De estar vivo Julio Cortázar volvería a morirse, pero de envidia. La circularidad del relato en este país no tiene límites. Si hubo un motivo a la hora de analizar por qué ganó Javier Milei – logrando un acuerdo tácito entre todos los que analizaron el fenómeno en al menos ese punto- fue el del hartazgo que generaba la política. Y dentro de la política, aquellos que engrosaban las filas estatales en cargos obtenidos por pura simpatía militante (de todos los partidos) y que fueron escondiéndose entre gestión y gestión haciendo del Estado una gran mímica, como suele decir Pablo Semán.
Pero un día ese ítem pareció dar un giro inesperado cuando por la puerta grande de los escándalos apareció Leila Gianni. Fue la mujer de la semana. Una abogada que pasó por varias gestiones y que desde enero se desempeña como secretaria legal y técnica dentro del Ministerio de Capital Humano. Pasó de posar con un libro de Perón, “Conducción política”, a ser la cara visible de las investigaciones que está llevando a cabo la cartera que lidera Sandra Pettovello sobre las presuntas irregularidades durante la gestión anterior. Y que además está en el ojo de la tormenta, como todo ese superministerio, pues es la espada legal de la defensa mediática frente a la acusación de “no entregar alimentos” a comedores (dejándolos al borde del vencimiento en depósitos mientras atravesamos un ajuste brutal que hace naufragar a miles de argentinos). Tan delicado es el tema que tuvieron que salir a jugar dos pesos pesados. Nada menos que el Papa Francisco y Mirtha Legrand, adultos mayores criados en el siglo XX, que tiraron sus cartas aprendidas del pasado: piden un poco de humanidad.
Lo más notable de todo este asunto es que la abogada y su estética bien podrían ser el símbolo de todo aquello que desprecia el núcleo más duro del mileismo. Esos que detestan al Estado tanto como su líder (que esta semana durante una entrevista que brindó no tuvo pruritos en declarar que “piensa destruir al estado desde adentro”.) Fue extraño: en medio del escándalo de los alimentos necesitaron salir a poner paños fríos con un personaje como Gianni, que se supone, representa todo lo que quieren abolir. Un juguete que los votantes, sin excepción de colores, desprecian: los acomodaticios. Leila a su vez en breve será tan solo una anécdota. Pues no es ella lo que importa, sino lo que representa como parte del comienzo del agotamiento frente a la política.
Una chica que se tatuó pingüinos, usó pañuelo verde esperanza, seguramente mandó a leer a Perón a más de uno en una pelea mientras aprendía cada párrafo de las “Zonceras” de Arturo Jauretche, o preguntaba hasta el infinito, como tuiteó Mariano Canal, “¿de qué lado de la mecha te encontrás?”
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Gianni es una linda morocha de 39 años, flequillo corto, jeans ajustados que calzan a la perfección, blazer cancheros que combina con remeras ajustadas para demostrar sobriedad, sin ocultar sus atributos cuyos touches perceptibles (pero delicados) embellecen sus facciones. Pero, además, la muchacha porta chicanas rápidas y efectivas que unen en su estética las dos grandes vertientes culturales que reinaron entre el 2008 y el 2023: el kirchnerista intenso y el “Bailando por un sueño”. Es que si la escuchamos sin ver su imagen podríamos tranquilamente pensar que quién habla es la vedette Silvina Escudero, ya que comparte con ella un registro de voz parecido y una velocidad para responder similar.
Durante los mejores años del programa que conducía Marcelo Tinelli -el programa que mejor sintetizó los tiempos dorados del consumo- Silvina no se achicaba a la hora de responder a jurados de lenguas karatekas y extensas carreras como Moria Casán y Graciela Alfano. Tanto que “La One” en una disputa la apodó “Silvina Escupidero” luego de un encontronazo televisivo que hoy ya es un clásico.
