Los turcos votarán este 14 de mayo en elecciones presidenciales y parlamentarias que decidirán si Recep Tayyip Erdogan sigue ocupando el poder, como desde hace 20 años, o una alianza opositora finalmente lo desplaza, en unos comicios en los que también hay cuestiones geopolíticas de primer nivel en juego.
Unos 62 millones de turcos están habilitados para votar este domingo 14 de mayo en la primera vuelta de las elecciones de las que surgirán 600 nuevos miembros del Parlamento de este país euroasiático, y un presidente que elegirán básicamente entre el actual, Recep Tayyip Erdogan (69), en el poder desde 2003, el candidato de la opositora Alianza por la Nación, Kemal Kiliçdaroglu (74).
En un escenario de empate técnico con poco más de 40% cada uno según los sondeos, otros candidatos pueden influir en el resultado final de estos comicios, que estaban previstos para junio pero el gobierno adelantó a mayo con fines electorales: el ultranacionalista Sinan Oğan, que disputará votos conservadores con Erdogan, y Muharrem İnce, quien por izquierda hará lo mismo con la principal coalición opositora, que desde 2017 gobierna las ciudades de Estambul y Ankara, la capital.
En el sistema electoral turco, si en la primera vuelta ningún candidato supera el 50 por ciento de los votos, los dos más votados resuelven la elección en ballotage, que en este caso se da por descontada y tiene fecha prevista para el 28 de mayo, en el año del centenario del nacimiento de la república laica fundada por Mustafá Kemal Atatürk (1923), primer presidente del país. La participación electoral en el país oscila entre el 80% y el 90% y los resultados definitivos se conocerán el 19 de mayo.
Los comicios también ponen en juego el rol diplomático de Turquía en varios frentes. Uno, el de las relaciones con la Unión Europea (UE) y la alianza militar transatlántica OTAN que integra Turquía, jugador clave en la seguridad de la región y en la contención de olas de refugiados hacia el Oeste. La otra, el dinámico tablero geopolítico en Medio Oriente, que incluye la guerra civil en la vecina Siria y nuevas alianzas en el mundo musulmán, entre países árabes y con Irán.
Los turcos votarán en un escenario político polarizado por la eventual continuidad de Erdogan, pero también atravesando una severa crisis económica, definida por la devaluación de la lira turca frente al dólar y una inflación que durante el último año y medio, azuzada por el impacto de la guerra en Ucrania, roza el 80%.
Dos elementos adicionales claves y difíciles de anticipar en su reflejo electoral serán el voto por primera vez de seis millones de jóvenes (7% del padrón, quienes sólo han conocido una Turquía gobernada por Erdogan) y la reacción de las diez provincias del sudeste y noreste -un tercio de la población- afectadas por los terremotos de febrero pasado (casi todas ellas son bastiones electorales de Erdogan), que causaron al menos 46 mil muertos (y otros 7 mil en la vecina Siria).
Erdogan llegó al poder en 2003 (hasta 2014 como primer ministro, luego presidente) favorecido por las críticas al gobierno de entonces por la gestión de otros graves sismos que en 1999 causaron 18 mil muertos. Críticas como las que recibe ahora, por la administración e inversión de los fondos que el Estado recauda desde entonces para destinar a tales emergencias, cuyo impacto económico se estima en el caso de esta última en varios puntos del PIB (700.000 millones en 2022).
Las elecciones pueden arrojar resultados cruzados, esto es, una mayoría parlamentaria de Erdogan bajo la presidencia de Kiliçdaroglu, o al revés. La reforma política de 2018, que dio amplios poderes al Ejecutivo, permitirá paradójicamente a la actual oposición neutralizar futuros bloqueos en el Congreso.
Opción opositora
Kiliçdaroglu, llamado “el Gandhi turco” y derrotado por Erdogan en nueve elecciones anteriores, es candidato por la mayor fuerza opositora, el socialdemócrata Partido Republicano del Pueblo (Cumhuriyet Halk – CHP), ahora al frente de una Alianza Nacional de seis partidos (CHP, DEVA, DP, IYI, GP y FP, o Mesa de los Seis) que enfrentará a la Alianza del Pueblo liderada por Erdogan.
La coalición incluye a kurdos, conservadores moderados, derechistas e izquierdistas unidos detrás de la causa común de un cambio y opuestos al carácter religioso que el presidente le volvió a imprimir a la gestión política en un país formalmente laico, aunque la defección del ex CHP Ince puede debilitar ese esfuerzo, al menos en la primera vuelta.
“Todos juntos estableceremos el poder de la moralidad y de la justicia”, afirmó Kiliçdaroglu al aceptar la candidatura. “Como Alianza Nacional, dirigiremos Turquía sobre la base de la consulta y el compromiso. La ley y la justicia prevalecerán”, dijo.
La complejidad política de un futuro gobierno opositor tras 20 años del nacionalismo conservador y musulmán de Erdogan quedaron expuestas en marzo, cuando la alianza electoral que lo enfrenta estuvo al filo de romperse. Meral Aksener, líder del nacionalista Iyi, segundo partido en importancia, rechazaba de plano la candidatura Kiliçdaroglu, quien acabó convenciéndola de la conveniencia de su liderazgo.
