Fue la primera web de citas que explotó el nicho de la infidelidad. En 2015, cuando tenía 32 millones de usuarios, un hackeo masivo produjo una gigantesca filtración. Fueron publicados los datos personales de todos los que se habían inscripto provocando grandes crisis en miles de matrimonios y hasta suicidios
La vida es corta. Tené una aventura amorosa.
Ese era el lema, el llamado a la infidelidad.
Ashley Madison se convirtió en uno de los primeros sitios de citas pero sus participantes tenían un sesgo particular: eran casados en busca de una aventura extramatrimonial. Era la meca de los infieles.
Pero en 2015 algo cambió de pronto. Cuando los que participaban eran más de 36 millones de personas, una masiva filtración de datos produjo la debacle. Y no sólo tambaleó la empresa.
Matrimonios rotos. Reputaciones deshechas. Vidas destrozadas.
Como siempre, el costo humano fue el peor. Vergüenza pública, divorcios y suicidios.
Esta historia es un juego de cajas chinas de engaños. Uno dentro de otro. Los que engañaron terminaron sufriendo ellos mismos un engaño.
El caso vuelve a generar interés a partir de Ashley Madison: Sexo, mentiras y escándalo, la serie documental de tres capítulos dirigida por Toby Paton que Netflix acaba de estrenar narra no sólo el auge y la caída del sitio de citas extramatrimoniales, sino también las consecuencias de la filtración de datos del 2015 en la vida de varias personas.
La empresa nació a partir del análisis de unos datos, de la observación de una realidad. Los fundadores de Ashley Madison descubrieron un dato interesante en los primeros sitios web de citas a comienzos de este siglo como Match.com o eHarmony: más de un 30 % de los participantes estaban casados. Eso hacía que no podían ser quienes eran, que debían enmascararse a los fines de la seducción y que, por supuesto, en muchos casos debían fingir interés en entablar una relación sentimental sólo para tener sexo. Por ese motivo creyeron que había un nicho sin explorar en el mercado: el de los casados infieles. En el que las cosas fueran más directas y los que participaran, tanto hombres como mujeres, supieran que jugaban con las mismas reglas de juego. Darren Morgenstern buscó inversores y fundó Ashley Madison en Toronto.
El nombre proviene de los dos nombres de mujer más populares en Norteamérica en ese tiempo. A sus creadores la combinación les pareció lo suficientemente sonora e intrigante.
Netflix estrenó la miniserie documental que aborda, en tres capítulos, los hechos del 2015 y muestra las consecuencias sobre las vidas de algunas de los usuarios de la plataforma y en la de sus cónyuges
La propuesta fue novedosa e impactante. Generó atención. Sin embargo, el número de participantes todavía era escaso para las aspiraciones de la empresa.
Comenzaron una agresiva campaña de prensa y marketing. Avisos publicitarios ingeniosos, llamativos y osados. Televisión, radio, internet. Intentaron poner la publicidad en lugares muy visibles: la tanda del Super Bowl, en los entremedios de una gran entrega de premios, en los colectivos de Nueva York, en la camiseta de un equipo deportivo. Pero siempre se encontraron con negativas. Nadie quería fomentar la infidelidad. Pero fue una gran estrategia: se ahorraban el dinero de la pauta y al promocionar la negativa y generar algo de escándalo mediático por el veto lograban que se hablara de ellos.
Los ejecutivos de marketing sabían que no importaba si decían cosas buenas o malos del sitio; lo importante era que se hablara y mucho sobre Ashley Madison. Cada vez era más conocida.
En sus años de esplendor, la discusión pública se daba sobre un tema ético: ¿estaba bien que los medios publicitaran un sitio en el que se promovía la mentira, en el que la trampa (en sus múltiples acepciones) era la norma? Se esgrimieron argumentos morales, se habló de la disolución de la familia y de la importancia del matrimonio. Pero, de manera premeditada –generaba rating y lectores- o inconscientemente- los medios continuaban difundiendo al sitio y generando intriga en los posibles usuarios.
Uno de los principales inconvenientes que tuvieron con las campañas publicitarias (más allá de la dificultad de encontrar dónde mostrarlas) fue que los creativos diseñaban avisos ingeniosos y desafiantes pero sólo desde el punto de vista masculino, no atraían a las mujeres. Tiempo después cuando se dieron cuenta reformularon la estrategia.
