Uno debe recuperar la épica peronista. El otro, dejar atrás su imagen de poca audacia.
n seis meses se conocerán las listas que competirán en las elecciones de 2023. Serán cientos de nombres que pugnen por entrar en el Congreso nacional, y ocupar espacios en las pocas provincias que no desdoblan sus elecciones de las elecciones. El segundo domingo de agosto serán las primarias, que más allá de todas las especulaciones durante el año pasado no se modificó su reglamentación, por lo cual ese laboratorio intenso llamado PASO otorgará nuevo material empírico para conocer cómo se comportan los votantes.
Gran final. Hoy no pocos se imaginan un ballottage entre Sergio Massa y Horacio Rodríguez Larreta. El primero hasta ahora no expresó públicamente su intención de presentarse, pero nadie duda de que lo pueda hacer si logra domar los números de la economía. En cambio, Larreta considera que nació para esto y está dispuesto a jugarse sin retorno para continuar lo que nació con Macri.
No se puede negar que Massa y Larreta tienen cierto “aire de familia” ideológico (y estético) y se los puede ubicar a ambos en el centro del arco político. Punto final para la equivalencia. Massa tendrá la responsabilidad de armar su coalición hacia la izquierda de modo de capturar el voto clásico del kirchnerismo y a quienes se consideran lejanos al archipiélago K, pero no quieren que regrese el macrismo al poder. En cambio, Larreta tendrá que construir su movimiento electoral hacia la derecha, entendiendo que podrá tomar todo el voto macrista, más el voto radical, todavía fundamental a nivel municipal y entre los votantes de mayor edad.
La pregunta que surge es hasta dónde llegan esas capturas. Ya se escuchan los comentarios de que “son lo mismo” y “gane quien gane de esa dupla sería un retorno a los años del menemismo”. Con respecto a la última objeción se debe decir que puede ser un búmeran para la izquierda, mucha gente (especialmente en la generación que va de los 40 a los 60 años) ha resignificado al menemismo como los únicos días en cuarenta años de democracia en que Argentina no tuvo inflación.
Límites. Adicionalmente a la captura de los votantes tradicionales de cada espacio se abre un abismo bajo los pies de ambos precandidatos. Qué hacer, cómo interpelar a las clases medias empobrecidas de la última década, que han perdido tanto en términos de poder adquisitivo como confianza en el sistema de partidos políticos. En este espacio que podemos estimar entre un 20 a 30% de los votantes se desgranan dos subgrupos con mayor intensidad: los desencantados y los furiosos. Los primeros le han dado la espalda a la política, la pandemia les ha dejado como lección que la principal preocupación es la economía familiar y se han desentendido de los vaivenes políticos. Para que quede claro, aquí surge el abstencionismo, son quienes probablemente no vayan a votar, al menos en las primarias. El otro grupo es más complejo, porque se trata de un fenómeno mundial, son quienes se han volcado a la antipolítica; dentro de este grupo se considera que quienes venían a resolver las cosas solo atienden a sus propios intereses, y es donde comienza el territorio-Milei.
Es muy interesante observar qué piensan los grandes empresarios del país, y que están dispuestos –como lo han hecho históricamente– a financiar la campaña electoral. Ideológicamente hablando, el candidato preferido de la elite empresarial sería Ricardo López Murphy, por representar ese perfecto blend entre conservador en lo social y liberal en lo económico. Sin embargo, las dueños de las grandes fortunas autóctonas saben que tienen que apostar a ganador y en ese sentido deshojan la margarita para observar los acontecimientos. Aquí evalúan, entre Massa y Larreta, cuál de los dos podría operar con mayor facilidad un programa más abierto a los mercados, con menos regulaciones y trabas de todo tipo que se vienen multiplicando en los últimos años. Frente a este dilema Massa corre con ventaja, ya que en su coalición tendría adentro al kirchnerismo como viene ocurriendo ahora. Ha quedado grabado en la retinas de los empresarios aquellos acontecimientos de diciembre de 2017 cuando Macri propuso el cambio de la Ley de Movilidad jubilatoria, el Congreso quedó bajo las famosas “14 toneladas de piedras”. Nadie las pesó con precisión, pero sí quedó claro que gobernar no solo se trata de ganar elecciones, hay que ganar –o no dejar que otro gane– la calle.
Construir la diferencia. Precisamente –y más allá de las chicanas– la principal objeción que enfrentará Massa es cómo hará para no convertirse en un nuevo Alberto Fernández, es decir un gobierno bloqueado por el “fuego amigo” y que en definitiva ha significado una enorme pérdida de tiempo en un país que lucha contra el reloj. Es un desafío mayor, porque Alberto en un principio y hasta fines de octubre de 2020 había generado expectativas positivas en amplios sectores que fueron destrozadas tras la famosa carta de Cristina de los “funcionarios que no funcionan”. Claro que el Presidente hizo lo suyo con la también famosa foto del cumpleaños de Fabiola Yáñez –que nunca se supo quién la sacó–. En este sentido, el principal argumento de Massa es que él como ministro de Economía viene tomando medidas contrarias al dogma kirchnerista. Pero quizás esto tenga sabor a poco, y quizás finalmente le convenga enfrentar en las primarias a candidatos kirchneristas paladar negro como Wado de Pedro o el mismo Axel Kicillof, lo que le daría otra legitimidad de origen que un acuerdo con Cristina para una boleta única.
No obstante, la objeción a Massa sobre el rol del kirchnerismo también muchos se lo hacen a Larreta, sobre cuál sería el rol de Mauricio Macri en un potencial gobierno suyo, un Macri que no deja de amagar con presentarse él mismo para las presidenciales. En forma paralela, Larreta tendrá que despejar una equis brava de la ecuación que es Patricia Bullrich.
Finalmente, en esta posible final de la copa presidencial, los equipos de comunicación tendrán un rol estelar. El massismo que tiene recuperar la épica perdida del peronismo-kirchnerismo que se lo observa agotado. El larretismo, en cambio, tiene que luchar contra cierta imagen de poca audacia que genera el alcalde porteño, atributo que sin dudas le sobra a Massa.
Por Carlos De Angelis – Perfil