Más de 400 millones de europeos de los 27 países de la UE podrán votar del 6 al 9 de junio en las elecciones comunitarias más relevantes desde las primeras directas de 1979. El bloque persigue una esquiva autonomía estratégica de EEUU y China, convive con la guerra en Ucrania, lidia con una economía endeble y siente la presión de una influencia política inédita de la ultraderecha desde la posguerra.
Los 27 países de la Unión Europea (UE) será escenario del 6 al 9 de junio de las décimas elecciones al Parlamento Europeo que, a su vez, definirá el gobierno del bloque, desafiado por una difícil coyuntura interna (guerra, bajo crecimiento, crisis migratoria, avance de la ultraderecha) y un escenario geopolítico en el que ensaya una autonomía que la ponga a salvo de la rivalidad de China y Estados Unidos.
El debate electoral europeo se ha concentrado en temas urgentes como el débil crecimiento de la economía del bloque -tras el repunte post pandemia-, el rearme y la ayuda a Ucrania; otros asuntos sociales como la gestión de la inmigración, del medio ambiente y de la salud pública; y finalmente algunos menos estruendosos pero determinantes para el futuro como la transición energética y digital.
En el orden político, el temido avance de las fuerzas de ultraderecha -que según sondeos previos pueden ocupar hasta un cuarto de las 720 bancas del Parlamento- amenaza con transformar la histórica Gran Coalición de fuerzas conservadoras y progresistas que hegemonizaron 45 años el poder en Bruselas y que -desde el Brexit (2016-2023)- afrontan una creciente ola de “euroescepticismo”.
“Seamos lúcidos, nuestra Europa, la de hoy, es mortal. Puede morir”, advirtió el presidente francés, Emmanuel Macron. El jefe del Banco Central Europeo (BCE) durante la crisis del euro, el italiano Mario Draghi (2011-2019), fue igual de dramático. “O Europa actúa junta y profundiza su unión, o me temo que la UE no sobrevivirá más que como un mero mercado único”.
“Hay un sentimiento desproporcionado de decepción en nuestras sociedades”, confirmó Thomas Bagger, secretario de Exteriores alemán.
La formación del Europarlamento es clave porque las normas de la UE están por encima de las de los países miembros, en áreas claves como la unión aduanera, las normas de competencia, los acuerdos comerciales y hasta política monetaria, sin que los Estados puedan instrumentar otras que las contradigan.
En estos comicios, cada país tiene asignado una cantidad de bancas en relación con su población: Alemania (96), Francia (81) e Italia (76) son los más grandes y Chipre, Luxemburgo y Malta (6 cada uno) los más chicos. Se vota por un sistema de listas cerradas y cada Estado se convierte en distrito único.
En 2004, la UE pasó de 15 a 25 miembros cuando se unieron Chipre, República Checa, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta, Polonia, Eslovaquia y Eslovenia. Después ingresaron Bulgaria y Rumania en 2007 y Croacia, en 2013. La salida de Reino Unido en 2022 dejó al bloque con 27 miembros, pero en lista de espera están no sólo la Ucrania en guerra sino Bosnia y Herzegovina, Georgia, Moldavia, Montenegro, Macedonia del Norte, Albania y Serbia.
Los “spitzenkandidat” (candidatos preseleccionados) por las dos grandes “familias” políticas de la UE son la conservadora alemana Úrsula Von der Leyen (Partido Popular Europeo – foto), quien busca la reelección al frente de la Comisión Europea, y el socialdemócrata luxemburgués Nicolas Schmit (Partido Socialista Europeo), actual comisario de Empleo y Derechos Sociales,
Los Verdes nominaron a Terry Reintke (Alemania) y Bas Eickhout (Países Bajos), y la Izquierda a Walter Baier (Austria). La ultraderecha expresa su euroescepticismo vaciando directamente sus candidaturas.
La participación electoral de los europeos para definir a sus dirigentes comunitarios, que arrancó con un entusiasta 61,9% en las primeras elecciones directas de 1999, fue decayendo progresivamente, hasta caer al mínimo de 42,9% en la crisis de 2009 y siguió en 42,6% en 2014, para repuntar a 50,6% hace cinco años, en 2019.
