María Belén Arce Batalla y Darío Escobar tuvieron su primer contacto por una aplicación de citas y tardaron 4 años en verse las caras, pero ya sabían todo uno sobre el otro porque siempre estaban de lo cotidiano de sus vidas. La noche que cenaron juntos, el diálogo permanente, la llegada de Emma y la enfermedad que los puso en jaque
María Belén Arce Batalla no podría tener un nombre más significativo. Porque el arce es un árbol con raíces gruesas y fuertes y, encima, su apellido va acompañado del verbo batallar en presente indicativo. Como si eso no fuera suficiente la bautizaron María Belén y ella resultó ser una persona de una gran fe cristiana que se aferra a Jesús y a su estrella como guías en los momentos más álgidos. Esta luchadora tenaz tiene 38 años y quiere relatarnos su historia de amor y la pelea que dio con su pareja Darío Escobar (48 años, recién trasplantado de riñón) por la salud de él. Belén asegura que tiene dos mensajes importantes para dar: que con esfuerzo todo se consigue y que la sociedad debe saber lo importante que es la donación de órganos.
La escuchamos.
El sacerdote amigo
Belén nació en la provincia de Corrientes el 12 de febrero de 1985. Su papá, quien es para ella su superhéroe, se llama José, tiene 71 años y trabajó como maestro mayor de obras. Su mamá Carmen (67), sus dos hermanos y sus abuelos paternos completan la estampa de esta familia muy humilde del pueblo Monte Caseros, ubicado justo en la triple frontera de Argentina, Brasil y Uruguay. Fue el padre Tomás, un sacerdote que es su padrino, quien la empujó a estudiar: “Me recibí a los 21 años de ciencias químicas gracias a él que creyó en mí y me alentó. Hoy Tomás tiene 92 años y le estoy sumamente agradecida. Por él llegué a Goya. No es un cura común, es de los sacerdotes que trabajan y no se dejaban mantener por el clero, se llaman Sacerdotes Obreros. Él era mecánico. Es hijastro del ingeniero que construyó el obelisco. Tenía mucha plata, pero renunció a su herencia e hizo voto de pobreza. Cuando quise dejar el profesorado porque era muy caro y no podía pagarlo, Tomás me dijo que ni loca abandonara, que él me iba ayudar con la residencia y que, después, me conseguiría trabajo. Pero tenía que prometerle que me iba a recibir”.
Belén cumplió con su promesa y él también: “A los 22 años me llevó a Goya para trabajar en una escuela secundaria”
Una voz en el teléfono
El año 2012 encontró a Belén batallando con frecuentes y prolongadas hemorragias menstruales. “Los médicos descubrieron que mis hormonas sexuales se equivocaban con la grasa que mi organismo producía y eso hacía que yo tuviera sangrados que duraban hasta 45 días. Tenía un síndrome metabólico y no respondía al tratamiento. Cada tanto, tenían que limpiar mi útero con raspajes. Tuve que pasar por varias cirugías de útero. En la tercera operación creyeron que yo podía tener cáncer de cuello uterino. Mandaron a hacer una biopsia. Esos fueron los días más largos de mi vida… Y fue estando en el hospital, recién operada, que apareció por las redes quien sería el amor de mi vida.
En una red social que se llama Badoo un tipo me saludaba, de muy buena manera, diciendo: -Hola cómo estás? Al principio, no le contesté. Pensé que era un pesado. Pero a los dos días volvió a saludarme y yo estaba internada y tan aburrida que le respondí un simple: -Bien y vos? Empezamos a hablar por la red esa misma tarde. Le fui preguntando cosas porque desconfiaba. ¿De dónde era? Me dijo que era de Goya, pero que vivía en Buenos Aires. Yo dudaba si seguir conversando, pero todo lo que iba diciendo era verdad. Le pregunté por la zona donde vivía en Goya y resultó que la casa de su mamá quedaba a cuatro cuadras de donde yo estaba. Había muchísimas coincidencias. Él tenía 10 años más que yo y empecé a pensar que nos deberíamos haber cruzado por la vida porque teníamos demasiado en común. Yo iba mucho a la Iglesia y ¿podés creer que él había sido monaguillo de mi padrino Tomás?”.
