La organización de las juventudes del partido ultraderechista Alternative für Deutschland (AfD) fue calificada de “extremista de derechas” en Alemania. Según las autoridades, el grupo representa un peligro para el orden democrático y por ello aumentarán los niveles de vigilancia. El problema es que su cercanía con AfD pone bajo la lupa el accionar de un partido con 15 puntos de intención de voto. ¿Estamos frente al inicio o el fin de la radicalización de la ultraderecha?
Si en Alemania hubiese elecciones el próximo fin de semana, la ultraderecha volvería a ser el tercer partido más votado del país detrás de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y el partido socialdemócrata (SPD). Esto indica el promedio de todas las encuestas realizadas durante los primeros días de mayo de este año.
Alternative für Deutschland (AfD) vive su mejor momento en intención de voto desde hace cinco años. Sin embargo, su ascenso actual podría esfumarse en muy poco tiempo debido a la organización que nuclea a sus juventudes, Junge Alternative (JA).
La Oficina Federal de Protección de la Ley Fundamental (BfV), que se ocupa de proteger el orden democrático en el país, categorizó a JA como a una “organización extremista de derechas” y con ello la puso bajo vigilancia especial y, en consecuencia, corre peligro de ser prohibida.
Esta organización estaba siendo monitoreada desde 2018 por el Estado alemán a raíz de sus posicionamientos radicales y xenófobos y su llamado a luchar por una sociedad homogénea étnicamente, entre otras expresiones.
Un discurso que se corresponde con la definición oficial de extremista de derecha que difunde aquella oficina gubernamental. Esta situación representa un problema para AfD desde diversos ángulos, especialmente, desde su reputación ante el electorado alemán: ¿Es AfD un peligro para la democracia?
¿Qué significa ser calificado como extrema derecha en Alemania?
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y con la posterior constitución de Alemania Federal en 1949, sus principales dirigentes políticos se enfocaron en construir un sistema que impida que algo como el nacionalsocialismo se volviese a repetir. Es por ello que se idearon mecanismos de control interno que estuviesen atentos ante la aparición o desarrollo de organizaciones políticas que pudiese subvertir el orden democrático o incluso ponerlo en riesgo. Uno de ellos fue la mencionada Oficina Federal de Protección de la Ley Fundamental (BfV).
No son pocos los casos de grupos u organizaciones que fueron detectados y vigilados por estos mecanismos. Agrupaciones neonazis, fascistas o abiertamente racistas como el Movimiento Identitario, entre otras, son ejemplos de ello. La evidencia recolectada a lo largo del proceso de investigación puede culminar en la prohibición del grupo en cuestión.
Justamente en esa instancia de revisión y vigilancia, se encuentra a partir de ahora la organización de juventudes que se asocia a la ultraderecha en Alemania, Junge Alternative (JA). Y el problema para el partido es que los lazos con ella son sumamente estrechos, más allá de que en noviembre de 2015 un congreso federal de AfD la había desconocido oficialmente como parte orgánica de su estructura.
En efecto, el líder de JA, Hannes Gnauck, es diputado federal de AfD desde 2021. Además, muchos miembros de la organización trabajan con otros representantes de esa fuerza política en el Parlamento Federal y en algunos regionales. Asimismo participan en acciones públicas o actos de campaña de forma conjunta.
El impacto en AfD
Hasta ahora, la cúpula de AfD se ha limitado en criticar la decisión de categorizar a la JA como una organización de extrema derecha y ha manifestado su intención de llevar el caso a la Justicia. En un comunicado de prensa firmado por sus líderes, Alice Weidel y Tino Chrupalla, emplean la narrativa de la victimización acusando una persecución de posiciones opositoras. Al mismo tiempo minimizan las expresiones violentas y de fomento del odio que despliega la JA.
Desde un punto de vista técnico, la situación para el partido no ha cambiado. No obstante, su cercanía evidente con un grupo categorizado como formación de extrema derecha puede dañarla desde diversos frentes. Por un lado, aquel 15% del electorado, que en algunas regiones supera incluso el 25%, puede dejar de ver a AfD como una forma de expresar su enfado con el Gobierno federal por otras problemáticas de actualidad como la inflación, por ejemplo. En lugar de eso, la fuerza ultraderechista pasaría a representar una amenaza al orden democrático y con ello perdería apoyos.
Por otro lado, tanto su estructura organizacional como de movilización podría verse afectada. No son pocos los funcionarios que trabajan en distintos estamentos y oficinas de la Administración pública del país a diferentes niveles. En su caso, colaborar, militar y hasta mostrar simpatía por una oferta política incapaz de alejarse de personas y grupos calificados de extrema derecha puede poner en peligro su puesto de trabajo. Esta situación eliminaría muchos de los incentivos para apoyar activamente al partido, debilitando en consecuencia sus estructuras.
La confianza en la democracia
Pese a todo, la narrativa mencionada previamente sobre la victimización no puede ser subestimada. Tal como sucede con otras expresiones ultraderechistas en el mundo, una porción relevante de los votantes de este tipo de partidos abonan las posiciones antigubernamentales y son muy propensos a adherir a teorías conspirativas. En este contexto, es posible que los sectores más desencantados con el rumbo político del país encuentren razones para acercarse a AfD.
Según un estudio publicado en octubre de 2022 de Infratest dimap, el 88% de los alemanes considera a la democracia como “una buena forma de gobierno”, mientras que el 9% considera lo contrario. Si analizamos este dato dividiendo a Alemania entre Este y Oeste como cuando el muro de Berlín todavía estaba en pie, este dato cambia. De hecho, en el Este, es decir en el sector excomunista, el porcentaje de ciudadanos que no considera a la democracia como una buena forma de gobierno asciende a 17%.
Teniendo en cuenta que AfD consigue actualmente en esa región oriental entre el 25% y el 30% de los votos, según diversas encuestas, resulta preocupante, pero no necesariamente descabellado, pensar en un escenario de polarización y profundo desencanto hacia ciertas instituciones democráticas. O incluso hacia ciertas políticas públicas que apunten a la construcción de sociedades plurales y abiertas. Allí tomarían fuerza los discursos extremistas como el de JA y eventualmente la ultraderecha se sentiría legitimada en su proceso de radicalización.
Por Franco Delle Donne-France24