Salir una noche a pasar un buen momento y compartir un rato con amigos puede tener un resultado negativo al día siguiente. El agotamiento físico, mental y emocional que se experimenta luego de haber compartido un tiempo con muchas personas.
Volvés de una fiesta. La pasaste muy bien. Reíste, conversaste con otros, bailaste quizás. No te excediste demasiado ni en el horario de regreso, ni en la comida. Bebiste muy poco o nada. Sin embargo, al otro día, te sentís aturdido. Drenado. El cansancio te toma. Lo único que podés hacer es estar recostado en un sillón, recuperándote. Los síntomas se parecen a los de un ataque al hígado, como si estuvieras intoxicado.
No hay coherencia entre ese estado y el lindo encuentro de la noche anterior. Deberíamos sentirnos muy bien, pero no.
Hace años, le había creado un nombre a ese estado: resaca energética. Tenía la intuición de que padecía las consecuencias de haber estado “mezclada” con demasiadas personas. La única forma de volver a sentirme bien era pasar un largo tiempo de silencio, de estímulos mínimos y que las horas transcurrieran en modo “hibernación”. Solo de esa forma, en una especie de desintoxicación, cada una de mis partes volvía a ocupar su lugar. Aunque las conversaciones hubiesen sido divertidas, amorosas y llenas de entusiasmo, el estado de aturdimiento solo se calmaba con ayuno de estímulos.
Hace poco, me encontré con un concepto legitimado por los que saben que describía esta misma situación: Resaca social.
Qué es la resaca social
Hasta el momento, la resaca social no está considerada como un síndrome. Se habla de ella en los consultorios de psicología y entre los profesionales de forma coloquial. Mientras tanto, cada vez somos más quienes la padecemos.
Con cierta formalidad para describirla, los miles de personas que hablan de estos estados enumeran síntomas que se sintetizan en un profundo agotamiento físico, mental y emocional que se experimenta luego de haber pasado tiempo con muchas personas. Algunos tienen dolores de cabeza y en los músculos de su cuerpo, y otros se sienten irritados o deprimidos el día posterior.
Cuando regresamos de un evento, este estado se hace más evidente, pero muchas personas están padeciendo resaca social cuando regresan del trabajo, o luego de pasar muchas horas en la calle ” de aquí para allá”.
Inicialmente, quienes empezaron a observar la recurrencia de esta especie de intoxicación se lo adjudicaron al tiempo pospandemia. Después de tanto encierro, volver a relacionarnos con los otros nos generaba un cansancio que la alegría del encuentro no era capaz de equiparar. Relacionarnos con otras personas requiere muchos recursos cognitivos, dice la psicología. Quienes estamos atentos a nuestros procesos intangibles, podríamos agregar que nos lleva también muchos recursos energéticos.
¿Quiénes son más proclives a sentir resaca social?
Hay personas que son más propensas a sentir resaca social.
Por supuesto quienes tienen una personalidad introvertida están acostumbrados a convivir con el agotamiento después de relacionarse con muchos con otros. También hay personas con una sensibilidad mayor a sus entornos y a quienes los rodean. Cuando uno es muy receptivo y o empático necesita un cuidado mayor a la hora de elegir qué y con quiénes compartir. Otros, son más sensibles a los estímulos sensoriales, a las luces, los ruidos fuertes, y “parloteos”.
En ocasiones, necesitamos cuidarnos un poco más si estamos atravesando algún proceso emocional o psicológico que nos deja en un estado de vulnerabilidad. Hay momentos en la vida en los que estar con los otros es una osadía. Solo debemos aceptar nuestro tiempo de crisálida.
En ciertos entornos, la resaca social es la consecuencia de una pulsión que se expande como la lava de un volcán en erupción: “Hay recuperar el tiempo perdido”. Todo el tiempo se está gestando un plan, un encuentro y una fiesta. La exigencia de socializar hace que todos los beneficios anímicos y vitales de compartir la vida junto a nuestras personas queridas se nos vuelva en contra. Socializar de manera forzada genera una angustia similar a la soledad no elegida.
Desde hace mucho tiempo se sabe que la soledad es una epidemia. Quienes estudian estos temas empiezan a comprobar que la fobia social también empieza a serlo.
¿Entonces qué hacer?
La respuesta inicial y la respuesta final a cada situación que se nos presenta termina siendo siempre la misma: autobservación y autoconocimiento.
Necesitamos reforzar el registro de nosotros mismos, de nuestros estados y permitirnos decir no a aquello que en este momento atenta contra nuestra salud vital.
Nos sorprenderá cuánta empatía recibiremos de las personas que nos quieren si podemos expresar con verdad que no estamos en un momento para compartir, que necesitamos silencio y estar con nosotros mismos. La necesidad de soledad aún tiene mala prensa y sigue siendo sospechosa, pero cuantos más seamos los que hablemos con sinceridad sobre esto, con mayor celeridad terminaremos de desestigmatizar un estado que es fundamental para muchos de los procesos que necesitamos hacer.
Quienes venimos teniendo conciencia del estado en el que muchas veces terminamos luego de socializar en exceso sabemos que al día siguiente necesitaremos un tiempo para recomponernos. Darnos ese permiso sin juzgarnos es fundamental.
Es posible que la recurrencia de estos estados o las angustias que nos generan, puedan esconder alguna patología, por eso siempre es recomendable hacer una consulta. La tristeza, la apatía y el estrés de socializar demasiado, algunas veces, son funcionales a nuestro desarrollo personal y, en otros casos, son señales de que necesitamos ayuda profesional.
Algunos especialistas y muchos de quienes experimentamos resaca social sabemos que el agotamiento, el hartazgo y la sensación de ” estar drenados” aparecen cuando los encuentros son aburridos, cuando necesitamos sostener una pose o cuando las personas con quienes compartimos son conflictivas, dramáticas o adictas a la queja.
Aprendamos a cuidarnos. Tratemos de elegir cuándo, cómo y con quien compartirnos. Practiquemos el límite. Sepamos decir no con respeto.
Vendrán tiempos en los que lo individual solo tendrá real sentido en relación a nuestros grupos de pertenencia. Para poder ser en red, necesitamos aprender a tenernos a nosotros mismos.
Que así sea.
Por Natalia Carcavallo-TN