Con la misma cadencia de Escudero, pero con años de taconear entre asados militantes y peñas en tiempos del bicentenario, Leila esta semana protagonizó su propio cruce de lenguas filosas frente a otro gran espadachín verbal, Juan Grabois. Ambos le devolvieron al gran público esos cruces que tiempo atrás elevaban el rating de la noche. Gianni y Grabois, en un entrevero post audiencia judicial, demostraron que sus bocas no tienen nada que envidiarle a esa ametralladora de palabras llamada Moria Casán. Mientras Juan le gritaba irónicamente “¡Kuka ladrona!”, ella le espetó “¡dejá de robar, chorro!” y le devolvió un veloz “el león se comió al pingüino” ante la burla de Juan por el tatuaje de la ex kirchnerista. De regresar Marcelo a la teve ya tendría dos buenos participantes. Lástima que, de seguir todo así, la próxima temporada nos encontrará a los espectadores en un escenario alla Mad Max.
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Si alguno de los tantos literatos que pululan por estos lares hubiese querido hacer la gran Jorge Asís y relatar el germen de la militancia funcionaria del kirchnerismo, esta semana se hubiera visto traicionado por uno de sus personajes. Es que Leila Gianni se corporizó desde las páginas de cualquier libro y saltó a la realidad superando una descripción maliciosa, en sus apariciones demostró, encima, que la intensidad no tiene fronteras ideológicas. Una Samanta moderna en una hipotética versión de unas “Flores robadas en las peñas kirchneristas”, cuyo vaivén ideológico incluye un pedido a la virgen de Luján para que ilumine a Sergio Massa hace solo ¡ocho meses! Una chica que se tatuó pingüinos, usó pañuelo verde esperanza, seguramente mandó a leer a Perón a más de uno en una pelea mientras aprendía cada párrafo de las “Zonceras” de Arturo Jauretche, o preguntaba hasta el infinito, como tuiteó Mariano Canal, “¿de qué lado de la mecha te encontrás?”, demostrando que a veces la piedad es inútil. Traicionó a todos los y las escritores que nunca se atrevieron a ficcionar ese momento histórico del país: el de los discursos encendidos, las marchas, las fotos con los dedos en V, las fiestas, las peñas, los asados. Misericordia por el propio pasado lleno de esperanzas y de más de uno de estos tips también llevados a cabo. ¿Quién puede tirar la piedra de no haber posado con los deditos en v?
Tan delicado es el tema que tuvieron que salir a jugar dos pesos pesados. Nada menos que el Papa Francisco y Mirtha Legrand, adultos mayores criados en el siglo XX, que tiraron sus cartas aprendidas del pasado: piden un poco de humanidad
Aunque, nobleza obliga, allá lejísimos y hace tiempo, Esteban Schmidt hizo un primer gran intento de polaroid sobre esas épocas. En tiempo tan real que le valió la exclusión a más de una cena. Fue por un texto que escribió para la revista Rolling Stone y despertó duras polémicas y críticas. Muchos le reprochaban asistir como invitado a varios asados y luego ser impiadoso a la hora de relatarlos, como en aquella columna, su especie de mini “Diario de la Argentina”.
Twitter era apenas un nicho, por ende, esa indignación quedó en charlas de café de los más politizados. Pero entre la postergación, la falta de inspiración o la piedad a la propia historia de muchos de nosotros, que nos acercamos en distinta medida al fuego como la mariposa, nadie terminó escribiendo una ficción con esas Leilas. Los días de la esperanza, el todo por hacerse y la posibilidad de que alguna vez algo termine bien en un país signado por finales infelices no tuvo su gran novela. Hasta que de golpe la heroína del relato que nunca jamás se escribió se presentó de cuerpito gentil rompiendo la cuarta pared y abriendo la caja de Pandora de los recuerdos.
Con todos los clichés que alejaron a muchos de la pasión kirchnerista y sumaron detractores fuera del peronismo, Leila es hoy la chica que se borró su tatuaje de un pingüino mientras pasa a usar las remeras del león. Es que en el fondo todo a esta altura es tan fugaz, que ya nadie va a escuchar su remera.
Por Lorena Álvarez- Revista Panamá