La SIDE habría estado detrás de la captura de siete miembros del Partido Comunista, según surge de archivos y declaraciones de los propios espías. Para el juez Daniel Rafecas, hay indicios de que las víctimas fueron llevadas a la base Pomar, el centro clandestino recientemente identificado.
Juan Carlos Comínguez salió del local del Partido Comunista (PC) y empezó a caminar a contramano del tránsito –como indicaba la práctica de cualquier militante en los años ‘70–. Enfiló por Callao hacia Corrientes. Nunca llegó, porque, cuando pasaba por una obra en construcción, sintió que cuatro o cinco hombres se le tiraban encima, lo golpeaban y lo esposaban. Todavía confundido, lo hicieron cruzar la calle y lo subieron a un Ford Falcon. Después de dar una vuelta, lo bajaron del auto y lo metieron en una camioneta pintada de rojo. En ese momento, le vendaron los ojos y comenzó el infierno. La caída del exdiputado Comínguez y de otros militantes comunistas –que es investigada por el juzgado de Daniel Rafecas– tiene la marca de la banda de Aníbal Gordon que operaba para la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) y todo indica que fue un eslabón de una redada mayor como parte de la coordinación represiva conocida como Plan Cóndor.
Nadie está preparado para un secuestro, pero Comínguez sabía, desde hacía tiempo, que estaba en la mira. Su nombre figuraba en la lista de blancos de la Triple A y su casa familiar había sido atacada –con más de 200 disparos– el 24 de marzo de 1976. Ese 20 de mayo de 1977, había llegado cerca de las dos de la tarde al local del Partido. Tenía que ver a Luis Cervera Novo para que le diera dinero para comprar los pasajes para viajar a Jujuy, donde tenía que ir a reclamar por el secuestro de un dirigente comunista.
Cuando lo subieron a la camioneta, Comínguez todavía no estaba tabicado. Alcanzó a ver que estaban varios de sus camaradas del PC de Callao. Lo reafirmó cuando llegaron al lugar donde estuvieron secuestrados y fueron torturados. Eran siete los cautivos: él, Cervera Novo, Carmen Candelaria Román, Ricardo Gómez, Juan Cesareo Arano, Miguel Lamota y Miguel Prado.
Los secuestrados
Cervera Novo tenía 49 años. Había nacido en España. Era obrero desde niño, militante comunista y dirigente del Partido. Había viajado a la Unión Soviética en algunas oportunidades. Había tenido cinco hijos y perdido dos. Era un abuelo presente que solía combinar sus obligaciones militantes con paseos en bicicleta con su nieta mayor, Mariana. Era hincha de Los Andes. Su esposa, que nunca paró de buscarlo, siguió pagando la cuota del club mucho tiempo después de su secuestro.
Carmencita tenía 35 años cuando la desaparecieron y dos hijos, Fernando y Pablo, que la esperaban en casa. Trabajaba desde muy chica y, de esa forma, se había costeado los estudios secundarios. Integraba la Unión de Mujeres Argentinas (UMA). Quienes la conocieron la recuerdan con mucho cariño y hablan de su abnegación como militante. Uno de sus ámbitos de actuación eran los inquilinatos del centro, particularmente en la calle Libertad. Ahí coincidía con otro de los secuestrados, Lamota. Ella, además, estaba vinculada a la entonces Liga Argentina por los Derechos del Hombre (LADH). Carmencita nunca regresó a la casa en la que vivía con su familia en la zona de Cid Campeador. Sus hijos quedaron unos días solos. No tenían llaves para salir y su papá estaba de viaje en el exterior. Unos compañeros del Partido los rescataron por los techos.
Ricardo Gómez venía de una familia con tradición comunista. Él tenía 35 años y militaba en el barrio de Liniers. Era el sereno del local de PC de Callao. Su familia lo estaba esperando en Córdoba porque estaba por dar a luz su hermana. Una de las que lo aguardaba era Paula, su sobrina de diez años a la que le había enseñado a jugar al ajedrez. Sus padres se sumaron a Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas para buscarlo.