Desde 2002 hasta el gran escándalo en 2015, Ashley Madison creció hasta llegar a ser el sitio en el que las personas casadas buscaban sus compañeros para aventuras clandestinas.
En julio de 2015 la empresa recibió una amenaza, un chantaje. Si no cerraba definitivamente el sitio, darían a conocer los datos personales de todos sus usuarios. Los directivos oscilaron entre la incredulidad y las medidas desesperadas. Hubo algo en el anónimo que recibieron que les hizo creer que la amenaza podía concretarse. Contrataron hackers reconocidos para ver si podían descubrir qué era lo que había sucedido, si se podía revertir la situación. Pero no alcanzó. En tres tandas, separadas por pocos días, la información fue publicada en la Dark Web. Que luego varios sitios la recogieran y dispusieran buscadores para hallar nombres de celebridades sólo poniendo su mail fue cuestión de horas. Todo el mundo podía saber quién había utilizado Ashley Madison en el transcurso de los últimos años. Millones de personas temblaron.
Sam Rader y su esposa Nia son dos de los que prestan testimonio en el documental. la pareja logró superar la crisis y continúa junta
Una banda de ciberdelincuentes. Un hacker con ansias de hacerse notar. Unos chantajistas profesionales. Un ex empleado enemistado con sus jefes. Un cónyuge despechado. Un puritano. Son muchas las posibilidades sin ninguna certeza. Se hizo (o hacían) llamar de Impact Team pero su identidad nunca fue descubierta. No se conoce quién fue el responsable de la filtración. Al principio los investigadores creyeron que se había tratado de una banda, bien organizada. Con el paso de los días cada vez tomó más fuerza la posibilidad de que haya sido obra de solo una persona ¿hombre o mujer? ¿Cuál fue su móvil?
Casi al mismo tiempo varios usuarios de la plataforma fueron chantajeados, caso contrario sus nombres se harían públicos. Nadie sabe si se trató del mismo hacker o de alguien que aprovechó el trabajo ajeno.
En la página de inicio de la web y en sus publicidades las palabras seguridad y discreción aparecían varias veces. Era una de las claves del éxito. Nadie podía enterarse de quienes eran los participantes, de quienes se inscribían en busca de aventuras fuera de sus parejas. No serían juzgados. Y, principalmente, no había riesgos. O al menos eso era lo que ellos pensaban.
La estructura de protección de la web era mucho más endeble de lo que la empresa declamaba: las pruebas están a la vista.
La seguridad, la discreción, el anonimato eran valores, características, que la empresa anunciaba pero que nunca pudo garantizar.
Pero existe un agravante: Ashley Madison cobraba un servicio adicional. El usuario que se daba de baja podía pagar un bono de 19 dólares a través del cual se aseguraba que sus datos serían borrados y que su paso por la web no dejaría huella alguna. Eso no sucedió. Cuando se produjo la filtración, la información de los que se habían dado de baja y habían pagado esos 19 dólares también fue difundida. La empresa nunca los había sacado de su registro tal cómo se había comprometido.
Noel Biderman era el CEO de la empresa. Él también sufrió el hackeo. Se conocieron sus mails personales y de esa manera se develaron varias infidelidades
Los hackers expusieron los datos personales de millones de personas. Entre ellos los dos que una persona menos quieren que se revelen, los que más miedo le provocan que sean develados: el número de la tarjeta de crédito y sus fantasías sexuales.
Noel Biderman, el CEO de la compañía, solía aparecer en los programas de televisión para defender a su compañía. Hábil declarante, hablaba del poder sanador de las aventuras. Un giro en la historia es que casi siempre aparecía acompañado por su esposa. Él se declaraba absolutamente monógamo, lo que no significaba que no comprendiera que otros necesitaran salir por un momento de su matrimonio y mantener relaciones sexuales con otras personas a espaldas de sus cónyuges.
Sin embargo, en la filtración también cayó él. Y no sólo su lugar como cabeza de la compañía que no tenía los parámetros de seguridad mínimos y necesarios para proteger la identidad y los datos de sus usuarios. Además de la profesional, también se desmoronó su vida personal: los hackers dieron a conocer sus emails y allí quedaban claras sus consuetudinarias infidelidades con jóvenes escorts. Biderman perdió el trabajo y a su esposa.
