Argentina de Pediatría y se especializa en “Infancias Vulneradas”. En una charla con Infobae, puso foco en la “corresponsabilidad” de toda la sociedad en temas de abuso sexual en niños, niñas y adolescentes. Y alertó sobre la dificultad de denunciar cuando “apenas el 1% tiene sentencia favorable para la víctima en la justicia”
“Todos tenemos una corresponsabilidad en los temas de abuso sexual en niños, niñas y adolescentes”, asegura la pediatra Evangelina Cueto (MN 120230). La médica, madre de una niña de 13 años y un niño de 10, forma parte del Comité de Familia y Salud Mental de la Sociedad Argentina de Pediatría. Y dentro del mismo, integra un subgrupo de trabajo dedicado a las Infancias Vulneradas. Oriunda del pueblo bonaerense de Rojas, cuando terminó el colegio secundario tomó la decisión de estudiar en Buenos Aires. Su vocación era la medicina y se anotó en la UBA. Durante su residencia en el Hospital Garrahan descubrió que le apasionaba la rama de la pediatría. “Allí hice una subespecialidad que se llama Salud Integral de Adolescentes, que no trata solo del abordaje centrado en la medicina más biologicista, sino abarca todo el universo de los derechos de niños, niñas y adolescentes”. Es probable que para muchos sea un rostro conocido. Cueto tiene otra pasión, actuar, y participó en películas como La segunda muerte, Baires y Testigo íntimo.
A raíz de las denuncias que se hicieron públicas en las últimas semanas sobre abusos a menores, dialogó con Infobae sobre las causas, consecuencias y soluciones para un tema que horroriza, pero del que apenas vemos, dice, “la punta del iceberg: sólo se denuncia un 10% de los casos y de ese 10%, solo el 1% tiene una resolución favorable para la víctima en la justicia”.
—¿Cómo ve, en general, la salud de niñas, niños y adolescentes?
—Es conocido que la pandemia dejó una situación bastante estragante. El aislamiento generó la restricción del contacto entre pares, que es una cuestión identitaria central para las adolescencias. Y en las adolescencias que no tenían como un resguardo dentro del hogar o donde ya había desamparo intrafamiliar precipitaron situaciones de mucho maltrato y situaciones abusivas. Los niños que estaban en marcos de poco cuidado de sus adultos responsables quedaron al descuido total, porque en el aislamiento el hecho de no tener otras instituciones que puedan ejercer la corresponsabilidad del cuidado los dejaron sin esas patas fuertes.
—¿Durante la pandemia aumentaron los casos de abuso?
—No sé si de abuso, pero sí de maltrato en general. Hay varios estudios, pero sobre todo se podría citar la cantidad de llamados que recibió la línea 102, que es una línea federal coordinada por la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia, que lo que intenta hacer es no sólo dar respuestas y ser guías, sino también como una fuente confiable de datos. Y los llamados, durante el 2020 por ejemplo, fueron un montón. Y siempre, cuando hablamos de maltrato de las infancias, debemos decir que estamos en el plano del sub-registro, porque la mayoría de las veces sólo conocemos la punta del iceberg, no la totalidad.
—¿Las denuncias que comenzaron a aparecer en el último tiempo tienen que ver con la salida de la pandemia, del encierro?
—Más que ligarlo con con la pandemia y el aislamiento preventivo y obligatorio, lo ligo con ciertas corrientes de sensibilización vienen de la mano de los feminismos, donde hablar de derechos y de vulneraciones fue algo más frecuente y corriente en los medios de comunicación y en otros ámbitos. Quizás eso posibilite que haya más circulación de voces. De todas maneras hay una gran deuda en cómo se trata. Yo veo en la mayoría de los casos mucho desconocimiento en el abordaje y mucho destrato en especial hacia las víctimas. Y creo que la noción de corresponsabilidad tendría que estar puesta en todas las adulteces, cualquiera que sea el rol que ocupemos. Yo en lo personal como parte del sistema de salud, otros como sistemas de de medios de comunicación, otros como sistemas que nuclean a la escolaridad, pero cada una de las patas sociales son centrales para poder resguardar derechos. Entonces ejercer la corresponsabilidad sobre las infancias y sobre las vulneraciones de derechos en general, no sólo tienen que estar puestas en la víctima y su núcleo cercano, sino tiene que ser más global.
