Pasada la fanfarria por la consumación de la ley Bases, el paquete fiscal y el Pacto de Mayo, se multiplican sin embargo en el Gobierno las inquinas y desconfianzas internas por la mala reacción de los mercados a esas iniciativas. El peor termómetro social de esa negatividad es la suba del dólar, se sabe.
Ante esa presión financiera, Javier Milei y su ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo, repiten sin cesar que se mantendrá la pauta devaluatoria del 2% mensual, que se verá cuándo será factible levantar el cepo y que vamos bien. Resulta curiosa la persistencia en la reiteración, ya que puede llevar a agitar peor cualquier fantasma o a reducir el valor de sus palabras.
Fiel a su estilo irascible, por decirlo de manera elegante, el Presidente fue más allá. Tras calificar en una entrevista de infiltrado a uno de los directores del FMI que supervisa el caso argentino, que aunque evitó mencionarlo se trata del chileno Rodrigo Valdés, esta semana en su discurso en la Bolsa de Comercio se despachó contra “un banco golpista”.
La acusación de Milei fue contra el Macro. La justificación: que la entidad ejecutó parte de las garantías de la deuda en pesos que ahora pasan del Banco Central al Tesoro. Una operación lícita. Según el jefe de Estado, eso causó mal clima después de los anuncios de Caputo y Santiago Bausili, a cargo del BCRA, de que se transferían esas deudas a Economía en otro paso para terminar con la emisión monetaria.
Milei relacionó al Macro con Sergio Massa, quien ya había sido expuesto a propósito de los nubarrones financieros nada menos que por el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, habitualmente cuidadoso para meterse en el lodo. Massa era muy cercano al fallecido Jorge Brito, sucedido en la entidad por su hijo.
Pese a que en la reunión de Gabinete del martes 2 fue el propio Caputo el que llevó la noticia de que había movidas desestabilizadoras detrás de ciertas respuestas del mercado, la eterna mirada conspirativa para eludir autocrítica, el ministro de Economía intentó bajarle al tono a la denuncia pública presidencial. Contó que había hablado con Ezequiel Carballo, un histórico del Macro, y éste le había explicado que la operación buscaba avalar la medida oficial anunciada. La magia de Caputo.
De manera reservada, el Macro negó cualquier intencionalidad política y dejó entrever que hubo otras tres entidades que recurrieron al mismo mecanismo. Fuentes oficiales desmienten esa información. Pero revelan que en la ofensiva contra el banco y Massa habría influido algún tipo de aporte de los servicios de inteligencia.
Desde el despido de Nicolás Posse de la Jefatura de Gabinete y de su sobrino Silvestre Sívori de la AFI, el organismo entró en una ebullición permanente. De hecho, dentro del Gobierno se esparció que esa destitución fue disparada por haber espiado a funcionarios de peso. Posse lo niega y asegura lo inverso: que lo echaron por negarse a hacerlo.
Amén de cuál es la verdad al respecto, lo cierto es que el asesor premium Santiago Caputo está cada día más involucrado en la AFI, que volverá a llamarse SIDE. Designó a cargo a un viejo conocido suyo y de su padre, el ingeniero mecánico Sergio Neiffert, a quien ya le había conseguido antes un puestito en Acumar, el ente que controla el Riachuelo.
La ampliación del poder del joven Caputo, en cantidad y calidad, causa resquemores en varios despachos oficiales. De allí se filtró, por ejemplo, que el asesor se entusiasmó con su rol de jefe informal del espionaje y cita a encuentros de madrugada y a oscuras en espacios del predio que la Sociedad Rural tiene en Palermo, casi jugando a ser el Superagente 86. ¿Mantendrá esas reuniones furtivas ahora que arranca la exposición de ganadería en ese lugar?
Como Neiffert es cercano pero de espionaje sabe nada, Caputo promovió como su segunda a alguien de la casa, la abogada María Laura Gnas, que estaba en el área jurídica y le adjudican estrechos vínculos con el radicalismo porteño. ¿Tendrá algo que ver en su ascenso Emiliano Yacobitti, de diálogo directo con Caputo? ¿Habrá alguna relación con el sorpresivo deseo de Martín Lousteau de querer integrar la comisión bicameral de seguimiento de los servicios de inteligencia? ¿Y cuál es el rol de Antonio “Jaime” Stiuso, que se vanagloria de que está detrás de estos cambios?
Un reporte del periodista Patricio Del Pozo, que fue ratificado por voceros oficiosos a este diario, movió aún más el avispero. Contó que un hombre de Gnas, la “señora 8” en la jerga, puso al frente de las delegaciones provinciales a un investigado por manejos turbios con fondos de la AFI. Y algo peor: que el flamante jefe de la Delegación Rosario fue detenido en una causa por narcotráfico. Dentro del organismo se advierte además sobre ascensos de personal procesado durante la era macrista por espionaje ilegal. Deben haber limpiado sus legajos de culpa y cargo.
Mientras consigue más que duplicar el monto de los gastos reservados para espiar sin control (y financiar su ejército de trolls sin designación formal, según se disemina en la Casa Rosada), acaso Caputo esté ajeno a estas peripecias escabrosas de los servicios y se concentre en los grandes lineamientos de la reforma del sistema de inteligencia, que le provoca cortocircuitos con Patricia Bullrich al pretender absorber tareas de la información criminal que controlan las fuerzas de seguridad federales.
Tal vez con ese fin de optimizar y profesionalizar el rol de los espías, el asesor premium y todoterreno de Milei (y Karina) decidió ofrecerle a Juan Bautista “Tata” Yofre la dirección de la Escuela Nacional de Inteligencia. Yofre, además de ser uno de los protagonistas “oficiales” del controvertido video gubernamental de la supuesta memoria completa del 24 de marzo pasado, estuvo a cargo de la SIDE durante el inicio de la presidencia de Carlos Menem.
Archivo para las nuevas generaciones de algo que no se encuentra necesariamente en Google: el menemismo inauguró la utilización de las cajas negras de los espías para distribuir en la política y en la Justicia. Total normalidad.
Por Javier Calvo-Perfil