A río revuelto, ganancia de pescadores. Pero en las tormentas el bote se puede dar vuelta.
Hace veinte años, la noticia no fue que Menem salió primero en la elección presidencial, sino con quién iba a competir en la segunda vuelta, porque en esa instancia el contrincante se convertiría en el próximo presidente. Se produjo el escenario más lógico: se oponían los 90 a un modelo con mayor presencia del Estado en la economía, que es lo que reclamaba la gran mayoría de la sociedad. El naufragio de la convertibilidad hizo que el electorado virara de una etapa menemista moderada –De la Rúa con la Alianza– a una defenestración del esquema preexistente.
Veinte años después, con la mayor inflación post 1991, la sociedad nuevamente se vuelve expuesta ante un debate profundo sobre si quiere más Estado o más mercado. Solo que esta vez se enmarca en la triple frustración: tres mandatos seguidos que terminan con balance negativo en el electorado hacen que todo suene a explosivo. Esta vez no solo puede volar por el aire el modelo económico en marcha, sino también el sistema de partidos, cosa que no sucedió en las dos grandes crisis anteriores.
Estamos más “hermanados” que nunca con América Latina. La gran mayoría de los vecinos está atravesando las consecuencias de profundas reestructuraciones de sus respectivos sistemas de partidos, que le daban alguna estabilidad al sistema, mejor o peor. Desde la crisis peruana hasta la reconfiguración chilena, pasando por la posibilidad de que el PRI en México deje de ser un actor importante. ¿Será que el peronismo dejará de ser el partido del poder en la Argentina?
Ese es el marco en el que se encarnan estos últimos días de furia. Ahora sabemos que el renunciamiento de Tío Alberto no resolvía la tensión económica, así como tampoco el corrimiento del emir de Cumelén resolvería los debates pendientes de Juntos por el Conflicto. De más está decir que el anuncio de Cristina de diciembre pasado –y de alguna manera ratificado en el acto de La Plata– tampoco resolvió nada, sino que lo agravó. Al sistema político, sin esos tres desistimientos, le cuesta ordenarse, ya que los nuevos conductores no terminan de alumbrar. Por eso Perón escribió un manual sobre el tema… y cita Ceferino Reato en su libro sobre el asesinato de Rucci: “Yo no sé nada de política, yo solo sé de conducción”.
Como la política no encuentra la respuesta dentro de sí misma, crece la opción anti statu quo. Al sumarse los factores inéditos, lleva a más de uno a pensar que estamos ante la presencia de un cisne negro. Recordemos la definición de Taleb: un “cisne negro” es un hecho improbable, cuyas consecuencias son importantes y todas las explicaciones que se puedan ofrecer a posteriori no tienen en cuenta el azar y solo buscan encajar lo imprevisible en un modelo perfecto. Argentina está frente a la posibilidad de un fenómeno atípico.
El peronismo, gran divisoria de aguas en los últimos ochenta años del país, ¿era finalmente “el hecho burgués de un país maldito”, como lo redefinió José Pablo Feinmann? Quizás esa discusión deje de ser relevante en noviembre próximo. Me atrevo a desafiar a Cooke y Feinmann juntos: ¿pasará a ser el peronismo el fenómeno intrascendente de un país intrascendente? Porque si tenemos menos clase obrera, industrias y movilidad social ascendente, entonces es porque ¿el peronismo dejó de existir, al menos tal cual lo conocíamos? ¿Dónde iremos a parar si se apaga Balderrama?
El candidato oficialista ¿será el devaluado Scioli o Sergio Tomás Copperfield? Mientras Cristina sigue dando clases de economía y critica el acuerdo con el FMI (N del T: los gringos no se escandalizan por un discurso anti Fondo, van a los hechos, por ejemplo, la moratoria jubilatoria), la discusión pasa por cómo mantener el mayor caudal de poder posible ante una segura derrota electoral. El punto es: ¿quién cumplirá mejor los pactos post 10 de diciembre? Ese criterio condiciona el casting. También se lo pregunta el emir. “Qué curiosa coincidencia”, dice un sketch de Les Luthiers.
Con el dólar soja trabado, el tigrense rogando en Washington que el puente se extienda, los dólares no oficiales disparados y la inflación desatada, surgen con fuerza las especulaciones sobre crisis institucional. ¿Alberto deberá renunciar antes? ¿Habrá Asamblea Legislativa? ¿Se suprimirán las PASO? ¿Se adelantarán las elecciones? Al respecto decimos que quienes realizan estas especulaciones: a) no leyeron la Constitución, b) comprenden poco la dinámica política y c) les gustan mucho los thrillers políticos de Netflix.
¿Por qué? Porque es un poco más complejo. Hoy a los precandidatos de Juntos por el Cambio les convienen las PASO, desean que la bomba le explote a este gobierno, el proceso una vez iniciado no es fácil de reformular, las primarias solo se pueden anular con una ley aprobada con mayoría especial y, como si esto fuera poco, nuestra Carta Magna indica que la elección presidencial no puede ser hecha antes de los sesenta días previos al inicio del nuevo mandato (artículo 95).
Dicho todo esto, volvamos a la cuestión de fondo: ¿más mercado o más Estado? Al ver el crecimiento de Milei y el buen desempeño de Bullrich, muchos suponen –con alguna lógica– que existe un fastidio importante con el peso del Estado. Sí, pero las características de la oferta no deben ser extrapoladas mecánicamente a la demanda ciudadana. Es esencial poner la lupa en los matices, los cuales no se ven genuinamente representados en la opción acuerdo-en desacuerdo, típica de las encuestas. Solo para dar un ejemplo emblemático, el público de Juntos aborrece al gobierno de Menem, ergo no simpatiza mucho con sus privatizaciones.
Si bien es cierto que “a río revuelto, ganancia de pescadores”, también es verdad que, en situación de tormenta extrema, el bote puede darse vuelta y ahogar a algún pescador. Quedan tres meses y medio para que se produzcan las primarias, seis para la general y siete para un eventual ballottage. Mucho tiempo para responder cuán desahuciada estará la mayoría social en cada oportunidad, y si responderá a la arenga: “Desahuciados del mundo, ¡uníos!”.
Por Carlos Fara
“La tormenta en el mar de Galilea” – Rembrandt