Por otro lado, en dos décadas de gobierno Erdogan y su Partido de la Justicia y el Desarrollo (Adalet ve Kalkınma Partisi-AKP) se aseguró el mínimo necesario de tres quintas partes del Parlamento para revertir las reformas institucionales de fondo que introdujo el gobierno, además del control de instituciones políticas claves, como el Consejo Supremo Electoral y los medios de comunicación.
Una “Ley de desinformación” de 2022 estableció el control sobre las redes sociales. Un 90% de los medios turcos están controlados por el gobierno o sus aliados, según Reporteros Sin Fronteras, lo que garantiza una cobertura muy favorable para el presidente, que en abril mereció casi 33 horas de cobertura en el principal canal de televisión estatal, contra 32 minutos de Kilicdaroglu, según la oposición.
En las anteriores elecciones, de 2018, la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa concluyó que Erdogan y el oficialista AKP dispusieron de “una ventaja indebida, incluida la cobertura excesiva por parte de medios públicos y privados afiliados al gobierno”.
El factor kurdo
El opositor progresista Partido Democrático del Pueblo (HDP) de Turquía, pro-kurdo, y sus aliados dieron un empujón indirecto a la alianza anti Erdogan y su búsqueda de un triunfo en primer vuelta con más del 50%, al retirar un candidato a presidente y limitar su competencia al Parlamento, como Partido de la Izquierda Verde, para evitar un veto del Tribunal Constitucional.
Ya en los comicios locales de 2019, la cooperación del HDP con la oposición permitió desplazar al oficialismo de las principales ciudades. El partido pro kurdo es el tercero más grande en el Parlamento, con más del 10% de apoyo en todo el país y su antiguo líder, Selahattin Demirtas, encarcelado desde 2016. “Debemos poner fin al régimen de Erdogan y darle una oportunidad a la democracia”, dijo ahora.
El HDP ha sido perseguido judicialmente, con miembros, legisladores y 150 alcaldes destituidos y encarcelados desde que en 2015 fracasó una negociación de paz del gobierno con el izquierdista e independentista Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), considerado grupo terrorista y al que según el gobierno los pro kurdos han apoyado en la actividad armada que desplegó en el sudeste desde Siria.
Fronteras afuera
Desde la UE, la elección es seguida muy de cerca, porque puede implicar cambios importantes en un sistema político que observan con graves limitaciones democráticas y contradictorio con los estándares institucionales del bloque, del que sin embargo Turquía es un socio estratégico en el Este, sobre todo para gestionar el flujo de cuatro millones de refugiados a Europa que provoca el conflicto en Siria.
Bruselas acordó con Erdogan financiar la contención de esa ola migratoria, pero la oposición liderada por Kiliçdaroglu aboga además por el retorno voluntario de los refugiados a Siria y, si es necesario, renegociar el acuerdo alcanzado por Erdogan.
Turquía firmó un acuerdo para una Unión Aduanera con la UE en 1995 y fue reconocido oficialmente como candidato a la plena adhesión al bloque en 1999.
Pero el año pasado el pleno del Parlamento Europeo decidió (448 votos a 67, con 107 abstenciones) que Turquía seguía sin hacer avances en reformas y descartó negociar la adhesión con Ankara, a la que reprocha el incumplimiento sistemático de compromisos para ello, además de violaciones a los derechos humanos.
Está también pendiente el conflicto con Grecia por el estatus de Chipre y la discusión de una eventual solución de dos Estados en la isla, parcialmente ocupada en 1974 por fuerzas turcas que permitieron en 1983 la proclamación de una República Turca del Norte de Chipre (RTNC).
En cuanto a la OTAN, a la que Turquía pertenece desde 1952, en el inicio de la gestión de Erdogan, su gobierno insiste en negar la incorporación de Suecia a la alianza, que procura terminar una ampliación en plena invasión de Rusia a Ucrania, a la que asiste en la guerra por todos los medios, salvo efectivos propios. En cambio, Turquía se negó a adherirse a las sanciones occidentales a Rusia.
Ankara denuncia el apoyo de Suecia a los kurdos del PKK, que también Estados Unidos y la UE consideran una organización terrorista. Estocolmo niega las acusaciones turcas y se comprometió a “impedir las actividades” del PKK y de las organizaciones terroristas, grupos o redes afiliados e inspirados en esa fuerza, pero se niega a extraditar a 120 kurdos a los que Turquía considera terroristas.
En cambio, el Parlamento turco ratificó en marzo su apoyo al ingreso de Finlandia, otro país que frente a la guerra había decidido abandonar su histórica neutralidad y sumarse a la OTAN, pero al que Erdogan le imponía el veto para acceder a la alianza militar a condición, también, de que se negara a apoyar movimientos kurdos.
Las relaciones con Estados Unidos, específicamente, se afectaron por la decisión de Erdogan de adquirir de Rusia el sistema antiaéreo S-400 (sólo recibió dos baterías desde 2017 y apenas activó una para testearla-, opción que en 2019 decidió al presidente Donald J. Trump a suspender la venta de cazas F-35. La oposición ha evitado pronunciarse sobre qué hacer en ese aspecto.
En la región,en 2020 Erdogan bajó el nivel de sus enfrentamientos, incluso con su colega Bashar al Asad en Siria (tropas turcas ocupan las regiones de Idlib, Afrin, Jarabulus y la zona entre Tell Abyad y Ras al-Ain- y se acercó a Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Egipto e, incluso, Israel. Con todo, Turquía sigue siendo la mayor fuerza militar de Medio Oriente (segunda mayor de toda la OTAN) y también su mayor economía.