Mientras el Gobierno vive su mejor momento financiero: dólar, inflación y riesgo país en baja, en otra Argentina parece estar cocinándose lentamente el paroxismo de la polarización cuando el hervor de la temperatura haga que se pase de la violencia verbal a la física. Ya hay indicios de síntomas premonitorios de ese trance cuya causa, siendo honestos intelectualmente, no son Milei y su gobierno, sino su consecuencia.
Escuchaba el reportaje al youtuber libertario Fran Fijap –que le realizaron esta semana Alejandro Gomel y Elizabeth Peger– decir que “los libertarios nunca le tocaron un pelo a los kukas” mientras que él sí recibió agresiones, que podrían haber terminado siendo mortales, de manifestantes con facas y destornilladores durante la manifestación contra el veto de Milei al aumento de presupuesto de las universidades públicas (vale la pena escucharlo completo en este enlace).
Fijap, como tantos otros convencidos, no reparó en que, un año antes de haber sido electo Milei, se produjo el intento de asesinato de Cristina Kirchner en la puerta de su casa. Es lógico suponer que la preferencia electoral del autor de los fallidos disparos, Fernando Sabag Montiel, fueran los libertarios, sin que por eso sean responsables de ningún intento de asesinato.
Al clima de agresiones de los últimos días se sumó el gas pimienta que Tomás Nierenberger tiró a los estudiantes de la Universidad de Quilmes que lo abucheaban. Tomás es un referente de la agrupación La Julio Argentino, cercana a la concejala de la Libertad Avanza en Quilmes Estefanía Albasetti, quien había posteado en las redes sociales una “advertencia” a quienes participaran de la marcha universitaria del 2 de octubre: “No lleven niños porque vamos a repartir palo y gas pimienta”. También Fran Fijap había “advertido” a quienes fueran a la marcha por la universidad pública escribiendo en su cuenta de X: “Están avisados, zurdos, después no lloren DD.HH. y lesa humanidad”.
La semana anterior ya habían sufrido agresiones violentas militantes libertarios que se dirigían al acto de Javier Milei en Parque Lezama y el propio Presidente fue insultado por quienes pasaban por el local de venta de empanadas al que Milei fue a agradecerles haber cobijado a Fran Fijaj ante la turba que lo perseguía.
Este viernes, la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello padeció un escrache en el micro que la trasladaba junto a otros pasajeros del avión a la terminal del aeropuerto. “El insulto está a un grado de separación de la agresión física. Es la frontera última del lenguaje; el umbral que nos lleva a la barbarie”, escribió ayer en una excelente columna Daniel Dessein, presidente de la Comisión de Libertad de Prensa de Adepa, criticando la violencia oral del discurso presidencial.
Criticando a Milei por haber alentado a sus militantes en el acto de Parque Lezama corear “hijos de puta” a los periodistas, Dessein recordó uno de los episodios fundantes de nuestra grieta cuando, en 1953, un grupo de militantes coreaban “leña, leña” y Perón respondió: “¿Por qué no empiezan ustedes a darla?” (y) esa noche turbas desprendidas de ese acto incendiaron la sede del Partido Socialista, la Casa Radical y el Jockey Club”.
Pero la hipérbole simbólica de esta escalada verbal-física fueron las fotos del padre del relato libertario y primus inter pares en el Gobierno, Santiago Caputo, practicando tiro con una pistola Glock 45. Pocas semanas antes, también desde una de sus cuentas en X (@SnakeDocLives, luego suspendida), había subido una foto con una docena de armas largas diciendo: “Sí. Esta cuenta usa armas. Sí, demandamos disciplina partidaria irrestricta. Sí, creemos que esta democracia es fallida. No, no nos da vergüenza decirlo”.
¿Adónde conduce todo esto? ¿Puede la continua provocación llevar a otro destino que no sea la violencia física? Quizá no, ojalá no. Puede que una sociedad que pensó en los 70 que “esta democracia es fallida” y vivió la resolución de los conflictos a través de la violencia física ya haya comprobado que ningún bando puede hacer desaparecer totalmente al otro, que ningún triunfo es permanente, que nadie que vaya por todo sea cuerdo.