—¿Cuál sería la definición de abuso sexual con las infancias y adolescencias?
—Para mí es un ejercicio que tiene que ver, a priori, con la dominación y con el poder de cuerpos que son más vulnerables que otros, que están en condiciones de inferioridad e involucra las áreas de la salud como de la salud sexual como concepto integral. Es un avasallamiento de los derechos sexuales de un individuo, en este caso un niño, una niña o un adolescente.
—¿Y hay cifras sobre la cantidad de casos que se registran?
—Hay cifras, pero siempre hay que señalar que están en clave de subregistros.
—¿Por qué sucede?
—Una de las razones tiene que ver con que la mayoría de los abusos sexuales son en el ámbito de una teórica confianza con un niño, una niña un adolescente. Ahí se da una paradoja: ¿quién denuncia o resguarda los derechos de ese niño que justamente está en condiciones de vulnerabilidad? Porque el mismo victimario es quien debería denunciar esa condición. Por otro lado está el costo que tiene para la víctima, en caso de ser una persona que superó la mayoría de edad, para denunciar. La realidad es que para las víctimas, hablar de abuso sexual y ponerlo en primera persona tiene un costo muy alto, no sólo en el tratamiento mediático -y ahora lo vemos con casos recientes-, sino en otros sectores que no llegan a los medios de comunicación, por eso debemos creerles. El señalamiento, la desmentida, la culpabilización sobre las víctimas es algo que existe. Entonces es lógico que haya una especie de repliegue o de pensar varias veces antes de llegar a la instancia de decirse todo eso. La literatura especializada dice que en el marco intrafamiliar suceden el 75% de los casos. En el 2020 el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos tiene registradas 9000 denuncias, que no quiere decir cuántos casos de abuso hay. Y después en los climas de expertos se dice que de todos los casos sólo se denuncia el 10% y de ese 10%, solo el 1% tiene una sentencia en teoría favorable para la víctima que reconoce el hecho en favor de la víctima.
—Serían unos 90.000 casos reales…
—Si tomamos esta estadística, sí. Tenemos que pensar que el subregistro tiene que ver con las características que tiene el abuso, que se imprime de ocultamiento, así que no es raro que esto también se traduzca en lo numérico, ¿no?
—Es como una pandemia silenciosa…
—Exactamente. A mí me encanta llamarla así, una pandemia silenciosa. Primero porque no no se da sólo en ciertos países, es extendido, es mundial y trasciende clases sociales. Es realmente pandémico el comportamiento, no está circunscrito únicamente a ciertas áreas que reúnen factores de riesgo. Si bien los hay, la realidad es que en términos epidemiológicos la situación es extendida.
—¿Cuáles son las consecuencias para los chicos que sufren estos abusos?
—Tiene impacto a nivel emocional, a nivel psíquico, a nivel físico, porque las expresiones somáticas post abusos son infinitas. Es un avasallamiento a la posibilidad de estructurar un psiquismo como corresponde. Es una lesión temprana en la vida de las personas. No quiero decir que sea irreversible para nada, pero eso va a depender de cómo sea el camino de la restitución de derechos.
—¿De qué depende?
—De cómo oigamos la denuncia no en términos jurídicos, sino de la expresión. Cuando se habla de abuso, cómo lo podemos alojar socialmente. De eso va a depender el grado de impacto y de gravedad que va a tener sobre el psiquismo de la persona que lo sufrió.
—¿Y hay estrategias?
—Claro. El Código Civil del 2015 habla del concepto de corresponsabilidad. Insta a pensar que todas las personas adultas, ocupemos el lugar que ocupemos, tenemos la obligación de defender a las infancias y adolescencias de cualquier tipo de vulneración. Y ahí tácitamente aparece el abuso. Más grande que el Código Civil tenemos leyes nacionales, como la de la Ley de Protección Integral de niñas, niños y adolescentes que es la ley 26.061 sancionada en el 2005. Y esta ley propone también una protección integral y nos pone a los adultos en el rol de corresponsables y estar atentos para el resguardo de las infancias.
