La historia de Matías Javier Ortiz es de perseverancia y templanza. Su carrera arrancó en el Ciclón, debutó en Primera de la mano del Coco Basile y luego jugó en el Ascenso y el exterior. Tras colgar los botines tuvo múltiples ocupaciones: hoy vende artículos deportivos
Tras quedar libre en San Lorenzo por no ser tenido en cuenta por Oscar Ruggeri, Matías Javier Ortiz pasó por Almagro, se fue al fútbol de los Estados Unidos para jugar al lado de Carlos Valderramaen Tampa, donde cayó preso por “tomar mate”, y tuvo una corta estadía en Los Ángeles Galaxy. Luego de seis meses, volvió a la Argentina para desarrollarse en Armenio, donde cobraba en patacones, previo a viajar a Italia, donde permaneció seis años y hasta fue chef para que no le rescindieran el contrato.
Cuando se retiró a los 30 años, regresó a Buenos Aires y la vida le tenía preparadas varias sorpresas, que lo obligaron a reinventarse una y otra vez. Trabajó en una aseguradora, vendió salamandras, puso su propia parrilla y se fundió. Se separó, acumuló un deuda de millones de pesos con bancos argentinos, fue DJ en un local de Palermo, hizo Stand-Up por redes sociales durante la pandemia del COVID-19, estudió teatro, realizó el curso de entrenador de fútbol, se deprimió y subió 25 kilos por estar “enojado con el fútbol”.
Pero a los 45 años, Ortiz mira la vida de otra manera. Hasta el 2023 participó en el senior de San Lorenzo y actualmente vende productos deportivos en sociedad con un amigo. Matías disfruta de ver a sus hijos patear una pelota y cada vez que puede, se prende en un partidito. También se toma un tiempo diario para recordar a su gran amigo Mirko Saric, ex compañero en el Ciclón, quien se quitó la vida a los 21 años.
En diálogo con Infobae, el ex mediocampista rememoró sus experiencias en el exterior. Además, recordó su pasado en San Lorenzo, contó de que manera lo afectó el fallecimiento de su gran amigo Saric, por qué Ruggeri no lo tuvo en cuenta, el día que jugó con el Pibe Valderrama, el motivo que lo llevó a bajonearse y el medio que le permitió amigarse con su pasado.
Matías Ortiz, durante su paso por San Lorenzo. Debutó con el Coco Basile de entrenador y el Cabezón Ruggeri lo dejó libre
– ¿Que es de tu vida, Matías?
– Soy parte de una empresa que fabrica artículos deportivos, de cancha de fútbol-tenis, redes de vóley, etcétera. En este rubro estoy hace tres años. Además, en paralelo entreno jugadores en plazas y parques más como hobby que por laburo. De a poco se fue haciendo el boca en boca y tengo un grupo de futbolistas aficionados que practican conmigo.
– De alguna manera seguís vinculado a lo que es el fútbol…
– Sí, uno nunca termina de desvincularse. El que fue jugador de fútbol lo será toda su vida. Después, están las posibilidades que se presentan de jugar en uno u otro lugar.
– ¿Continúas despuntando el vicio de patear una pelota?
– Sí. Hasta el año pasado venía participando con el Senior en San Lorenzo. Pero en 2024 por cuestiones laborales y de cuidado de mis hijos tuve que largar todo. La verdad es que no pude participar mucho más que de algunos partidos. Pero cuando hay torneos en los que me pueda presentar, me anoto, ya sea de más 30, de 35 o 40 años. Mientras se pueda seguir rodando es la mejor terapia que uno puede tener.
– ¿Cómo fueron tus inicios en este deporte?
– Yo arranqué en Ciudad Jardín, localidad donde nací y vivo. De chiquito empecé en la escuela de Osvaldo Piazza. Un día de verano en Punta Mogotes, Mar del Plata, un captador de talentos hacía campeonatos en la playa y me vio jugar. Encaró a mi papá y le preguntó si cuando volvía a Buenos Aires podía llevarme a probar a San Lorenzo que tenía un contacto en Pre-Novena. Mi papá le dijo que sí, y fui.
– Pero antes te probaste en otro club, ¿no?
– Si, en Boca Juniors, por intermedio de una señora que trabajaba en mi casa, que era la hermana de Alfredo Graciani. Por intermedio de él, contactamos a Ramón Héctor Mané Ponce para hacer una prueba. Fui a entrenar durante una semana, pero por mi físico, que era chiquito, me rebotaron y no me dieron la posibilidad de continuar. Entonces, caí en San Lorenzo, pero con la misma excusa me dijeron que tenía condiciones, que me veían chiquito físicamente, pero iban a apostar por mí. De esta manera, entré a la Novena con Antonio García Ameijenda, que estaba como coordinador deportivo.
