En vida Ratzinger se mantuvo muy respetuoso del papa gobernante, se cuidó de criticar en público a Bergoglio y pidió respeto por el Papa en ejercicio. Muerto Benedicto los conservadores relanzan su ofensiva y ponen a prueba el camino de renovación impulsado por el argentino.
La muerte del papa emérito Benedicto XVI , el 31 de diciembre pasado, cerró una etapa novedosa en la historia contemporánea de la Iglesia Católica –la cohabitación de dos papas- pero abrió también un nuevo capítulo para el gobierno de Francisco, en el que Jorge Bergoglio tendrá que confirmar el rumbo de los cambios iniciados y dejar sentadas bases institucionales que garanticen las reformas que ha venido impulsando y que él mismo entiende que están todavía a medio camino. Pero para ello tendrá que hacer frente a la ofensiva de los sectores ultraconservadores –internos y externos- que reforzaron su campaña contra Francisco casi al mismo tiempo que enterraban con honores a Joseph Ratzinger. Porque si bien Benedicto no ocultaba sus diferencias teológicas y eclesiológicas con Francisco, fue sumamente cuidadoso para mantenerse en reserva y no exponer sus discrepancias públicamente y de esta manera también puso un dique a la ofensiva conservadora que le pedía respaldo para ponerle “límites” a las iniciativas del argentino empeñado en adecuar la Iglesia a los postulados del Concilio Vaticano II (1962-65) que, a su juicio, siguen sin plasmarse de manera completa en la vida de la iglesia.
Es más. Son varias las opiniones de analistas eclesiásticos que coinciden en que –sobre la base la autoridad ganada en muchos círculos conservadores dada su trayectoria eclesiástica- Ratzinger actuó como un dique de contención para restringir los ataques contra Bergoglio. Aun cuando en privado Benedicto dejara traslucir su desacuerdo o su desencanto con ciertas determinaciones del papa argentino.
“Solo hay un Papa y se llama Francisco” escribió Ratzinger en 2018 en una carta en la que salió al cruce de los dichos del cardenal alemán Walter Brandmuller quien, junto a otros tres cardenales, había propuesto declarar a Jorge Bergoglio “incapaz” de conducir la Iglesia. Este grupo de purpurados (integrado por Raymond Burke, Joachim Meisner y Carlo Cafarra además del propio Brandmuller) se mostró entonces escandalizado ante la sola posibilidad de abrir el debate acerca de la ordenación como sacerdotes de laicos católicos previamente unidos en matrimonio o de brindar la comunión eucarística a divorciados vueltos a casar. Y ante el proceso de “internacionalización” del colegio cardenalicio impulsado por Bergoglio como parte de su estrategia para avanzar en mayores niveles de participación de los obispos en el gobierno eclesiástico, estos mismos cardenales intentaron tiempo más tarde modificar las normas del consistorio para que en la elección de un futuro papa solo interviniesen los cardenales de la curia romana. Una maniobra claramente destinada a impedir que alguien con un perfil similar a Francisco y no sometido a la centralidad vaticana pueda suceder a Bergoglio al frente de la Iglesia.
Se redobla la ofensiva
Desaparecido Ratzinger la ofensiva conservadora se redobló. Hay quienes han insistido en que, siguiendo el ejemplo de Benedicto XVI, Francisco debe renunciar al pontificado. Es una posibilidad que si bien el argentino no ha descartado en forma absoluta, no está dispuesto a considerar por el momento. La apertura de lo que él mismo ha denominado el “camino sinodal”, una suerte de instancia participativa de la totalidad de la Iglesia que tendrá su punto culminante en 2024, es la principal apuesta de Francisco para abrir nuevos espacios de renovación de la Iglesia Católica y para que desde allí surjan lineamientos que plasmen en cambios sustantivos desde el punto de vista teológico y pastoral. Para Bergoglio es la metodología que permitirá recoger y profundizar las propuestas del Concilio Vaticano II y, al mismo tiempo, adecuar gran parte de la vida de la Iglesia Católica a la sociedad actual. El Papa está firmemente decidido de conducir este proceso y de implementar luego sus conclusiones.
