Tras la victoria de la ultraderecha en las europeas, Macron sorprendió llamando a elecciones anticipadas este 30 de junio determinado a frenar a “los extremos” desde el centro. Pero dada su debilidad, su apuesta puede terminar con la vuelta a Francia de la “cohabitación” con un gobierno de otro signo y abrir una etapa de fuerte inestabilidad política y económica que ya se compara con la crisis de 1968. O con una guerra civil, como especuló el presidente.
Francia asimilaba la victoria de la ultraderechista Rassemblement Nationale (RN) de Marine Le Pen en las elecciones de la Unión Europea (UE), cuando el presidente Emmanuel Macron sorprendió llamando a comicios anticipados para este 30 de junio decidido a frenar el avance de “los extremos” desde el centro, una apuesta considerada dentro y fuera de Francia de alto riesgo político y hasta económico.
“No podría seguir mirando hacia otro lado. Una fiebre extremista ha contagiado el debate público y parlamentario”, dijo Macron al anunciar el sexto anticipo de elecciones legislativas de la V República (1958), que puede puede poner a la ultraderecha en el poder por primera vez desde la derrota nazi de 1945.
A los tres días la izquierda se unía en un Frente Popular histórico y la ultraderecha ya lideraba las encuestas y hacía prever el mayor terremoto político en el país desde el Mayo Francés de 1968.
El espectro político quedó plasmado en un rompecabezas inestable de cuatro piezas: la ultraderecha de Le Pen -que no la postula a ella sino al joven Jordan Bardella (28)-; la derecha tradicional en franco retroceso; el debilitado centro liberal macronista; y la izquierda que reaccinó uniéndose en nuevo Frente Popular.
¿A qué apuesta Macron, reelegido hasta 2027? ¿A permitir ahora un gobierno de extrema derecha y así evitar que una Le Pen desgastada lo suceda como presidenta dentro de tres años? ¿O a “cohabitar” con la izquierda con tal de frenar a la ultraderecha? ¿No será un precio muy alto a pagar por Francia? ¿No terminará haciendo desaparecer a su propio y alicaído partido Renacimiento (ex República en Marcha) y repitiendo el error de los conservadores alemanes con Adolf Hitler en 1933? Todas preguntas válidas y abiertas.
Esta semana, Macron agitó los fantasmas de gobiernos de ultraderecha o de izquierda: “Se produciría una guerra civil con aquellos que no comparten esos mismos valores”.
En las últimas elecciones para la UE, los grandes derrotados fueron las fuerzas moderadas de centroderecha y centroizquierda de Francia y de Alemania respectivamente en favor de las alianzas ultraderechista ID (que integran Le Pen y otros extremistas) y ECR (con referencia en la italiana Giorgia Meloni).
La perspectiva real de la llegada de la ultraderecha al gobierno alteró los mercados, porque hasta Meloni se había negado a aliarse con Le Pen en el Europarlamento. El ministro de Finanzas, Bruno Le Maire, advirtió que el país -segunda economía de la eurozona- se enfrenta al riesgo de una crisis financiera si gobierna Le Pen.
La MEDEF, principal patronal de Francia, convocó a los candidatos a explicar sus programas y, mientras aplaudió a Le Maire, denostó lo que consideró promesas populistas poco realistas y del resto de los partidos, en particular del Frente Popular de izquierdas, con un gasto fiscal extra de 30 mil millones de euros anuales.
En las elecciones para la UE, el partido liberal de Macron y su primer ministro Gabriel Attal obtuvo apenas 14,6%, contra 31,3% de la fuerza nacionalista y xenófoba de Le Pen, dos rivales a los que sumará ahora el Frente Popular formado por el Partido Socialista, La Francia Insumisa y el Partido Comunista emulando el homónimo bloque antifascista de 1934-35.
Las últimas encuestas confirman el favoritismo de RN, con un 34% (entre 195-245 de las 577 bancas y las 289 de una mayoría absoluta), seguido por el Frente Popular (27,5%, 190-235), Renacimiento (19,5%, 70-100) y Republicanos (6,5%, menos de 30), lo que hace prever un Parlamento muy fragmentado y con baja posibilidad de acuerdos estables.