Goya los unió. Belén tenía entonces unos 27 años y Ramón Darío Escobar, así se llamaba el que le hablaba en ese universo virtual, 37. Intercambiaron teléfonos y la conversación siguió por ese nuevo canal.
A la pareja los unía Goya, la madre de él vivía a cuatro cuadras de la de ella
“Lo que más me gustó fue que parecía una persona muy seria y respetuosa. Y que empezó a estar en el momento en que yo lo necesitaba sin que se lo pidiera. Los dos veníamos de parejas tóxicas y nos alentábamos el uno al otro. Mi relación no prosperaba, la de él tampoco. Hablábamos unas cuatro veces por semana y me encantaba porque me hacía reír mucho. Nos fuimos conociendo cada vez más y nos convertimos en excelentes amigos. Pero todo era por teléfono. Fueron unos cuatro años de solo hablar por ese medio sin vernos las caras”, confiesa Belén.
Bypass y amor
No se habían visto jamás en persona, sin embargo sentían que se conocían muchísimo.
Cuando Belén llegó a los 30 años decidió que tenía que alejarse de los problemas físicos y soñaba con ser madre como fuera, sola o acompañada. Pero para eso tenía que bajar mucho de peso. Valiente y decidida, decidió someterse a un bypass gástrico. Se lo realizó el 13 de febrero del año 2015 y, en poco tiempo, adelgazó 35 kilos.
Darío y Belén nunca habían coincidido en Goya al mismo tiempo. Cuando él llegaba para las fiestas, Belén ya se había ido a ver a su familia a Monte Caseros. Pero él la acompañaba desde el celular. Darío fue la última persona con la que habló Belén antes de entrar a cirugía y la primera en llamarla cuando salió del quirófano. Era su sostén a la distancia.
Belén trabajaba mucho, hacía tres turnos en la escuela, pero la cabeza y la ansiedad le jugaban malas pasadas. A finales del 2015, comenzó a padecer terribles ataques de pánico: “Empecé terapia psicológica y un tratamiento psiquiátrico. Eso me abrió mucho la cabeza. Me hizo ver que yo valía, que podía soltar lo que me hacía mal y lograr cosas en mi vida. Pude aprender a diferenciar prioridades y a darme mis tiempos”, explica haciendo memoria.
En 2016 y en pleno ataque de pánico decidió ir a ver a su hermana que vivía en Misiones. Fue estando en esa provincia que recibió un mensaje de Darío donde le contaba que la productora de televisión para la que trabajaba iba a cerrar y que en consecuencia se había quedado sin trabajo. Le dijo que iba a aprovechar para viajar a Goya a ver a su familia y que podrían conocerse.
“¡Había llegado la hora de vernos! Cuando volví de Misiones, él ya estaba en la ciudad y lo invité a cenar a mi casa. Sabía que le gustaba la comida casera. No me acuerdo qué le preparé, pero sí que saqué chipá del freezer porque sabía que le encantaba. Yo vivía en un primer piso y cuando bajé a abrirle la puerta y lo ví parado sonriendo, detrás del vidrio, me dije ¡Dios santo no permitas que peque hoy! Porque desde el primer momento en que lo vi supe que iba a ser el hombre de mi vida”.
Tenían 31 y 41 años en ese momento, pero para que la historia de amor se concrete todavía falta un trecho. Darío estaba en pareja en Buenos Aires y Belén no quería tener algo con alguien que estuviera de novio: “Esa noche fue una cena de amigos donde nos contamos nuestras historias”. Se vieron varias veces más de la misma manera.
Belén ya no creía en el amor de pareja: “No pensaba que fuera a encontrar a alguien para compartir mi vida. Venía de una larga relación desgastada con alguien de mi pueblo y con la terapia pude tomar la decisión de cortar y cerrar una etapa. Por eso, cuando conocí a Darío, me di cuenta de que él me hacía mucho bien. Me reía y me sentía segura. Una de esas noches cenamos y charlamos hasta muy tarde mientras yo hacía manualidades en género. Él me contó cómo venía tambaleando con su pareja. Cuando se fue a las 3 de la mañana nos dimos un abrazo y yo sentí algo muy especial. Cuando llegó a su casa me habló para avisarme y yo le dije que le agradecía su abrazo porque me había sanado el alma. Me respondió que iba a volver por otro abrazo igual”.