Fue el propio secretario privado de Ratzinger, el cardenal alemán Georg Gänswein, quien al publicar sus memorias de 19 años junto al pontífice fallecido, puso de manifiesto las objeciones de Ratzinger hacia Bergoglio. En particular, señaló el “dolor en el corazón” que, según él, se le produjo al papa emérito cuando Francisco publicó el decreto Traditiones custodes en julio de 2021. Mediante esa resolución Francisco dejó sin efecto una determinación de Benedicto por la cual, cediendo a presiones conservadoras, autorizó la celebración de misas en latín y de espaldas al pueblo. Después de un entredicho a raíz de un libro del cardenal guineano Robert Sarah, ex prefecto (ministro) de la Congregación para el Culto, en el que se criticaba decisiones papales, Bergoglio removió en 2020 a Gänswein de sus funciones como prefecto de la Casa Pontificia y le pidió que se limitara a atender a Benedicto como su secretario privado.
Todo indica que la ofensiva conservadora contra Francisco se hará más intensa de aquí en más. Entre las figuras eclesiásticas que se alinean en esta campaña se destacan el cardenal estadounidenes Raymond Burke y el alemán Gerhard Ludwig Müller. Pero no son los únicos. En la misma senda se cuentan los también cardenales Antonio Rouco (español) y Carlo María Viganó, ex nuncio (embajador) vaticano en Estados Unidos. Sin olvidar al arzobispo Timothy Broglio, antiguo obispo castrense de Estados Unidos y recientemente electo como presidente de la Conferencia Episcopal de su país.
Pero las resistencias contra Bergoglio no provienen apenas desde las filas eclesiásticas. Fuerzas y representantes políticos y económicos de diversas partes del mundo no ocultan la molestia por las constantes críticas sociales del Papa y su alineamiento con los movimientos sociales, los descartados y los marginados de todo tipo. También porque en torno a Francisco y a sus ideas se alinean propuestas progresistas de dirigentes que están más allá de las filas de la Iglesia Católica.
En defensa de Francisco
Así lo expresó en una entrevista publicada en Religión Digital el recientemente designado cardenal venezolano Baltazar Porras, amigo personal de Bergoglio. “Cuesta mucho a los grupos de poder del primer mundo verse dirigidos por alguien que no representa lo de ellos y, por eso, hay que descalificar su origen, sus capacidades como maestro de la fe, con un bagaje intelectual y espiritual de fuste, que quiere ser visto como inferior a los tradicionales lugares de pensamiento y acción de la Iglesia”, sostuvo el obispo.
El venezolano también tuvo palabras para los conservadores del colegio de cardenalicio: “Pell, Müller y otros se creen los poseedores de la verdad, por encima del bien y del mal, sin aceptar ninguna argumentación en contra de lo que ellos piensan”, dijo el cardenal en la misma entrevista.
Otro de los cardenales cercanos a Bergoglio, el hondureño Oscar Rodríguez Maradiaga, descartó de plano la posibilidad de una renuncia de Francisco en el corto plazo.
Francisco se siente respaldado en su accionar por muchos obispos y también dirigentes católicos del Tercer Mundo que ven en sus orientaciones un aire de renovación necesaria para toda la Iglesia. Mientras avanza en el “camino sinodal” de manera simultánea y en base a nuevos nombramientos episcopales Bergoglio también perfila el colegio de electores que podría designar a su posible sucesor y da batallas institucionales para producir cambios en la vida de la Iglesia Católica. Algo que los conservadores resisten por todos los medios con la ayuda de poderosos aliados de la política y de la economía que se disgustan con la orientación del Papa “llegado desde el fin del mundo”.
Por Washington Uranga-Página/12