El viaje del astro argentino a Riad provocó un cimbronazo en el Paris Saint Germain que pertenece a capitales qataríes. La histórica rivalidad y la competencia por la industria deportiva.
La manera insólita Lionel Messi quedó en el ojo de la tormenta de la rivalidad entre Arabia Saudita y Qatar que compiten en múltiples planos, entre ellos las inversiones en materia deportiva. Si bien en los últimos años los países vecinos de Arabia recompusieron sus relaciones diplomáticas, tienen una historia de acusaciones cruzadas y bloqueos en la que es una de las regiones más calientes del mundo.
En los últimos años Arabia Saudita intentó imitar a Qatar al dirigir miles de millones de sus petrodólares a la industria del deporte, una movida considerada un intento de limpiar su imagen a nivel internacional (una práctica conocida como sports washing). Además de comprar clubes de fútbol o disputarse la sede de otras competencias, en la previa al Mundial Qatar 2022 el gobierno saudí le ofreció un contrato multimillonario Messi a cambio de que sea su “embajador turístico”, una suerte de cara visible del país más grande y poderoso de la Península Arábiga.
El viaje de Messi a Arabia Saudita
El pasado fin de semana el astro del fútbol argentino volvió a visitar Riad, la capital saudí, junto a su familia y se perdió uno de los entrenamientos del club con el que tiene contrato hasta junio, el Paris Saint Germain (PSG) que es propiedad del estado qatarí. Más allá de los motivos, esto no cayó bien en el pequeño emirato que maneja los hilos del club francés desde que lo compró en 2011. Según medios franceses, la penalización contra el campeón mundial fue dura: Messi no podrá jugar los próximos dos partidos, entrenar con el equipo o cobrar la totalidad de su salario mensual (que supera los 3,3 millones de dólares).
Si bien se especuló con que Messi tenía los días contados en París por otros motivos, la sanción con motivo de su paseo por tierra saudita habría obedecido a los altos mandos de Doha. En tanto, el asunto que pareciera ser a priori de índole deportiva salpica también la geopolítica de Medio Oriente, una zona estratégica que todavía sufre el eco de la Primavera árabe y los efectos de la lucha por la hegemonía regional y por el control de los mercados de energía.
La rivalidad entre Doha y Riad
La Península Arábiga es la más grande del mundo y está situada en una zona estratégica que une Europa, Asia y África. Sin embargo, lo que la hace uno de los puntos críticos del globo es la abundancia en petróleo y gas. Desde la década del setenta, la producción masiva de estos recursos permitió a los países que la conforman acumular una riqueza extraordinaria (conocida popularmente como “petrodólares“) y posicionarse el centro de agenda global al controlar los precios de lo que era la principal fuente de energía.
El reino de Arabia Saudita, por su parte, es el mas grande en términos geográficos y económicos y se estima que cuenta con el 20% de las reservas de petróleo del mundo. Qatar, por otro lado, es el único país peninsular y sus dimensiones no se comparan con su gigantesco vecino, que alberga además a las míticas ciudades Meca y Medina. Sin embargo, tiene la tercera reserva de gas natural mas grande del mundo, uno de los mayores PBI per capita y además cumplió un rol fundamental a nivel geopolítico en la etapa posterior al proceso revolucionario conocido como la Primavera Árabe.
“Son dos países que están históricamente muy entrelazados. Qatar de alguna forma siempre estuvo bajo la sombra de Arabia Saudita, pero en las últimas décadas empezó a desplegar cierta política exterior autónoma”, explicó a PERFIL Kevin Ary Levin, sociólogo y máster en estudios de Medio Oriente de la Universidad de Columbia.
“Lo que viene dividiendo a los dos países en el último tiempo tiene que ver con el vacío de poder que se generó en la región a partir de la Primavera Árabe. Arabia Saudita lo vio como un tiempo de amenazas, de necesidad de controlar daños y de apoyar fuerzas más conservadoras en la región; mientras que Qatar lo vio como una oportunidad para justamente hacer lo contrario”, explicó.
Doha, por su lado, fue acusado de apoyar grupos que “luchaban en nombre de la democracia o por alguna revuelta popular”. Esto le valió la ruptura de relaciones diplomáticas en 2017 con el reino de Arabia Saudita y otros países que le impusieron un bloqueo al emirato tras acusarlo de servir de plataforma para grupos terroristas, entre ellos a los Hermanos Musulmanes, Hamas o incluso Al Qaeda, incluso a través del medio qatarí Al Jazeera. “Qatar apoyó fuerzas que intentaban subvertir y reemplazar el orden existente y esto generó muchas tensiones entre ambos países que se encontraron en muchos focos de disputa en bandos opuestos”, explicó el especialista.
La competencia en el mundo del deporte
El 5 de enero de 2021 Riad anunció el fin del bloqueo a Doha y se restablecieron las relaciones bilaterales, reabrieron sus fronteras y embajadas. “Desde ese momento fueron recomponiéndose. De hecho, me pareció simbólico ver al emir de Qatar hinchando por los saudíes en el partido Argentina y Arabia Saudita. Hoy hay gestos de acercamiento entre Irán y Arabia Saudita. En este nuevo contexto, hay motivos para desprenderse de parte de la tensión teniendo en cuenta que buena parte de la sospecha saudí hacia Qatar era por sus vínculos positivos con Irán”, cerró Ary Levin.
Su rivalidad, en tanto, se trasladó a otras áreas, entre ellas la deportiva. A través de sus inversiones multimillonarias, en la última década los estados árabes se convirtieron en actores importantes en el mundo del fútbol y otras competencias. El primero en generar impacto fue el estado qatarí a través de sus mas de cien compañías deportivas entre ellas Qatar Sports Investments, dirigida por Nasser Al-Khelaifi, que en 2011 compró el 70% del PSG por un valor cercano a los 70 millones de dólares más la absorción de las multimillonarias deudas.
Desde entonces, Doha hizo lo suyo para intentar convertirse en la capital del deporte hasta que coronó el proceso convirtiéndose en el primer país árabe en ser sede de la Copa del Mundo de FIFA 2022, que según cálculos privados le habría costado 200 mil millones de dólares. Además, contrató a David Beckham, símbolo del fútbol internacional para que sea su embajador, tal como hicieron los saudíes con Messi y algo que fue criticado por oenegés internacionales de derechos humanos.
Al tironeo entre Arabia Saudita y Qatar por la figura de Lionel Messi se suma la disputa para ser anfitrión de otros certámenes como la Copa Asiática 2027, los Juegos Asiáticos 2030 (Doha) y los de 2034 (Riad). El reino saudí, por su parte, se prepara para disputar la sede del Mundial de fútbol 2030 y en el mundo del fútbol ya se hizo del club inglés Newcastle United en 2021.
Por Cecilia Degl’Innocenti-Perfil