La escritora Paulina Tuchschneider es autora de “La soldado”, novela que combina una mirada ácida y también muy humana sobre algunas vivencias traumáticas de las jóvenes reclutas en las fuerzas armadas israelíes. Desde Tel Aviv, habló sobre sus recuerdos, sobre cómo fue mutando el concepto de guerra y sobre cómo cambió la vida en su país después del ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023.
“Sostenía mi M16 en una mano y mi champú y mi máscara humectante para el pelo en la otra. Apretaba el jabón entre la axila y el brazo. Tras cerciorarme de que todas las que entraban a la ducha habían dejado su arma en la pila a un costado, decidí que haría lo mismo. En medio del ruido y las voces, mientras me preguntaba si se conocían de antes y cómo habían hecho para conectar tan rápido y sentirse tan cómodas hablando así, desnudas, divisé un hueco libre, a la derecha del grupo. Si daba un par de empujones, podría colgar mi toalla y reclamar mi derecho: había llegado mi turno de entrar a una de las cabinas”. Así describe la joven narradora de la novela La soldado (Cúmulus Nimbus, 2024) uno de sus primeros días como recluta en el servicio militar obligatorio de Israel. Tiene apenas 18 años, muchas inquietudes (¿qué hace en ese lugar rodeada de desconocidas, teniendo que compartir espacios minúsculos y de gran intimidad?) y una única certeza (si pierde el arma que le dieron o se daña puede terminar en la cárcel).
La escritora Paulina Tuchschneider, que nació en Polonia en 1987 y vive en Israel desde los 2 años, atravesó la misma sensación de no pertenecer, la incredulidad ante algunos absurdos del sistema (uno de los pocos del mundo con carácter de obligatorio para las mujeres) y también el miedo que percibe la protagonista de su libro ante la inminencia de la guerra. Con humor por momentos, con gran capacidad para describir el terror, con una mirada ácida, la autora trazó en La soldado un relato irreverente. Las escenas, contadas en una primera persona encantadora, se suceden entre la ansiedad, las preguntas sobre el cuerpo y el paso a la adultez, las armas a mano y el fantasma del conflicto bélico siempre cercano.
Desde Ramat Gan, cerca de Tel Aviv, donde reside actualmente con su marido, Tuchschneider cuenta en inglés a elDiarioAR a través de una videollamada que su intención con La soldado fue la de narrar “una historia distinta”.
“Creo que usualmente, cuando se escucha hablar del ejército israelí, la gente suele pensar en el Shabak, en la Mossad o en esas fuerzas especiales. Me parece que (la serie) Fauda o Netflix contribuyeron a construir esa imagen (risas). Pero yo quería otra cosa, una historia sobre aquellos que no son considerados héroes, esas personas que no saben qué hacer o cómo comportarse en ese sistema. Porque eso ocurre a menudo. En Israel, donde es obligatorio para todos pasar un período en las fuerzas armadas, creo que muchos transitan esos tiempos con dudas. Y es un asunto del que no se habla lo suficiente”, afirma en diálogo con elDiarioAR.
El libro, que fue traducido al español por la escritora argentina Esther Cross y llegó por estos días a las librerías locales luego de una importante repercusión internacional, recupera la incomodidad de la escritora, que en más de una ocasión se sintió “un alien” mientras contaba las horas de entrenamientos exhaustivos, manipulaba armas con poco conocimiento o debía pasarse tardes enteras limpiando ollas. Hasta que se desató la llamada Segunda Guerra del Líbano en 2006 y decidió desertar.
Consultada sobre aquella huída, la escritora asegura que no es una decisión tan usual: “Pero yo sentía que ese no era mi lugar, que no pertenecía a ese sitio. No es algo tan frecuente o tan popular. Sin embargo, cuando el libro salió acá, muchísimas personas me escribieron, especialmente mujeres. Me decían que se sentían igual que la protagonista, que habían atravesado las mismas experiencias. Ella, a lo largo de la novela, se va sintiendo como un alien, como si percibiera que todos saben perfectamente lo que tienen que hacer, pero ella no. Para mí fue sorprendente que tantas mujeres me contaran por lo que habían pasado. Cuando sos joven todo lo que querés hacer es estar con tus amigos, ir a la playa, comer porquerías, salir de noche hasta que, de pronto, te ves obligado a cumplir con esta obligación”.
-¿Por qué decidiste poner en primer plano en el libro lo que ocurre con los cuerpos de estas mujeres jóvenes reclutas?
-El cuerpo es algo que me fascina (risas). Creo que el cuerpo es en sí mismo un sistema que a veces anuncia o percibe cosas que la mente todavía no está preparada para comprender. Además creo que el gran shock se produce al descubrir que también hay una guerra que transcurre justamente ahí, en el cuerpo. Aparece algo en el libro tiene que ver con los otros, con la idea de aparecer frente a otros, muchas veces con nuestros cuerpos expuestos. En especial estar expuestas, porque aquí son mujeres, con sus cuerpos. Hay olores, hay menstruaciones, hay pelos de las demás: todo eso te rodea mientras estás encerrada con otras que no conocés. Con el tiempo, pensé que este libro es también sobre el derecho de cada mujer a tener un baño limpio (risas). Me parece importante poder mostrar estas cosas. Las mujeres en la vida pública no tenemos tanto permiso para hablar de la menstruación o de estos asuntos cotidianos. Entonces quise darle un espacio.