La segunda vuelta (si un candidato de alguno de los 577 distritos uninominales gana con menos de 50% en la primera y desempata con el segundo) se disputará el 7 de julio.
La participación electoral jugará un papel determinante en estos comicios, en los que todas las fuerzas lucen mucho más movilizadas que en los de la UE.
En su afán por demonizar a la ultraderecha, Macron resultó favorecido por la presunta violación de una niña judía de 12 años por chicos que le dedicaron insultos antisemitas (Francia tiene la mayor comunidad judía de Europa Occidental).
Macron no es De Gaulle
Resulta inevitable evocar ahora a Charles De Gaulle (foto), padre del semi presidencialismo que inauguró la V República (1958), cuando en 1968 disolvió la Asamblea Nacional para llamar a elecciones anticipadas que le permitieron ganar la mayoría a la derecha tras las protestas izquierdistas del Mayo Francés que había interrumpido la etapa de calma política que siguió en el país al final de la II Guerra Mundial (1945).
Muchos analistas repiten sobre el “gambito” del actual mandatario: Macron no es De Gaulle (en 1962 y 1968), ni tampoco François Mitterrand (en 1981 y 1988), que disolvieron parlamentos cuatro veces para asegurar una mayoría alineada presidente-primer ministro.
En cambio, Macron se parece más, dicen, al conservador Jacques Chirac, quien llamó a elecciones anticipadas en 1997 y, en su apuesta, terminó dando el gobierno a la oposición socialista liderada por Líonel Jospin.
En Francia, el jefe del Estado de la V República es el guardián de la Constitución, con un poder activo, para nada neutral, según el modelo establecido por De Gaulle en la carta magna que diseñó e instauró en 1958, de semi presidencialismo o “presidencia monárquica”.
Los casi 50 millones de franceses habilitados para votar asisten a la campaña electoral más corta posible por ley, tres semanas en las que los partidos han alentado a la participación (45,2% en las europeas) y hasta figuras públicas como el futbolista Kylian Mbapé, hijo de inmigrantes camerunés y argelina que creció en una “banlieu” parisina, se involucró pidiendo el voto contra la ultraderecha.
Según el influyente diario Le Monde, en conversación con un empresario que le preguntó al presidente cómo llevaba la campaña, Macron contestó: “Preparo esto desde hace semanas, estoy orgulloso de ello. Les he lanzado mi granada. A ver ahora cómo salen de ésta”, lo cual hace pensar en una movida muy calculada.
Pero lo que Le Pen puede obtener de este sorpresivo llamado a elecciones no es solo una victoria que la consolide como la primera minoría nacional, sino darle al partido que lidera, definitivamente, una pátina de normal y previsible que haga parecer innecesarios los “cordones sanitarios” que le impuso por años el resto del sistema.
Se montará sobre un escenario reconocido por el propio ministro Le Maire: “Observo entre los franceses, en todas partes, inquietud, incomprensión, a veces cólera. Eso es lo que veo entre nuestros votantes”.
Nuevo rostro
El discurso de Le Pen en Francia fue cambiando, hace notar el sociólogo Marcos Teruggi: ya no es antisemita o antiárabe explícitamente como en tiempo de su padre Jean Marie Le Pen, fundador del ultraderechismo contemporáneo francés. Ahora, MLP es nacionalista, industrialista, soberanista, crece en sectores perdedores por la globalización y el neoliberalismo, y modificó su línea de política exterior.
“La extrema derecha ha ampliado su base social. Ya no son sólo antisemitas o anti inmigrantes, hay jóvenes, personas desempleadas, maestros, obreros, gente de ciudad, gente del campo. Todos tienen un punto común y es el problema del poder adquisitivo y su futuro imprevisible”, coincide la socióloga Agathe Cagé, autora de “Classes figées”(Clases estancadas, 2024).
En su mirada, se ha agudizado una brecha entre personas con y sin medios para resolver sus problemas económicos o de salud. “La sociedad francesa fue una sociedad de clase media hasta hace 20 años. Eso suponía dos cosas: una movilidad intergeneracional y una movilidad social, y eso ya no existe en Francia, por eso hablo de clases congeladas”.
