Valeria y Hernán se conocieron en un acto escolar de sus hijos. A partir de ese momento, los dos se buscaban mientras esperaban el horario de salida. Ambos estaban casados pero aburridos de ese compromiso. Una dura confesión le dio a ella la excusa para vivir el nuevo romance con libertad. Y el desenlace que llegó de forma inesperada
“Conocí a Hernán a través de uno de mis hijos, éramos padres casados”, relata Valeria, ya sin necesidad de aclarar que ambos estaban comprometidos cuando apareció en su vida. La primera vez que ella lo registró, fue en un acto del colegio: “Ese año nos tocó actuar a los papás para nuestros nenes. Yo era protagonista y, aunque muchas otras veces lo había cruzado, al ver su penetrante mirada posada en mí desde el escenario sentí un magnetismo irresistible”. Valeria tenía un matrimonio que se había vuelto mustio, gris. Y entonces, con cierta culpa, quiso saber más sobre ese “sexy papi” del cole.
Fue fácil averiguar su apellido, claro, sus hijos compartían la “salita de 5″ del selecto colegio inglés ubicado en las elegantes calles de Belgrano R. Cual agente de inteligencia, en cuestión de una semana Valeria sabía prácticamente todos los movimientos de Hernán. “La idea no era perseguirlo ni mucho menos acosarlo”, se ataja. Pero sus días embutida en un matrimonio muerto se tornaban más llevaderos en torno a cualquier dato nuevo de aquel hombre que la tenía deslumbrada.
Así pasaron doce años de salidas del colegio, llevando y trayendo niños: “Todavía lo puedo ver a él sentado en su auto, con las balizas, haciendo la fila para retirar a su hijo. Yo esperaba en la esquina, calculando justo para ponerme detrás de su coupé y, en esos minutos que quedaban hasta que los chicos salían, me acercaba hasta su ventanilla a preguntarle algo”. Primero fueron ocurrentes excusas hasta que el método de Valeria surtió efecto, y era él quien la llamaba desde el espejo retrovisor o directamente bajaba del auto a buscarla. “Por más que a mí se me cruzaban las escenas más hot de 50 sombras de Grey, disimulaba y todo se daba en un clima súper amistoso”, advierte. Valeria notaba que cada vez era más habitual verlo buscar a su hijo: “la mamá brillaba por su ausencia”.
Un día se le ocurrió sugerirle que anote al compañero de su hijo en la escuelita de fútbol donde llevaba al suyo: “Todo motivo era bueno para tenerlo cerca”. Hernán “picó el anzuelo” y Valeria sintió flotar: “Ahora no sólo lo vería en la puerta del cole sino que empezamos a compartir tardes de club”. Los padres improvisando interés en el desarrollo de sus herederos, desahogaba sus penas mientras hablaban de la vida. “Compartíamos el mismo humor y, con el tiempo, nos dimos cuenta que coincidíamos en esa sensación de soledad por mantener matrimonios deshechos desde hacía demasiado tiempo”, cuenta ella con una adrenalina más parecida a la alegría que a la tristeza. O sea, en sus hogares estaba “todo mal”, pero fuera de ellos habían encontrado el refugio perfecto.
La primera vez que Valeria notó la presencia de Hernán fue mientras ella actuaba en un acto escolar y el la miraba insistente desde la platea (Imagen Ilustrativa Infobae)
Hernán se separó mucho antes que Valeria, y para suerte de ella, siguió siendo un padre tan o más presente que antes de su ruptura. La dedicación a su hijo nunca flaqueó, incluso cuando sus propios asuntos sentimentales se complicaron. Valeria solía observarlo con una mezcla de admiración y envidia, pensando que de alguna manera, él tenía el control de su vida mientras ella se debatía en su propia confusión. “Ahora ya lo tenía todo para mí”, dice con una sonrisa que roza lo maquiavélico, una sonrisa que oculta la mezcla de fascinación y desesperación que sentía al ver cómo Hernán parecía ser el hombre que podía llenar los vacíos que ella había acumulado a lo largo de los años.