Matías Ortiz, con el Flaco Passet y el Pipi Romagnoli en el Senior de San Lorenzo
– ¿Cuánto tiempo estuviste en las Inferiores previo a debutar en Primera?
– Las hice todas, de punta a punta. Si bien me suben a Primera cuando me encontraba en Sexta, por el caudal de jugadores profesionales solamente entrenaba con ellos y el fin de semana jugaba partidos oficiales con mi categoría.
– ¿Que entrenador te hizo debutar en la Primera?
– Alfio Basile, en 1998. Jugué unos partidos porque los habituales titulares San Lorenzo estaban abocados a la Mercosur. Entonces, usaban algunos juveniles para que se destacaran en el torneo local. Debuté el 20 de noviembre de ese año, frente al Belgrano de Córdoba de Luis Artime. El entrenador de mi equipo fue el Panadero Díaz, ayudante de campo del Coco Basile. El que me ayudó mucho fue Roberto Mariani, quien me hizo jugar más de 100 encuentros en Reserva. Después, viajamos con el Sub 20 azulgrana a Dallas, Estados Unidos, y ganamos la primera copa internacional de juveniles junto con Sebastián Saja, Leandro Romagnoli, Agustín Orión, entre otros. Cuando se fueron Mariani y Basile del club, con la llegada de Oscar Ruggeri como director técnico, quedé al margen.
– ¿Por qué?
– No estaba en sus planes. El filtro para llegar a Primera era muy grande, y entonces me fui a préstamo a Almagro. Estuve una temporada con Alberto Pascutti como técnico y ascendimos a Primera. Pero el segundo semestre no lo jugué y cuando tuve que volver a San Lorenzo, me llegaron dos telegramas de ambos equipos y quedé libre a los 21 años. Me faltó que me llegara un telegrama de la Iglesia dejándome libre de pecado (risas).
– ¿Qué tal fue esa experiencia en Dallas?
– Muy buena. Compartí habitación con Romagnoli. El Pipi es tres años más chico y cuando viajamos a los Estados Unidos extrañaba mucho a su familia. Me acuerdo de que antes de la final, él no veía la hora de que nos volviéramos; fue una experiencia muy linda. Además de una falta de respeto de mi parte porque jugaba con las 10 en la espalda y el Pipi con la 21 (risas). Tras quedar libre de San Lorenzo, regresé a los Estados Unidos para jugar en la MLS.
– Era otro época, diferente a la actual…
– Sí, muy diferente. No era un fútbol tan conocido como ahora, ni había tantas figuras y no estaba tan desarrollado. Cuando quedo libre, me pongo a entrenar en el centro de jugadores libres que manejaban Coqui Raffo, Hugo Musladíni y Diego Soñora. Por intermedio de Chiche, que había jugado en los Estados Unidos, apareció la posibilidad de tener una prueba en Los Ángeles Galaxy y después en Tampa, donde terminé jugando durante seis meses. Pero luego se abrió una oportunidad de jugar en el Ascenso y me volví.
Matías Ortiz vestido con la ropa deportiva de San Lorenzo de Almagro
– ¿Por qué no te quedaste?
– Tenía 21 años y estaba solo, no manejaba el idioma ni había tenido una buena adaptación. Tampoco, en Tampa había muchas posibilidades de jugar por el cupo de extranjeros. Además, no fui del gusto del técnico Alfonso Montero, un español que no me quería. Así que volví a la Argentina para jugar en Deportivo Armenio, que militaba en la Primera B. Estuve dos años y medio. Recuerdo que un día, con el presidente de ese club, Noray Nakis, viajamos a Armenia a hacer una gira. Cuando estaba por quedar libre de Armenio, mi ex compañero Andrés Grande me gestionó el pasaporte comunitario y conseguí un par de equipos en Italia para jugar allí, donde estuve seis años.
– ¿Es cierto que en Estados Unidos jugaste con el Pibe Valderrama?
– Si, un amistoso en Tampa contra el Celtic. Él llegó en helicóptero. Estábamos en la cancha haciendo la entrada en calor, y Carlos era la sorpresa del espectáculo. Resulta que bajó en helicóptero, se cambió y jugó su último partido en Tampa. En la previa, el técnico español me llamó desde el banco de suplentes con la mano, me acerqué pensando que me iba a dar alguna indicación sobre el juego y me dijo: “Sentate acá, que juega Valderrama” (risas).
– ¿Por qué caíste preso en Estados Unidos?
– Por tomar mate. Luego de un entrenamiento, me fui a la habitación del hotel y abrí la puerta para que se ventilara un poco porque había mucho olor a pata. En un momento, pasa un hombre de seguridad, mira para adentro y observa que arriba de la mesita de luz había yerba en un yerbero. De una entra a la habitación, lo saludo, observa la mesta y se fue hablando por handy. A los dos minutos, vuelve acompañado por tres efectivos de seguridad. Yo estaba en calzones y con hielo en uno de mis tobillos. Acto seguido, me detuvieron porque no hablaba inglés, me incautaron la yerba y me llevaron a una comisaría de Tampa, a 25 cuadras del hotel.
