el uno por el otro. Después del primer beso, la vida ya no sería la misma
La primera vez que Rodrigo y María se miraron -porque verse es algo que les debe haber sucedido antes y en varias ocasiones- fue en la pileta de un club de un pueblo cordobés donde sus hermanos mayores, Lucas y Juan, eran socios en el bar. Él tenía 11 años y ella 7.
La segunda que recuerdan, tenían 21 y 17, ocurrió en un boliche. Ella era una belleza escultural en desarrollo que circulaba por ahí. Rodrigo ya estaba de novio con Alejandra quien le llevaba seis años, pero eso no impidió que quedara shockeado con la adolescente rubia de pelo muy largo.
El impacto dejó huella en ambos, pero deberían transcurrir quince años para que volvieran a encontrarse.
El que relata la historia de hoy es Rodrigo y lo hace con el corazón tambaleando entre sus manos. Porque el verbo amar sigue latiendo en tiempos no del todo conjugados.
Historietas de pueblo
Las familias crecieron entre calles amigas, conocidos y asados. Fue recién en el año 2006 que una desgracia los reencontró por un rato en aquel boliche. El padre de Rodrigo había muerto sorpresivamente de un infarto con solamente 55 años y Lucas, su hermano mayor quien había dejado el bar del club para irse a vivir a los Estados Unidos, volvió por unos días para el entierro. Una de esas noches tristes, los hermanos salieron para despejar sus cabezas. En el boliche del pueblo se cruzaron con Juan, el hermano de María. Estaban charlando cuando pasó una chica que a Rodrigo le pareció lindísima. Juan se la presentó riendo: era María quien acababa de terminar el secundario. Todos recordaban quién era María, pero estaba muy cambiada. Más grande.
Rodrigo cuenta: “Solo la saludé, pero la vi y me morí… yo ya estaba con mi actual pareja. Su hermano me contó que ella iba a estudiar ingeniería y que, mientras tanto, estaba ayudando a su mamá en el almacén. Era un buen dato. Al día siguiente, fui de una al almacén e intenté verla, pero ella no estaba”.
Casi sin que se dieran cuenta, había quedado sembrada la semilla del amor.
La vida de Rodrigo continuó. Siguió saliendo con su novia Alejandra, puso una empresa de catering, se casaron y tuvieron tres hijos. La de María, también, siguió camino. Estudió ingeniería, se recibió con mérito como ingeniera química y consiguió su primer trabajo en una multinacional. Luego, recaló en el sur del país, se especializó en petróleo y tuvo un novio con el que convivió. En el rubro del amor fue bastante desafortunada y no la pasó bien.
María se va, Rodrigo se casa
Pero no nos adelantemos tanto y volvamos a situarnos en el 2006. Lo cierto es que la muerte de su padre había desestabilizado a Rodrigo y eso lo empujó a formalizar con Alejandra: “Me sentía muy depre y me aferré mucho a Alejandra. ¡Hasta entonces ni la había presentado a mi familia! No estaba enamorado, pero ella se convirtió en mi pilar. Estaba tan mal que renuncié al trabajo. Me fui a vivir con ella y tiempo después nos casamos. Es la madre de mis hijos y una excelente compañera que me quiere demasiado. Es una excelente mujer, pero no fue el gran amor de mi vida”, confiesa. Con la llegada de los hijos se completó la familia.
María, paralelamente, dejó el sur después de su fracaso amoroso y se trasladó al vecino país de Uruguay. Pasaron los años y estando allí le llegó una gran propuesta para mudarse a Noruega. Era la oportunidad de su vida, lo que ella soñaba. Partió hacia allá en 2019, justo tres meses antes de que se decretara la pandemia. Quedó atrapada en el Mar del Norte, pero feliz con su nueva vida.
A mediados del 2021 su hermano mayor la llamó para avisarle que había puesto fecha de casamiento: 18 de diciembre de 2021. María no podía faltar. Además, coincidía con el matrimonio de una amiga y con las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Le costaba volver por sus pagos, pero tomó coraje y sacó un pasaje a la Argentina vía Miami.
