Insultos. A Macri lo llamó “pelotudo”, a Bullrich “terrorista”, a Iglesias “idiota”. Los tres lo votarán. / A Larreta le dijo “gusano”, a Morales “estiércol”, a Tetaz “difamador”. Votarán blanco o nulo.
No sé si será que Javier Milei viene de parafrasear a Ma-ssera o que su compañera de fórmula defiende en cada entrevista a los militares de la dictadura. O si se tratará de la justificación de ambos de la teoría de los dos demonios. O quizá sea, simplemente, la habitual violencia verbal y gestual de Milei que me recuerda un oscuro pasado.
Lo cierto es que hace días que intentaba descubrir a qué momentos puntuales me hacía acordar este hombre cuando zamarrea la motosierra y grita e insulta como si estuviera poseído por una fuerza superior o no estuviera en su sano juicio.
Al final los encontré.
Uno es cuando Videla inaugura el Mundial 78 en River: ahí se ve a un hombre que bambolea su cuerpo mientras dura el discurso, manteniendo siempre las manos en la espalda. Sus palabras, su tono y sus gestos, transmiten la sensación de estar poseído por un designio de Dios para salvar a la Patria del comunismo.
El segundo momento es de abril de 1982, con Galtieri hablando desde el balcón de la Casa Rosada. Fue cuando le declaró la guerra a Gran Bretaña y a la OTAN, y los azuzó diciendo “si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”. Después se dijo que bebía y que estaba alcoholizado. No me pareció. Sí parece un hombre desquiciado, incapaz de evaluar riesgos y consecuencias.
Código violento. Supongo que los resortes de la memoria se activaron con Milei y me hicieron recordar el mesianismo de Videla y el desquicio de Galtieri.
Pero había algo más que recién detecté cuando volví a ver esas imágenes.
En 1978 y en 1982, ambos dictadores se encontraban rodeados de miles de argentinos que los aplaudían como si la violencia que sucedía a su alrededor fuera normal.
Me pregunto si no hay una similitud con la enorme cantidad de argentinos que hoy traducen como normal lo que ven y escuchan en torno a la fórmula Milei-Villarruel. Porque desde la recuperación democrática el país tuvo avances y retrocesos, pero hasta ahora, lo que se consideraba normal era que la violencia discursiva y simbólica nunca más formaría parte de la convivencia política.
Eso cambió.
En las elecciones generales, hubo un 30% que celebró esta nueva normalidad votando a un líder que transmite violencia y a una candidata a vice que reivindica a los dictadores. Y es posible que en unos días esa fórmula sea la más votada.
Es un proceso de normalización de los mensajes violentos que creció a la par de la profundización de la grieta y que encontró en medios masivos y redes su caja de resonancia y retroalimentación. Es ahí donde más se premia lo explosivo, lo extravagante y los ataques personales.
Esta semana, Patricia Bullrich dijo “ojalá que la economía explote antes del 19”. Imitando lo que Milei ya había dicho un año atrás: “Prefiero que explote y se lleve puesta a toda esta basura de casta política… ¿Vos me querés arruinar la vida? Bueno, que se arruine la de todos.”
Bullrich es la misma “terrorista que puso bombas en un jardín de infantes”, según el candidato al que ella ahora pide votar. El mismo al que también insta a votar Macri, a quien Milei llamó un “pelotudo” que gobernaba con un gabinete económico que era “torre de estiércol, pedazo de mierda”. Otro que llama a votarlo es el diputado macrista Fernando Iglesias, al que el libertario le dedicó una serie de insultos de corrido: “Tontito, bobito, pedazo de pelotudo, te hacés el boludo, la c. de tu madre, estúpido, idiota.”
Intolerancia. Son emergentes de esos sectores que aceptaron el código de la violencia comunicacional. Quizá porque no vivieron lo que fue aquel país violento, o porque lo vivieron y lo añoran, o porque suponen que es el último recurso con que cuentan para cambiar lo que está mal. Con la arriesgada suposición de que no pueden estar peor.