Arano tenía 49 años al momento del secuestro y era militante del gremio del seguro. Su compañera Zulema lo buscó activamente. En la redada, cayeron Lamota y Prado, quienes fueron liberados. Lamota, al igual que Comínguez, declaró ante la justicia después de la liberación. Falleció en 2007 y ya no pudo hacerlo después de la reapertura de las causas. Las familias de los secuestrados del PC buscan hace tiempo entablar contacto con Prado o con sus parientes.
Una caída con ecos trasandinos
Los secuestros del Partido Comunista no comenzaron el 20 de mayo de 1977 con la redada de avenida Callao, sino cuatro días antes.
Alexei Jaccard aterrizó en Buenos Aires el 15 de mayo de 1977, como se probó en el juicio por el Plan Cóndor que se hizo en Buenos Aires. Venía desde Milán simulando ser un joven hombre de negocios. Lo ayudaba su porte elegante y su ciudadanía suiza. Era un militante comunista chileno que había estado preso después del golpe de Augusto Pinochet y había partido al exilio. En Buenos Aires estaban su mamá, su hermana y su cuñado.
El PC chileno (PCCH) le había encomendado contactarse con otros integrantes que estaban intentado generar una base en Argentina para empezar a reconstruir la dirección del Partido y hacer llegar fondos para operaciones. Uno de los encargados era Ricardo Ramírez Herrera, que había llegado unas semanas antes desde Hungría. Otro de los responsables era Héctor Velásquez Mardones. La reunión con Alexei no llegó a darse.
Los tres militantes chilenos fueron secuestrados. Lo mismo sucedió con otros cuatro camaradas argentinos: Majer Leder y su hijo Mauricio y Mario Clar y su hijo Sergio. A los Leder los vieron en el centro clandestino de detención conocido como Club Atlético.
La redada continuó en Chile. El capítulo argentino se cerró el 29 de mayo de 1977 cuando aterrizó el avión de la aerolínea Braniff en Ezeiza. El piloto pidió que los pasajeros descendieran con sus documentos en mano. El empresario Jacobo Stoulman –un agente financiero con vínculos con el PCCH– y su esposa, Matilde Pessa Mois, fueron apartados de la fila y subidos a un auto o a una furgoneta–relató ante la justicia chilena un compañero de vuelo–. Gran parte de esta trama la reveló en 2000 la periodista Lila Pastoriza.
Para el investigador John Dinges, autor de Los años del Cóndor, la de mayo de 1977 fue la mayor operación Cóndor de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) chilena y la única dedicada al PC.
Tras los pasos de la DINA
Los activistas chilenos –en su mayoría– fueron llevados a un centro clandestino que manejaba la DINA que se identificó en 2007 a partir de la declaración de Jorgelino Vergara, un hombre que había servido como mozo cuando era casi un adolescente, cargado muertos al hombro y limpiado sangre en una mazmorra de la que no hay sobrevivientes.
Ante los tribunales trasandinos, guardias del cuartel Simón Bolívar hablaron de la presencia de Alexei, que fue trasladado casi una semana después de su secuestro en Buenos Aires. “Los argentinos lo parrillaron”, dijo Guillermo Jesús Ferrán Martínez. Quería decir que había llegado muy torturado.
La justicia chilena condenó por estos secuestros a Cristoph Georg Paul Willike, que entre 1976 y 1978 ofició como el enlace entre la DINA y la SIDE. Si bien Willike trató de despegarse de los raptos, contó que trabajaba en la SIDE con un civil argentino, Enrique Domínguez, y que su superior era el coronel Nieto. Cuando le consultaron por el nombre de pila, creyó recordar que era Juan.
Juan Ramón Nieto Moreno era el jefe del Departamento de Contrainteligencia de la SIDE. Su carrera en el organismo se terminó hacia finales de 1977 después de que la Dirección de Investigaciones de la policía bonaerense –a cargo de Miguel Osvaldo Etchecolatz– desbaratara la banda de Aníbal Gordon tras el secuestro extorsivo del empresario Pedro León Zavalía.
