Dice que es capaz de lograr lo que e proponga, y tiene razón. La actriz que pasó de Gran Hermano a ganar un Martín Fierro como “Revelación” por su trabajo en La Leona, repasa los obstáculos que atravesó para llegar a este presente y asegura: “Me mandé muchas cagadas por no saber, y cada vez que me enseñan puedo ser mejor persona”. Qué aprendió de su experiencia en los medios y cómo le gustaría cambiar el mundo, en este mano a mano con EPU.
“Soy capaz de lograr cualquier cosa si me lo propongo”, fue la frase que Andrea Rincón usó para describirse a sí misma en 2007, en su primera presentación frente a cámara. El resto del speech, marketing personal del más efectivo para llamar la atención de productores de un reality show y de la audiencia que la vería, aunque sin faltar a la verdad. Su vida era un tanto turbulenta en ese entonces y sus vínculos familiares, algo complejos; algo que derivó en consecuencias con las que debió lidiar durante años, muchas de manera pública y cruel.
Desde niña había deseado ser actriz. Sin embargo, el trampolín del rating durante un tiempo pareció alejarla de esa meta en lugar de acercarla. Pero ya lo había dicho ella: era capaz de lograr cualquier cosa si se lo proponía. Después de algunos coqueteos con ficciones como Solamente vos, en la que hizo breves apariciones, llegó su gran oportunidad gracias a La Leona en 2016, de la mano de Nancy Dupláa. “Nancy me cuidó de principio a fin, ella y todos los actores que hicieron La Leona. Ese grupo humano no te lo olvidás más”, recuerda con afecto.
Con varias películas a estrenarse en 2024 (recientemente hizo el podcast Las pibas dicen y participa de Quién paga la fiesta en la Rock & Pop), se toma un tiempo para reflexionar sobre su presente y asegura: “Está bueno poder nutrir al otro y para eso están los medios de comunicación”.
–Hacés radio, un podcast, ¿encontraste una cosa medio intimista ahí que te gustó?
–Sí, me copó mucho. Y este año cambiamos el horario y vamos a empezar con un programa en el que voy a hacer algo que tengo muchas ganas desde hace tiempo, que es tener invitados, poder tener bandas que toquen en vivo. Vos escuchás una canción que nace de un dolor, hay algo que el artista vivió, entonces está bueno poder ir al hueso, que es lo que a mí me gusta.
Odio las cosas superficiales, a mí me gusta dejarle algo al otro porque la verdad es que puedo llegar a un montón de personas y me parece que hay que utilizar eso para poder sembrar algo en el otro, para ayudarlo a crecer, darle un mensaje bueno, ¿viste?
A mí me encantaría cambiar el mundo y para eso tiene que cambiar la gente. Hay un montón de cosas que yo hice mal en mi vida, pero porque no sabía. Vos sabés algo, pero cuando vienen y te enseñan otra cosa decís “ah, era así”. Está bueno poder nutrir al otro y para eso están los medios de comunicación. Y la verdad es que cuando empezás a escuchar o leer o ver medios de comunicación hay mucha mierda, ¿viste?
Entonces, si yo tengo este espacio, me encantaría dar algo bueno, me gustaría salir de esa superficie. Yo siento que me mandé muchas cagadas por no saber, porque no me lo enseñaron. Y cada vez que me enseñan, puedo ser un poco mejor persona.
–¿Qué es lo que hoy sabés que antes no?
–La madurez es todo. Todo es prueba y error. Los bebés empiezan gateando, dan un paso y se caen, y así es todo en la vida. Yo engañé a mi primera pareja y ahí me di cuenta, a los golpes, que a la pareja no se la engaña. Me metí en un programa donde me expuse un montón (N. de la R.: Gran Hermano) y me di cuenta de que por ahí no era, porque le daba la posibilidad a todo el mundo de que opinara sobre mí y me hicieron bosta, me lastimaron mucho a mí y a toda mi familia, entonces dije “por acá no es”.
Y también se te va acercando gente que te va diciendo: “Andreíta, esto es así”. Vas aprendiendo en la vida. Yo voy a la cárcel a dar testimonio, a hablar y a explicarle a la gente que puede tener una vida distinta y no le pregunto qué es lo que hizo. Entiendo que todo el mundo tiene derecho a cambiar.
–Salvando las distancias, vos también hiciste cambios radicales en tu vida: profesional, personal y emocionalmente.
–Y hay que seguir cambiando hasta el último día.
–¿Sentís que se aceptaban esos cambios en el medio en el que trabajás?