Mientras Hernán transitaba sus primeros años de “soltería tardía” en la plenitud de sus cincuenta, explorando un mundo nuevo que parecía abrirse con una libertad que él mismo no había esperado, Valeria estaba en un momento completamente distinto e inesperado: daba a luz a su segunda hija, un nuevo comienzo que llegaba con una mezcla de alegría y presión. Con “el bebé bajo el brazo”, Valeria cargaba con la última esperanza de reconstruir la imagen de la familia feliz que había soñado desde que era niña. Imaginaba un futuro donde la ternura de su hija podría ser el pegamento que uniera los fragmentos de su matrimonio roto, un último intento por redimir sus sueños de estabilidad y amor.
Pero a medida que pasaban los meses, la realidad comenzó a imponerse. La alegría de tener una hija no podía borrar las grietas en su vida personal, y las ilusiones de una familia perfecta se desvanecían lentamente. “Tal como decía mi mamá, lo que es, es y lo que no, no”, se cuela Valeria con una amarga ironía, haciendo psicología barata con sus propios dramas irresueltos. La frase heredada de su madre se había convertido en un mantra personal, una forma de reconciliarse con la cruda realidad de que, a pesar de sus esfuerzos y esperanzas, las cosas no siempre se alinean con nuestros deseos. La lucha entre lo que ella había imaginado y lo que realmente vivía era una batalla constante, un recordatorio doloroso de que la vida no siempre se ajusta a los guiones que escribimos en nuestra mente.
Valeria comprendió, quizás demasiado tarde, que a pesar de sus mejores intentos por construir la familia ideal, el peso de las expectativas y la realidad de su propia insatisfacción la estaban empujando hacia una introspección más profunda. A medida que su “relación” con Hernán se desmoronaba, también lo hacía su visión de un futuro en el que el amor y la familia parecían tener un lugar garantizado. La confrontación con estas verdades la llevó a una búsqueda interior donde enfrentó sus propias decepciones y aprendió a aceptar que, a veces, los sueños se desvanecen, pero también abren la puerta a nuevas posibilidades de crecimiento y autocomprensión.
Valeria y Hernán empezaron a charlar todos los días mientras esperaban que sus hijos salieran del colegio (Imagen Ilustrativa Infobae)
No es que ella no quisiera a su marido y mucho menos tenía que ver con sus hijos, “por Dios y María Santísima, ¡no!”. El tema es que, después de gomosas décadas de monotonía, por fin alguien la veía, la escuchaba, “un hombre tenía ojos y tiempo para mí”, anuncia con una mezcla de impotencia y hambre sexual. Aún así, desprovista de municiones, Valeria seguía apostando a reavivar las cenizas de su foto familiar: “Cumpliendo mis cuarenta y cinco años nos fuimos en plan familiar a Europa”. Valeria estaba segura que la Torre Eiffel no podía fallar. Y falló: “Sentí una soledad tan profunda que no pude esquivar el frío que corría por mis venas. Sólo pensaba en regresar”.
Al volver a Buenos Aires, la sensación de familiaridad la envolvió de inmediato, pero esta vez el calor no era sólo climático, sino emocional. En medio de su rutina, cargada de responsabilidades, Valeria se encontró con una sorpresa inesperada que alteraría su percepción de la realidad. “Encontré a Hernán en la esquina del colegio”, cuenta, recordando el encuentro con una mezcla de nostalgia y sorpresa. Fue un reencuentro fortuito que no sólo reavivó recuerdos, sino que también encendió una chispa de esperanza en su corazón.
Hernán, con su sonrisa despojada y una mirada que aún podía desarmar las defensas de Valeria, le preguntó sobre su viaje a Europa. Ella le habló de la Torre Eiffel y los encantos de la ciudad, pero lo que realmente la impactó fue escuchar sobre el reciente viaje de él con sus amigos por la campiña francesa. Describió los paisajes verdes, las comidas en pequeñas tabernas y el aire fresco que había experimentado. Cada detalle, cada anécdota que él compartía, parecía crear una conexión tan viva que Valeria sintió que, a pesar de la distancia y el tiempo, algo seguía vibrando entre ellos. La felicidad que le proporcionó esa minúscula charla fue como una ráfaga de aire fresco que la embriagó con una alegría intensa por semanas, volviendo a transformar sus días en algo más soportable y lleno de color.