El brazo de la SIDE
Nieto Moreno estaba en su oficina de la SIDE cuando lo visitó Gordon, un delincuente común que, al menos, desde 1974 reportaba en el organismo de inteligencia, según surge de documentación en poder de la Comisión Provincial por la Memoria (CPM). Gordon se había convertido en un eslabón clave de la maquinaria represiva. A su cargo habían estado dos centros clandestinos, la base Bacacay y Automotores Orletti. La aventura de Orletti había terminado en noviembre de 1976 cuando una pareja logró escapar a los tiros.
Para febrero de 1977, Gordon ya tenía una nueva cueva, ubicada en Chiclana y Pomar, en el barrio de Nueva Pompeya. Nieto Moreno la conoció en marzo de ese año y, según figura en un sumario militar instruido a partir del secuestro de Zavalía, le dio uso. “Se utilizó esa base para algunas actividades operacionales y como lugar de detención transitorio e interrogatorio de prisioneros de la SIDE”, dijo el militar al que el chileno Willike reconocía como su superior en Buenos Aires.
Antes de la visita de Nieto Moreno a la base Pomar –recientemente identificada por el juzgado de Rafecas–, la SIDE ya había puesto en su mira a la LADH y al PC. En enero de 1977, la central de espías decía que la LADH podía recibir e invertir medio millón de dólares en una campaña de solidaridad con repercusión internacional. La información surge de un cable hallado durante la gestión de Cristina Caamaño al frente de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI).
Para esa época, Honorio Carlos Martínez Ruiz montaba guardia frente a la sede del PC de Callao, según él mismo contó. El “Pájaro” Martínez Ruiz había entrado a la SIDE en los inicios de la década de 1970. La había dejado para dedicarse al negocio inmobiliario y retornó movido por la posibilidad de sumarse a los grupos de tareas de Gordon.
El 20 de mayo de 1977, cuando secuestraron a Comínguez y al resto de los militantes del PC, estaba César Albarracín, otro de los lugartenientes de Gordon en la SIDE. Albarracín –detenido en diciembre pasado por su actuación en Orletti y Bacacay– contó que le parecía sorprendente que Gordon pudiera operar en pleno centro y a plena luz del día sin que nadie lo molestase.
El mayor de ejército Alberto Juan Hubert solía frecuentar la base de Pomar 4171/73. Participó en reuniones en las que se decidió secuestrar a Zavalía, a quien Gordon emparentaba con la “subversión económica”. Ante la justicia militar, Hubert contó que la banda de la SIDE celebraba la detención de diez militantes comunistas, entre los que se contaba el diputado Comínguez. En realidad, los secuestrados del PC Callao fueron siete. Si Hubert no confundió el número, es probable que alguna de las otras víctimas de la redada hayan pasado por la mazmorra de Gordon.
Reconocimiento
Comínguez estuvo todo el tiempo con los ojos vendados mientras duró su secuestro. Recuerda que lo subían por una escalera recta hacia la sala de torturas. El 24 de mayo de 1977, le ordenaron que se afeitara y lo subieron a un auto. Durante unos cinco o diez minutos, Comínguez debió ir con la cabeza gacha. Cuando le dijeron que podía incorporarse, el vehículo avanzaba por avenida Belgrano.
–¿Me van a legalizar?–preguntó el diputado comunista, pensando que lo llevaban al Departamento Central de Policía.
–No, te vamos a dejar donde te levantamos– le respondieron.
El coche frenó en Callao al 200. El que tenía la voz de mando era un hombre de unos 50 años, entrecano y robusto. Le dijo unas palabras a Comínguez y él bajó. Para el juez Rafecas y la secretaria Albertina Caron, hay elementos suficientes para creer que Comínguez y los otros militantes del PC secuestrados estuvieron en la base Pomar. Es probable que durante marzo se haga un reconocimiento con Comínguez para ver si puede recordar ese local como su lugar de cautiverio.
Para las familias será, después de tantos años de búsqueda y sufrimiento, acercarse –aunque más no sea un poquito– a la verdad que se merecen. Este sábado, junto con vecinos y organizaciones de la zona, participaron de la confección de una baldosa para señalizar la llamada base Pomar como uno de los más 700 espacios que la dictadura dedicó a la tortura y al exterminio. Esperan colocarla el próximo 17 de marzo, una semana antes de que se cumplan 47 años del golpe genocida.
Por Luciana Bertoia-Página/12