Las alianzas de la pareja
Era octubre de 2016 y Belén pensó que Darío se iba a borrar: “Pensé este se va a Buenos Aires y no aparece más. Le dije que lo iba a estar esperando, pero que tenía que volver con su vida solucionada. No quería que me lastimaran”.
Darío se fue a Buenos Aires, pero no desapareció. La siguió llamando todos los días.
“Un día me preguntó si quería desafiar mis miedos y tomarme un colectivo para ir el fin de semana largo a Buenos Aires. Y agregó que así podría ver que ya había solucionado su historia personal”.
Con una mochila llena de miedos, pero apostando a la relación, Belén se subió al ómnibus de larga distancia. Fue para el feriado del 8 de diciembre de 2016: “En esos días sí que comenzó nuestra gran historia de amor”.
El dilema de los latidos
Los viajes entre Goya y Buenos Aires se hicieron frecuentes en la primera mitad de 2017.
“La familia de él no sabía todavía que yo existía. En julio fue el cumpleaños de mi papá y lo invité a Monte Caseros. Vino a conocer a mi familia y se los ganó a todos”, relata Belén. Todo era felicidad para ellos.
Un mes después Belén empezó con síntomas de vesícula. “Todos los que tenemos bypass gástrico sabemos que es una complicación frecuente. A los dos días me operaron por laparoscopía. Darío en Buenos Aires tenía que sacarse un quiste de la frente y yo le dije que apenas me recuperara iba a viajar para acompañarlo. En septiembre fui a Buenos Aires para hacerle de enfermera. Me quedé hasta que le sacaron los puntos y aproveché para inscribir mi título de profesora en química para poder trabajar en San Martín, en la provincia de Buenos Aires. Estaba haciendo los trámites cuando me descompuse mal. Pensé que me había vuelto a dar un ataque de pánico. El 3 de octubre volví a Monte Caseros y me seguía sintiendo pésimo. Le conté a mi mamá y ella me preguntó si no podía estar embarazada. Jamás se me había ocurrido porque tenía mil problemas de salud. Pero ahí me di cuenta de que era cierto: tenía un atraso. Fui a la farmacia y me compré un test. ¡Positivo! Para mí ese fue el mejor día de mi vida”.
Belén le contó a toda su familia, pero demoró dos días en decirle a Darío. Quería estar segura de la noticia. Todo era felicidad hasta que Belén se fue a realizar la primera ecografía. La ginecóloga que le hizo el estudio no pudo escuchar los latidos y le aseguró que no había ningún embarazo.
“Era una máquina viejísima y la médica no escuchó nada. Me dijo que no había ningún bebé y que tenía que hacerme un raspaje. Reaccioné diciéndole que no me iba a hacer nada de eso porque sentía que tenía un bebé en mi cuerpo. Lloré toda la noche y me enojé con Dios. A la mañana siguiente pensé que antes que nada tenía que buscar otro médico y hacerme otro estudio. Tomé un colectivo y viajé 60 kilómetros hasta Mocoretá. Fui sola y con todos mis miedos. Ahí tenían máquinas de última generación. Apenas el médico puso el ecógrafo sobre mi panza me dijo con una sonrisa: -Escuchá al que está muerto… El corazón galopaba como un caballo. ¡Esperaba un hijo! Lo llamé a Darío en ese mismo momento para que escuchara latir el corazón de nuestro bebé!”.
Ese mismo día Darío le contó a su madre todas las novedades: tenía nuera y un nieto en camino.
