Quienes perdieron a alguno de los 1.197 seres queridos asesinados siguen intentando procesar el duelo y rendirles tributo en memoriales, como el del festival de música electrónica Nova, donde Hamás lideró la mayor matanza de su incursión en el sur israelí. Mientras que los parientes de los 97 secuestrados que siguen en Gaza denuncian que para el Gobierno de Netanyahu “no son una prioridad”, por lo que se mantienen en las calles en reclamo de un acuerdo de liberación y para evitar que caigan en el olvido.
El 7 de octubre de 2023 era una fecha muy esperada por Ben Binyamin Cohen, Dor Toar, Tamar Gutman, Eden David Moshe y Yiftah Dan Twig. Este grupo de cinco amigos, todos de 27 años y oriundos de Gezer, en el centro de Israel, habían planeado por meses asistir al festival de música electrónica Nova.
“Era un evento único y no querían dejar pasar la oportunidad”, recuerda Moran Cohen Avissar, hermana de Ben. Con esa ilusión se dirigieron a un terreno desértico a las afueras del kibutz Re’im, situado a 4 kilómetros de Gaza, sin imaginar lo que ocurriría en ese trágico shabat.
Esta fiesta al aire libre fue el escenario de la peor de las masacres cometidas por Hamás y otros grupos palestinos en su invasión del sur israelí. Una fiesta de la que, según una reconstrucción del Shin Bet (el servicio secreto interno), los milicianos no estaban enterados hasta esa misma mañana y que llevó a los hombres armados del llamado batallón Nuseirat a modificar sus planes, originalmente destinados a entrar en la ciudad de Netivot.
Videos, imágenes y relatos de testigos han permitido saber que los asistentes se vieron sorprendidos, primero, por las andanadas de cohetes desde la Franja, y luego, por la llegada de combatientes que les dispararon desde todas las direcciones. En total, 364 personas fueron asesinadas y 40 fueron tomadas como rehenes.
Las historias de grupos de amigos fragmentados por la matanza se han apilado a lo largo de este año, contadas la mayoría de las veces por quienes sobrevivieron.
Pero, hay pocos casos como el de estos cinco compañeros de infancia, que se referían a ellos mismos como “la banda”: fueron juntos y ninguno regresó.
Sus hermanos, más mayores o más pequeños, narran que intentaron escapar en dirección al kibutz Be’eri, pero los frenó un retén policial porque allí ya se había reportado la entrada de los milicianos. “Estaban seguros que estarían a salvo con los policías, nunca imaginaron el desenlace”.
Cuando hablaban con nosotros decían ‘llegaremos a casa, no se preocupen’, detalla Moran.
Sin embargo, la emboscada de los atacantes fue letal. Cuatro de los cinco fueron asesinados en las inmediaciones de la Ruta 232. Yiftah, que conducía el vehículo en el que intentaban escapar y se había bajado a ver qué pasaba, recibió un disparo en una pierna, pero salió corriendo y se escondió durante cinco horas en un container de basura, junto a otras 14 personas, hasta que fueron detectados y masacrados.
Consciente de que los habían encontrado, el último acto de Yiftah fue cubrir a otras dos jóvenes, que se salvaron gracias a él. Su historia es hoy parte de un tributo montado en el sitio del festival, donde se recuperó el enorme contenedor amarillo y, en sus paredes de metal, aparecen nombres, fotos y los últimos mensajes de los que se intentaron resguardar de las balas.
Keren Twig se encarga de reivindicar a su hermano Yiftah –20 años menor, con quien compartía una casa y un emprendimiento– y asegura: “mi día es para él, para contar su historia, rendirle tributo”.
“Es muy complicado para mí volver a mi vida porque Yiftah era mi vida. No puedo creer ni aceptar que no está aquí”, nos confiesa.
Cinco familias unidas en el dolor
Si bien las familias de los cinco amigos eran vecinas, la tragedia de los jóvenes las unió como nunca. Los lazos se fortalecieron desde las primeras horas, cuando intentaban recabar información en un contexto inédito y de caos.
“Fue un día de adrenalina. Casi toda la información que obtuvimos fue porque la conseguimos. Durante 19 días no sabíamos bien qué había pasado y era difícil identificar los cuerpos. 19 días sin saber si tu familiar está muerto o escondido, la mente recorre pensamientos terribles“, reconoce Moran.
Ese 7-O, Adva Gutman estuvo 30 minutos al teléfono con su hermana Tamar hasta que perdió la conexión. “Desde ese momento, trabajamos todos juntos para encontrarlos, yendo a hospitales, a los kibutzim… Tratando de entender qué les había pasado”, relata Adva, quien añade que de Tamar “solo encontraron partes de sus huesos porque fue quemada y masacrada”.
A partir de ahí, se blindaron en el apoyo mutuo para procesar el duelo. Miembros de las cinco familias visitan el memorial erigido en el sitio del festival Nova. Aquí, pequeños y variados altares muestran los rostros de las jóvenes víctimas. Al pie de ellos se acomodan fotos, amapolas de cerámica y objetos que las conmemoran.
El rincón de Dor Toar es adornado por su hermana Gal y su prima Rona Levi. En el momento de nuestro encuentro rememoran, mediante conchas, su gusto por el mar. “Es muy difícil para mí estar aquí ahora”, afirma Gal.
¿Qué mal hicieron estas almas hermosas para que los asesinaran?, se pregunta Rona.
La familia de Dor pasó 19 días sin recibir una confirmación sobre su estado. Un período que, para Gal, coincidió con el final de su embarazo: “Tuve a mi primera hija el 22 de octubre. Y la verificación del cuerpo de mi hermano fue el 25. Así que di a luz y luego lo sepultamos”.
