El desafío popular de evitar la demolición de la Argentina
El aniversario número cuarenta de vigencia del orden constitucional en Argentina exige echar un vistazo general a todo el orbe, y concluir que, al menos en Occidente, las democracias republicanas no han resuelto el tema de la inequidad social, lo cual viene favoreciendo la aparición de neoconservadurismos maquillados con ropajes supuestamente originales, que ganan repercusión mediática a expensas de la anomia de las izquierdas y el fracaso de los progresismos.
A vuelo de pájaro, en nuestra latitud vienen a la memoria no menos de tres proyectos fundacionales de un orden específico, desde el Siglo XIX hasta la actualidad: El de la llamada Generación del 80, responsable de lo que denominó la Organización Nacional y de una Carta Magna elaborada en 1853 a imagen y semejanza de la de EEUU; la construcción de un Estado de Bienestar promovido por el peronismo desde mediados de los años 50 del siglo siguiente; y el principio de su demolición, perpetrado durante el Proceso de Reorganización Nacional a partir de la idea rectora de José Alfredo Martínez de Hoz, enunciada como “Achicar el Estado es agrandar la Nación”.
Ante el escenario nacional generado a partir de las elecciones intermedias, cabría preguntarse si el que aspira a concretar Javier Milei es un rediseño novedoso del país, o apenas la coronación de la cirugía mayor sin anestesia iniciada con el Golpe de Estado del 24 de Marzo de 1976. Si esta hipótesis tuviera algún asidero, y no se le hiciera frente con total determinación, habría que asumir que la clase política que tuvo a su cargo la administración del país a lo largo de las últimas cuatro décadas, de modo más estridente o asordinado, no hizo otra cosa que maquillar circunstancialmente una transformación regresiva de la República Argentina, lo cual los haría acreedores a la condición de “infames traidores a la Patria”.
En efecto, la emergencia en nuestro país de lxs libertarians exige no considerarlos como un fruto silvestre y analizar en profundidad qué intereses internacionales pretenden desembarcar con ellxs en territorio nacional. Y lo primero que surge de ese análisis es el intento de control absoluto de nuestra economía a través de fondos de inversión internacionales que constituyen un poder decididamente supra estatal.
En dicho universo se destaca la multinacional BlackRock, empresa que administra recursos confiados a partir de su expertiz, la técnica y los medios para hacerlos rendir más que en otras inversiones financieras. La firma cuenta con unxs 14.000 empleadxs en 30 países adonde ha instalado oficinas que comercian con productos financieros, y se dedican a invertir en empresas. La misma declara administrar activos por 7 billones de dólares (14,5 veces más que nuestro PBI) Si tal indicador correspondiera al de un país – cierto es que se trata de un stock y no un flujo -, este ocuparía el tercer puesto en importancia global (detrás de los Estados Unidos y China), solo que sin tener que mantener un ejército, ni programas de salud, y un largo etc. Por tal razón su CEO, Larry Fink, tiene absoluta gravitación en el FMI, en el gobierno estadounidense y en muchos gobiernos de los países miembros de esa entidad financiera internacional.
Actualmente en Argentina, BlackRock es el principal acreedor privado, con títulos de nuestra deuda por más de 2.000 millones de dólares, los cuales en su mayoría son con cláusula de jurisdicción extranjera.
Además, es accionista de destacadas empresas, pero fundamentalmente de Pampa Energía SA, Glencore y de los cuatro primeros bancos privados que operan en el país por volúmenes de depósitos, que a la vez son los mayores poseedores de títulos de deuda del Tesoro en pesos y de las Letras de liquidez (Leliq), Notas de liquidez (Notaliq) y pases pasivos del BCRA, que son préstamos de los bancos al BCRA de los depósitos que captan del público argentino. Por otra parte, la firma declara contar con parte del capital accionario de los cuatro bancos privados más grandes de la Argentina, que hoy son Santander-Río; BBVA; Galicia; y Macro.
Conviene saber que tanto Diana Mondino, que sería la Ministra de Relaciones Exteriores en un eventual gobierno de Javier Milei, como Roque Fernández, ex Presidente del BCRA (1991-1996) y después ministro de Economía (1996 -1999), y Carlos Rodríguez (que fue Jefe de Asesores de Roque Fernández y ahora miembro de los equipos económicos de Milei), son miembrxs del CEMA, centro de estudios que nuclea a los Chicago Boys, creado durante la dictadura oligárquico – militar genocida, referencia suficiente de su servilismo ante el capital financiero trasnacional, con el pretexto de que los mercados deben asignar los recursos y decidir si producimos caramelos o acero, como decía un funcionario de Martínez de Hoz.
El máximo mentor de semejante troupe es Milton Friedman, del cual se nutrieron los gobiernos de facto de todo el mundo, especialmente el de Pinochet en Chile, que pregonaba el libre mercado y la libertad mientras oprimía a su pueblo.
Sin embargo, aunque la Mondino fue directora de Pampa Energía SA, el hombre de BlackRock en el Directorio de esa empresa es Darío Epstein, quien, junto a Roque Fernández y Carlos Rodríguez, son los tres economistas que representan al referente de La Libertad Avanza ante el FMI.
Epstein es un economista dedicado a las finanzas, en tal carácter designado en 1992 como Director de la CNV (Comisión Nacional de Valores), en cuya condición intervino en las privatizaciones de YPF, Entel, y Gas del Estado.
Esta solo es una escueta semblanza de la aplanadora, no del rock and roll – en este caso – sino del más recalcitrante y depredador liberalismo vernáculo.
Semejante contexto amerita interrogarse cuánto gravitará en los tiempos venideros una memoria histórica que atesora momentos luminosos y de enorme audacia por parte del pueblo argentino, y si será capaz de prevalecer sobre la endeble conciencia de lxs nativxs digitales. Aunque tranquiliza saber que aún sobran testigos de las incontables ocasiones en que lxs argentinxs torcimos nuestra suerte en favor de la dignidad y la justicia.
Por lo pronto, la apatía electoral volvió a expresarse en las elecciones generales. La cantidad de votantes creció desde los comicios del 13 de agosto hasta el 74% del padrón, pero aun así las elecciones presidenciales de 2023 serán recordadas por haber sido las de mayor ausentismo desde el regreso de la democracia: poco más de 9 millones de personas no ejercieron su derecho al voto, según los datos provistos por la Cámara Nacional Electoral.
El nuevo panorama que podría ofrecer Argentina de mantenerse la tendencia electoral verificada en las últimas horas, habilita a arriesgar que Axel Kiciloff – mal que le pese a La Cámpora – emerge como nuevo referente kirchnerista que, si es capaz de componer la “nueva canción” que propuso, tarde o temprano encontrará en Sergio Massa a su próximo adversario interno.
Lo cierto es que el oficialismo demostró haber entendido el castigo que le impuso el electorado en las PASO, produciendo un cambio del humor social basado en las medidas económicas reparatorias adoptadas por Massa a contra reloj, y capitalizando la transparencia que exhibe la gestión del gobernador bonaerense, cuyo discurso victorioso, tan programático como el de Massa, pero más radicalizado, sonó digno de un futuro presidenciable.
Pero esos son enjuagues de Palacio. Lo importante para las grandes mayorías será redoblar la lucha por la reconquista de sus derechos en un posible marco de relativo garantismo que ha venido siendo seriamente amenazado por ese discurso negacionista que corresponde arrojar al basurero de la Historia. –
Por Jorge Falcone-La Gomera de David