Es difícil de explicar para quien no lo vivió la diferencia entre el espionaje ilegal al que nos somete la mala praxis de la democracia y la represión ilegal. No hay vida con miedo constante a la muerte. No hay vida. Y cuando no hay vida, la economía pasa a ser algo absolutamente secundario.
Justo horas antes de un balotaje crucial, ayer y antes de ayer se produjeron dos señales que parecían “llegar del cielo” para los creyentes católicos pero de fuerzas celestiales distintas a las que cita Javier Milei.
En el Teatro Colón, donde durante parte del siglo XX se aplaudía a los presidentes de facto (en la función de gala de julio de 1977 la Junta Militar en pleno ocupó el palco presidencial), una significativa cantidad del público abucheó a Javier Milei al grito de “Nunca más” y “vos sos la dictadura”.
Y el día anterior, el presidente de la Sociedad Rural, Nicolás Pino, institución que sería la materialmente más beneficiada inicialmente con las ideas económicas de LLA, llamó a votar por “40 años de democracia”, “la unión en un nuevo acuerdo social” y “cerrar la grieta”.
Como si la parte de la sociedad argentina aspiracionalmente más cosmopolita no quisiera repetir errores del pasado. Como metáfora simplificada de la dolarización, Madame Butterfly –la protagonista de la ópera homónima a la que asistió Milei ayer–, una quinceañera del Japón pobre y subdesarrollado del siglo XIX, se ilusionó con la promesa de amor de un norteamericano que terminó en su autodestrucción.
La mayoría de las críticas al candidato de La Libertad Avanza hicieron foco en las ideas económicas de Javier Milei, quien traduce todos los problemas sociales a una ecuación de eficiencia mensurable matemáticamente: dolarización, vouchers para la educación, la salud, privatización de empresas, cierre de áreas del Estado, reducción del gasto público e impuestos, etc.
Más allá de que estas ideas puedan resultar inadecuadas en tiempo o espacio, erróneas, técnicamente inaplicables y hasta faltas de sensibilidad y de una ética arcaica y superada, podrían no ser calificadas de inmorales ni de jurídicamente criminales. Pero sí lo podrían ser las ideas de la candidata a vicepresidenta de La Libertad Avanza, Victoria Villarruel, reivindicante de la última dictadura militar y sus procedimientos, que atacan la esencia del consenso democrático y el orden jurídico, comenzando por la Constitución Nacional.
Comprendo perfectamente a una madre y a un padre que trabajando ambos no puedan satisfacer todas las necesidades económicas de su familia a causa de la creciente inflación, que puedan resultarles una abstracción los valores del consenso democrático o un problema solo para aquellos que ya tienen solucionados los problemas más básicos. Y por lo tanto se vean seducidos por un discurso económico que proponga soluciones fáciles y rápidas.
Más aún, comprendo perfectamente que a las víctimas de robos, inseguridad y hasta del asesinato de seres queridos les resulte una ofensa a la razón el discurso garantista de derechos constitucionales para quienes cometen delitos y también se explique por ello el treinta por ciento de las personas que en Argentina estarían dispuestas vivir en una dictadura o les resultaría indistinto una dictadura que una democracia si les resolviera el problema de la inseguridad.
Estremece el alma escuchar el desgarrador y sólidamente argumentado testimonio de la viuda del policía Leoncio Bermúdez, subinspector de la policía de Santa Fe asesinado en Rosario el martes pasado cuando intentó detener a los sicarios que fueron a liberar a un preso. Recomiendo resistir completo el dolor penetrante que transmiten esos dos minutos de llanto hablado de la viuda del policía para comprender a quienes, con todo derecho, pudieran integrar ese treinta por ciento de argentinos que les resulte indiferente o hasta preferible una dictadura si a cambio obtuvieran su propia seguridad.
Como también comprendo a los menores de 40 años que ya nacieron con democracia y puedan no tener conciencia de qué significa el consenso democrático, que no se resume solo en votar cada dos o cuatro años, y les recomiendo de corazón la lectura de Lo que está en juego, un bello e importante texto de Alejandro Katz que vale la pena leer completo más allá de estos tres párrafos que cito a continuación.
* “La de Milei no es una familia reformista, como las que, de la socialdemocracia a la democracia cristiana, del laborismo al conservadurismo, han construido las mejores sociedades del mundo contemporáneo. Es una familia revolucionaria, que propone la restauración de un antiguo orden”.