– ¿Cuánto tiempo estuviste preso?
– Cuatro horas, hasta que entendieron que era yerba para el mate. No tenía celular en esa época para llamar a alguien. Para comunicarme con mi familia, hablaba una vez por semana con una tarjeta en un teléfono público. Las comunicaciones no eran las de ahora. Me salvó que cuando estoy en la recepción del hotel, el empleado habla con el director deportivo del club Tampa, que manejaba el inglés y español, y él llegó a la comisaría y me sacó. No me asusté pero me preguntaba si tenía ganas de seguir en Estados Unidos, más que nada por el idioma que me jugaba en contra. Estuve la cuatro horas sentado, esperando que vinieran por mí.
Matías Ortiz junto a sus hijos. El ex futbolista de San Lorenzo tuvo una carrera en el exterior y jugó con el Pibe Valderrama en Estados Unidos
– ¿De qué manera te entretenías en los EE.UU. al no tener celular ni manejar el idioma local?
– No tenía la tecnología que existe hoy. Cuando no entrenaba, me la pasaba escuchando música con un walkman, muy aburrido. Fue en el 2000. Estuve seis meses y regresé a la Argentina para sumarme a Deportivo Armenio. De ahí me fui a Italia por seis temporadas
– ¿Como te surgió la oportunidad del fútbol italiano?
– Un día me llama mi ex compañero Grande, pero no estaba en mi casa. Entonces, le devuelvo la llamada por la noche al número me había dejado. Me dijo: “Estoy buscando un cinco para ir a jugar y si tenés pasaporte comunitario, decime dónde estás que te mando un pasaje para Cerdeña”. Me quedaban cuatro días para decidirme sí me quedaba en Armenio o viajaba a Italia. Lo hablé con Nakis y me dijo: “Andate que rescindimos el contrato y quedas en libertad de acción”.
– ¿Es cierto que en Armenio cobrabas en patacones?
– Sí. Recuerdo que cuando llegué desde los Estados Unidos en el 2001 fui a la joyería de Nakis y me pagó 600 patacones. Yo no tenía ni idea de qué eran esos billetes. Encima, Noray me dijo: “Vos que sos de la Provincia de Buenos Aires te vienen muy bien esos patacones. Porque si fueras de Capital Federal te pago con lecops”.
– ¿Cuántos años tenías?
– 23 e iba todos los fines de semana a Rivera Este, una disco en Punta Carrasco. Cuando me fui de la joyería, pensé: “Pero si esta plata la voy a usar para ir a bailar”. Entonces, retrocedí y volví a lo de Noray y le dije: “Me cambiás los patacones por lecops, porque los voy a usar en Capital, cuando vaya a bailar”. Entonces, le di los 300 patacones y me da 245 lecops. Me lo quedé mirando y me dijo: “Así está la inflación en el país Ortiz” (risas).
Matías Ortiz fue DJ y hasta hizo stand-up en la pandemia para ganarse unos pesos
– ¿Desde Armenia te fuiste directo a Italia?
– No. Volví a Buenos Aires y a las 48 horas volé hacia Italia. Llegué y firmé en Belluno, donde jugué un año y luego en Rosarnese y Montereale. Contaba con un sueldo, casa y comida, y mantuve la pasión por el fútbol. Porque no lo hice por dinero, sino para darme el gusto de jugar en Italia.
– ¿Cómo hiciste la prueba en Belluno?
– Cuando hablé por teléfono con Grande me pidió que le pasara material de mis partidos. Le di un DVD con las mejores jugadas en la Reserva de San Lorenzo con la intención de conseguir club en Belluno. Mi viejo lo mandó. Me comentó que les encantó y me mandaron un pasaje. Llegué, me sumé a la pretemporada y veía que el técnico me miraba raro. A todo esto me habían tomado un test de salto, que fui un desastre. Así que la tenía que romper. En el entretiempo de un amistoso, me llamó el entrenador y me dijo: “Argentino, vos no sos el del video” (risas). Me quería morir e irme. A los tres o cuatro meses me adapté, empecé a jugar y tuve la desgracia de que me rompí el tendón de Aquiles.
– ¿Es verdad que fuiste chef en Italia?
– Sí, en Belluno, cuando me lesioné, no podía jugar y me quisieron rescindir el contrato, pero yo no quería irme. Acto seguido, me pidieron que conviviera en mi departamento grande con dos argentinos y un nigeriano que eran compañeros del plantel y habían quedado libres de la pensión. Al mismo tiempo, me pidieron que los atiendiera. Era el amo de casa, iba a hacer las compras, les cocinaba, les daba de comer y era su chofer, los llevaba a entrenar y los traía. Era un buen sueldo. Me pagaban 3.500 euros por mes con casa, comida y prima. En el 2008 te ofrecían 300 euros para ir a jugar a la Serie B de Italia.
