Es una campaña presidencial inusual. Se la podría clasificar como desganada, melancólica, apagada.
Contactos. Los candidatos tienen que hacer esfuerzos para salir bien parados en sus recorridas para tomar contacto con “el territorio”. Se trata –en plan de mínima– de no pasar ningún mal momento, evitar los insultos. Esto hace que gran parte de las presentaciones públicas sean en entornos amigables y muy organizados, que luego son criticados por falta de espontaneidad. En todas las formaciones políticas sucede lo mismo: cuando cualquier candidato o candidata se cruza con alguna persona de a pie, recibe dos pedidos simples e imposibles: que paren la inflación y la inseguridad. El hilo rojo que reúne ambos fenómenos es tanto invisible como indecible.
La característica de las demandas es clara: lo demás se puede ir viendo, pero la inflación y la inseguridad se deben terminar en forma urgente. Es como un paciente con alta fiebre que reclama a su médico medicamentos antifebriles, antes que ver qué causó la alta temperatura. El problema es que no hay respuesta clara para las requisitorias, o mejor dicho la política no sabe cómo lograr ambas cosas.
Con respecto a la inseguridad, las propuestas suelen centrarse en “camarificar” todo lo posible, es decir colocar cámaras en todas las esquinas, medios de transportes, etc. Sobre la inflación, desde las tribunas progres se lanza que es un problema multicausal. Aquí hay largas cadenas de eventos y se trata de explicar que tomando determinadas medidas en algún momento bajará la inflación. Desde las posturas conservadoras, todo se reduce a un problema monetario; traducido: el problema de precios reside en el Estado, en el gasto público. Aquí la solución es simple: apagar una máquina, dejar de emitir. Hay algo de sentido común aquí: algo que aumenta su disponibilidad disminuye su valor. Hoy Estados Unidos y Europa padecen una inflación desconocida para las nuevas generaciones por las decisiones monetarias pospandemia. Un país solo puede aumentar su stock de circulante en la medida en que aumenta su productividad.
Multimarca. Del lado multicausal de la explicación hay que definir cómo se estructura la cadena de significantes, para exorcizar un mensaje implícito: “No tenemos la menor idea”. Obviamente, la emisión monetaria en Argentina está relacionada con el déficit fiscal casi crónico del Estado. ¿Y por qué? preguntaría la desconcertante Barbie de Greta Gerwing. Por qué el Estado, a lo largo de las décadas, se ha ido haciendo cargo de un conjunto de acciones y actividades que el sector privado (industrial y comercial) fue abandonando tras sucesivas crisis, reingenierías y modernización. Fue un proceso lento e invisible profundizado con el tiempo. Un acelerador también fue el propio Estado con el modelo privatizador de los 90. Por ejemplo, en los ferrocarriles gran parte de la plantilla fue indemnizada tras el cierre parcial (“ramal que para, ramal que cierra”) para finalmente muchos caer en la pobreza.
También el Estado ha financiado directa o indirectamente al sector industrial más poderoso, ya sea con seguros de cambio, protección arancelaria, importaciones baratas o energía subsidiada. Incluso el sistema jubilatorio, que hace tiempo pasó de ser de reparto (activos/pasivos) a tener que financiarse de los impuestos generales. En este marco, incluso parte de los impuestos a la compra de dólares ha pasado a financiar a la Anses. No se trata solo de un Estado grande, sino capilarizado con la sociedad civil.
Laberinto con techo. Desarmar este entramado profundo donde se combinan derechos consagrados con un diseño institucional complejo suena a utopía y genera miedo. Sin ir más lejos, algunas promesas sobre el litio chocan con el artículo 124 de la CN, donde “corresponde a las provincias el dominio originario de los recursos naturales existentes en su territorio”.
Por todo esto, la discusión más interesante de la campaña se organiza alrededor del cepo cambiario. Cómo gestionar la cuenta corriente y de capitales es un tema central alrededor del capitalismo argentino. Cristina Kirchner viene sosteniendo que el principal impulsor de la inflación es el dólar, y propone un férreo control de capitales. En el otro rincón, Javier Milei propone la dolarización total. Sobre el control cambiario existe una vasta y reciente práctica (2011-2015 y 2019-2023), en cambio sobre la dolarización total las experiencias más cercanas hay que buscarlas en El Salvador o Ecuador. No obstante, la convertibilidad tenía un extremo que implicaba que todos tenían la opción de pasar sus pesos al dólar. El sistema se sostuvo hasta que gran parte de los ahorristas fueron a buscar sus depósitos en dólares. Solo había cajas vacías. El 1° de diciembre de 2001 Cavallo y De la Rúa impusieron el corralito. Ya se conoce la historia posterior.
Más allá de todo, existe un consenso en que se debe levantar el cepo. La pregunta es cómo y sobre todo a qué ritmo. Patricia Bullrich plantea que se debe sacar desde el primer día, Horacio Rodríguez Larreta dice que es una locura y que va a llevar al menos un año. Los críticos a la posición de Bullrich plantean que quitar el cepo de una vez podría corregir al dólar a un punto de equilibrio desconocido si no se cuenta con las reservas para hacer lo que se llama flotación sucia (con el Banco Central operando en su mesa de dinero). A partir de las críticas, Bullrich mostró una carta inesperada: tendría un apoyo de unos 35 mil millones dólares. Sin dejar pasar mucho tiempo, contó que el “salvador” sería el FMI, que otorgaría un “blindaje”. Esta expresión trajo tal revuelo para que incluso Chrystian Colombo saliera de su mutismo de décadas para relatar cómo fue el blindaje de 2000, cuando era jefe de Gabinete de Fernando de la Rúa.
La propuesta aceleradora de Patricia Bullrich causó una pequeña conmoción en un momento clave de la campaña electoral, cuando parecía que su triunfo sobre Rodríguez Larreta estaba casi asegurado. Se abre el enorme interrogante sobre el impacto electoral de sus declaraciones. Algunos comentaristas creen que simplemente apuntó al círculo rojo, otros sin pudor lo comparan con el “cajón de Herminio”. En el medio se cree que, en una campaña con más dudas que certezas, intentó mostrar solidez en sus palabras. El 13 de agosto, a eso de las 22, se conocerá el veredicto.
Por Carlos De Angelis – Perfil