Por eso, la joven describe su proceso como “una montaña rusa de emociones” y admite: “estaba feliz por ser madre, pero eso no se sentía bien porque acababa de perder a mi hermano”.
Junto a ella está el altar dedicado a Eden David Moshe. Su madre Vera acaricia y besa su foto y no puede evitar romper en llanto, mientras se abraza a sus otros dos hijos. Uno de ellos, Shalev, convive con una dolorosa paradoja: “Es duro que sintamos alivio porque (a Eden) le dispararan en el cuello, que su muerte fuera rápida”.
Antes de irse a la fiesta, “Eden siguió mi consejo de qué zapatos llevar, le di un abrazo y nunca pensé que sería el último”. rememora Shalev. “Siempre procuraba que yo estuviera bien, era modesto e inteligente”, sonríe al retratarlo, a la vez que, como seguidores del Manchester United, extraña poder debatir juntos el devenir del equipo inglés.
Esos momentos cotidianos son los que más vacío generan en estas familias. “(Tamar) siempre reía por todo. Y cuando veo una broma en los medios, me dan ganas de llamarla y reír juntas”, comparte Adva Gutman.
“El momento que más extraño es poder llamarlo, o las cenas de los viernes. A él no le gustaba el limón en la ensalada y mi padre se la hacía. Ahora decimos que ya no hay ‘la ensalada de Ben’. No son grandes cosas, pero el día a día ya no será igual. Pero creo que él querría que siguiéramos con nuestras vidas”, resume Moran Cohen.
Su hermano Ben, algo tímido, acostumbraba tocar el ‘shofar’, un instrumento de viento con forma similar a un cuerno que es utilizado en distintas festividades judías, como la reciente de Rosh Hashaná. “Era una forma de alzar su voz y contagiar felicidad”, agrega. En su honor, para el año nuevo judío, su familia compró varios y los distribuyó a niños en distintas sinagogas.
Procesar el duelo, imposible mientras haya rehenes en Gaza
Las cinco familias coinciden en otra cosa: si ya les resulta difícil enfrentar el trauma, saber que todavía hay 97 rehenes en manos de Hamás y otros grupos perpetúa la sensación de que siguen viviendo en ese 7 de octubre.
“Esto sigue pasando aún hoy. No puedes sanar sabiendo que ciudadanos israelíes, incluyendo mujeres y niños, todavía están Gaza y que sus familias están esperando por ellos”, subraya Keren Twig. “En nuestros corazones esperamos que regresen lo antes posible”, completa Moran.
Ese deseo es el que impulsa cada día a Yehuda Cohen. El reclamo por el regreso de su hijo Nimrod, secuestrado en la base militar de Nahal Oz, le lleva a protestar en cada plataforma que encuentra: sea en las calles de Tel Aviv, donde lo encontramos en la manifestación habitual de cada sábado, o en viajes al exterior, con los que busca atraer el respaldo internacional.
Su lucha, dice, “es principalmente contra nuestro Gobierno” porque es la entidad que destinó a Nimrod a la frontera con Gaza y “es su responsabilidad liberarlo”.
“Mi hijo estaba cumpliendo su misión y no pudo completarla porque no había fuerzas suficientes y nadie les dio información de inteligencia sobre lo que iba a pasar. Se vieron sorprendidos y no tuvieron opciones”, acusa.
Sin embargo, Yehuda –que porta un cartel con el rostro de su hijo y su edad corregida, ya que fue secuestrado con 19 años y cumplió sus 20 en cautiverio– recrimina que el Ejecutivo ultranacionalista de Benjamin Netanyahu “ha abandonado” a los cautivos y a sus familiares y que “no le importan los rehenes ni quiere alcanzar un acuerdo” con Hamás.
“Los rehenes son una carga para ellos. Tienen prioridades totalmente diferentes con relación a Gaza. Quieren reconquistarla y reconstruir los asentamientos allí”, apunta Yehuda.
Hasta hace poco, la información provista por el Ejército le permitía a los Cohen entender que Nimrod seguiría vivo y alimentaba su esperanza de que “se mantuviera con vida hasta que llegue un pacto”. Ahora están lejos de ese planteamiento, sobre todo después de saber que Hamás ejecutó a seis rehenes a inicios de septiembre, cuando soldados israelíes avanzaban por los túneles subterráneos en Rafah, el sur de la Franja.
“Por eso, un acuerdo de liberación y cese al fuego no es solo para traerlos a casa. Es para dejar de ponerlos en peligro”, subraya.
Bajo esa consigna, él y su hijo mayor –su esposa y su hija participan de las protestas, pero prefieren mantener un perfil bajo– lideran la campaña familiar para presionar a Netanyahu y sus ministros. “Me mantengo ocupado luchando” porque “no quiero vivir ni pensar” en que Nimrod cumple un año secuestrado, afirma Yehuda.
“Si te sientas en casa, que es lo que nuestro Gobierno quiere, nada va a pasar”, insiste Yehuda.
En las calles de Israel o del extranjero, en cambio, siente que se puede ejercer algún tipo de influencia sobre Netanyahu, al que acusa de boicotear las negociaciones de cese al fuego y privilegiar su supervivencia política por encima de todo lo demás.
“Y a largo plazo, las protestas deben continuar para mantener la causa al tope de las prioridades. Porque una vez que paren, nadie volverá a hablar de los rehenes”, teme.
Un miedo que cada vez más familiares perciben al ver que la atención pública se centra más en los bombardeos y la invasión israelí en Líbano que en la causa de los rehenes. Sin su regreso, los parientes de víctimas y secuestrados por Hamás advierten que es imposible superar el trauma colectivo y que Israel se arriesga a una herida difícil de sanar.