– ¿Qué hiciste cuando volviste de Italia?
– A los 30 años volví al país porque me cansé de estar afuera y logré una prueba en Platense. Pero ahí me di cuenta de cómo había cambiado el fútbol, y dije: “Ya está, no hay más lugar para mí”. Y me enojé con el fútbol.
– ¿Por qué?
– Porque tuve más disgustos que alegrías siendo profesional y aparte había sufrido muchas lesiones. Entonces, dejé de jugar, no entrenaba y engordé 25 kilos. Me cansé, hice todo mal. Fue una década sin hacer fútbol. Hasta que los 40 me amigué con la pelota y comencé a jugar en el Senior de San Lorenzo. Además, inicié el curso de técnico, pero recién ahora tomé dimensión de todo lo que viví en el fútbol cuando veo a mis hijos jugar a la pelota.
Matías Ortiz jugó en Italia y allí hizo de chef para que no le rescindieran su contrato
– ¿Pudiste hacer un colchón de dinero para vivir un tiempo sin trabajar?
– No, la realidad es que no. Y tampoco fui el pibe que se iba a jugar afuera con esa mentalidad. Yo me fui solo, a vivir experiencias. Siempre me gustó el fútbol y todo lo relacionado a este deporte. Y lo que ganaba, la gastaba. No comía fideos con arroz, me gustaba gastarle bien y vivirla. Tenía la posibilidad de viajar estando afuera y en lugar de gastarme los 5 mil euros, me la gastaba en conocer París, Praga, Barcelona o Madrid. La verdad es que no me falta nada. Gracias a Dios, no me arrepiento de haber conocido esos lugares porque no sé si hubiese tenido la posibilidad de viajar nuevamente a Europa.
– Cuando colgaste los botines a los 30 años, ¿a qué te dedicaste?
– Comencé a trabajar en el Metropolitan Life, una aseguradora de autos porque tenía que laburar. Después de un tiempo, un amigo me llevó a trabajar con él a un local de parrillas y salamandras como vendedor. Estuve enojado con el fútbol y no hacía nada referido a este deporte. No entrenaba, fumaba porro todo el día, me invitaban a jugar y no iba, tenía un enojo que me duró mucho tiempo. Luego, me puse mi parrilla hasta el 2014 que me fundí, y ahí arranqué como DJ. Me compré los equipos y me puse a laburar en un bar en Palermo. Al mismo tiempo, estudié teatro y arranqué con cursos de Stand Up por Palermo. A todo esto, me agarra la pandemia haciendo stand up por redes sociales. Me separé, me fundí y me quebré. En un momento, hecho mierda desde lo físico y anímico, con 40 años, volví al fútbol. Hice el curso de técnico, me asocié con un amigo en una empresa de artículos deportivos. Empecé a entrenar gente, bajé 20 kilos, me sumé al Senior de San Lorenzo y gracias a Dios, hoy mis hijos juegan el fútbol. Tuve una enseñanza de perseverancia y templanza para salir adelante cada vez que la vida me puso piedras en el camino. Yo fui amigo de Mirko Zaric y lo que le sucedió a él a los 21 años me marcó.
– ¿En qué sentido?
– En la manera que hay que tomarse las cosas. Hemos sido un grupo de amigos con él, Félix Benito, Bruno Calabria y el hermano de Mirko que salimos a bailar, íbamos a la cancha juntos y hacíamos todo juntos. Nos subieron a Primera a todos la mismo tiempo. Hoy considero que Saric es un ángel para mí. Por las cosas que fueron pasando a lo largo del tiempo es porque Mirko se llevó mucha tragedia encima.
– ¿Entendés la decisión que tomó o todavía te preguntás por qué lo hizo?
– El por qué lo hizo no me lo pregunté nunca. Porque no encontraría ninguna justificativo para tener un acto de esa índole. Aprendí a convivir con su decisión. Quizá desde cuando tenía la misma edad que él era todo el tiempo tratar de que no me suceda. En distintas etapas de mi vida, como cuando me fundí en la empresa con deudas de millones de pesos en los bancos, tenía que llegar a mi casa y verles la cara a mis hijos, y tuve millones de posibilidades de suicidarme volviendo a Ciudad Jardín, porque hay momentos en la vida en los que no ves salir alguna y siempre aparecía él y mi abuelo empujándome y dándome paciencia, para que todo saliera adelante. Su decisión me acompaña durante toda la vida porque cuando tengo la posibilidad hablo de Mirko y recuerdo que era un excelente amigo y una excelente persona. Para mí sigue vivo.
Por Lucas Gatti-Infobae