El 11 de septiembre de 1973 Chile vivió uno de los episodios más oscuros de su historia. El general Augusto Pinochet decidió dar un golpe de Estado junto con el Ejército contra el Gobierno del izquierdista Salvador Allende, quien al verse acorralado por las tropas decidió suicidarse ese mismo día. Un evento violento que provocaría miles de muertes y torturas y sumergiría al país austral en una cruenta dictadura hasta 1990.
A 50 años de los acontecimientos vividos en Chile durante el golpe de Estado comandado por Augusto Pinochet, este evento es aún recordado como uno de los capítulos más amargos para la democracia en América Latina. Un día, 11 de septiembre de 1973, en el que el grueso de las Fuerzas Armadas chilenas decidió sublevarse contra el Gobierno democráticamente elegido de Salvador Allende e instaurar un régimen dictatorial que reprimiría a Chile hasta el año 1990 por medio de asesinatos arbitrarios, torturas a disidentes políticos y una represión sin límite.
Para entender cómo llegó Chile a esta situación toca remontarse al año 1970, cuando de forma histórica —y casi sorpresiva— el líder izquierdista Salvador Allende consiguió imponerse en las elecciones de ese año con una mayoría relativa.
Un Gobierno sin precedentes a nivel global
Su victoria no tenía precedentes a nivel global, ya que se convirtió en el primer político abiertamente marxista en llegar al poder por medio de la vía democrática y unas elecciones libres. Un hecho que lo volvió un referente para la izquierda global. Algo que hizo que, en plena Guerra Fría, fuera visto como una amenaza por Estados Unidos y, en concreto, por la Administración del expresidente Richard Nixon.
Allende conformó un Gobierno progresista que priorizó que se aumentara el papel del Estado sobre la economía y que los derechos de los trabajadores, tanto en el campo como en la ciudad, mejorasen.
Más que un revolucionario, era un reformista que llegó a contar incluso con el apoyo de la democracia cristiana y la centroderecha en un inicio, ya que compartían con él la necesidad de cambio en Chile. Sin embargo, este apoyo se fue diluyendo entre la clase media-alta debido a que la economía chilena fue empeorando progresivamente durante sus años de gobierno.
Esta crisis económica empezó a ser especialmente evidente a partir de 1972, cuando la elevada inflación y el desabastecimiento comenzó a golpear a los chilenos. Tras esta situación había errores del Gobierno, como la impresión excesiva de billetes —algo que llevó a una superinflación—, sin embargo, también tuvieron que ver las decisiones tomadas de Washington. Henry Kissinger, secretario de Estado estadounidense en la época, llegó a reconocer años después que era una “prioridad” para Estados Unidos que la economía chilena sufriera el mayor número de problemas posible y que contribuyeron a ello.
El objetivo estadounidense buscaba frenar lo vivido en Cuba. Un ejemplo como el de Salvador Allende podría ser contraproducente para los intereses de Washington en América Latina, al representar una vía “más amable” del socialismo democrático.
Estados Unidos trató de frenar a toda costa el ascenso de líderes y movimientos progresistas en la región a través del fomento de dictaduras militares y estratégicas geopolíticas como el Plan Cóndor. Y Chile, probablemente, es el mayor ejemplo de esta apuesta: desde el inicio del Gobierno de Allende se financiaron a grupos opositores de ultraderecha y se alentó un posible golpe militar.
Estos grupos de radicales desestabilizaron al Ejecutivo con atentados terroristas constantes a infraestructuras e incrementaron la tensión social al extremo. Se trataba de una especie de complot que pudiera favorecer un cambio de Gobierno —o incluso régimen— por la fuerza.
Pinochet, un militar de la confianza de Allende que traicionó al presidente chileno
El momento clave llegaría el 21 agosto de 1973, cuando el general Carlos Prats, quien había defendido la institucionalidad, se vio obligado a renunciar por presiones de los militares. Su sustituto como jefe del Estado Mayor sería su segundo al mando, un general que tenía fama de apolítico y un historial teóricamente limpio: Augusto Pinochet.
A diferencia de lo que ocurriría después, su figura era de la confianza de Allende debido a que parecía lejano al clima de rebelión existente entre algunos estamentos militares. Sin embargo, llegado el momento, Pinochet se sumó a la rebelión y la lideró.
Así es como el 11 de septiembre de 1973 los militares tomaron posiciones en todo el país y de forma eficiente controlaron los medios de comunicación y rodearon el Palacio de la Moneda, la sede presidencial donde estaba Allende. El mandatario intentó resistir en el recinto junto a otros de sus compañeros y aprovechó ese momento para transmitir en Radio Magallanes, que todavía no estaba bajo poder de Pinochet, su último discurso. Unas palabras de despedida que pasaron a la historia.
Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!
A los pocos minutos las tropas militares entraron al Palacio de la Moneda y antes de ser detenido, Allende decidió suicidarse con un disparo. Pero su muerte y el final de su Gobierno no detuvieron a los militares, quienes continuaron con la represión durante los días siguientes hasta tener el control total y adueñarse del país y de las fuerzas del Estado.
Las Fuerzas Armadas chilenas ilegalizaron todos los partidos políticos y comenzaron a arrestar a toda persona sospechosa de ser militante de izquierda. En Santiago estas personas fueron llevadas al Estadio Nacional, donde soportaron torturas constantes durante semanas y muchas de ellas fueron asesinadas. Esas jornadas de terror segaron la vida de cientos de jóvenes, algunos de ellos referentes en la cultura chilena, como el cantante Víctor Jara.
Sobre las bases de esta tortura consiguió cimentarse un régimen liderado por Pinochet. Esta dictadura pervivió durante 17 años gracias a la combinación de una fuerte represión contra disidentes políticos y una serie de reformas estructurales de carácter neoliberal en materia económica. En esos años, la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Chile estima que 28.459 personas fueron víctimas de la tortura y que 3.227 fueron asesinadas o desaparecidas.
La democracia no volvería a Chile hasta el año 1990, cuando de forma sorpresiva, una coalición opositora venció en un referendo en el que se preguntó sobre la continuidad de Pinochet y Patricio Aylwin asumió como presidente. Sin embargo, la sombra del dictador continuaría durante décadas y persiste hasta la actualidad.
Pinochet nunca pudo ser juzgado por sus crímenes, y aunque estuvo perseguido por la Justicia gracias a una investigación del juez español Baltasar Garzón, jamás pudo ser llevado a prisión. La dictadura sigue contando con una gran cantidad de chilenos que la adulan y las reformas llevadas a cabo durante el régimen siguen estando presentes en Chile, como el sistema sanitario neoliberal o el pensional. Todo ello sin contar que, 33 años después de la llegada de la democracia, la Constitución chilena sigue siendo la heredada de régimen militar del dictador.
Por Álvaro Cordero-France24