En ese momento, Valeria comprendió que la presencia de Hernán en su vida, incluso en forma de una simple conversación, tenía el poder de llenar su alma de una manera que hacía tiempo no experimentaba. Esta revelación la llevó a una introspección dolorosa pero necesaria. Si Hernán, alguien que en ese momento era casi un extraño en su vida, podía provocarle tal felicidad y resonar tan profundamente en su ser, entonces el matrimonio que había intentado sostener con su esposo estaba cerca de desplomarse. A pesar de que, desde afuera, su pareja parecía “el modelo de estabilidad y durabilidad”, ella sabía que la realidad era muy diferente.
Amores Reales Valeria y Hernán (Imagen Ilustrativa Infobae)
Habían estado juntos desde que tenían catorce años, como alguna vez alguien en su entorno había descrito, eran “una institución con treinta años de solvencia”. A lo largo de las décadas, habían construido una vida que, a primera vista, parecía perfecta y sólida. Sin embargo, bajo la superficie, era consciente de que la aparente perfección no ocultaba la verdad de su insatisfacción y desconexión. Valeria se dio cuenta de que la pantalla que había estado sosteniendo su matrimonio estaba comenzando a agrietarse, y el reencuentro con Hernán había actuado como un catalizador para ver lo que había estado oculto durante tanto tiempo.
Con la claridad que le proporcionó ese breve pero significativo encuentro con Hernán, Valeria comenzó a comprender que su matrimonio no podía sostenerse en la fachada de una vida bien construida. En lugar de aferrarse a una imagen de estabilidad, debía enfrentarse a las verdades incómodas y buscar una forma de reconstruir su vida que fuera auténtica. Entonces juntó valor y se hizo cargo: “Tras plantearle a mi marido desde un lugar de serenidad la realidad que nos golpeaba en la cara, me confesó que era gay. Fue un balde agua fría”, dice todavía con la tormenta en la cara. “No hubo alarmas. Desconozco cómo -a esta altura no me interesa- fue que hizo para estar conmigo semanalmente”, explica dando por sentado que en el verbo “estar” involucra relaciones sexuales. “Luego de un breve período en donde estuve al borde del suicidio, se fue de la casa que con tanto esfuerzo habíamos construido”, recuerda con bastante pena.
En un intento por recuperar su existencia, Valeria aceptó una propuesta de viaje en su trabajo, y buscó la forma de volver a encontrarse con su “amigo especial”: “Nos volvimos a ver con Hernán y le comenté de mi nueva aventura dejándole saber que estaba separada y libre. Él me contó que iría a España pronto, la alegría volvió a retornar a mi alma”. Pero aquella fiesta le duró poco: “No pude concretar viaje laboral porque mi madre enfermó. Una noche le escribí a Hernán contándole lo que me estaba pasando y quedamos en contacto más cercano”.
El destino, con su enigmático sentido del humor, parecía haber decidido que “el proyecto de amantes” estuviera destinado a concretarse. En los meses siguientes, sus vidas se cruzaron con una frecuencia que superaba lo habitual, “y yo me encontraba completamente atrapada por un sentimiento que había surgido de manera pura e inesperada”. La conexión entre la dupla fue creciendo de una forma natural, sin que pudieran anticipar ni controlar lo que estaban experimentando.
Luego de años de contener la pasión, Valeria y Hernán concretaron sus deseos (Imagen Ilustrativa Infobae)
“Recuerdo claramente una tarde de sábado primaveral, cuando recibí un mensaje de su parte sugiriendo que nos viéramos sin la compañía de los chicos, con la excusa de una asesoría laboral”, revela Valeria. Aunque el motivo de la reunión parecía ser profesional, el subtexto era claramente diferente, “y eso sólo aumentó mi nerviosismo”. En ese momento, Valeria sentía un cúmulo de emociones que la hacían recordar a su adolescente interior: “Me sentía como a los trece años, en el instante de mi primer beso, lleno de emoción y ansiedad”.
Esa noche, la anticipación y el juego de coqueteo habían alborotado las hormonas de la flamante separada, y finalmente se dio el encuentro. “La reunión tuvo lugar en mi casa, un lugar que estaba cargado de recuerdos y emociones. Mi mente estaba en un torbellino, mezclando su imagen con la de mi ex, mientras temblaba de miedo y ansiedad”, apunta mimetizada con el pasado. Hasta ese momento, ella sólo había intimado con el que había sido su marido, “y cualquier cambio o emoción nueva era un territorio completamente inexplorado para mí”. La tensión y el temor de lo desconocido se mezclaban con la esperanza y el deseo, creando una fusión de sentimientos difícil de describir y aún más molesto de controlar.