Pero hasta Milei, nadie había cruzado la línea del insulto permanente para referirse a políticos elegidos democráticamente por otros sectores sociales. Él es la primera representación política y la más fiel de ese cambio de época.
Por ejemplo, maltrató y maltrata a los dirigentes de Juntos por el Cambio que no llaman a votarlo (aunque tampoco llamen a votar en su contra). A Rodríguez Larreta le dijo “zurdo de mierda, gusano arrastrado y pelado asqueroso”. A Gerardo Morales, “parásito de mierda, estiércol, chorro h.d.p.”. A Martín Tetaz, “mentiroso y difamador”. A Daniel Lipovetsky, “parásito chupasangre”. Y a JxC, en conjunto, “Juntos por el Cargo, un rejunte de miserables arrastrados para ver si rapiñan algo.”
Lo democrático en que lo convierte el hecho de participar de una elección, choca con su intolerancia con el que piensa distinto. La normal intolerancia de los dictadores debería ser anormal entre los demócratas. Ya no lo es.
Para defender la dolarización, Milei dice que el peso no vale “ni excremento”. Para no coincidir con el Papa, afirma que “es el representante del Maligno en la Tierra ocupando la casa de Dios, un imbécil que impulsa el comunismo”. Cuando discutió con el economista Roberto Cachanosky sobre Keynes lo llamó “mogólico” (además de “boludito, imbécil y tarado”). Cuando le respondió a una joven periodista salteña que lo consultó sobre ese economista clásico, la maltrató a los gritos de “burra”; y a los keynesianos Kicillof y Stiglitz, los calificó de “enano diabólico” y “pelotudo”, respectivamente.
No parece haber tema o debate que no lo haga reaccionar agresivamente si no comparte lo que le dicen.
Deja de hablar con periodistas que le preguntan lo que no quiere, amenaza a productores con que no volverá a sus programas si le hacen repreguntas incómodas y califica de “ensobrado” al periodista que disienta con él o informe lo que no le gusta.
Puede que todo parezca menor frente al hecho de que Milei cree que Dios le encomendó ser Presidente este año, o que está seguro de que sus perros le dan consejos económicos. Pero es la suma de deriva esotérica y violencia discursiva la que lo emparenta con el oscuro pasado.
Candidato ideal. Con razón, este anarco-capitalista es el candidato ideal para los que quieren un cambio bien profundo. Y hay altas chances de que ese cambio se esté por producir.
Más allá de lo que digan las encuestas (ninguno de los 28 sondeos conocidos antes de las PASO le daba ganador a Milei, lo daban tercero; y 36 de los 38 estudios difundidos para las generales daban ganador a Milei, que salió segundo), hay cierta lógica en las probabilidades del triunfo de la dupla libertaria.
Según el escrutinio oficial que se conoció esta semana, Massa obtuvo 1,8 millones de votos más que Milei; y Bullrich, tercera, consiguió 6,3 millones. Si el liderazgo de ella y de Macri lograran influir sobre sus votantes (a la par del voto más antiperonista), es posible que un porcentaje mayoritario de ese voto (¿4 millones?) opte por Milei en el balotaje. Con lo que la fórmula Milei-Villarruel pasaría a estar primera.
Y si el resto de esos votantes de JxC sigue las directivas de votar en blanco o anular el voto (tal como impartió el radicalismo, el larretismo y la Coalición Cívica), entonces constituiría un porcentaje que no alteraría el triunfo de Milei. Lo mismo sucedería con los votantes de Schiaretti y Bregman, si también siguieran la indicación de neutralidad de los dos dirigentes.
Por eso, lo que haría triunfar a Milei no sería sólo el voto a favor de un sector del macrismo, sino el voto en blanco o nulo de quienes lo critican tanto a él como a Massa. (Sin contar, claro, la responsabilidad del propio oficialismo por levantar a Milei).
Si hay una mayoría dispuesta a aceptar un drástico cambio de las reglas del juego democrático, esta es la oportunidad de conseguirlo.
Por Gustavo González-Perfil