La pareja junto a su hija Emma en brazos
Un diagnóstico inesperado
Emma nació el 9 de mayo de 2018 a las 19.45 hs en Goya. Ya para entonces Darío y Belén vivían juntos en la casa de la familia de él. Pero las cosas no serían fáciles para ellos. Cuando Emma tenía solo dos meses de vida, Darío tuvo un fuerte mareo. Como sufría de presión alta, Belén no se quedó tranquila y llamó al cardiólogo. El especialista le pidió un análisis de sangre.
Los resultados fueron inesperados. El médico les reveló que Darío tenía una gravísima insuficiencia renal. Sus riñones no funcionaban y estaba al borde de la diálisis. No podían creerlo: “Nunca había tenido un síntoma hasta ese mareo”, explica Belén, “Ahí empezó la verdadera lucha de mi vida. Tenía una beba chiquita y un marido que había que cuidar mucho por el delicado estado en el que estaba. Queríamos evitar la diálisis. Mientras tanto, yo seguía trabajando. Pagar una niñera me iba a consumir el sueldo entero así que optamos porque él se quedara en casa cuidando a Emma. Dividimos tareas y los fines de semana hacíamos comida para vender y poder tener un ingreso más”, relata.
La felicidad se había interrumpido demasiado rápido. Siguieron unos años medianamente tranquilos, pero de muchos cuidados médicos. Hasta que el día en que Emma cumplió 4 años en 2022. Después del festejo Darío se descompensó gravemente. Llegó a la guardia médica con riesgo de vida. A Belén los médicos le dijeron sin anestesia: si no podían sacarle la enorme cantidad de toxinas que tenía en el cuerpo, se moría. Solo quedaba rezar. “Como siempre, volví a aferrarme a Jesús. Moví cielo y tierra y siempre aparecen ángeles en la vida que ayudan. Tenía una neumonía bilateral, no era Covid, y debieron trasladarlo a una clínica privada. Debía ir a diálisis, pero no sabían si iba a resistir el catéter que tenían que ponerle. Yo no podía creer, el amor de mi vida, el padre de mi hija, en ese estado. Le dije a Darío al oído que tenía que prometerme que iba a poner todo de sí para vivir, por Emma y por mí. Que tenía que luchar. Me dijo que sí”.
La lucha por vivir
La situación era extrema. Así que llamaron a un sacerdote para que le diera la Unción de los Enfermos: “Vino un sacerdote y tuvimos una muy linda charla. Ese día nos comprometimos a que si Dios nos daba la oportunidad de que él viviera, íbamos a bendecir nuestra familia por la Iglesia apenas se recuperara. Entró a quirófano y salió vivo. El nefrólogo me anunció que entraría a diálisis, pero todavía había dudas de si lo soportaría. Me quedé afuera de la sala las cuatro horas que duró la diálisis. Con cada movimiento de enfermeros, yo saltaba. Sabía que podía descompensarse en cualquier momento”.
Después de tres días críticos lo pasaron a otro cuarto y una semana después le dieron el alta.
“Había que enfrentar la nueva vida con diálisis tres veces por semana, pero estábamos juntos”, recuerda Belén. Desde el principio supieron que si Darío sobrevivía tendría que ir a un trasplante de riñón: “Tenía 47 años y por no tener otras enfermedades era candidato para trasplantarse. A los cuatro meses me llamaron y me dijeron que habían dado bien los estudios y que podía aspirar al trasplante”.
En septiembre de 2022 empezaron con los engorrosos trámites y estudios para el trasplante. “Nos encontramos con que la obra social, yo lo tengo a cargo, se había negado siempre a pagar los trasplantes de los asociados. Yo dije que iba a juntar el dinero y que Darío se iba a trasplantar sí o sí. Iba a luchar para que me lo aprobaran. ¡Y lo logré! Fue el primer caso que mi obra social pagó. Igual tuvimos que gastar un montón de dinero porque había que trasladarse de un lado a otro para los miles de estudios. La hermana de Darío se ofreció como donante. Fue muy largo y para financiarnos tuvimos que hacer de todo y hasta vendimos rifas. Pensá que teníamos que pagar remises hasta Corrientes capital. Son viajes que hoy saldrían como 40 mil pesos”.
