Mitos cuestionados: la gente vota con el bolsillo y dato mata relato.
Las fuerzas del cielo, están logrando que se liberen los cielos, con la ayuda inestimable de los gremios aeronáuticos. La reforma laboral promercado, finalmente, se definió. Baja el riesgo-país. Los bancos se inundan de dólares por el blanqueo y están interesados en dar créditos para el consumo y la producción, al mismo tiempo que quieren subir la tasa para atraer depósitos en pesos. El Indec dice que en julio hubo una pequeña recuperación de la actividad económica, con lo cual el segundo trimestre habría sido el piso. La inflación de septiembre rompería la tabla del 4%. El Central terminaría el mes con superávit en la compra-venta de verdes esperanzas. Suben los bonos y el blue está planchado. Y como broche de oro, Cristina discute con “Toto” Caputo. Ni Huxley lo hubiera imaginado tan positivamente: ¡estamos viviendo en “Un mundo feliz”!
¡Esperen, esperen! “¿De qué me perdí?”, diría más de uno. Si todo va tan bien, ¿por qué hay coincidencia en que el Gobierno entró en una fase de desgaste en la opinión pública? Veamos esto con mucho cuidado, para poder precisar cuán nueva es esta Argentina, y cuánto es la de siempre: primero, nunca hay un solo factor que explica las subas y bajas en la aprobación de un gobierno. Por ejemplo, el veto a los jubilados, sin duda influyó, pero no es excluyente.
Segundo, la paciencia social funciona como un vaso que se va llenando con gotas cotidianas. La sumatoria de átomos de H2O en algún momento lo llena y desborda. Pero a priori, es difícil predecir cuál es la gota que rebalsa. Es solo una gota más, sí, pero cumple un rol estratégico siempre y cuando el vaso esté muy colmado.
Tercero, como en toda dinámica social, en algún momento se acaba la novedad y se genera una saturación. Lo comentamos la semana pasada cuando analizamos por qué el rating de la cadena nacional presupuestaria había sido tan bajo.
Cuarto, ¿cómo está el tanteador en materia de resultados? No son los resultados de los que habla el oficialismo de turno, sino los que la sociedad quiere observar. Si la inflación baja, pero la principal preocupación es el desempleo y la caída de ingresos, se debe evaluar una desconexión entre una parte de la realidad y una parte de la percepción. Es natural, ocurre con todos los gobiernos y en todas partes del planeta. Y quinto, ¿cuánto siente la opinión pública que el Gobierno está enfocado en lo importante, en mostrar “empatía” –palabra muy citada en los grupos focales– y no está perdiendo el tiempo dando “batallas culturales” que nadie le demandó?
Con estos cinco factores en la mano, los lectores podrán empezar a sacar alguna conclusión de por qué Huxley-Milei (doble apellido) debería revisar el argumento de su libro. Seguramente sonará paradójico, pero no debe olvidarse poner en cuestionamiento al menos dos mitos acerca de la percepción ciudadana: 1) la gente vota con el bolsillo (o de cómo los sectores medios y altos rechazan votar a un gobierno peronista, aunque les haya ido de maravillas), y 2) dato mata relato (o de cómo debatir con estadísticas es al divino botón, porque cada uno cree lo que quiere; releer a Lakoff todo el tiempo, por favor). Ya sé que ambas cosas dan para escribir un libro, pero son dos amenazas que tiene este oficialismo si se cree esos mitos.
El Gobierno dirá que –con algo de razón– con semejante herencia recibida, el remedio iba a ser muy amargo y en algún momento, la gente se iba a fastidiar. ¡Pero calma! “Todo pasa”, diría Don Julio, y en pleno año electoral la economía va a recuperarse bastante y con mucha menos inflación, lo cual podría ser el camino recto hacia el triunfo electoral. Hoy por hoy, suena probable. Porque, además, las elecciones no son solo un plebiscito por sí o por no al oficialismo de turno, sino que también incide cuánto fastidio generan los que están en frente.
Así como “mientras hay vida, hay esperanza”, el triángulo de hierro podrá decir que “mientras haya dólares, hay esperanza”. Y para que sobren dólares son necesarias tres cosas: cepo, recesión y carry trade (o confianza en que no haya devaluación inesperada de corto plazo). En los 90 lo financiamos vendiendo “las joyas de la abuela”. Pero como ya no tenemos ni joyas, ni abuela, ahora se financiará con los dólares del colchón de quienes ya no pueden comprarlos, sino que solo les queda venderlos. ¿Tendrá esto efecto psicológico, además de económico, entre los eternos pequeños ahorristas? ¿Será el mileísmo “el fenómeno maldito de un país burgués”?
Más allá de estas adivinanzas, el libertario sigue dando muestras de pragmatismo (o de cómo negociar la paz con alguna casta sin que se note). Una de esta semana: la reforma laboral finalmente se reglamentó sin que la CGT movilizara un dedo, más allá de las declaraciones de rigor. A cambio, quedó para el siglo XXII la reforma sindical (“con la nuestra, no”). Otra que festejan los territoriales peronistas: al eliminar a los intermediarios de los planes sociales, los jefes locales se vieron beneficiados con la eliminación de actores que tenían poder de fuego y jaqueo, obligándolos a negociar listas y cargos. Eso se acabó. Casta hay una sola. La competencia desordena. Milei, Milei, ¡qué grande sos!
Finalmente, el Presidente hará veto total del presupuesto universitario votado en el Congreso. En función de lo que comentamos unos párrafos arriba, pagará un costo con algunos cuantos votantes que lo apoyaron en la segunda vuelta. Pero en política hay factores más críticos que otros: ¿empatía con sectores medios, o liderazgo intransigente para que no haya alud de demandas sociales, que atenten contra el equilibrio fiscal? El “gatito mimoso” optó por lo segundo, siguiendo la filosofía Menem: cirugía hasta el hueso sin anestesia. Si se le descalabran los fundamentals económicos, puede quedarse sin el pan y sin la torta. Con déficit cero a rajatabla, nadie lo podrá ver como un tibio.
Un consejo para Adorni: cuando le pregunten por el 53% de pobreza, además de echarle la culpa al gobierno anterior, también podrá decir –como Menem– que “pobres hubo siempre”.
Por Carlos Fara