Se sabe que la ansiedad es uno de los males más extendidos de la vida actual. Si se le pregunta al ChatGPT qué es la ansiedad la respuesta parece una buena radiografía de la situación argentina: “La ansiedad es una respuesta emocional normal y adaptativa que experimentamos en situaciones de peligro o estrés. Es una sensación de miedo, aprensión o preocupación excesiva ante situaciones que percibimos como amenazantes o desafiantes”.
El pasado que vuelve. Si se observa la sensación que genera en la sociedad las próximas elecciones presidenciales, el principal atributo que se debe descartar es el entusiasmo, se podría pensar que más bien sucede todo lo contrario. En todas las elecciones desde el 83 en que se votó presidente, se generó algún nivel de expectativa o esperanza, hoy esto no pasa. Quizás la situación actual se puede homologar a la elección de 2003 (precisamente veinte años atrás). Se iba a elegir al sucesor de quien no terminó su mandato, y el país venía de dos años de convulsiones que lo puso de cara a su propia desintegración. Se debe recordar que Eduardo Duhalde no pudo terminar esa suerte de suplencia que asumió para salir del Plan de Convertibilidad y tuvo dificultades para seleccionar a su propio continuador, que terminó siendo el entonces poco conocido gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner.
Así como solo somos capaces de percibir una parte muy parcial de la realidad que nos envuelve, Duhalde no pudo ver que estaba fundando una dinastía que sería su propio enterrador. Cristina Kirchner, protagonista de aquella historia, quiso evitar a toda costa que se repitiera, restringiendo el apoyo (para ser suave) a la candidatura de Daniel Scioli en 2015 (que ella misma había seleccionado) y cuatro años más tarde colocándose segunda en la fórmula con Alberto Fernández. Evidentemente no hay forma de escapar del destino. En aquella elección histórica Carlos Menem y Kirchner sacaban 24,4 y 22,2% respectivamente, luego Ricardo López Murphy. Adolfo Rodríguez Saá y Elisa Carrió se ubicaban con entre 14 y 16 puntos. La historia contrafáctica sugiere que Menem hubiera tenido chances en el ballottage, pero el peso de la historia lo hizo defeccionar.
40 años de soledad. Los futuros venturosos que prometieron Alfonsín, Menem, Kirchner, Cristina y Macri no llegaron nunca. En ese sentido no es raro que Alberto Fernández se haya convertido en la etapa de comedia de la tragedia argentina. Tampoco sorprende que el espíritu demoledor comience a ser predominante en una parte de la sociedad argentina. La idea de la demolición coordina bien con la ansiedad. Romper todo puede ser liberador. Desde aquí se puede pensar que Javier Milei es un emergente social, una parte de la sociedad invisible y desesperada encontró en Milei, casi por accidente, una referencia táctica. A partir de este encuentro impredecible, el libertario comenzó a armar un programa de gobierno basado en la teoría económica de la escuela austríaca, pero esta doctrina (como la mayoría) está pensada para un país normal, por lo cual se deben forzar muchos de sus principios para su funcionamiento en Argentina. Pero este programa responde más a las preguntas de las infinitas entrevistas que sostuvo en estos años, que a una real demanda de sus potenciales votantes, que sólo desean vivir en el anonimato y que alguien se ocupe del país, en síntesis, un salvador.
El dinero no es todo (pero cómo ayuda). La teoría subjetiva del valor es el corazón de los planteos de los economistas Carl Menger, Ludwig von Mises y Friedrich Hayek (padres de la escuela austríaca). Estos explicaron (discutiendo con el marxismo) que el precio de un bien es subjetivo y varía según las necesidades, deseos y preferencias de los agentes. Desde esta perspectiva toda política pública que intente interferir en la formación de precios está destinada al fracaso. Un elemento interesante casi sociológico que plantea Hayek en Camino de Servidumbre y otros trabajos, es que los precios de mercado tienen la función de coordinar decisiones y expectativas de los agentes, no tan distinto a lo que expresó Niklas Luhmann en Complejidad y modernidad o Georges Simmel en Filosofía del dinero. Éste último consideraba al dinero como una forma de comunicación, y mostraba cómo el aumento de la velocidad de circulación de dinero se relacionaba con la propia aceleración de la vida. Otra forma de interpretación de la ansiedad argentina.
Volviendo a Milei, en su breve trayectoria política ha ido simplificando sus explicaciones para arribar a tres puntos clave: la furia como marca estética, la dolarización como política para transformar al país, y la casta como antagonista. Los tres elementos puestos juntos causan tanta fascinación como temor. La elaboración de heurísticos exitosos (expresiones directas que simplifican su cognición) es el secreto de una construcción electoral que traspase las clases sociales, las edades y la geografía.
La amenaza latente de que el peronismo pueda salir tercero en las elecciones presidenciales (primarias y generales) volvió a activar las demandas para que Cristina sea la candidata por el Frente de Todos (o como se rotule en el futuro). Es una apuesta arriesgada en términos políticos y personales para la vicepresidenta. Una cosa es pensar que moviliza a buena parte del electorado, y otra contar los votos en un domingo invernal. Sin embargo, parte de sus adherentes más fieles también la consideran destinada a salvar al país. Por lo pronto en sus dos últimas presentaciones públicas se autoimpuso hablar de economía, tema virtualmente vedado, tanto en el macrismo como en el peronismo. No obstante, si se lanzara al terreno electoral le será difícil explicar porqué la dolarización es el demonio y el cepo cambiario el paraíso para cuidar las reservas. También en su campaña Cristina deberá dar cuenta, especialmente hacia su electorado, de la propia gestión de Alberto F, obra y gracia de su lapicera, algo que ha evitado estos años. Cómo podrá sortear estos y otros obstáculos serán desafíos mayúsculos.
Por Carlos De Angelis – Perfil