Que un congreso partidario. Que una comisión de acción política. Que una convención. Los dos partidos tradicionales de la política argentina intentan recurrir a sus métodos clásicos para salir de la parálisis y el laberinto a través de los cuales vio la luz Javier Milei, quien además, los expone a un debilitamiento pocas veces visto.
Se podrá debatir largamente si es causa o es efecto el rol protagónico del peronismo y del radicalismo en el generalizado enojo social con la política. O con los resultados de sus gestiones, sobre todo, en el orden nacional. Por eso los castigos electorales recurrentes, primero a través del PRO y ahora con LLA. Dos sellos en sus orígenes diminutos y desestructurados.
Cierto es que mucha injerencia tuvieron el PJ y la UCR en estas “nuevas” criaturas. Hay que hacer algún ejercicio de archivo que evite la lógica Wikipedia.
En sus inicios, el PRO de Mauricio Macri recibió la afluencia clave de cuadros peronistas identificados más con el menemismo que con el kirchnerismo (Cristian Ritondo, Diego Santilli, Patricia Bullrich, Horacio Rodríguez Larreta… y siguen las firmas). Los radicales se subieron después, para alumbrar la coalición Cambiemos, como convidados de piedra.
Para que tenga éxito la propuesta oficialista de ascender a un magistrado, al que todos le deben algún favor se necesita de ambas fuerzas
Ya se ha contado en este espacio en varias oportunidades la influencia peronista, en especial la de Sergio Ma-ssa, para el nacimiento y expansión del mileismo. La estrategia puesta en práctica para las legislativas 2021 y las generales 2023 era dividir el voto opositor al peronismo en el Gobierno, para tener alguna chance de continuidad. Se sabe cómo concluyó el experimento.
La desorientación de la dirigencia peronista y radical incluye lo que ocurrió en la última elección presidencial, claro. Pero estos más de cien días de Milei sólo la han agravado.
En los últimos días reaparecieron voces peronistas que lucían algo apagadas, como las de Máximo Kirchner (que sigue siendo diputado) y Massa (que se iba a retirar de la política).
En un reportaje amistoso, como suelen preferir casi todos, amén de los colores partidarios, Kirchner Jr. chicaneó a Milei con el anuncio del cambio de nombre al CCK. Sin embargo, soltó una suerte de elogio a su estilo de gestión: “Hay un Gobierno que, la verdad, hasta acá en algunas cosas ha demostrado poca distancia entre lo que dice y lo que hace. Por más que no comparto nada”. ¿Autocrítica u otro dardo para Alberto Fernández?
También circularon palabras de Massa durante un encuentro reciente del Frente Renovador: “No podemos pensar el futuro sin hacer autocrítica del pasado (…) No sobra nadie, faltan muchos que piensan como nosotros. Los tenemos que ir a buscar para construir la nueva mayoría que nos va a permitir volver a gobernar dentro de cuatro años (…). El error es pararnos con el dedo acusador y pretender decirle a la gente que se equivocó a la hora de votar. La gente no se equivoca, en todo caso, la estafan”.
Semejantes expresiones están emparentadas con ciertas resoluciones del Congreso del PJ de hace unos días en Ferro, en las que se conformaron comisiones de acción política para tratar de seducir a peronistas díscolos. Entre los objetivos está el cordobesismo de Juan Schiaretti y Martín Llaryora (que distan de ser lo mismo), Juan Manuel Urtubey y, por qué no, hasta Miguel Ángel Pichetto. Dejá vú 2019.
La reiteración de estas lógicas nacionales, que pudieron ser funcionales para ganar elecciones en vez de lograr siquiera aceptables gestiones gubernamentales, confrontan o van por carriles paralelos a los que deben recorrer los dirigentes peronistas que administran. Nunca tan pocos desde el regreso democrático.
Gobernadores peronistas (y radicales) volvieron esta semana a juntarse con el ministro del Interior, Guillermo Francos. La idea fue acercar posiciones que le permitan al Gobierno aprobar la recortada nueva ley ómnibus y a los mandatarios recuperar fondos perdidos.
De ese tira y afloje participan desde el tucumano Osvaldo Jaldo (devenido casi un libertario, gracias a las gentilezas recibidas) al riojano Ricardo Quintela, uno de los que se pintó la cara para la guerra, pero intuye cuándo conviene recurrir a la máscara. No es el único.
Por una tensión similar transcurre la UCR, agravada ante la defunción nacional de Juntos por el Cambio, cuyo paraguas se limita a los distritos que administran, para esquivar que se les partan las Legislaturas locales.
Bajo su tradicional lema de que se rompa, pero no se doble, el radicalismo expone hoy politraumatismos varios. Alfredo Cornejo (al frente de Mendoza) y Gustavo Valdés (de Corrientes) coquetean con Nación y quieren facilitarle gobernabilidad, acompañados en Diputados por el jefe del bloque, el cordobés Rodrigo De Loredo. Sin embargo, desde el Senado y la presidencia partidaria, Martín Lousteau se ha erigido en uno de los enemigos políticos más activos del Gobierno. Los votos radicales contrapuestos sobre el DNU constituyeron la ratificación de esas divergencias que confunden.
El más reciente de los incidentes volvió a tener al senador porteño como protagonista. “Tengo un amigo que dice que la UCR es como el tipo que te dice: ‘tenés cinco minutos para sacarle la mano del culo a mi mujer’”, sostuvo Lousteau en una metáfora desafortunada en estos tiempos. Le replicó la vice del partido que él preside, la mendocina Pamela Versay.
Dirigentes radicales dialoguistas con el mileismo empezaron a explorar si hay chances de llegar a acuerdos entre correligionarios, para presionar a Lousteau a que se tome una licencia. De esa movida se abstiene el gobernador de Santa Fe, Maximiliano Pullaro, el único mandatario boina blanca que se rehusó a firmar el comunicado radical de apoyo al DNU 70, tras el rechazo en el Senado.
Sin embargo, en estos choques internos entre peronistas y radicales respecto al posicionamiento frente a Milei quedan a salvo ante ciertas cuestiones espinosas. El caso más emblemático hasta ahora, es el de la nominación oficial para que el controvertidísimo juez federal Ariel Lijo llegue a la Corte Suprema.
Silencio atroz desde ambas fuerzas, que deberían avalar en la Cámara de Senadores –con dos tercios de los votos– para que tenga éxito la propuesta oficialista de ascender a un magistrado muy sospechado, al que todos le deben algún favor o le temen. Quien calla, otorga. Y es cómplice. A pesar del relato.
Por Javier Calvo-Perfil