Sam Rader es uno de los entrevistados en el documental. También está su esposa Nia, Sam tenía un video blog en el que hablaba de cómo debía ser el matrimonio moderno que agrada a Dios. Sentenciaba sobre fidelidad, armonía, diálogo. Se mostraba feliz. Sus palabras eran escuchadas por muchos; tanto que le permitió dejar su trabajo como enfermero y vivir holgadamente con la ganancia de sus publicaciones en la web con decenas de miles de visitas. Como afirma una periodista del New York Times, la fuente de ingresos de Rader era su matrimonio. O, al menos, lo que mostraba de él. En el momento de la filtración, Rader sintió que se le acababa el mundo. Se había pulverizado tanto su vida pública –su trabajo y su imagen- como la privada.
En la actualidad el matrimonio continúa junto; siguen sus posteos, participan de este documental y hasta editaron un libro coescrito por ambos en el que hablan de la vida después del escándalo público y en el que enfatizan sobre el perdón; la traducción del título sería algo así como Sam y Nia, La Vida en la Verdad: escándalo público, juramentos privados, corazones restaurados.
John Gibson era un pastor evangelista que predicaba en Indiana. Hablaba de la castidad, la fidelidad, la vida virtuosa. Cuando la seguridad de Ashley Madison fue violada, se supo que su nombre estaba en la lista de usuarios. Seis días después de la filtración, Gibson se suicidó. Dejó una carta en la que pedía disculpas a su esposa y a la comunidad. No encontró la manera de soportar la vergüenza y creyó que ya nadie creería sus palabras, que ya no podría dar sus exaltadas homilías. En el documental, su esposa Christi es largamente entrevistada. Ella sostiene que su marido no logró ver que así cómo el perdona a los miembros de su comunidad, el perdón, el rehabilitarse, también era una posibilidad para él.
Entre los involucrados hubo otras figuras públicas. Un hombre que tenía un reality en el que se mostraba feliz con su familia con 19 hijos (terminó siendo condenado por abusos varios), estrellas de realitys y hasta Hunter Biden, el hijo del actual presidente norteamericano.
Muchos de los hombres involucrados presentaron la misma coartada. Dijeron que sólo habían ingresado al sitio por curiosidad, como un juego. Para ver de qué se trataba pero nunca habían ejercido, nunca habían concretado un encuentro. Otros fueron un poco más allá y juraron que ellos no se habían registrado sino que se había tratado de una broma de compañeros de oficina y de amigos.
Luego del hackeo, miles de parejas pasaron por crisis de diferente tenor. Hubo divorcios y también algunos suicidios (Crédito: Netflix)
Había también muchas mujeres inscriptas que buscaban lo mismo que los hombres. Aunque se afirma que muchos de los perfiles de mujeres eran falsos, bots creados para atraer hombres al sitio, para hacerlos gastar los créditos que la página le cobraba por cada mensaje.
El sistema de Ashley Madison es complejo y bastante oneroso. Para las mujeres la registración y el uso es gratuito. Los hombres deben pagar y obtienen créditos, que gastan cada vez que envían o responden un mensaje. Los usuarios que usan mucho la app gastan bastante dinero.
La empresa tenía un servicio para responder y repeler quejas de cónyuges que se encontraban con cargos desconocidos en la tarjeta de crédito. Los operarios del call center estaban adiestrados para mentir, para negar que el otro miembro de la pareja había gastado dinero en una web de citas para infieles y hasta llegaban a decir que se trataba de un error y devolvían el importe del cargo. Apenas cortaban se comunicaban con su usuario y se aseguraban el pago con otra tarjeta.
Hay personas que no pueden perdonar una infidelidad, otras sí. Ni unas ni otras tiene razón o están equivocadas a priori. Lo que resulta difícil para ambos integrantes de la pareja es la exposición pública de la situación que agrega un factor de presión (suele multiplicar la humillación) a la solución del conflicto íntimo.
Uno de los aspectos más sorprendentes de esta historia es que Ashley Madison logró sobrevivir al escándalo. Y el público volvió a confiar. Parece increíble pero la empresa soportó la catástrofe y se reconvirtió. Ahora no sólo como plataforma sino como aplicación, después de un cambio de directivos y hasta de dueños, mejoró la seguridad, bajó el perfil y hasta logró sortear una demanda colectivo de damnificados por la filtración de 2015 que reclamaban más de 500 millones de dólares; el arreglo se hizo por poco más de 11 millones. En la actualidad, Ashley Madison sigue activa y según sus voceros cuenta con más de 70 millones de usuarios.
Por Matías Bauso-Infobae