La escritora presenta su onceava novela basada en la historia de Bernardo de Monteagudo: “El Diablo, el hombre prohibido, el héroe imposible”.
Florencia Canale aprendió a leer a los 3 años y a los 5 escribió su testamento, cosa que pudo haber inquietado a sus padres. De pequeña acompañaba a su abuelo anatomopatólogo en sus tareas, se acostumbró a ver fetos en formol y ratitas para experimentos mientras intercalaba la lectura de novelas policiales y el microscopio. También se divertía en los cementerios. Miedo solo a “la vida”, dice la escritora, que con toda esa antesala se convirtió en una exitosa autora de novela histórica y ahora presenta El Diablo (Planeta), centrada en la vida de Bernardo de Monteagudo, un personaje clave en la independencia de Argentina y en la vida pasional de numerosas mujeres, entre ellas, Remedios de Escalada.
Canale nació en Mar del Plata, pero rápidamente se mudó con su familia a la Ciudad de Buenos Aires. Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires, se dedicó al periodismo y trabajó en diversos medios como Noticias, Living, Gente, Siete Días, Veintitrés entre otros. Pasión y traición de 2011 fue su primera novela y lleva publicadas más de diez ediciones.
En El Diablo, la autora le da espesor Bernardo de Monteagudo, que ocupó un lugar borroso entre los próceres americanos. Desde su cuna ilegítima, supuestamente hijo de un cura y de una mulata, el tucumano supo abrirse camino para llegar a codearse con lo más selecto del poder en el Río de la Plata, pero sus pares lo miraban con recelo por su origen y, sobre todo, por su liberalismo a la hora de dar rienda suelta a su deseo.
“La historia de Monteagudo se merece una proliferación y multiplicación de discursos, discutamos esa figura, sobre todo en estos tiempos que en los que algunas voces parecen intentan bloquear el pensamiento, la investigación y el pasado y yo enarbolo la bandera del pensamiento, la discusión y la palabra”, enfatizó Canale en diálogo con PERFIL.
El relato del libro comienza con una escena en la que unos caballeros bajo las órdenes de Joaquín Belgrano están dispuestos a confiscar las pertenencias que guardaba Bernardo de Monteagudo. Entre sus cosas encuentran libros sobre la Revolución Francesa, una biografía de Napoleón, pero lo que más altera a estos personajes son los Sonetos Lujuriosos de Prieto Aretino. Esos textos explícitamente eróticos marcarán el tono de uno de los aspectos de la vida del patriota Monteagudo.
Uno de los fragmentos pasionales de la novela narra: “Él no la lastimaba, aunque las mordidas le sabían bien. Las manos de Bernardo corrieron entre sus piernas y el calor fue insoportable. En pocos segundos no pudo controlar su cuerpo. Estaba vivo, respiraba por su cuenta, pronto a extinguirse. El abogado la tomó de las muñecas y las arrastró hacia los botones de su pantalón. La toreó con la mirada, ella aprobó en silencio. Le enseñó a tocarlo, fue la mejor discípula. Feliciana se perdió entre semejante virilidad. Aquello no cejaba, el ardor era eterno, no acababa”.
“Ejercía fascinación, incluso el doctor Ramos Mejía, cuando todavía era estudiante de medicina a fines del XIX, le dedica dos capítulos de su libro Las neurosis de los hombres célebres de la Argentina. Uno de los capítulos se llama ‘El histerismo de Bernardo de Monteagudo’”, detalló la autora. En ese mismo libro se señala que el prócer padecía priapismo -es decir, erecciones prolongadas- y que era víctima de su sensualidad.
Entrevista con Florencia Canale
– Los personajes históricos que elige para sus novelas siempre son del siglo XIX ¿Por qué prefiere ese periodo?
– Porque es lejano y cercano a la vez, y es donde empezaba todo, donde estaba la intención de liberarse de la colonia y es donde hombres y mujeres pudieron demostrarse que esos ideales eran posibles.
– Esta es su novela número once, por lo que imagino que sufre menos en el proceso de escritura…
– Sufro en esos intervalos de una novela a otra. Aun sabiendo que eso va a pasar y que después voy a empezar a escribir una novela nueva, sufro. A mí no me da vértigo la página en blanco, me da vértigo la vida en blanco, ni siquiera la vida en blanco, la vida, o sea, no estar escribiendo. Vivir me angustia, prefiero estar escribiendo.
– Usted contó que a sus 5 años escribió su testamento, ¿por qué cree que lo hizo?
– Seguramente porque tenía una imaginación abonada por las lecturas. Las lecturas son viajes solitarios y fascinantes que te quitan del espanto de la vida. También miraba Los locos Adams y yo quería ser Merlina. Yo estaba en el gesto de la escritora frente a la máquina de escribir de mi abuelo y seguramente me habré creído escritora, escribiendo, y no porque pensaba que me iba a morir, sino porque eso me hacía casi un personaje de las ficciones que yo miraría por televisión o leería. Pero mi madre quedó un poco pasmada al leer esto.
– Volviendo a tu escritura actual, ¿dónde pone el límite entre el dato y la ficción en sus novelas?
– La novela histórica es eficaz cuando uno se cree todo y deja de pensar “esto es un documento” y “esto es producto de la mente embravecida de quien lo escribe”. De todos modos, las cartas nos ayudan tantísimo a quienes escribimos novela histórica, porque la correspondencia les pone carne a esos esqueletos de esos tipos, ¿no? Uno escucha la voz en ellas. Y la novela histórica permite esa licencia de darle vida a eso que está muerto, un libro de historia cuenta personajes, tipos muertos, y la novela les da respiración, o sea, aire, recobran esa vida que no estaba en los libros de historia.
Por lo pronto Monteagudo, como fue editor de la Gaceta de Buenos Aires, escribió muchísimo y tenemos la suerte de poder leerlo.
– Monteagudo, por lo que se lee en la novela, era un gran encantador, tanto de mujeres como de hombres, por su presencia y sus convicciones.
– Es que era un tipo avasallante que defendía sus ideas, era bravo y muy joven, porque se recibió de abogado a los 18 años. Ejercía fascinación. Incluso el doctor Ramos Mejía, cuando todavía era estudiante de medicina a fines del XIX, le dedica dos capítulos de su libro Las neurosis de los hombres célebres de la Argentina. Uno de los capítulos se llama “El histerismo de Bernardo de Monteagudo” y ahí lo describe como víctima de su deseo, cuestión a la que no adhiero porque Monteagudo llevó adelante su actividad política, sus estudios, es decir, no tenía un padecimiento.
Estos tipos tan fundamentales para la revolución, que estaban en guerra constantemente, que andaban matando gente y exponiendo su vida, bueno, con tanta muerte alrededor, esta compulsión a Eros era tal vez el arma con que combatían tanta muerte.
Por Rosario Bernasconi-Perfil