El último registro de pobreza, preanuncia que el próximo índice que difundirá el Indec luego de siete meses de gobierno libertario será peor que éste. Continuará creciendo con una inflación, que por más que baje acumula más de cincuenta puntos en tres meses y viene acompañada por recesión, cierre de PyMes y despidos no solo del Estado, sino también de privados. Seguramente el Gobierno aducirá que una vez que las cuentas estén en orden, todo cambiará, y que todo es producto de la herencia.
Será la hora en que un sector de la opinión pública comenzará a dudar de su optimismo, o continuará creyendo que hay que aguantar el ajuste para luego estar mejor. No lo podemos saber.
Este mes comenzaron a llegar las boletas de luz que, en muchos casos, se multiplicaron entre tres a cinco veces. El ajuste no lo paga la casta y va en serio.
Milei ya avisó que no habrá dinero que alcance para llegar a fin de mes, que es hora de desprenderse de los dólares para sustentar la vida cotidiana. Contradictoriamente con esta situación en las mediciones de opinión, encontramos que las expectativas a tres meses son muy similares a lo que se supone sucederá dentro de doce meses. ¿Se trata de la misma intensidad de mejoras? Seguramente, no.
El Presidente ya no logra crecer en adhesiones por encima de sus propios votantes
La baja persistente de los precios y la estabilidad del dólar sería una primera señal de que los cambios prometidos van en serio. Con eso le alcanzaría para el corto plazo.
La otra expectativa es de recomposición del poder adquisitivo, y para eso se le da más tiempo.
Pero este optimismo alcanzan solo la mitad de los electores, el resto no tiene esas expectativas positivas.
El Presidente, ya que no logra crecer en adhesiones por encima de sus propios votantes, necesita imperiosamente conservar a estos.
La batalla cultural que emprende cotidianamente es parte de este sostén, es lo que le da soporte discursivo a la esperanza. La otra parte la pone su impronta, su desparpajo, su ir al frente sin importarle si entra o no en contradicciones, o anuncia cosas que no suceden. Ayuda, además, la impotencia de la oposición.
Una oposición que no logra encontrar una estructura discursiva que pegue en la línea de flotación de los argumentos del oficialismo. Si la tríada en que se apoya el Gobierno es la defensa de la vida de la propiedad privada y la libertad del otro lado, ni se marcan las contradicciones entre el accionar cotidiano del Gobierno con dichos credos, ni le plantan con fuerza una tríada alternativa.
¿Acaso, tener una política económica que obligue a vender dólares no es atentar contra la propiedad privada ? O, ¿no reaccionar a tiempo ante el avance del dengue no va en detrimento de cuidar la vida? Pero, no les es fácil hacerse creíble a los opositores, porque los derrotados en el balotaje aún no logran ponerse de acuerdo en qué errores cometieron para que haya tanto enojo visceral hacia ellos. Encima, la única vez que habla Máximo Kirchner, en su diferenciarse de Alberto reconoce la coherencia del Presidente. Más ayuda no le puede dar. El radicalismo es pura contradicción, no se se sabe si es oficialismo u oposición.
A la mayoría de los gobernadores, nada de lo que sucede les gusta, pero no son un bloque homogéneo, y los senadores y diputados son una mezcla de vínculo con sus provincias, y cuentapropismo.
No todos los gobernadores piensan igual ni tienen los mismos problemas. Pero son los únicos con capacidad para ponerle freno al Presidente.
No habrá acuerdo nacional con todos, si no se escucha la demanda de las provincias.
Los gobernadores están obligados a defender las economías locales. No alcanza con que Franco concurra a reuniones y escuche, de ellas debieran salir acuerdos efectivos, cumplibles en el corto plazo para que la foto de Mayo sea completa.
Por Hugo Haime-Perfil