Mientras las máquinas muestran una inteligencia creciente, nuestra sociedad parece estar cayendo en la estupidización. ¿Cómo podemos hacer frente al desafío de la inteligencia artificial y proteger los valores humanos que hemos construido a lo largo de los siglos?
La irrupción de la inteligencia artificial constituye un desafío sin precedentes en la historia de la humanidad. Por un lado, las máquinas están demostrando una capacidad para realizar tareas que antes sólo podían ser realizadas por seres humanos. Desde la conducción autónoma hasta el diagnóstico médico, pasando por la creación de obras de arte y la traducción instantánea, la inteligencia artificial está transformando radicalmente nuestro mundo.
Por otro lado, nuestra sociedad parece caer en la estupidización. Las discusiones ya no son racionales: hay “antirracistas” que dicen, sin inmutarse, que “los blancos” son racistas. Hay niños que no han llegado a la edad del consentimiento pero ya se autoperciben de un sexo diferente al que recibieron al nacer, y nosotros, para no herir sus sentimientos, les seguimos el juego sin medir las consecuencias de estos cambios sociales a largo plazo. Una película ha decidido africanizar a Cleopatra para agitar banderas de inclusión como si no importara demasiado que la emperatriz perteneciera en realidad a la cultura macedónica. Los ejemplos son recientes, pero podríamos seguir enumerando. Todo indica que mientras la IA avanza, nuestra capacidad para pensar críticamente y para distinguir entre lo verdadero y lo falso se está erosionando.
Sabemos que la automatización puede reemplazar a los trabajadores humanos, lo que plantea desafíos económicos y sociales significativos que ya estamos enfrentando y que aún no hemos resuelto. Otro de los mayores riesgos de la inteligencia artificial es que puede perpetuar y amplificar los sesgos y prejuicios humanos. Si los algoritmos se entrenan con datos sesgados, pueden replicar y amplificar los mismos prejuicios en sus resultados. Pero el peligro de mayor importancia ya está con nosotros: surge del carácter exponencial de la evolución de estas inteligencias no humanas. Muchos expertos en estos desarrollos -desde Elon Musk hasta el padrino de la IA, Geoffrey Hinton- ya han propuesto a los estados que regulen, frenen momentáneamente o suspendan estos estudios. Otros, más optimistas o abiertamente resignados frente a la inminente llegada de la Singularidad, prefieren decirnos que aceptemos esos avances o nos limitemos a modificar nuestro sistema jurídico de un modo paulatino. Pero el peligro, para algunos, es inquietante. El reconocido físico Stephen Hawking aseguró, años atrás: “Podemos enfrentarnos a una explosión de inteligencia que, en última instancia, resulte en máquinas cuya inteligencia supere a la nuestra en más de lo que la nuestra supera a la de los caracoles”.
Sin embargo, la inteligencia artificial también ofrece oportunidades para abordar algunos de los desafíos más apremiantes de nuestra época. Desde la lucha contra el cambio climático hasta el diagnóstico precoz de enfermedades, la inteligencia artificial puede ayudarnos a resolver problemas que parecían insolubles. El desafío, en última instancia, es adaptar lo humano a estos avances al mismo tiempo que éstos se adaptan a nuestras necesidades. Esto significa invertir en educación y formación, para que las personas puedan adaptarse a las nuevas oportunidades y desafíos. También significa trabajar para garantizar que la inteligencia artificial se use de manera responsable y ética, y que se protejan los derechos humanos y la dignidad.
Al mismo tiempo, debemos defender los valores humanos que hemos construido a lo largo de los siglos, pues, a diferencia de las máquinas, nuestros prejuicios son tan sutiles como las diferencias entre una y otra persona: crear un espacio seguro para todo aquel que se aparta de la norma (¿cuál de todas ellas?) es tan ilusorio como inútil. La solución ya está en la raíz de nuestra cultura: son los valores ciudadanos, hoy devaluados por la cultura del espectáculo. Tolerancia hacia las opiniones diferentes, respeto por las otras personas -las que vivieron, las que viven y las que aún no han nacido-, coraje para afrontar las ofensas recibidas, perseverancia para lidiar con las limitaciones propias y ajenas y otros desafíos propiamente humanos que, por el momento, no pueden ser resueltos con algoritmos. Las tradiciones, las leyes y los acuerdos que hemos creado como especie deben seguir siendo fundamentales para nuestra sociedad. Esto incluye los valores democráticos, la libertad, la familia y la propiedad. No es bueno olvidar que el destino siempre estará hecho a la medida humana: aún en un futuro muy lejano, cuando estemos fusionados a la tecnología, lo relevante será saber si pervive eso que llamamos conciencia, ese fantasma en la máquina que nos hace personas.
Es en esto último, en la prueba misma, personal e intransferible, de ser nosotros -de no ser un clon o una simulación de nosotros mismos- donde reside la diferencia entre los humanos y el resto de las criaturas -naturales o artificiales-. La inteligencia artificial es una herramienta poderosa y transformadora, pero no puede reemplazar lo que hace que la humanidad sea especial. Nuestra capacidad para crear, para amar, para pensar y para soñar seguirá siendo “nuestra”. Si podemos aprovechar la inteligencia artificial de manera responsable y proteger nuestros valores humanos más fundamentales, la tecnología y la humanidad trabajarán en armonía, pero ¿hasta cuándo? La explosión de inteligencia es imprevisible y no se detendrá.
Somos optimistas: debemos abrazar el desafío de la inteligencia artificial con una actitud abierta y colaborativa, dispuestos a aprender y a adaptarnos a medida que avanzamos. Pero sin recordar quiénes somos, sin priorizar lo humano en sentido trascendente frente a supersticiones (ideologías de género, posthumanismo o transhumanismo radical, animalismo, etc.) que nos son impuestas desde algunos centros del poder, ligados al progresismo, no podremos construir una sociedad justa, libre y sostenible, que refleje lo mejor de lo que somos como seres humanos, y nuestra conciencia terminará secuestrada por un entorno infinitamente inteligente pero completamente indiferente a los ideales que fueron y siguen motivando la acción humana: vida, amor, libertad, felicidad, trascendencia.
Por Fernando León