-En el libro hay escenas cómicas y también de extrema tensión, cuando, por ejemplo, cada chica debe cuidar de su arma, incluso en el baño.
-Sí, te enseñan que el arma que te dan es lo más importante que hay: si la perdés, vas a la cárcel. Es lo más importante de tu vida en ese momento. Está esta cosa un poco absurda cuando te metés a la ducha, por ejemplo, porque como cualquier persona querés estar limpia, sentirte que después de todo lo que te tocó hacer en el día ese baño te convierte otra vez en un humano. ¡Por eso darles armas a adolescentes de 18 años y que las tengan que tener cerca hasta en la ducha es tan extraño! Pero esto ocurre y si hablás con cualquier mujer de Israel, reconoce perfectamente esas imágenes, todas pasamos por eso de alguna u otra forma. La guerra se piensa muchas veces desde la perspectiva del varón, también. Pienso, por ejemplo, en la escena que abre la película Rescatando al soldado Ryan en la playa, que es muy impactante. En estos días se está produciendo la película basada en La soldado y me imaginaba que estas escenas de ducha serían una apertura perfecta para contar la historia desde una mirada de las chicas: entrar a la ducha, pensando en cuidar que no se pierda tu arma, ese lugar es como tu campo de batalla.
-La narradora dice que en ese momento, siendo tan joven, sabía muy poco de los palestinos. ¿Qué idea se tiene en el servicio militar de ellos? ¿Te pusiste a pensar desde entonces en el concepto de “enemigo”?
-Creo que vivimos en un estado mental un poco aislado, en especial en la juventud. Tenemos nuestras vidas, nuestros problemas cotidianos y no queremos muchas veces pensar que existen tantos problemas a nuestro alrededor. Y eso, de algún modo, estalló en nuestras caras el 7 de octubre del año pasado. Es extraño porque Israel es un país muy pequeño, así que esos que te enseñan que son tus enemigos están a una hora de distancia. Hay una pared entre nosotros.
-¿Cómo cambió tu día a día desde el 7 de octubre?
-Fueron los peores tiempos de mi vida o de lo que recuerdo en Israel. Las primeras semanas después del ataque fueron terroríficas, muchos pensábamos “este es el final del Estado de Israel”. El ruido, el estremecimiento, la cantidad de cohetes y de explosiones que sentimos a diario fueron terribles. Y el tema es que todavía hay gente secuestrada y personas esperando que sus familiares vuelvan a casa. Yo odio las sirenas y recuerdo mucho del momento en que hice el servicio militar ese sonido porque sonaban todo el tiempo, es algo aterrador. Te dicen que ellos prefieren atacar de tarde o cerca de las 20 porque es un buen horario para aparecer después en los canales de noticias. Entonces vas acomodando tu día a esos horarios y entonces volvés para estar en casa antes de las 20. Por otra parte, tenemos aquí al peor gobierno que podríamos tener. Entonces estoy preocupada por eso y también preocupada por el otro lado: sé que hay allí gente inocente, que sufren mucho y atraviesan momentos espantosos con sus autoridades también. Así que soy muy pesimista respecto de toda la situación. Creo que este año va a ser durísimo para todos.
-¿Cambió de alguna manera tu idea alrededor de la guerra entre que fuiste al servicio militar y la actualidad?
-Pienso que una es tan naif cuando va: tenés 18 o 19 años y no tenés idea de nada. La verdad es que en algunos momentos decís “va a estar todo bien” y te convencés incluso. Hasta que de pronto, algo ocurre: se desata el caos. Al mismo tiempo, todo tiene un costado humano. Cuando vivís en Israel sabés que vas a convivir con sirenas, que hay preocupaciones especiales alrededor de la idea de seguridad, estás acostumbrada. Pero cuando se desata una guerra todo es distinto. Lo de ahora, de todos modos, no tiene comparación con nada, es lo peor.
-¿Por qué asuntos como el estrés, la ansiedad o algunos asuntos que tienen que ver con la salud mental son palabra prohibida en ámbitos como el militar?
-Con los años se ha mejorado un poco. Las personas son más conscientes de lo postraumático. Lo que pasa es que este libro ocurre un tiempo atrás. En aquellos años, cuando alguien volvía del campo de batalla con alguna herida o si había perdido a su mejor amigo en la guerra aparecía allí una escena postraumática obvia. De eso sí se podía hablar. Pero por supuesto que yo en el libro quería exponer cosas que no tenían que ver con lo obvio, con lo evidentemente postraumático. Quería pensar esa obligación de compartir un espacio estrecho, por ejemplo, con otras seis mujeres y tener que convivir de esa manera con su suciedad, con sus pelos, con sus costumbres. Tal vez la protagonista del libro no tiene una herida corporal, pero padece otras situaciones. Quería hablar de eso: de las cosas que no son exactamente blanco o negro.
Por Agustina Larrea-ElDiarioAR