Los siguientes dos meses fueron a pura adrenalina, en un maridaje de aventura segura, con la danza perfecta entre dos cuerpos que se encontraban tras años de gustarse. Cada encuentro era una explosión de sensaciones, como una serie de fogonazos en la penumbra de la noche. “En nuestra primera cita, bajo el parpadeo de las luces de la ciudad que reflejaban en el agua del río, nos aventuramos a una cena en un restaurante con una vista deslumbrante. La conversación fluía y cada mirada compartida era un acuerdo tácito para seguir avanzando, superando el muro de lo prohibido que habíamos construido durante años”, recuerda Valeria que al mismo tiempo se reconoce “subida a una montaña rusa del placer”.
La segunda vez que se encontraron fue en un barcito bohemio, rodeados de libros antiguos y el aroma a café recién molido. Sentados en una esquina apartada, sus palabras eran susurros cómplices mientras sus manos se rozaban casualmente sobre la mesa, y en cada roce surgía el recordatorio de la conexión profunda que compartían. La tarde se deslizó con una naturalidad inusual, como si estuvieran desentrañando los secretos de una melodía que ambos conocíamos de memoria. “Y siempre terminábamos entre las sábanas, desquitándonos de todos los años contenidos”, cuenta deshinibida.
Valeria no pudo olvidar a Hernán. Cada tanto, mira el celular a la espera que él haya visto los estados de whatsapp que pone (Imagen Ilustrativa Infobae)
La intensidad era tal que Valeria y Hernán se animaron a más: “Decidimos aventurarnos al aire libre y fuimos a un festival de música al atardecer. La energía vibrante del lugar nos envolvía mientras bailábamos al ritmo de una banda local como dos adolescentes desatados, riendo y dejando que la música nos guiara”, dice ella todavía balanceándose. Cada movimiento y cada risa se sentían como un triunfo, una celebración de cómo habían dejado atrás las inseguridades para abrazar una relación que, aunque emergente, ya estaba cargada de promesas.
Para Valeria ya nada más importaba. Los límites de su nueva vida exploraban un mundo donde la emoción y el deseo superaban las restricciones de lo cotidiano. “La intensidad de esos días era como un sueño del que no queríamos despertar, un viaje en el que cada paso dado juntos se sentía como un avance hacia un horizonte compartido, lleno de posibilidades infinitas”, dice ella con una entonación que de repente la desnuda: “Aunque tal vez el viaje era sólo mío”.
Sin mensaje ni excusa previa, Hernán desapareció. “Nunca entenderé si fui yo la que boicoteó o fue Hernán quien se asustó, pero tan rápido como fue, tan pronto como desapareció sin explicación”, relata con la angustia desesperante que genera la incertidumbre. “Y ahí quedé detenida, sabiendo que Hernán no pudo decir lo que le pasaba por cobardía, que no pudo compartir su ser porque yo no era la depositaria de sus respuestas, o porque aún no las encontró o porque sólo fui un trofeo de larga data”, se desata en cuestionamientos, hasta que de pronto, negada o esperanzada, vuelve a agarrarse de su “viaje”: “Llevo más de cinco años sin verlo… De vez en cuando me enloquezco y subo un estado de WhatsApp con la única intención de que él lo vea y me escriba algo”. dice Valeria, pronunciando la palabra “algo” con tal abatimiento que lastima de sólo verla. Todavía sigo esperando una señal que me haga entender que si el tiempo no nos reencontró, ni las circunstancias volvieron a acercarnos, Hernán no va a regresar. Lo nuestro fue tan efímero como inolvidable”, sostiene y en cuanto menciona el nombre del hombre que extirpó su alma, “Hernán”, aún con dolor se siente su amor incondicional: “En el fondo de mi alma espero una respuesta del Universo, ya entendí que será cuando tenga que ser, en general más inesperadamente. Tal como fue ese mágico encuentro.
Por Cynthia Serebrinsky-Infobae