La esposa del capo del cartel de Medellín, mientras su marido traficaba cocaína y le declaraba la guerra al Estado y a los demás carteles colombianos, consolidó una importante colección de pinturas, esculturas y antigüedades
En muchos casos, invertir en arte es una apuesta segura. Rara vez los precios se devalúan y, dependiendo de las obras, los precios solo suben y suben, a distintos ritmos, pero suben. El coleccionismo, además de satisfacer necesidades estéticas, reafirma estatus, demuestra la capacidad adquisitiva y buen gusto, en la mayoría de los casos.
También es una forma de guardar ingentes sumas de dinero sin que se dañen enterradas. Pablo Escobar se convirtió en coleccionista de arte, no solo para que los fajos de billetes no se pudrieran o se los comieran los ratones, sino para lavar el dinero del narcotráfico y darle gusto a su esposa, Victoria Eugenia Henao.
Para Tata, como llamaba Escobar a su esposa, el arte era una pasión. Sabía de autores, de técnicas y tenía buen ojo. En su colección, según recuerda la mujer en Mi vida y mi cárcel con Pablo Escobar, tenía obras de Claudio Bravo, Alejandro Obregón, Fernando Botero, Luis Caballero, Olga de Amaral, Rodrigo Arenas Betancourt, Édgar Negret, Darío Morales, Enrique Grau, Pablo Picasso, Joan Miró, Salvador Dalí, Igor Mitoraj y Auguste Rodin.
También tenía obras de artistas antioqueños, en particular de Francisco Antonio Cano, del que Escobar quiso hacerse con Horizontes sin éxito, pues la versión de 1913 —hay cinco— estaba en manos de la familia del expresidente Carlos E. Restrepo, que se negó a vendérsela a la mujer del capo. El periodista José Guarnizo, en El Colombiano, contó que “las hermanas del expresidente habrían dicho que «primero muertas antes que venderle el óleo a un desconocido y menos a Escobar»”. La pintura terminó, por donación de la familia Restrepo, en el Museo de Antioquia.
En su libro, Henao cuenta que “el arte ocupó un lugar preponderante en mi día a día, y debo reconocer que el dinero de mi marido y de algunos de sus amigos contribuyeron a hacerme un espacio pasajero en ese ambiente”. Una corta, pero sustanciosa incursión en el coleccionismo que comenzó cuando en 1977 Escobar conoció al artista Pedro Arboleda, al que le compró varios desnudos y un bodegón.
Por esos años, Henao engrosó su colección con pinturas de Pedro Nel Gómez, Débora Arango, Francisco Antonio Cano y Ricardo Gómez Campuzano. Todos antioqueños, todos de primer nivel. Todos, junto a un óleo de la argentina Delia Cugat, los compró en el Centro Internacional del Mueble, en Itagüí (Antioquia), en donde había algunas galerías.
La mujer de Escobar tuvo como mentor, como guía en el mundo del arte y el coleccionismo, al escultor antioqueño Salvador Arango —autor de El beso, una escultura que estaba en la casa del barrio El Diamante que compró Escobar el 27 de febrero de 1979 por cuatro millones de pesos, que a hoy serían cerca de 870 millones, con la condición que la escultura se quedara donde estaba—.
“Durante varios años se convirtió en mi mentor, amigo y compañero de viaje; fue un guía honesto, desinteresado, que no se aprovechó de mi ingenuidad y falta de experiencia. Estar a su lado era enriquecedor y a través de él conocí gran parte del medio artístico del momento”, cuenta Henao en Mi vida y mi cárcel con Pablo Escobar
La casa del barrio El Diamante, que en 1993 sería quemada por los Pepes (Perseguidos por Pablo Escobar) como parte de la cacería que le hacían al capo del cartel de Medellín, fue el primer lugar en donde Henao comenzó a construir su colección de arte, pero primero debía adecuar la casa y redecorarla, pues era un templo al mal gusto. En esta labor ayudó Julia Acosta, reconocida diseñadora de interiores, experta en decoración y arte.
Casa del barrio El Diamante, en Medellín. En la foto la sala, con tres pinturas de Luis Caballero – crédito Victoria Eugenia Henao/Editorial Planeta
La casa de los Escobar Henao era un batiburrillo de cosas, un juego de muebles estilo Luis XV, lámparas de Pedrín —“un señor muy conocido en Medellín, que fabricaba lámparas con un estilo muy particular”, explica Henao— y otras chabacanerías más, que Acosta sugirió tirar a la basura.