Corriéndose a la (ultra) derecha
Euroescépticos hubo siempre, y ultraderechistas hace bastante tiempo, pero la evolución del voto a los partidos que los representan en los países más importantes de la UE, como Francia, Alemania, Italia y Holanda, hizo pasar de la preocupación y los “cordones sanitarios” a un avance con el que ya coquetea la derecha tradicional.
El voto ultraderechista europeo era marginal en 1979, dio una señal de 4,4% en 1989, un salto al 9,3% en 2004 y, desde entonces, terminó saltando al 22,2% en 2019. En el mismo período, las fuerzas moderadas de derecha cayeron del 51,2% al 23,2% y las de izquierda del 39,3% a 25,7%, en parte licuadas también por sus aliados Liberales (del 6,3% al 15,6%) y Verdes del (2,8% al 7,9%).
Hoy, la ultraderecha en el Parlamento Europeo luce dividida en dos “familias”, unidas por sus doctrinas identitarias y xenófobas.
Por un lado, los Reformistas y Conservadores de ECR (Fratelli d’Italia de Giorgia Meloni, Vox de España y Ley y Justicia de Polonia), que tienen 61 bancas y aspiran a llegar a las 78.
Por el otro, el más radical Identidad y Democracia de ID (Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen en Francia, la Liga italiana que cogobierna con Meloni y el Partido por la Libertad holandés, cabeza del nuevo gobierno en Países Bajos). Este grupo reúne 58 bancas y proyecta llegar a las 88 (la extrema AfD de Alemania fue excluida del grupo por expresiones filonazis de sus líderes y debilitó al bloque).
Los unen su histórico euroescepticismo, fruto de sus raíces nacionalistas y xenófobas comunes, pero los dividen luego asuntos como la guerra en Ucrania (que enfrenta los checos con los húngaros pro rusos), ante la cual unos se acercan a Rusia y otros siguen alineados con la OTAN. Meloni, mimada por la centroderecha de von der Leyen, no descarta tampoco unir las dos familias ultras de Europa: “Estamos de acuerdo en las cuestiones esenciales”, dijo sobre Le Pen.
La novedad es que el avance electoral -que los convertiría mínimo en tercer grupo del Europarlamento- empuja a los conservadores a tender puentes, en lugar de cerrar filas con sus actuales aliados socialdemócratas y liberales o verdes.
De algún modo, la meta pasó de querer destruir el proyecto comunitario por intervencionista, globalizante y des-nacionalizador a cambiarlo desde adentro absorbiendo progresivamente el espacio conservador tradicional en busca de cierta “normalización” de su existencia y de sus ideas (sobre inmigración, por ejemplo).
Una Europa con candado en las fronteras interiores, en la que reina el aislacionismo comercial, donde el derecho nacional se impone al europeo -lo que erosiona el mercado único-, y sin políticas de cohesión y solidaridad que contribuyen a cerrar las brechas entre socios y regiones, resumió El País al analizar sus programas.
Aún asík según la analista Sophia Russack, incluso en aquellos países en que este tipo de partidos son los primeros según las encuestas, como en Francia o en Países Bajos, la gente tampoco quiere salir de la UE. La gente se dio cuenta de que el Brexit no fue el éxito que se esperaba. También las múltiples crisis, de naturaleza geopolítica, ha llevado en los últimos años a la gente a sentir que quizás quieren otro tipo de Ue, pero definitivamente no quieren estar fuera de ella”.
A su vez, hay una “una radicalización de muchos partidos conservadores tradicionales –como ha ocurrido dentro del PPE con el tema migratorio o la agenda verde— y una apertura de alianzas con los ultras y los populistas”, advierte Cristóbal Rovira Kaltwasser, un experto en ultraderechas.
Por ahora, las dos familias ultras (ECR y ID) planean seguir sus caminos separados, pero la italiana Meloni (foto) ya aclaró que “eso no significa que en algunos temas no se pueda colaborar, como ya está sucediendo” y recordó: “Hay puntos comunes en materia de lucha contra la inmigración irregular, un enfoque más pragmático sobre la transición verde y la defensa de la identidad cultural europea”.
