Mauricio depende de la suerte de Milei. El peronismo necesita que se caiga pronto. Por Jorge Asís
1.- Pasión por la parábola
El presidente Javier Milei, El Menem Trucho, Mauricio Macri, el Ángel Exterminador y el ontológicamente proto/oficialista Miguel Pichetto, El Lepenito, comparten los esfuerzos titánicos por reivindicar de manera indirecta al peronismo y facilitarle el regreso al poder.
La violenta irrupción de Milei en la política instaló rabiosamente la pasión por la parábola.
El marketinero panelista fue especulativamente repotenciado por el peronismo para debilitar a Mauricio y el Artificio sublime de Juntos por el Cambio.
Con el invento, Sergio Massa, El Profesional, tuvo suerte.
Pero no pudo evitar que la invención de Milei construyera la parábola:
Concluir asociado con Mauricio, pero para vencer a Massa.
Milei es presidente desde hace casi 60 días y su gestión ya huele, en efecto, a calas. A riesgo de colapso.
Depende justamente de los radicales vacilantes y de la estructura fulminada de Juntos por el Cambio que se muestra, de pronto, fortalecida.
El mero esqueleto de JxC puede salvar a Milei. Basta contemplar la fotografía realista del Consejo Federal de Inversiones.
El destino de Mauricio depende de cómo le vaya a Milei con el arrebato volcánico de una gestión que arranca con el terremoto innovador que ostenta el desafío de diluirse en medio vaso con agua.
Mauricio fue colonizado culturalmente por Milei.
Es Milei quien se propone hacer, en 2024, lo que Mauricio debió intentar en 2016.
Pero el pobre Angelito no pudo encarar ninguna proeza innovadora porque de inmediato fue neutralizado por la impotencia conformista de los cautelosos asesores que preferían la placidez del gradualismo.
2.- Por el medio
Para evitar el florecimiento olfativo de las calas penetrantes, Milei necesita circular exactamente por el medio.
Entre el rencor de los peronistas derrotados, y las adhesiones republicanas de los convencidos que se entregan a la odisea de acabar con “la decadencia”.
En efecto, Milei atraviesa una suerte de corredor de la muerte. Plagado de accidentes naturalmente geográficos.
Como una metáfora del tren fantasma que mantiene, a su izquierda, al peronismo.
Con el inquietante deseo de que el tren fantasma de Milei se caiga. Que la alborotada epopeya concluya pronto. Con el porrazo del descarrilamiento.
Y en el costado derecho del tren fantasma, Milei los tiene apesadumbrados a los heroicos demócratas.
Son los sensibles bienintencionados que suplican por la consolidación de la modernidad.
Para que comiencen los demorados aciertos.
“Si a Milei le va mal nosotros somos boleta”.
Lo confirma el apasionado adicto de PRO que supo, en 2015, ser un vibrante «torcedor» del colectivo «Cambiemos».
(Por entonces pugnaba por la utopía de vencer al peronismo. Y se anotó hasta como fiscal. Le tocó una mesa de Los Polvorines).
Para la persistencia del “no peronismo” la suerte de Milei es sistemáticamente trascendental. Como para el peronismo.
“Los peronistas necesitan que Milei se caiga ya, de ser posible ayer”.
Argumento que legitima la estrategia de silencio que se impone La Doctora.
Con el paso de las semanas, las culpabilidades de La Doctora se atenúan. Pocos meses más de Milei pueden producir la tenacidad del olvido.
Sólo si Milei se destapa como un transformador superior a Carlos Menem puede admitirse el relato de la mala hotelería.
O el entendimiento inexplicable con Irán.
O cualquier otra irrelevancia que utilizó la política para elevar el error de entregarla.
Hasta hoy, al tren fantasma de Milei le cuesta acomodarse en alguna estación racional.
Resulta entonces innecesario leer los informes inteligentes de la consultora de Córdoba para darse cuenta que la sociedad le pierde paulatinamente el respeto.
Como si Milei fuera un anillo brillantemente ordinario. Una reliquia que no merece el menor compromiso electoral.