Al mismo tiempo, su hermano contrató el catering para su fiesta. El elegido fue Rodrigo.
Ese 18 de diciembre lo cambiaría todo.
Reencuentro en 2021
“Yo no sabía casi nada de ella. Por mis hermanos solo me enteré de que le iba muy bien en su carrera profesional. Se acercaba la Navidad y yo quería decorar la iglesia del pueblo con luces. Se me ocurrió pedirle a ellos que me mandaran las que usan en los Estados Unidos. Me dijeron que como María, la hermana del novio, pasaba por Miami antes de venir al casamiento, podía traerlas. Las compraron y se las dieron a ella. Mi hermano mayor nos puso en contacto por WhatsApp. María llegó el 16 de diciembre. El 18, la mañana del casamiento, le mandé un mensaje. Me contestó que tenía las luces y que coordináramos un encuentro para la hora de la siesta así me las daba. Después iba a la peluquería para prepararse para la fiesta de la noche. Pasé a las 15.30. Nos miramos y fue increíble. La conexión fue inmediata. Nos dimos un abrazo y sentí que había algo muy fuerte, como si nos hubiésemos visto toda la vida. Hablamos cinco minutos y le dije que para agradecerle, en el casamiento, le prepararía un trago especial.
Apenas llegó le mandé un buen champagne y… ¡no nos despegamos más en toda la noche! Cuando trabajo, en general, no estoy en el salón. Suelo estar en la cocina con mi mujer, quien trabaja conmigo, controlando todo. Pero esa noche me la pasé en la fiesta. Los mozos me miraban sorprendidos, no entendían nada. A ella le pasaba lo mismo, no podía despegarse de mí y quería que bailáramos. Le expliqué que no podía, que estaba trabajando. Al otro día, era domingo, la invité a cenar. A mi mujer le dije que salía con amigos. La fui a buscar a las ocho de la noche y la llevé a un restaurante de un pueblo cercano. Nos dimos el primer beso”.
Había empezado el descalabro que suelen despertar las pasiones desbocadas.
Una bomba en un parlante
“Estaba loco, no me importaba nada. Los dos sabíamos que no correspondía, pero era más fuerte que nosotros.
Empezó una locura de encuentros a escondidas. Estábamos conectados todo el tiempo. El 31 ella se fue a las sierras con su familia para pasar Año Nuevo. Yo me quedé en mi casa con mi familia y amigos. Ahí fue que detonó la bomba. Yo ya estaba raro y mi mujer lo notaba. A las 12.01 del primero de enero del 2022, ya habíamos cenado y brindado, y estábamos con música en el parlante conectado al bluetooth de mi celular. De pronto, sonó el teléfono y se escuchó claramente el ¡Hola! de una mujer en medio de la fiesta. No me daban las manos para desconectar el bluetooth y cortar la llamada. Todos se quedaron helados, pero la fiesta siguió. Yo la llamé después, en cuanto pude. El tema fue cuando se fueron los invitados y quedamos solos con Alejandra. Me empezó a preguntar quién era la que había llamado. Le terminé confesando todo, que estaba enloquecido, enamorado. Mi esposa tiene un grado de madurez importante y me empezó a preguntar muy seria: ¿¿vas a romper tu familia por una que vino dos días y después se va??”
Rodrigo no entró en razones, funcionaba al ritmo de sus latidos. Empezó a dormir en el quincho de la casa. Se sentía mareado de amor.