Quizá, viendo las dificultades que tiene Cristina Kirchner para disciplinar a su partido, que se resiste a aceptar su hegemonía y, salvando las distancias, también Mauricio Macri para evitar el éxodo de integrantes del PRO, y ni que hablar de Cambiemos, estas sean señales de un nuevo ciclo de la política argentina, no en el sentido de la consolidación de una posición dominante de Milei en la política contemporánea sino en que a la dinamitación del orden viejo le suceda el nuevo para el 70% de la población que no tiene a los libertarios como su primera opción.
¿Masoquismo primordial? Hace pocas semanas, al celebrarse el Día Mundial de la Salud Mental, el psicólogo Sergio Zabalza se refirió al masoquismo primordial que podría estar padeciendo parte de la sociedad, que soporta con un estoicismo superior al esperado una fuerte reducción de sus condiciones de vida con, proporcionalmente, mucho menores manifestaciones de queja que las anteriores oportunidades comparables (1975, 1989, 2002).
Una explicación es que en 1975 el agente de la protesta fueron la CGT y los sindicatos, que casi medio siglo después han perdido su poder de representación al tiempo que su voluntad de resistencia, con líderes envejecidos y engordados que prefieren acordar con el Gobierno mantener la economía de sus organizaciones que encabezar la resistencia.
Y el agente de 1989 y 2002 fueron sectores marginales sin representación, posteriormente contenidos en las organizaciones sociales que el gobierno de Milei ha corrido de la escena con una combinación de juicios, protocolo antipiquete y, afortunadamente, especial cuidado en aumentar por arriba de la inflación lo que recibe individualmente cada una de esas personas, desmotivando e inhibiendo la manifestación de descontento en la base de la pirámide social.
Los nuevos actores de la protesta parecen surgir en mayor proporción de sectores que son o fueron de clase media, como estudiantes y educadores por un lado y jubilados que en el pasado tuvieron un trabajo registrado con menor capacidad de movilización pero igual influencia cuantitativa, por el total de la población que significan.
Contemporáneamente con el Día de la Salud Mental se cumplieron cien años del nacimiento del filósofo León Rozitchner, y Diego Sztulwark, en un homenaje al filósofo, recordó el peso que le asignaba Rozitchner a “lo exterior (el terror político y social) que ejerce sobre el interior (y) los afectos del pensante (que) fuerzan la adecuación del sujeto al sistema, paralizando tanto la lucha social como la individual”. Más adelante, en su texto profundiza sobre que “no se logran avances en el pensamiento sin padecer transformaciones subjetivas”, para lo cual el poder de turno sustrae el campo de verificación: “Esa separación entre palabra y su sentido fue uno de los principales éxitos antifilosóficos”, especialmente hoy aplicable al discurso de Javier Milei. Para recordar una frase de Rozitchner: “Donde el pueblo no lucha, la filosofía no piensa”.
Espero que el término lucha no tenga en esta tercera década del siglo XXI el sentido que tuvo en los años 70, y que el actual estoicismo de gran parte de la sociedad argentina aceptando una reducción de su calidad de vida y una poco equilibrada trasferencia de la renta hacia sectores de mayores recursos no se transforme en la cristalización de un masoquismo primordial y, en cambio, sea una demostración de sabiduría intuyendo que el próximo ciclo no será un nuevo intento frustrado de un sector tratando de aniquilar la capacidad de acción del otro (y, cuando no, al otro mismo) sino la comprensión de que solo alcanzaremos el desarrollo sostenido con líderes capaces de implementar algunos consensos que se transformen en políticas de Estado. De lo contrario, cualquier triunfo macroeconómico parcial –por ejemplo hoy dólar, inflación y riesgo país en baja– será coyuntural porque el problema de fondo, que es político, no se soluciona.
Se le adjudica al militante de La Julio Argentino (qué reminiscencia gramsciana a La Cámpora) que arrojó gas pimienta en la Universidad de Quilmes tener como jefe político al secretario de Culto y Civilización, Nahuel Sotelo. La palabra “civilización” me resuena justo lo opuesto a lo que representa este gobierno “descivilizatorio”, según el reconocido académico de historia José Emilio Burucúa, cuyo último libro lleva como título la palabra: Civilización, historia de un concepto. Para Burucúa, el proceso civilizatorio requiere cinco condiciones, pero la primera y primordial fue la domesticación de los guerreros, una sociedad que no logre domesticar a los guerreros se dirige a la barbarie. El reportaje a Burucúa es una buena lectura de domingo, además de un buen antídoto contra la violencia.
Por Jorge Fontevecchia-Perfil