—¿Cómo debe actuar un adulto en estos casos?
—Está bueno conocer el encuadre normativo, que es bien robusto en términos de protección de las infancias para involucrarnos y entender que tenemos la obligación de ser una pieza del camino de la restitución de derechos. Todos somos corresponsables, cualquier adulto que se entere de una vulneración de derechos, no solo hablando de abuso, sino cualquier instancia de maltrato, debe poder acudir a los organismos de protección. Y en este sentido también la línea 102, que es una línea Federal y es anónima. Uno puede llamar y denunciar de manera anónima, para conocer cómo proceder y, de paso, sirve para tener registros un poco más reales.
—Pero si solamente el 1% de todas las denuncias tienen una resolución favorable, entonces todos estos estamentos y todas estas estrategias no estarían funcionando…
—Si, lo que pasa que se piensa que el abuso sexual es tan demostrable como la justicia lo solicita, y la mayoría de las veces, por una cuestión de definición, el abuso sexual ha sido encriptado, el ocultamiento lo imprime. En la niñez no hay conciencia de que eso está sucediendo. Hay un malestar que es imposible de ser metabolizado y expresado. Entonces, hablar de esto, excepto que sea un caso bien elocuente en términos de el avasallamiento físico, es muy indemostrable, por eso, insisto, hago hincapié en la necesidad de creer en las víctimas. Primero porque sería paradojal pensar que las víctimas tienen un verdadero beneficio cuando estamos hablando de hablar y exponer un abuso sexual. Yo todavía estoy esperando que alguien diga, cuál sería ese teórico beneficio, ¿no? Porque hay un montón de casos que por ahí no me interesa señalar uno por uno, pero sí se lee que tal lo hace porque es una oportunidad para lograr pantalla y ruido mediático. Eso tiene un costo altísimo, tiene un costo a nivel emocional, tiene un costo en el campo laboral, porque después hay una especie de fantasía que la persona que puede exponer un caso así amenaza tácitamente al resto de ser blanco de denuncias similares. Por eso es muy importante no generar un clima de desmentida, de reforzar esa revictimización, porque de última estamos haciendo eso cuando desoímos, cuando descreemos, estamos volviendo a ocultar y estamos volviendo a decir que la culpa de todo lo que sucedió la tiene la víctima.
—¿Qué se puede hacer para quitar esos obstáculos para que se pueda denunciar en forma más efectiva?
—Ya que hablamos de pandemia, si pensamos al abuso sexual en términos de enfermedad, hay factores de riesgo, como fundamentalmente el desamparo afectivo. No tanto la clase social, porque también hay un prejuicio de que esto ocurre solo en ciertos estratos socioculturales y la verdad que, como te dije al principio, esto tiene carácter pandémico. Y por otro lado entender que si en esta patología, la mayoría de los abusadores son personas de un entorno de teórica confianza de ese niño, niña o adolescente, quiere decir que no podemos esperar que el padre o la madre sea quien vehiculice la denuncia y la restitución de derechos. Por eso ahí lo que más podemos hacer como barreras para bajar esta condición, que es tan escalofriante en términos de los pocos números que conocemos, es abrazar fuerte el concepto de corresponsabilidad. Decir, “bueno, yo también tengo algo para hacer cuando veo una vulneración de derechos”. No es algo que me queda ajeno. Y por eso citaba al marco jurídico. No es un capricho ni actuar altruistamente.
—¿Cómo puede una persona detectar el abuso?
—El abuso aparece de una manera muy espectral, muy amplia, no tiene una única manera de presentarse. En los niños muy chiquitos, quizás hasta sin lenguaje, las expresiones somáticas que te había mencionado, o sea, enfermedades, irritabilidad, llanto que no tiene ningún tipo de posibilidad de ser traducido… En los niños un poco más grandes el repliegue, una timidez excesiva, el hecho de no poder expresarse, la desescolarización, que es otro tipo de maltrato. Ahí habría que preguntarse si no habrá otra cosa detrás de eso, qué se oculta. Después, avanzadas las edades, hay problemas de salud mental de todos los colores: conductas autolesivas, consumo, problemas vinculados con la depresión, intentos de suicidio… Lamentablemente es bien colorida la clínica que se puede desplegar alrededor de un abuso sexual.
