Florencia Morere llegó a Doha el 14 de noviembre para ser voluntaria de la FIFA en los estadios. “Usaba una alianza en el dedo índice porque para ellos está penado por ley meterse con una mujer con marido”
Florencia Morere vivió un fenómeno inesperado durante el Mundial de Qatar. Fue testigo, por un lado, de la fiesta argentina de la cual fue parte a pesar de estar trabajando. Fue también, acosada en diversos ámbitos y de manera sistemática. “Fue permanente”
La santafesina de 39 años llegó a Doha el 14 de noviembre, luego de ser aceptada como voluntaria de la FIFA para trabajar en dos de los ocho estadios en los que se disputó la competencia que coronó a la Argentina.
Para lograrlo, Florencia debió superar diversas instancias de pruebas hasta la confirmación que recibió en agosto de 2022. “Me llegó el mail durante los últimos días de agosto. Luego nos dieron capacitaciones específicas. A mí me dieron un rol y lo cumplí hasta el último día del Mundial”, relató.
La licenciada en Comunicación Social debió hacerse cargo de los aéreos. La FIFA, al igual que a los otros 19 argentinos que formaron parte del grupo de 2000 voluntarios, le aseguró el alojamiento y todas las comidas diarias.
Entre las capacitaciones, además de ser mayor de 18 y hablar inglés, la organización exigió que cada voluntario contase con las herramientas necesarias para resolver conflicto, situaciones de violencia, discriminación y también episodios de acoso.
Este último punto Florencia lo vivió en carne propia, al descubrir los manejos y las actitudes de muchos qataríes en diferentes escenarios y contextos.
“Lo entendí el día que un hombre me ofreció acercarme desde el complejo de departamentos -él estaba dentro- hacia la parada del ómnibus. Esos 10 minutos que duró el viaje sentí su percepción, esa sensación de que al llevarme ya podía pasar algo entre nosotros”, indicó.
Su experiencia más desesperante la vivió con otro hombre, a quien conoció en el subte yendo a uno de los estadios para trabajar. “Fuimos conversando desde la estación hasta la cancha, algo típico entre turistas o personas que se preguntan cosas durante un viaje. Cuando llegamos, me ubiqué en mi puesto y él desapareció. Al rato apareció para regalarme una gaseosa”, recordó.
Florencia tomó aquel gesto de buena manera. Lo percibió como una atención de un espectador que contempló si situación y quiso “alivianar” las horas que debía estar parada en los controles de ingreso.
“Sin embargo, al otro día me llegó una solicitud de amistad suya en Instagram. La verdad es que recibía 10 ó 12 por día, porque me veían el nombre en la credencial que llevaba colgada. Él hizo eso, y me escribió para contactarme. Me comentó que quería volver a verme”, contó.
Florencia no atendió la invitación. Ni siquiera le respondió. “Luego apareció en la puerta de otro estadio, estaba nuevamente como espectador. Se ve que me estaba buscando, porque me trajo una bolsa de chocolates”, contó.
Al no obtener respuesta por Instagram, el hombre insistió a través de Facebook. “Apenas vi el mensaje, lo bloqueé”, remarcó Florencia, que volvió a sufrir su presencia a los pocos días.
“Averiguó de qué trabajaba, me dijo que sabía lo que me gustaba y apareció con otra bolsa. Había un micrófono para celulares y más chocolates. La realidad es que era difícil no aceptarlo porque estaba trabajando y no quería pasar una situación fea adelante de todo el mundo”, manifestó la mujer.
Florencia continuó: “No terminó ahí. Antes de irse me dijo que me esperaba en ese lugar cuando terminara el partido. Ahí me asusté y hablé con un compañero. Me sugirió que cortara todo ahí, que se lo hiciera saber”.
Si bien no tuvo que verlo después del trabajo, decidió bloquearlo también de Instagram, aunque el padecimiento se incrementó cuando empezó a seguirla en Twitter y a comentar sus publicaciones.
“Me preguntó por qué lo había bloqueado si solo quería hablar y verme. Ahí le dije que no quería saber nada y se terminó. Entendí que era una cuestión cultural, que no están acostumbrados a ver mujeres sociables y mostrando tanta piel. Lo entendí, pero igual lo sufrí”, expresó Florencia.
Aquella situación no fue la única que debió atravesar la santafesina. Indicó que, al igual que muchas argentinas que fueron a alentar a la Selección, lidió con filmaciones y mensajes en su celular que no esperaba mientras viajaba en el subte o tomaba sol en la playa.
“La de la playa era típica: se tiraban y se quedaban a pocos metros filmándote. Y no eran dos minutos, podían estar toda la tarde así. Una tarde estaba con otra chica y le tuvimos que pedir a dos argentinos que se sentaran con nosotras para que dejaran de molestarnos”, rememoró Florencia.
También narró lo vivido en el subte, en donde le llegaban selfies a través de AirDrop, con el teléfono de la persona y palabras impresas sobre la imagen que podían decir “me gustás mucho” o “quiero conocerte”.
“Estoy soltera, pero tengo un anillo que si lo doy vuelta parece de casamiento. Cuando salía del alojamiento hacía eso y lo colocaba en el dedo indicado para que no me hablaran. Así pensaba que estaba casada, y para ellos está penado, por ley, meterse con una mujer con marido”, dijo Florencia.
“También me pedían fotos, pero eso no me molestaba porque era más por nuestro país. Estaban fanatizados con la Argentina. Creo que me saqué más fotos que Messi”, bromeó.
Florencia completó: “No llegué a tener miedo porque nunca estuve sola, había siempre movimiento de gente y mucha seguridad. En la Argentina te abordan así y tenés otras herramientas para defenderte, pero allá no me lo esperaba. A la distancia lo naturalizo, pero en el momento era muy difícil”.