Los mismos puntos comunes busca ahora von der Leyen, decidida a incluir a ECR, la familia menos conflictiva de la ultraderecha que lidera Meloni pese a su campaña contra el derechoa al aborto y los derechoas LGTB: “He trabajado muy bien con ella, es claramente pro europea, está en contra de Vladímir Putin, y está a favor del Estado de derecho; si eso se mantiene, ofreceremos trabajar juntos”.
La oferta excluye a la ID de los alemanes de AfD y de los franceses de Le Pen, quien ya absorbió a una parte de la derecha clásica en desbandada en su país y aspira a dar el gran salto y a suceder al presidente Emmanuel Macron en 2027.
Según el think tank European Council of Foreign Relations (CFR), Von der Leyen es el portaestandarte de una doble estrategia, que consistiría en imitar las políticas de la derecha en materia de migración y promover una narrativa del éxito de la UE centrándose en su respuesta a la crisis climática, la pandemia del covid-19 y la guerra de Rusia contra Ucrania.
Como dato político, muchos partidos con programas antiinmigración están sumando el apoyo de jóvenes que votan por primera vez, como de Bélgica, Francia, Portugal, Alemania y Finlandia, más que los votantes de más edad.
Sin embargo, “ambas estrategias pueden resultar contraproducentes. Mientras que la primera corre el riesgo de sobredimensionar el papel de la política migratoria, la segunda podría acabar movilizando inadvertidamente a los votantes de los partidos antieuropeos al poner de relieve precisamente aquellas cuestiones en las que es más probable que la opinión pública se alinee con la extrema derecha”.
Crisis de moderados
Los partidos euroescépticos o directamente anti europeístas podrían ganar en nueve países (Austria, Bélgica, Chequia, Francia, Hungría, Italia, Países Bajos, Polonia y Eslovaquia) y quedarían segundos o terceros en otros nueve (Bulgaria, Estonia, Finlandia, Alemania, Letonia, Portugal, Rumania, España y Suecia).
Así, casi la mitad del Europarlamento estaría ocupado por diputados ajenos a la coalición centrista que hoy gobierna. Algunos estiman que una alianza conservadora con la ultraderecha podría conseguir, por primera vez, mayoría simple.
Von der Leyen, quien en su búsqueda de equilibrio termina criticada por blanda desde la ultraderecha y por bajar banderas progresistas desde la izquierda y los verdes, necesitará para su reelección del apoyo de al menos 361 eurodiputados.
Las proyecciones pronostican una mayoría de hasta 390 escaños a los tres grupos políticos -populares, socialistas y liberales- que han sostenido a la alemana en su primer mandato, pero hace cinco años, terminó elegida con sólo 383 de los 444 votos de la coalición, porque muchos la rechazaron, y ese traspié puede repetirse.
El Europarlamento ya fue testigo, en el voto de la Ley de Restauración de la Naturaleza, de una alianza de populares, ultraderecha y euroescépticos, contra esa parte fundamental del Pacto Verde (2020) que impulsó la gestión de Von der Leyen. Del otro lado quedaron para aprobarla socialistas, liberales, verdes e izquierda.
Los actuales socios moderados de los conservadores se preguntan si una segunda gestión de Von der Leyen en la actual coyuntura internacional de conflictos armados, desacople de las cadenas de suministro globales, además de guerras comerciales y tecnológicas, no arrastraría a la UE al proteccionismo, a una marcha atrás ambiental y una mano todavía más dura con la inmigración.
Hasta ahora, en el Europarlamento se activan tres coaliciones moderadas:
. una Gran Coalición centrista, que se impone en presupuestos y su control, cultura y educación, asuntos económicos y monetarios, asuntos exteriores, mercado interior y protección de los consumidores, asuntos jurídicos, y transporte y turismo.
. Otra de centro hacia la izquierda que se impone en asuntos de libertades civiles y justicia, desarrollo, empleo y asuntos sociales, medio ambiente, y derechos de la mujer e igualdad de género.
. Y una última de centro hacia la derecha, que se impone en agricultura y desarrollo rural, pesca, industria e investigación, y comercio internacional.
