Los trompazos de Alberto a Fabiola aceleran la moral de la declinación. Por Jorge Asís
Paladín de las cuestiones de género
Los puñetazos de Alberto Fernández, El Poeta Impopular, estampados oportunamente a la señora Fabiola Yañez, La Malquerida, aún resuenan y exhiben la sublime hipocresía del último gobierno peronista. Asimismo, generan el previsible descalabro que permite destacar la asombrosa rapidez para producir el definitivo desprestigio del improvisado estadista vocacional que en su momento -con audacia superlativa- aspiró a ser reelecto.
Después de no haber conseguido la luz verde para la utópica reelección, El Poeta Impopular optó por la jactancia de resignarse a concluir la opacidad de su gestión sin causas judiciales abiertas en su contra. Y con el galardón máximo al que puede aspirar un dirigente progresista en el siglo veintiuno. Destacarse frontalmente como el gran paladín de las “cuestiones de género”.
En efecto, no hay manera de esquivar la cola de la jeringa y se impone tratar de frente el escándalo de los severos tortazos del Poeta Impopular a La Malquerida que aceleran la moral de la declinación. Fueron descubiertos a partir de los pecados superiores que aluden al otro descalabro peor de la corrupción. O de las irrisorias ventajas acumuladas a partir de la legislación controlada de la problemática para especialistas como Alberto.
El culebrón de los seguros.
Explosiones desde Salamanca
Para agraviar al caído hoy se conforman filas más extensas que la de los fieles suplicantes a San Cayetano los 7 de agosto en la Basílica de Liniers.
Como nos enseñaron, corresponde partir desde la objetividad.
Simpleza académica que consiste en informar para entender desde el copete a partir del “qué”, “quién”, “cuándo” o “dónde” y -sobre todo- el “por qué”.
El “qué” es demasiado fácil. Son los chats del pecaminoso culebrón de los seguros que fueron minuciosamente analizados por el juez federal Julián Ercolini y condujeron a detectar -como por un tubo- los sonoros cachetazos estampados por el Poeta Impopular a La Malquerida.
Entonces, acaso hastiada, Fabiola le exhibe una dramática lista de quejas a la señora María Cantero, Gatín, secretaria privadísima de Alberto.
Entre las recriminaciones confidenciales figuran las invalorables muestras gráficas de los castigos a los que el señor presidente la sometía para comprensible espanto de Gatín.
Transcurrieron justamente en la Residencia Presidencial de Olivos (lo cual resuelve también profesionalmente la cuestión del “dónde”).
El dato se convierte en pólvora estricta de La Malquerida para manejar angustiosamente los efectos explosivos desde el paquete barrio de Salamanca, en el Madrid más elegante (vaya como complemento del “dónde”).
Entregar a La Doctora
La sensibilidad estalló el domingo en Clarín, el diario que Alberto en su momento se obstinaba en la patanería de divulgar que “manejaba”.
Nunca se debe olvidar que para referirse al hiper temible señor Magnetto, El Poeta Impopular solía recurrir al casi amigable “Héctor”.
“Le dije a Héctor”, decía, como si hubieran convivido en la platea de Argentinos Juniors.
Los conscientes desconfiados que presumen de portar la información más calificada coinciden en instalar que fue aquella supuesta influencia de Alberto en Clarín la verdadera causa que motivó el dedazo irresponsable de La Doctora para la equivocación insuperablemente histórica de designar para la presidencia a Alberto, y decidirse modestamente a acompañarlo como vice.
Aquí ser objetivo requiere un poco más de esfuerzo.
Los obstinados anónimos que operan a favor del control de daños, pugnan por el rescate imposible de la honorabilidad de Alberto. Son los que confirman que justamente ocurrió lo contrario. Que el multimedio otrora hegemónico que mantiene la pólvora mojada hoy le pasa la factura mediática al Poeta Impopular, pero por no haber entregado en su momento a La Doctora, como aguardaba el hiper temible Magnetto hasta la virtual exigencia.
Para los contados defensores de la frustración del «albertismo» que tratan la impotencia de atemperar los destrozos aquí influye el otro gran grave error de Alberto.
Por haber denunciado, durante una mañana inolvidable de cadena irracional, aquel picnic fastuoso de cinco días hacia el Lago Escondido. El «all inclusive» del que participó el doctor Ercolini sin mayor sentimiento de culpabilidad.
Entonces bingo: es Clarín que lo fusila a Alberto a través del colega Claudio Savoia por golpeador a partir de las desprolijidades descubiertas por el juez federal Ercolini que oculta la preparación de la venganza en el culebrón de “los seguros” que beneficiaron los réditos millonarios del Encarajinador, compañero apasionado de Gatín.
Es el penúltimo dato que hace aún más fácil explicar el academicismo del “por qué”. Incluso, hasta es casi infantil.
Bastante parecida a Evita
“Alberto, no seas gil, presidente soltero vale doble”.
El amigo protector lo inducía a Alberto a separarse antes de calzarse la banda.
“Te van a sobrar las minas”.
Pero Alberto no le hizo caso. Se dejó llevar por su capacidad de manejo propio del experimentado operador político. Y cuando quiso acordarse La Malquerida ya estaba abrazada al Papa Francisco, se colgaba de su cuello y amagaba con especializarse en la beneficencia.
Prefería entonces valer menos pero no mostrarse solo.
Para continuar la ficción del amor con la “querida Fabiola”, que es, después de todo, bastante parecida a Evita. Y actriz sensible. Como Evita.
Aunque fuera consciente de los riesgos patológicos de la bipolaridad y supiera que el consumo de pastillas, mezclado en combinación con dos copas, la sumergía en el espectáculo nocivo del alcoholismo.
Aquí la objetividad se va al demonio.
Los relatos contrastan. Depende del sujeto que narra. O del interés parcial del sujeto que narra.
Alberto la responsabiliza por haber desperdiciado su gobierno desde aquella legendaria fiesta de cumpleaños con los amigotes del cuidado estético, transcurrida durante los momentos más sensibles y prohibitivos de la pandemia.
Según las puntas de ambos relatos, complementados por los diversos testigos que deambulaban por la residencia (y que tendrán efectivamente que testimoniar en el culebrón judicial), en adelante la Tragicomedia de La Malquerida y el Poeta Impopular ingresa en el territorio de las tensiones, los rencores y las desconfianzas.
Tiempos de intensificación de los enojos que brotaron después del nacimiento del hijo Francisco y derivaron en la simulada separación.
Entonces fue cuando La Malquerida quiso separarse de verdad. Apenas debió conformarse con un traslado inofensivo, pero en el mismo ámbito de la Residencia.
Turno de los peores desencuentros. Del ocaso político del Poeta Impopular y de su entrega a la resignación piadosa de la paternidad.
Restaba apenas entregar el fardo de la presidencia al sucesor Javier Milei, El Psiquiátrico.
Para luego irse lo más pronto posible hacia Madrid, donde había aspirado a residir, pero como embajador. Asignatura eternamente pendiente.
Pasó la fiesta de fin de año con La Malquerida en un hotel suntuoso de Madrid.
Y en cuanto pudo, en la primera distracción, Alberto retornó a Buenos Aires querido, a consolarse en el arrabal apacible de Puerto Madero.
Aunque pronto la vida se le iba a transformar en la plenitud exacta del infierno.
En la ferocidad cotidiana del calvario. O en el castigo atroz del desprestigio rigurosamente personal.