Aunque no sea una droga convencional, el poder produce exaltación del ánimo, adicción, prepotencia, ausencia del cansancio, sueño, hambre y compasión, entre otros efectos. Quien toma decisiones que afectan el bien común debería al menos tener piedad.
“Debemos cuidar las cosas que haces.
Nos has dejado comer el pastel
Mientras tus contadores te dicen: “Sí, sí, sí”
Haces cosas feas y caras
(¿Cómo lo haces? Déjame adivinar…)” (Frank Zappa)
“Va a llegar un momento donde la gente se va a morir de hambre. De alguna manera va a decidir algo para no morirse. No necesito intervenir. Alguien lo va a resolver”. Esta cita es del presidente Milei. Lo dijo en la Universidad de Stanford, California, E.E.U.U., el 29 de mayo del 2024. Plantea dos decisiones, una: la de la gente. Otra, la propia: no hacer nada.
La canción de Zappa de 1983, cuyo título es Cocaine Decisions, parece dirigida a denunciar las acciones de personas para las que vivir es solo ganar mucho, ganar cada vez más y, además, es consumir, entre otras, sustancias psicoactivas.
Un poco más de 40 años después, el destino de muchos sigue en manos de otros que sólo pueden tomar decisiones en base a ganar todavía más y/o basados en el consumo de sustancias… Creo que Zappa odiaba las drogas.
Esto no pretende ser un análisis de las subjetividades o de los consumos de las personas. Pretende intentar comprender en dónde estamos habitando. Entonces vamos a lo importante que, en definitiva, son los efectos de algunas sustancias. El poder califica allí, aunque no sea una droga convencional. Produce exaltación del estado de ánimo, aumento de la seguridad en uno mismo, prepotencia, ausencia del cansancio, del sueño y del hambre, entre otros efectos.
Y hay algunas sustancias que los comparten con el poder autopercibido como omnímodo, y también pueden causar el efecto de una conducta cruel en quien lo posea o quien las consuma.
Para la Real Academia Española la crueldad es “inhumanidad, fiereza de ánimo, impiedad”. Impiedad es la palabra que resuena. Cuando una persona toma decisiones que repercuten sobre la comunidad debiera, al menos en el mundo que conocimos hasta ahora, tener como norte la piedad, que es una virtud que inspira actos de amor y compasión por los otros hombres. Las acciones que involucren poder para ordenar, legislar, o gobernar en una sociedad humana debieran contener rasgos piadosos, no crueles. Al menos en tiempos de paz…
Las acciones que involucren poder para ordenar, legislar, o gobernar en una sociedad humana debieran contener rasgos piadosos, no crueles”
Sin embargo, ahora, en los tiempos de los “degenerados fiscales”, están los “santos” siempre atentos a examinar balances para sólo buscar la toma de ganancias como único destino posible. Hubo un tiempo en nuestro país en que Micky Vainilla, la creación de Saborido y Capusotto, podía decir como un chiste: “Ya hay suficiente tristeza en el mundo. Gente pobre, enferma y rodeada de miseria. ¿Por qué no festejar, entonces, que pertenezco a un grupo cuya superioridad, felizmente y con justicia, hace que estemos alejados de todas las desgracias que otros sectores de la humanidad, evidentemente, merecen?”. ¿Es hoy un chiste?
Actualmente la pura realidad es que hay quien dice que: “estamos ante el fin del modelo de la casta, basado en esa atrocidad de que donde hay una necesidad nace un derecho, pero se olvidan de que alguien lo tiene que pagar. Cuya máxima aberración es la justicia social…”
Parece no haber querencia alguna en el horizonte de estas personas, esa tendencia natural que sentimos hacia algo, hacia un sitio o hacia alguien. La discusión, de todos modos, es vieja. Ya Plauto dijo en Asinaria: “Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro”, a lo que Séneca agregó: “El hombre es algo sagrado para el hombre”.
Para los crueles lo sagrado es una inexistencia. Rozan la inhumanidad propia de los celosos dioses precristianos. La crueldad no es solamente el goce ante el sufrimiento de los otros, sino también la insensibilidad y la indiferencia frente a ello. No hay crueldad sin conciencia, hay una voluntad de alguien que se expresa sin culpa y sin remordimiento, como dijera Aristóteles: “O bien es una bestia o un animal o bien padece algún tipo de patología, como la locura” (Ética a Nicómaco).
La crueldad se alimenta del poder de control y sometimiento ajeno, cuya fragilidad queda a merced de quien empuñe el arma. La de fuego o la económica. Y si está potenciada por el poder, la crueldad sólo se limita con la muerte. Pero dejemos la caracterización acá. La pregunta central es: ¿y cómo se la enfrenta?
Con justicia, que es la forma de intentar relaciones de igualdad entre los hombres. Ius, derivaría del proto-indoeuropeo como procedente de una deidad o de algo sagrado. Y sí, la justicia es sagrada para el hombre porque contempla a los otros hombres, es el lugar donde habita la sana conciencia, la buena intención, y debe cohabitar con una firme idea de equidad. La de dar a cada uno lo suyo, con eje en verdades valiosas que permitan juzgar el obrar propio y de los demás en orden al bienestar general.
La justicia social dista años luz de ser un crimen, al contrario, refiere a lo más humano que tiene el hombre como la crueldad. También es sólo humana y es su opuesto. Asume la base fundante del amor por el prójimo, aunque éste se comporte como un lobo despiadado. Parte de habitar una querencia, en tanto lugar, en tanto afectos y en tanto proyecto político y ético.
Por eso, así como empezamos describiendo a los desalmados con la canción de Zappa, vamos a terminar con unos versitos de un anarquista, González Castillo, que escribió esta canción que cantó Gardel y la gran Nelly Omar: Por el camino: “Quien diga que no hay querencia/ que lo pregunte a la ausencia”.