* “Milei no habla la lengua de la democracia. La lengua de la democracia exige la argumentación pública, la duda, la aceptación de la legitimidad de los diferentes y de los adversarios, el respeto y el reconocimiento. Exige escuchar objeciones y modificar los puntos de vista. Es una lengua dialógica, totalmente ajena al candidato de LLA. La importancia de la lengua de la democracia no reside solamente en su potencia para crear una comunidad política en la que habiten todos, en la que podamos vivir juntos. Si bien eso es lo esencial, lo trascendente, esa lengua es valiosa también por sus cualidades epistémicas, por su capacidad de producir un conocimiento colectivo que no es posible adquirir con el discurso autoritario de quien no acepta réplicas”.
* “Lemoine calificando de patriota al líder neonazi Pampillón; Mondino haciendo una analogía entre los homosexuales y los piojosos; Villarruel repitiendo literalmente el discurso de Massera no son anécdotas, son la evidencia de una configuración mental en la cual esos temas organizan la visión del mundo”.
La repugnancia del proyecto Milei-Villarruel no está en sus ideas económicas sino precisamente en la utilización de palabras del excomandante Emilio Massera en su defensa durante el juicio que lo condenó a cadena perpetua no solo por Victoria Villarruel sino también por Javier Milei durante el primer debate, o en la defensa de Villarruel al militar retirado por sus críticas a Agustín Rossi que subió un video de un Ford Falcon verde titulado “7, aunque un poco incómodos, entran en este baúl”:
O en el elogio por la citada diputada electa de La Libertdad Avanza, Lemoine, a Carlos Pampillón, procesado por liderar una organización neonazi, y su otro video sobre el célebre auto que usaban los militares durante la dictadura para secuestrar personas titulado “¿Con qué auto reemplazarían el glorioso Falcon verde de los 70?”, junto a un sticker de Videla con un corazón. Ambos videos con marchas militares de fondo.
Me repugna. Yo estuve en ese baúl de un Falcon verde a comienzos de 1979, en un Falcon verde me llevaron al campo de detención ilegal El Olimpo, y cuando primero me detuvieron fueron varios Falcon verdes los que encerraron el auto que yo manejaba y con el que regresaba de Editorial Perfil a mi casa.
Y cuando me liberaron me obligaron durante un tiempo a cumplir “visitas de control”, que consistían en subir a un auto en un lugar que previamente me avisaban por teléfono y me llevaban a dar vueltas por la ciudad sin decir nada, solo para que recordara que me podían llevar nuevamente adonde quisieran; ese auto también era un Falcon verde (varios Falcon verdes porque siempre había uno delante y otro detrás).
Falcon verde dispara (literalmente) en mi memoria las sensaciones que padeció mi cuerpo mientras estuvo detenido ilegalmente en El Olimpo. El uso propagandístico del Falcon verde ofende, es sádico y a la vez es una clara y concreta amenaza.
No se trata de una discusión política, ideológica o de técnica económica; es una discusión moral. Valoro a los colegas que vienen investigando con esmero el caso del espionaje ilegal del expolicía y exagente de la AFI Ariel Zanchetta, quien hackeaba teléfonos, entre ellos el del ministro de Seguridad porteño, Marcelo D’Alessandro, haciendo públicos los encuentros de directivos de Clarín con jueces en Lago Escondido y le pasaba información al diputado oficialista Rodolfo Tailhade y también al referente de La Cámpora Conu Rodríguez. Agradezco que no naturalicen el espionaje ilegal y el hackeo de celulares ni se resignen a aceptar la tesis de Zygmunt Bauman, quien sostenía que la tecnología había decretado de hecho el fin de la intimidad y vivíamos en la era de extimidad, pero puedo asegurarles que enterarme de que mi celular estaba hackeado por esta célula de espionaje ilegal no me produjo ni el uno por ciento de los escalofríos que me genera ver campañas en las redes a favor del regreso de los Falcon verdes (como significantes de una forma de violencia política) o que la candidata a vicepresidenta de LLA reivindique la última dictadura.
Es difícil de explicar para quien no lo vivió la diferencia entre el espionaje ilegal al que nos somete la mala praxis de la democracia y la represión ilegal. No hay vida con miedo constante a la muerte. No hay vida. Y cuando no hay vida, la economía pasa a ser algo absolutamente secundario.
Por Jorge Fontevecchia-Perfil