—¿Cuál es la mejor forma en que los padres y los cuidadores deben hablar con sus hijos para prevenirlos y cuidarlos sin meterles miedos adicionales?
—Primero, de nuevo, hay que pensar que en un 75% los abusos sexuales ocurren en marcos de teórica confianza para el niño son intrafamiliares, y si no también relacionados con personas de teórico cuidado, escuelas -aunque con esto no quiero generar ninguna conducta paranoica de desconfianza institucional, porque creo que al revés, voy por la vía de tratar de generar conciencia colectiva para la detección y la protección y no el excesivo miedo sobre estas instituciones. Pero la realidad es que son entornos de teórica confianza, como maestros, o en clubes, donde hubo varios casos mediáticos vinculados con esto. En relación a las familias que sí tenemos ánimo de cuidar podemos hablar todo el tiempo de los derechos de las niñeces, de la posibilidad de expresarse y también es clave con lo que dicen las normas vigentes: a la voz del niño hay que habilitarla, tenerla siempre como como una alerta. Debe ser la voz del niño la que nos guía.
—¿Qué tipo de terapias se pueden aplicar y son efectivas contra los traumas que genera el abuso, o son de difícil retorno?
—No, no es de difícil retorno del camino de restitución para paliar el impacto negativo que puede tener el abuso en una en una infancia. Hay algo para hacer, y el enfoque siempre tiene que ser interdisciplinario. Tiene que haber un equipo de abordaje, un psicólogo capacitado en la temática, pediatras y especialistas en adolescentes capacitados en la temática. Y en las adulteces lo mismo, porque como vemos, muchos de estos casos que suceden en la infancia recién se denuncian o salen a la luz en la vida adulta. Entonces lo mismo: sensibilización de los equipos de salud con un enfoque de restitución de derechos. Porque hay algo de ponerle una carátula social lejos de lo que está pasando, que tiene que ver con el señalamiento de las víctimas, que es reparatorio. No es lo mismo reforzar esa desmentida que viviste de niño, donde nadie te escuchó, nadie te alejó y en la vida adulta cuando lo procesaste y lograste decirlo, volver a revictimizar de esta manera y otra vez está la culpabilización. Por eso me parece clave esto de generar entornos colectivos donde podamos escuchar, le podemos dar lugar a eso, no generar destrato mediático de estas de estas situaciones, sino todo lo contrario y poder encauzar también a nivel del sistema de salud para que tenga las terapias pertinentes y llegar a generar menor impacto de daño.
—¿Qué opinión tiene de la aplicación de la ESI (Educación Sexual Integral) en las escuelas?
—Tengo la mejor de las opiniones en relación a una ley que ya tiene 16 años y este año cumple 17. Creo que es una gran esperanza y que ya tenemos datos que muestran que en los entornos donde se despliega la educación sexual integral son propicios para sensibilizar a niños, niñas y adolescentes y que puedan expresar muchas situaciones de abuso o de conciencia de abusos. Muchos niños no son conscientes de lo que vivieron, y ahí cuando escuchan ciertas cuestiones linkean con ese hecho del pasado o incluso del presente y pueden expresarlo. Ligar educación sexual integral con abuso me parece interesantísimo y me parece el gran camino para que todos los niños tengan conciencia de la necesidad de ser cuidados. Es una oportunidad para que desde muy chiquitos sean conscientes del capital que es su cuerpo, de la intimidad, del respeto al propio cuerpo y al cuerpo ajeno.
—¿Qué se le puede decir a quien no se anima a contar lo que le sucedió?
—Me parece que instituciones como las escuelas y el sistema de salud deben ser centros de recepción de esas escuchas, y poder alojar estos pedidos y también saber guiar. Me parece que está vacante la formación profesional, para que este camino sea cada vez más fluido, para que cuando te llega un niño, una niña, un adolescente o incluso alguien adulto que vivió esto durante su infancia podamos guiarlo correctamente, para vehiculizar la denuncia y las terapias necesarias para paliar el impacto negativo de ese daño.
Por Hugo Martin-Infobae