Las descendencias de los liderazgos siempre fueron traumáticas en la historia universal, pero ahora se volvieron más problemáticos que nunca en todos los niveles.
La política de este siglo es bastante distinta a la que vivimos en las dos primeras décadas de esta democracia. Por supuesto que al cambio contribuyeron varios factores vernáculos como la crisis de 2001, el boom de los commodities, la desestructuración opositora al kirchnerismo, etc.
Pero más allá del aporte local, estamos transitado uno de los momentos de transformaciones “all inclusive” más grandes desde la aparición del Neolítico. Una de esos cambios es la ruptura de ciertos códigos.
Las descendencias de los liderazgos siempre fueron traumáticas en la historia universal, pero ahora se volvieron más problemáticos que nunca en todos los niveles.
Perón no tuvo hijos, con lo cual pudo dictaminar que “mi único heredero es el pueblo” (y lo dijo al lado de su esposa). O sea, “muchachos, arréglensela Uds.”. Y los muchachos, a la corta o a la larga, se la arreglaron. Efectivamente, la organización venció al tiempo.
Como los códigos de lealtad -y la capacidad para mantenerlos vigentes- se desgastaron en la era líquida, muchos dirigentes concluyen que algún integrante de la familia era lo ideal para cuidar el capital político construido por el pater o mater familia. Por eso, no debe llamar la atención la proliferación de esposas/os, hijos/as, hermanos/as que tratan de lucirse a la sombra del líder/esa.
En esa situación está hoy Cristina Kirchner: o es madre, o es conductora del conjunto para que no haya hijos y entenados. Todo parece indicar que su decisión es ser madre, termine como termine la renovación de autoridades del PJ.
Como los muchachos siempre fueron un poco revoltosos, Perón les daba la razón a todos y después hacía que cada uno se comiera un sapo distinto (además de los que se comía él para que sigan siendo peronistas). Y los que ya no quisieron serlo, un día se apartaron.
El peronismo – kirchnerismo ya se agrietó, al menos bajo la unidad con Cristina. Algunos ya creen que debe jubilarse pos-fallido experimento de Alberto, y otros la respetan si es conductora y no es madre. El/los heredero/s no son respetados fuera de su propio ámbito. Los críticos creen que, si ella no estuviese, representarían muy poco.
¿Cómo quedaría Kicillof en este contexto? Los cálculos en política no son unívocos porque siempre hay muchas aristas a considerar. Que CFK tenga desafiantes para algo como la presidencia de una cosa que ella siempre menospreció y le objeten a Máximo es un signo de desgaste estructural. Como me dijo el año pasado el líder de un movimiento social relevante, “la base ya no pregunta por Cristina, ahora pregunta por Milei”.
O sea, aunque haya lista de unidad, aunque Quintela resigne aspiraciones, o el gobernador bonaerense diga “haya paz y unidad”, significa que los disidentes -¡qué término para la historia peronista!- habrán avanzado varios casilleros. A Cris solo le servía un operativo clamor impoluto. Eso ya no sucedió. Cuando tenés que retar a un subordinado es porque está confundido, o tu método de conducción ya no funciona. También vale decir que Kici tiene muy pocas fichas en la legislatura provincial, con lo cual puede pasar algunos malos tragos.
Esta fragmentación, que se iba a expresar tarde o temprano después de la derrota de 2023, tiene beneficios y problemas para el Gobierno. Las enormes y evidentes ventajas son dos:
La principal oposición -la que ganó la primera vuelta, no se olviden- puede entrar en un derrotero de luchas intestinas que la pueden complicar el año que viene.
Si ella es la jefa formal del PJ, es la perfecta contrafigura para ordenar el debate político argentino.
Pero, siempre hay un pero, una oposición “desordenada” -como la describió Cris- no puede garantizar que se cumplan los acuerdos políticos. Por ejemplo, ¿qué hacemos con Lijo? ¿Y con la Corte? ¿Me van a complicar la vida en la bicameral de servicios de inteligencia? ¿Cómo nos repartimos los jueces que están en carpeta? ¿Y qué hacemos con el procurador? Casta que me hiciste mal y sin embargo quiero…
El oficialismo tiene tantos motivos para festejar, que la interna peronista no le preocupa demasiado, ni tampoco el conflicto universitario. Argentina era una fiesta, diría Hemingway. La inflación baja, como el riesgo país, las exportaciones energéticas brillan, los bonos argentinos suben, el dólar blue está hibernando, llovió un poco y favorece al maíz, las empresas se endeudan en dólares porque “la ven”, el FMI finalmente bajó la sobre tasa (gracias Alberto y Guzmán por tanta dignidad), el BID nos da más créditos. ¡Qué fantástica, fantástica esta fiesta! Los mercados le creen al “gatito mimoso”… por ahora (porque los que traicionan no son únicamente los peronistas).
Aunque al Gobierno no le guste, una jueza le hizo un gran favor al decretar la ilegalidad del despido de los tres pilotos de Aerolíneas que se habían negado a trasladar un avión a EE.UU. Con esa medida, el jefe de Operaciones de la empresa se confirma en el cargo con el OK del gremio, y se desató el festival de promociones porque el camino quedó despejado en el corto plazo. Como contamos hace dos semanas, si el conflicto persistía, Argentina hubiese quedado en buena parte desconectada por tiempo indefinido. Otro penal atajado. ¿La jueza formará parte de las fuerzas del cielo?
Quedan 18 días para la crucial elección americana que sigue con final abierto. Lo que muchos temen es que el ganador -sea quien sea- se apodere de las dos cámaras, porque tanto Kamala como Donald se tentarían con incrementar el déficit fiscal, lo cual podría disparar un nuevo aumento de tasas de la Reserva Federal.
Eso sería una mala noticia para el mundo, pero sobre todo para Milei y Toto, porque se debilitarían nuestros dólares de exportación y los fondos ya no fluirían para el carry trade, teniendo en cuenta que no estamos acumulando reservas, acentuando nuestra debilidad. Vuelta la pregunta sobre si hace falta un ajuste al valor del dólar.
Por todo lo que se escucha en el ambiente, se agrandaron los libertarios (como Chacarita, el club del presidente).
Por Carlos Fara