Para llegar a la presidencia, el candidato de la alianza mayoritaria en el Parlamento tiene que ser aprobado él mismo y luego todo su gabinete de los 27 ministros que representen a cada uno de los 27 estados miembros.
La gestión de la alianza moderada que respalda a Von der Leyen exhibe como logros haber mantenido la idea de la integración y unidad europeas ante el ataque de Rusia por el Este, haber afrontado los costos de la pandemia y superarla. Pero también endureció su política migratoria con un pacto aprobado en diciembre que acercó mucho las posiciones con la ultraderecha xenófoba (en la ola de 2022 ingresaron cinco millones de personas sin documentos, el doble de 2021).
Los socialdemócratas e izquierdistas, que sólo siguen gobernando en seis países del bloque (Alemania, España, Dinamarca, Eslovaquia, Eslovenia y la pequeña Malta) insisten en advertir sobre los riesgos de la ultraderecha y sus planes velados o abiertos contra la inmigración, la agenda del Pacto Verde.
Por delante, cualquier Comisión Europea tendrá por delante una agenda complicada, si quiere cristalizar la “autonomía estratégica” que decidió darse para superar las debilidades estructurales -económicas, tecnológicas y militares- que deja en evidencia la rivalidad geopolítica entre China y Estados Unidos.
Esa agenda empieza por el giro en defensa que inició con la inédita inversión en armamento por la guerra en Ucrania, un conflicto que obliga al bloque a pensar en valerse por sí mismo aun perteneciendo a la OTAN y con EEUU, sin crear fuerzas armadas propias potenciando la coordinación de los ejércitos nacionales.
Luego está la decisión, resistida desde la derecha, de concretar un cambio de matriz económica desde las energías verdes y el desarrollo digital que demanda unos 750 mil millones de euros al año, o seis veces el presupuesto anual de la UE.
Frente al mundo
Nada es más urgente e importante a la vez ahora para la UE que la evolución del conflicto en Ucrania: más que el proteccionismo de Estados Unidos, que las tensiones en alza con China (el Parlamento aprobó una ley contra el “chantaje comercial” de Beijing tras un conflicto con Lituania por Taiwán y la Comisión Europea investiga subsidios a empresas chinas que compiten en el bloque). Y más que una carrera tecnológica en la que puede quedar relegada.
Tras dos años y tres meses de invasión a suelo ucraniano, el jefe de la OTAN, el europeo Jens Stoltenberg, abrió el debate sobre el posible uso de armas europeas por Ucrania sobre territorio de Rusia (EEUU se dispone permitirlo con las suyas). Putin no tardó en hacer una advertencia que puede cambiar la vida de todos los europeos listos para votar: “Deben ser conscientes de con qué están jugando… ¿Acaso desean un conflicto global?”.
Días antes, Bruselas había otorgado a Kiev un aporte de 3 mil millones de euros, provenientes de los intereses de los 210 millones de activos congelados rusos en Europa. Y en marzo, tras superar objeciones de Hungría, la UE envió los primeros 4 mil 500 millones de euros de un total de 50 mil millones de ayuda a Ucrania. Desde el inicio de la guerra, el bloque había desembolsado otros 88 mil millones de euros.
Tal vez sea tarde. Una decepcionante contraofensiva ucraniana y un retraso de seis meses en la crucial ayuda militar estadounidense dieron a Rusia la oportunidad de rearmarse y reagruparse, evalúa el analista Ian Bremmer. Y hace la pregunta más temida en Europa: “¿qué pasa si Ucrania pierde la guerra?”.
Cuando el mundo occidental observa la evolución política del proyecto común europeo, y la deriva ultraderechista en algunos gobiernos -incluso complacientes con Rusia-, ve similitudes con países desarrollados donde, una vez zanjadas las principales disputas ideológicas sobre el lugar del Estado en la economía, la derecha y la izquierda moderadas resultan indistinguibles para mucha gente.
Así, comentó el New York Times, se quedaron sin respuestas a la migración masiva. La clase trabajadora, durante mucho tiempo la piedra angular del socialismo en Europa, emigró en masa hacia la derecha antiinmigración como expresión de frustración ante la creciente desigualdad y el estancamiento de los salarios.