En economía, el programa del lepenismo incluye así bajar la edad de jubilación y los precios de la energía, pero aumentar el gasto público y proteger el mercado nacional con un “France first” que emula al “America First” de Donald J. Trump.
Un gobierno del jovencísimo Bardella rebajaría impuestos al gas y la luz, recortaría los de la renta para jóvenes de menos de 30 años y apoyaría a las empresas para subir 10% los salarios. “Tenemos que asegurar a la gente en el plano económico. Nuestra ambición es restablecer el orden, en la calle y en las finanzas de Francia”
Pronto surgieron también comparaciones de un eventual gobierno de Le Pen con el de la ultraliberal británica Lizz Truss en 2022, cuyas reformas alteraron tanto la economía de Reino Unido que la dejó sin apoyo y sin gobierno en pocas semanas.
Desde ya, la cuestión de la inmigración sigue siendo un sello de identidad de la ultraderecha: “Ningún ciudadano francés toleraría vivir en una casa sin puertas ni ventanas”, dijo Bardella. “Con un país pasa lo mismo”, remató.
Le Pen mantiene además una imagen negativa muy alta entre quienes no la votan (en 2023, Macron le ganó el ballottage presidencial 58,5%-41,5%).
Para superar ese techo encontró la figura de Jordan Bardella (en la foto), un joven de sólo 28 años nacido en una “banlieue”, suburbio pobre y de inmigrantes de París. Llegó al partido en 2012, trepó a secretario general en 2015, a portavoz en 2017, a vicepresidente en 2021 y a presidente en 2022. Es diputado europeo electo.
RN -explica Le Grand Continent- es un partido atípico: pocos miembros electos, ninguna experiencia de gobierno y, sobre todo, está dirigido como una empresa familiar (Bardella está en pareja con la sobrina de la lideresa). Ahí reside parte del éxito de Bardella. El nombre de Le Pen sigue siendo una marca “radiactiva” en Francia y difícil de terminar de institucionalizar.
En cambio, dice, Bardella aporta dinamismo porque permite que un rostro nuevo, joven y bien educado sustituya al de la hija de una figura violenta: Le Pen padre -cinco veces candidato presidencial, derrotado en 2002 en ballottage por el socialista Lionel Jospin- fue amigo personal de las SS nazis, acusado de torturas durante la guerra de independencia de Argelia y abiertamente antisemita.
Unidos por el espanto
Con la misma rapidez con la que Macron convocó a elecciones, todas las fuerzas de izquierda y ecologistas, atravesados por años de divisiones, se unió en un Frente Popular que ofrece una segunda opción anti-RN pero que debe superar su apariencia de coalición frágil, sin liderazgo unificado.
“Para ganarle a Macron y a Bardella, no debe faltar ninguna voz” es su eslogan.
En la práctica, la alianza ha sido posible por la decisión de Jean-Luc Melenchon, el carismático líder de Francia Insumisa y ex candidato a presidente, de renunciar a ser primer ministro. El 31% de los menores de 24 años votó a ese partido izquierdista en las europeas, más del triple de la edad media de los franceses.
En lo ideológico, la plataforma del Frente Popular es de base ambientalista y contra cualquier continuismo económico neoliberal. La coalición prometió aumentar el salario mínimo, reducir la edad de jubilación a 60 años y congelar los precios de los productos de primera necesidad para afrontar la inflación.
En el control de la inmigración, que Macron endureció con más tiempo de detenciones (Ley Collomb 2018) sin facilitar la regularización de trabajadores, la izquierda cree que hay un problema de “acogida digna” y no de ingresos ilegales.
“Esta coalición es posible por el miedo. Si no había una unión de las izquierdas, podía darse por descontada una victoria de RN”, opinó Christophe Bouillaud, profesor en Sciences Po Grenoble.
Una clave será la movilización del electorado en cada fuerza. En las europeas, el 67% de los votantes de Le Pen de 2022 en la Francia metropolitana (sin París) volvieron a votar a RN, mientras sólo el 30% mantuvo su apoyo a Macron. En la izquierda y centroizquierda casi no hubo cambios. Se confirma con la abstención: fue 28% en la ultraderecha, 36% en la izquierda y 42% en el macronismo.