“Con Alejandra mantuvimos a los chicos aislados del tema de pareja y los mandamos unos días a la casa de sus abuelos en la montaña. Pero yo ahora sabía que eso que sentía era el verdadero amor, nunca lo había experimentado de esa manera antes. Al otro día me levanté y fui a buscar a María a las sierras. Pasamos el primero de año juntos, solos en el río. María, al otro día, volvió al pueblo con su madre y ahí le confesó a ella lo que le estaba pasando. Le dijo que se había enamorado y que quería casarse conmigo. La madre intentó explicarle que no era fácil, que yo era casado, pero al final la terminó apoyando. En mi casa estaba todo pésimo. Por un lado, me quería separar. Por otro, sabía que la historia romántica que vivía tenía fecha de vencimiento: el 14 de enero ella volaba de vuelta a Europa. Esas dos semanas con María paseamos y tuvimos un noviazgo idílico. Ella intentó cambiar su vuelo de regreso a Noruega vía Nueva York, pero no pudo. El 14 la llevé al aeropuerto con su mamá. Ahí, mientras nos despedíamos, me preguntó si la iba a ir a visitar. Le respondí que sí. Me dijo que estaba enamorada, que no había pensado que esto le podía pasar y cuánto le podía complicar la vida. Seguimos conectados todos los días en los que ella estuvo en Nueva York.
Cuando llegó a Noruega me llamó desesperada y me confesó que no aguantaba más. Me quiero ir con vos, me decía en el teléfono. Ella tiene un puesto importante y a sus jefes les mintió que su mamá estaba con una depresión. Fueron contemplativos y le dijeron que primero estaba la familia, que viniera y trabajara online por unas semanas. Al día siguiente, me llamó para anunciarme que había comprado un pasaje para el 6 de febrero. ¡No soportó ni una semana en Noruega! Quedé impactado con la noticia de su vuelta a la Argentina y llamé a un amigo. Él me prestó un departamento para que estuviéramos alojados durante el tiempo que ella se quedara. Yo estaba prácticamente separado de mi mujer y mi amigo no paraba de decirme que estaba loco, que no podía romper mi familia de esa manera abrupta. El 7 la fui a buscar al aeropuerto. La ví venir y no podía creerlo. Pensaba, ¡esta mujer cruzó el mundo por mí! Convivimos ese mes y fue todo maravilloso. Estaba dispuesto a dejarlo todo: el catering, a mi mujer y a mis hijos. Eso era lo que ella quería. Pero, en ese momento, es como que no terminaba de ver el problema de mis hijos… María se quedó hasta los primeros días de marzo, tenía que volver al trabajo. Y empezamos a planificar mi viaje para allá, para que yo conociera dónde vivía, recorriéramos un poco Europa y pudiéramos planificar cómo seguir con la pareja”.
El primer viaje en avión
Rodrigo no había subido jamás a un avión ni había viajado a ningún lado. En abril de 2022, con 38 años, voló por primera vez en su vida con destino a Barcelona, España.
“Estaba feliz, loco de amor. Ella me fue a buscar y empezamos a recorrer lugares maravillosos. Córdoba, Sevilla, Cádiz, Marbella…El viaje continuaba en Londres y acababa en Noruega, teníamos todo reservado”, relata.
Pero, en todo romance hay peros, empezaron las demandas concretas de María (33).