“El núcleo de la confrontación en las sociedades occidentales ya no son las cuestiones internas. Es global frente a nacional, los conectados que viven en «algún lugar» de la economía del conocimiento frente a los olvidados que viven ‘en ninguna parte’ en páramos industriales y zonas rurales. Ahí radica la frustración, incluso la furia, sobre la que podrían construirse un Trump, un Meloni, un Wilders, un Le Pen”.
La histórica “locomotora” de la UE y de su economía, Alemania, útero de la ultraderecha más radical que se espeja en la tragedia del nazismo, busca un destino después de haber cerrado su etapa de reunificación.
En ese contexto, la posibilidad de que el reublicano Donald J. Trump vuelva a la Casa Blanca a renovar sus credenciales aislacionistas en política exterior -sin contar sus conexiones con Putin- dejará a la UE más vulnerable aún y obligada a tomar muy en serio los costos de una “autonomía estratégica”.
Lo que nos toca
¿Y por qué debería importarnos todo esto desde América Latina? Sobran razones históricas y económicas, a las que se ha agregado la emergencia de movimientos de ultraderecha con eco en la región (Brasil, Argentina, Chile, El Salvador).
Y lo que se vota en el Parlamento Europeo tiene repercusiones en el continente latinoamericano, según la eurodiputada socialista Maria Manuel Leitão Marques.
Por ejemplo, la legislación europea sobre la deforestación fomentará la adopción de prácticas agrícolas y ganaderas más responsables en la Amazonía, la de servicios financieros la digital obligará a empresas y bancos europeos que operan en la región a regulaciones más estrictas por proteger datos y dar ciberseguridad.
La economía europea volvió a crecer 0,3% durante el primer trimestre de 2024 tras más de un año estancada al borde de la recesión, con una inflación de 2,4%.
Por la invasión de Ucrania en 2022, la economía europea se enfrió de golpe y se truncó la recuperación post pandemia, por el golpe que recibieron especialmente Alemania y Países Bajos, dependientes del suministro energético de Rusia.
Pero son los países rezagados de la UE los que lideran ahora el crecimiento, como Grecia, Portugal y España, después de muchos años de recesiones, rescates y duros programas de ajuste que siguieron a la crisis de 2010 y dejaron profundas huellas sociales, pese al actual repunte de las exportaciones y del empleo. Alemania y Francia, en cambio, lidian por salir de un crecimiento casi nulo.
La economía comunitaria es el tercer mayor socio comercial de América Latina. Ambas negocian un acuerdo comercial hace dos décadas, que parecía tener finalmente un cierre en 2019 pero cuya ratificación, sin embargo, sigue bloqueada por objeciones nacionales, como las de Francia, Irlanda, Países Bajos y Austria.
Según los analistas José Antonio Sanahuja y Jorge Damián Rodríguez, las dificultades para sellar un acuerdo parecen cada vez mayores pero “todavía existe una ventana de oportunidad”, también vinculada con estas elecciones.
“Que fuera posible el acuerdo en 2019 se debió en gran medida al temor de las partes a la crisis de la globalización, que en América del Sur se mostró con el fin del ciclo de las materias primas y en la UE, con las guerras comerciales iniciadas por Donald Trump o el Brexit, que anunciaban una etapa de mayor nacionalismo económico, impugnación de reglas multilaterales y fragmentación de la economía global a partir de crecientes alineamientos geopolíticos. Parafraseando a Jorge Luis Borges, lo que entonces unió a las partes no fue el amor sino el espanto”.
Hoy, según este análisis, los intereses de las partes se redefinen ante un escenario de crisis de la globalización, competencia geopolítica y fragmentación geoeconómica que se cruza con la crisis climática, las transiciones tecnológicas y productivas, y nuevos conflictos ecosociales.
Para la UE, como se sabe, una cuestión clave es qué peso tendrá la agricultura en su futuro económico y social, y una señal ha sido la ola de protestas de agricultores.
Pero para el Mercosur, “este acuerdo también plantea cuestiones existenciales sobre su propio presente y su futuro como grupo”.