Divididos por un regreso
Las cosas fueron exactamente al revés en la derecha tradicional, muy deshilachada desde los buenos tiempos de Chirac y Sarkozy. Los Republicanos liderados por Éric Ciotti (en la foto) fueron protagonistas de una comedia de enredos cuando como jefe del partido ofreció abiertamente una alianza legislativa a la ultraderecha.
Dos tercios de los 61 diputados republicanos repudiaron la sorpresiva oferta de Ciotti a Le Pen y le pidieron directamente su destitución (frenada por un juez) por desconocer la doctrina conservadora de inspiración republicana y libera, y romper el “cordón sanitario” del resto de las fuerzas democráticas a la ultraderecha.
“Un espectáculo espantoso digno de House of Cards”, resumió el servicio de noticias internacional público francés France24.
La idea de Ciotti es recrear una coalición como la concebida por Meloni en Italia, donde su partido Fratelli d’Italia gobierna con los conservadores de Forza Italia y los ultranacionalistas de La Lega. “Sería un pacto con el diablo”, reaccionó Macron. Pero lo cierto es que la derecha conservadora está fuera del poder hace 12 años, el periodo más largo a la intemperie durante la V República.
François-Xavier Bellamy, presidente interino del partido y antiguo cabeza de lista a las elecciones europeas, declaró después que “por supuesto” votaría al partido de Le Pen frente a un candidato de la alianza de izquierdas Frente Popular si estuviera en un distrito en el que Los Republicanos quedaran fuera de segunda vuelta.
“Haré todo lo posible para impedir que Francia Insumisa llegue al poder. El verdadero peligro para Francia es que Mélenchon llegue al poder”, opinó Bellamy.
Dominique de Villepin, exprimer ministro conservador de la presidencia de Chirac, se mostró dispuesto a todo lo contrario: votar al Frente Popular de izquierda para frenar a la RN.
La duda es cuántos votantes de la derecha tradicional piensan como Bellamy y cuántos como Villepin.
¿Qué es una “cohabitation”?
En Francia, si bien el primer ministro es designado por el presidente, el Parlamento puede destituirlo y al gobierno con un voto de censura, lo que hace depender siempre los asuntos internos, económicos y financieros de los legisladores.
Este es el semi presidencialismo de la V República francesa que ideó De Gaulle en 1958, explica Facundo Cruz: un presidente con poder, una asamblea representativa de la ciudadanía y un primer ministro surgido de quien tuviera la mayoría de los escaños, ya fuera un partido político o una coalición de gobierno. Así nació el “águila bicéfala”, como la llamó el célebre Maurice Duverger.
En esa “cohabitación” contemplada por la Constitución, y ya experimentada tres veces entre un presidente y un primer ministro de partidos políticos diferentes, Macron seguiría cargo de las políticas exterior y de defensa.
En cambio, las políticas internas, incluida la fiscal y otras políticas económicas -pero también inmigración y seguridad, claves para la ultraderecha- las establece el gobierno, con la mayoría parlamentaria para sostenerse.
Bajo la V República, Francia ha vivido tres cohabitaciones. La primera tuvo lugar de 1986 a 1988, cuando el socialista Mitterrand tuvo como primer ministro al derechista Chirac; la segunda durante el segundo mandato de Mitterrand con el conservador Edouard Balladur, de 1993 a 1995, y finalmente una más larga entre mismo Chirac pero como presidente y el socialista Lionel Jospin, de 1997 a 2002 (en la foto).
“No quiero dar las llaves del poder a la extrema derecha en 2027, por lo que acepto plenamente haber desencadenado un movimiento de clarificación”, dijo Macron al llamar a elecciones y declararse consciente de las opciones que abría.
A diferencia de Estados Unidos, el presidente francés carece de derecho de veto sobre las leyes. Sólo puede pedir al Parlamento una única reconsideración de alguna ley (si el primer ministro lo apoya, algo poco probable en caso de cohabitación) y remitirla al Tribunal Constitucional para que la examine.