“Enseguida empezaron las discusiones y ella mostró su carácter. María tiene una vida que está muy lejos de la que tiene un argentino común. Ella es ingeniera, trabaja en petróleo, vive sobre el Mar del Norte y yo soy de un pueblo cordobés, estoy muy lejos de todo eso. Ella es un poco cuadriculada, todo lo planifica. Lo pasábamos muy bien, pero la presión que ejercía empezó a ser mucha, demasiada. Me presionaba para que me divorciara ya, para que dejara todo ya. Yo estaba dispuesto a divorciarme, pero no quería abandonar a mis hijos para instalarme en la otra punta del mundo. Discutíamos y no veíamos la salida. En un momento me dijo que me iba a regalar un globo terráqueo para que yo eligiera dónde quería vivir. Lo único que me pedía es que no eligiera la Argentina. Pero, por otro lado, en Noruega yo no veía qué podría hacer, a qué dedicarme y no hablo idiomas. La cabeza me trabajaba a mil. Recuerdo una noche maravillosa en Sevilla, escuchando música y los dos tristes porque sentíamos que no había una salida. Ella insistía en que yo tenía que blanquear la relación con mis hijos para dejar de ser la amante. Incluso hablamos de formar una familia y de tener hijos. Yo estaba de acuerdo con todo y la entendía, pero no podía resolverlo, no podía dejar a mis hijos tan chicos y tan lejos. María, no tiene hijos y no comprendía mis temores, quería acelerar las cosas. Le costaba comprender que yo quería lo mismo, pero que necesitaba mis tiempos, que eran otros tiempos que los suyos. Al día siguiente, llegamos a Tarifa y fuimos a la playa. Era un día espectacular y estábamos mirando el estrecho hacia África, pero yo seguía maquinando, intentando resolver qué debía hacer. Cuando volvimos a Marbella me animé y a la noche le comuniqué que no iba a seguir viaje a Londres y Noruega, que me volvía a la Argentina. Fue un drama. Le dije que no quería hacerla sufrir porque yo no me iba a divorciar tan rápido como ella pretendía, ni podía dejar mi país donde vivían mis hijos hasta que ellos no fueran más grandes. Y como ella tampoco estaba dispuesta a vivir en la Argentina, no tenía sentido continuar el viaje. Me dolía en el alma, pero no. Nos despedimos en el aeropuerto de Málaga y hasta último momento María me rogó que me subiera al avión con ella hacia Londres. No pude hacerlo. Desgarrado, compré un vuelo a Madrid y otro a Buenos Aires y volví”.
¿Qué es el amor?
La mujer de Rodrigo no fue terminante, le dio una oportunidad. Y él empezó terapia. Con María siguieron en contacto hasta el mes de junio. Cada vez que hablaban ella solo le preguntaba si había firmado los papeles de divorcio. No podía entender que Rodrigo siguiera durmiendo bajo el mismo techo con su mujer. Rodrigo sentía que ella estaba celosa y endureció un poco su postura.
“Terminamos la relación porque no pudimos encontrar un punto medio. Ella me decía: ¿qué necesitas? ¿cuánto dinero tenés que mandarles por mes? Y yo le explicaba que no era cuestión de dinero, que no se trataba de eso. Yo la amo, conocí el amor con ella, pero soy papá y decidí que no voy a abandonar a mis hijos de un día para el otro. Le pedía que entendiera. Ella es ingeniera, podría trabajar acá, podría volverse, casarnos y cuando mis hijos estén encaminados, seríamos libres para irnos a cualquier parte del mundo. De hecho, su empresa está en 140 países, incluso opera en el sur argentino. Estaba dispuesto a empezar una nueva vida con ella, pero acá. Ella no quiso ceder su calidad de vida y, además, cree que no se adaptaría a lo que sería vivir en Córdoba. Lloraba todos los días y me decía que me necesitaba allá. No era sano seguir así. Como no me divorcié, ella cortó la relación en junio y dejamos de hablar. María quedó enojada, cree que yo le mentí, que nunca pensé en separarme, que no la amo. No entendió mi disyuntiva. No tuvo paciencia. ¡En tan poco tiempo yo no podía tomar tantas decisiones en la que estaban involucrados mis hijos! No hay un día en que no piense en ella, ella es el amor, lo sé. Mirarla, hacerla reír, escucharnos… me despertó cosas que nunca me había despertado nadie antes”.
Rodrigo termina el año haciendo terapia, intentando reconstruir, sin muchas esperanzas, la convivencia con su mujer de la quien admite, claramente, no estar enamorado. Sueña con retomar la relación con María, pero en Argentina. Rodrigo dice bajito, con cierto tono de desconsuelo: “Sé que ella va a volver al país en algún momento, pero me gustaría vivir nuestra historia siendo todavía jóvenes para tener la oportunidad de disfrutar de la pareja. Me gustaría ser el padre de sus hijos y creo que ella también siente lo mismo. Necesito creer que esta historia va a tener una segunda parte”,
Está claro. El amor no siempre alcanza. El engranaje de la vida es muchísimo más complejo.
Por Carolina Balbiani-Infobae