Junto con Arango y Acosta, Victoria Eugenia Henao fue cultivando un criterio y una mirada que satisfacía con el inagotable flujo de dinero que el tráfico de coca le dejaba a su marido y al cartel. Por invitación de Acosta, Henao iba a exposiciones en Medellín periódicamente. Las primeras obras que compró en esas visitas a las galerías de arte en la capital antioqueña fueron: un Obregón, Flores carnívoras; una acuarela de Botero y tres carboncillos de Luis Caballero.
Henao cuenta que una vez fue invitada a la inauguración de una exposición de Fernando Botero en Bogotá y que allí lo conoció y le confesó que era admiradora de su obra. Conversaron unos minutos y el pintor le regaló un par de afiches que firmó: “A Victoria, del maestro Fernando Botero”.
Esa noche también estaba invitado el presidente Belisario Betancourt, con el que la esposa de Pablo Escobar intercambió “opiniones sobre la majestuosidad de las obras de Botero y otras trivialidades”.
En su colección de arte también incluyó antigüedades, casi como consecuencia de conocer las casas de algunas de las familias más pudientes de Medellín, que no solo tenían obras de arte, sino objetos de valor histórico que, por tradición, habían pasado de generación en generación, y que también esa aristocracia paisa adquiría en Europa, tal vez, para emular las colecciones y salones de maravillas que eran habituales en las colecciones de las casas reales del Antiguo Régimen.
Entre los objetos que tenían los Escobar Henao en su colección, y que recuerda la viuda de El patrón, estaban: “La medalla que le regalaron al Libertador Simón Bolívar después de triunfar en la batalla de Boyacá, en 1819; la maqueta original de una escultura del caballo de Bolívar que el gobernador de aquella época le encargó a un famoso artista italiano para exhibirla en la plaza de Bolívar de Medellín”.
El penthouse de los Escobar Henao en el edificio Ovni fue decorado por la esposa del capo del cartel de Medellín con obras de artistas como Enrique Grau, que se ve detrás de la hermana menor de Henao y Juan Pablo Escobar – crédito Victoria Eugenia Henao/Editorial Planeta
Según el periodista Guarnizo, un extrabajador del cartel de Medellín y un marchante de arte que se hacía llamar Francisco, Escobar y Henao tenían en su colección un violín Stradivarius, del que no se sabe su paradero ni si fue, realmente, fabricado por el lutier italiano Antonio Stradivari.
También se dice que tenían jarrones chinos hechos en Ráquira (Boyacá), que un avivato le vendió haciéndolos pasar por cerámicas chinas y que terminó muerto.
Luego de que se fueran a vivir al Edificio Mónaco (Medellín), en 1986, algunas obras quedaron en la casa del barrio El Diamante y otras fueron a la nueva residencia de los Escobar Henao, en donde, además de guardar su colección de carros, la de arte siguió creciendo, hasta que quedó expuesta en 1988 cuando el cartel de Cali, por órdenes de Hélmer Francisco Pacho Herrera Buitrago, puso un carro bomba en el edificio.
Victoria Eugenia Henao cuenta en su libro que el maestro Rodrigo Arenas Betancourt diseñó la escultura que estaba en la fachada del edificio Mónaco en una servilleta. La obra ahora está en el Museo de Antioquia – crédito Infobae
El periodista Guarnizo cuenta, en El Colombiano, que un “antiguo y alto funcionario del Estado” le dijo que tras el atentado en el Edificio Mónaco hubo gente que intentó adueñarse, algunos con éxito, de algunas cosas que encontraban entre los escombros, como un personaje de la comitiva del alcalde de Medellín, que, según le contaron al periodista, se quedó con un anillo de diamantes de Henao:
”Dentro de los primeros que llegaron al lugar estaba el alcalde de ese entonces, William Jaramillo Gómez. En las cámaras quedó registrado que alguien de su comitiva se apropió de un anillo de diamantes que era de la mujer de Escobar y que, además, lo grave, ¡fue que se lo fue poniendo de una vez!”, cita Guarnizó a ese exfuncionario del que no reveló su nombre.