–No, imaginate que hay gente que dice “se bautizó y putea”. ¿Qué te pensás, que soy Jesús? La gente cree que los que van a la iglesia son perfectos. Escuchame, los que van a los hospitales son enfermos; los que van a la iglesia son pecadores. Yo estoy sentada en la mesa de los pecadores. No aceptan que alguien intente o trate de ser mejor persona. Claramente, yo no soy perfecta, me voy a mandar cagadas hasta el último día de mi vida. La única diferencia es que las voy a asumir y, si te tengo que pedir disculpas a vos o a quien sea porque me mandé una cagada, lo voy a hacer.
Siempre voy a cometer errores porque soy un ser humano. Yo me canso de escuchar que la gente diga “no cambia más”, eso es estigmatizar al otro. ¿Cómo que no cambia más? Todo cambia.
–¿Detectás ese momento puntual de tu vida en el que dijiste “tengo que cambiar”?
–Sí, todo el tiempo, porque todo el tiempo veo cosas para cambiar. Soy una de las personas más imperfectas del mundo y siempre me voy a catalogar así, porque yo no miro todo lo que tiene el otro, miro lo que tengo yo y todo el tiempo encuentro imperfecciones.
Soy re autocrítica, te lo pueden decir todos mis amigos, siempre te puedo ir a pedir disculpas, no soy orgullosa. Y lo cambio y lo modifico porque entiendo, no puedo ser tan obtusa. Me fue como el culo en un montón de cosas de mi vida, si pienso que soy una ganadora soy una idiota. Fui a 200 km/h y me la pegué contra un paredón, había que cambiar la técnica sí o sí.
Tuve que pedir ayuda, decir que no podía, pedir que me enseñaran. Y tuve un montón de personas luminosas que me agarraron la mano y me llevaron. Y después hasta la vida dio vueltas y les pude devolver, y estuvo muy bueno estar cuando me necesitaron; para esas personas voy a estar siempre. Con mis torpezas, yo me las voy a mandar siempre porque soy un pato criollo.
–Pero te quieren así.
–Me quieren así porque saben que soy buena, no es que soy un sorete. Primero soy bocona, soy impulsiva, tengo un trastorno que lo estoy manejando muchísimo. De chica no tenía registro de que lo tenía y ahora lo manejo muy bien, sé dónde pararme, dónde trabajar, dónde no. Yo sé cuáles son los lugares en los que me siento tranquila, en los que me respetan. En los lugares que soy amada y cuidada, me quedo. En los lugares que me tratan como el culo, me voy; primero, porque lo sufro mucho y, segundo, porque no soy de callarme.
–¿Sos hiriente en las discusiones?
–Sí, pero con mis afectos. Con las personas que peor fui fue con mi pareja y con mi padre. Con mi pareja… él me lo dice, porque además él es tan bueno y yo le tiro dardos. Tengo un tema con los hombres, con cosas que me hicieron. Yo tengo fracturas expuestas de tipos, ¿viste? Y a veces digo “no es él, Andrea, el que te lo hizo”. Me cuesta mucho. De hecho, me fui de viaje hace poco porque me propuso casamiento. De golpe me di cuenta de que había de nuevo un hombre en mi vida y que quería que sea para siempre, que quiere tener hijos. Y yo estoy con un vértigo tremendo. Le dije de congelar óvulos y esperar un tiempo a que a mí se me pase esto, que me ayude, porque a mí los hombres me hicieron daño. Soy un animal herido.
–Al principio de la charla me dijiste que querías cambiar el mundo, ¿qué es lo que querés cambiar?
–La indiferencia de la gente ante el otro, ante el dolor del otro. La gente va caminando y ve a alguien tirado pidiendo comida y piensa “algo habrá hecho para terminar así”. No importa lo que le pasó, así se haya mandado mil cagadas, ahora está ahí y está sufriendo, le duele. ¿Qué te pasa que a vos no te duele el dolor del otro? Hay una frialdad y algo de falta de empatía que yo creo que tiene que ver con la falta de pensar. Están todos pensando en su culo, para adentro, y ni siquiera ven su propia mierda, lo que ellos mismos tienen que cambiar.
Yo creo que a las masas hay que ayudarlas a pensar. Y ahora es todo tan superficial que la gente piensa en hacerse las manos, comprarse la cartera, en cómo consumir. Para mí no es así. No te va a hacer feliz comprarte la carterita. No sabés lo feliz que te hace cuando pudiste darle un plato de comida a alguien. Eso te hace feliz. Ayudar a la gente a pensar, eso es lo único que puede cambiar el mundo.
Fotos: Guido Adler
Coordinación general: Gimena Bugallo
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Agradecimientos: @jitric_jc, @mono.fuk, @ferrarocalzados, @mundostilettos
Por Mariana Merlo-EPU