En medio de todo esto cumplieron la promesa y el 10 de diciembre de 2022 se casaron en la catedral de Goya. El cura fue Tomás, el padrino de Belén. Los anillos de plata que se colocaron fueron hechos por su tío orfebre y dentro llevan escrito el nombre Emma: “Ella, nuestra hija, es la nos unió para siempre”, dicen Darío y Belén.
Belén y Darío cumplieron la promesa y se casaron en la Catedral de Goya
Las batallas siguieron: “En enero le aparecieron a Darío piedras en la vesícula y tuvieron que operarlo porque así no podía ir a trasplante. También empecé a luchar para que la obra social le pagara los estudios de compatibilidad a mi cuñada. Ella, además de ofrecerse y dar su consentimiento, ¡tuvo que hacer un tratamiento estricto con nutricionista para bajar 20 kilos! Terminó pagándose los estudios ella y era compatible. Darío había bajado 50 kilos. Ambos estaban aptos para la cirugía”.
Pero no llegarían a hacerlo de esa manera. Porque el martes 23 de mayo, a las ocho de la noche, Belén recibió una llamada del Incucai. Había aparecido un donante cadavérico. Era el riñón de un chico de 33 años, oriundo de la misma provincia, que había muerto por un traumatismo de cráneo. “Me dijeron que los órganos estaban en buen estado y que era compatible con Darío. No teníamos auto ni había colectivo ni ambulancia para ir hasta Corrientes y teníamos que llegar en tres horas. El padre de una alumna mía del colegio se ofreció a manejar y puso el auto. Nosotros juntamos, entre la familia y amigos, plata para la nafta y llegamos a tiempo. Había dos riñones, pero uno fue destinado a una emergencia nacional pediátrica en el Hospital Garrahan. Quedaba solo uno y Darío era el segundo en la lista para ese riñón. Lo recibiría la mujer que estaba primera y que también estaba citada en el hospital. Por las dudas, igual siempre preparan al siguiente así que llevaron a diálisis a Darío. Al rato me llamó el médico encargado del operativo y me dijo que Darío había quedado seleccionado porque la señora que estaba en primer lugar no era compatible. Estaba ocurriendo otro milagro en nuestras vidas. Entró a quirófano las 13.15. A las 17.30 me salieron a decirme que todo había resultado bien. Iban a ser 72 horas críticas. Al segundo día, apareció una bacteria, pero Darío la venció y fue mejorando. Al tercer día caminó y empezó con las pastillas anti rechazo.
La pareja quiere hacerle saber al mundo que los milagros existen
Hoy estamos en pleno proceso post trasplante y muy ilusionados con la oportunidad de esta nueva vida. Rezamos juntos por la familia del donante que, en medio de una situación dolorosa, siguió dando vida. Nosotros estamos llenos de sueños, tenemos muchos proyectos, sobre todo queremos hacerle saber al mundo entero que los milagros existen. Este amor verdadero, en las buenas y en las malas. ¡Acá no están permitidos los abandonos!”
Belén y Darío tienen anotados muchos deseos en su lista para cuando le den el alta definitiva: que él tenga buena calidad de vida; poder terminar la casa en el terreno que les regaló la mamá de Darío; concretar el emprendimiento para hacer vitrificación de cerámica y carpintería; viajar a conocer Salta y Jujuy y festejar los 40 años de Belén y los 50 de Darío, a lo grande.
Pero Belén dice que en su corazón lleva grabado el sueño más grande y que fue el motor para contar su historia: que se sepa que la donación de órganos salva vidas y brinda oportunidades a otras familias.
Imparable, Belén ya consiguió que el Organismo provincial CucaiCor del Incucai fuera a dar la única charla que se llevó a cabo en todo este año en la escuela de Goya en la que trabaja. Ella se animó a hablar y la escucharon 180 alumnos: “El año que viene vamos a volver para que Darío cuente su testimonio. Sin educación no vamos a bajar nunca la lista de espera que hay en nuestro país. Porque por una persona que fallece hay siete más que pueden ser salvadas. Ese es mi gran sueño: educar para que todos sepan que la donación de órganos es el gesto de amor más enorme del mundo”.
Por Carolina Balbiani-Infobae