En 2018, Semana publicó fragmentos del testamento que redactó Escobar en 1980, entre los que estaba una lista de obras de arte y objetos que hacían parte de su colección de arte para ese momento. En ese listado hay obras de Salvador Dalí, dos esculturas; Auguste Rodin, una escultura; Fernando Botero, dos esculturas y un carboncillo; Alejandro Obregón, un lienzo; Enrique Grau Araújo, un dibujo y un óleo; Francisco Antonio Cano, cuatro óleos; Darío Morales, dos esculturas y cinco óleos; Édgar Negret, tres esculturas; Luis Caballero, tres dibujos; Jesús María Zamora, dos óleos; Ricardo Gómez Campuzano, dos óleos; Juan Cárdenas, dos óleos y un dibujo a lápiz; Enrique Zamudio, un óleo; Teye Cuéllar, un óleo; Ricardo Acevedo, un óleo; Claudio Bravo, un óleo; Delia Cugat, un óleo; Ignacio Gómez Jaramillo, un óleo; José Guerrero, un óleo.
Las antigüedades en el testamento eran Bolívar a caballo, escultura en bronce; Dorso de hombre, escultura en bronce; Manos cruzadas, escultura en mármol; Cabeza vendada, escultura en mármol y Pared verde, escultura en bronce.
¿Qué pasó con la colección de los Escobar Henao?
El penthouse del edificio Mónaco antes y después de la explosión del carro bomba el 13 de enero de 1988. Se ve una pintura del primer periodo de Fernando Botero – crédito Victoria Eugenia Henao/Editorial Planeta
En su libro, Victoria Eugenia Henao, la viuda de Escobar, dice que luego de bombazo al Edificio Mónaco, su colección se vio seriamente dañada. Algunas obras se destruyeron por la explosión y otras quedaron seriamente comprometidas. Una que salvó y que terminaría en manos de Carlos y Fidel Castaño, comandantes de las Autodefensas Unidas de Colombia, antiguos socios de Escobar y luego enemigos, fue La danza (Rock and Roll) de Salvador Dalí.
Esta pintura, que no hace parte de las obras de primer nivel del pintor catalán, sirvió como ofrenda de paz luego del asesinato de Escobar, cuando Henao negoció con los demás capos colombianos que dejaran a la familia de su esposo, a los hombres del cartel de Medellín que quedaban con vida, a sus abogados, a sus hijos Juan Pablo y Manuela y a ella en paz. En estas negociaciones, cuenta la viuda del capo, también repartieron algunas propiedades de Escobar para resarcir los agravios entre los carteles.
“Salvador Dalí, ni en sus espacios más surrealistas, imaginó que su obra iba a ser ondeada como bandera de paz entre dos carteles”, escribe Henao
Este lienzo de Salvador Dalí fue una de las obras más preciadas de la colección de Victoria Eugenia Henao, que la pagó a cuotas y cuando llegó a su casa no podía creer que la tenía en sus manos – crédito historia-arte.com
Luego del atentado en la residencia de los Escobar Henao, Victoria Eugenia alquiló una bodega en Bogotá, en donde no cupieron todas y la colección empezó a desmembrarse. La mujer cuenta que o bien las obras no llegaban a su destino o las dejaba al cuidado de algún marchante que “un buen día desapareció”.
En un reportaje de The Hollywood Reporter, de 2018, se cuenta que en alguna parte de una selva colombiana hay un almacén con 4.000 o 6.000 obras de arte, esto según una conversación que sostuvo Olof Gustafsson, en representación de Roberto de Jesús Escobar Gaviria, el Osito, con un empresario británico residente en Dubai (Emiratos Árabes), al que le propuso una comisión de 150.000 dólares para realizar un catálogo de obras y ponerlas en el mercado internacional del arte. Entre las obras se dice que hay piezas de Picasso, Cy Twonbly o Camille Pisarro.
Cuando el empresario británico conoció que detrás de todo estaba el Osito, pues Gustafsson solo reveló esto luego de que fue asesinado un productor de Narcos en México, declinó la propuesta del sueco. Sea, o no, verdad, la colección de arte de los Escobar Henao, tal vez una de las más importantes de los años ochenta en Colombia, se desmembró, buena parte se perdió y otra fue a parar o para pagar los agravios que dejó la guerra entre carteles o a colecciones privadas.
Sobre la pérdida de su colección, la viuda de Escobar escribió: “No siento frustración, pero sí nostalgia. Por mis manos pasaron obras de arte increíbles que realmente pensé que estarían conmigo toda la vida y que me permitieron, por una época, vivir en un mundo apasionante que me generó muchas satisfacciones”.
“Mi relación con el arte siempre estuvo motivada por el deseo de aprender; nunca lo entendí como una forma de subir de estatus o de entrar a círculos de la élite que siempre tuve claro, eran inalcanzables. No me doy ínfulas de conocedora de arte, porque no lo soy”, confiesa Henao al cerrar este capítulo sobre su vida.
Por Sergio Rodríguez-Infobae