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Siria persigue otra oportunidad

La caída de Bashar al Assad puso fin a medio siglo de un régimen que terminó sumiendo a Siria en una sangrienta guerra civil, pero el calibre de los actores extranjeros, la crisis de Medio Oriente y el propio mosaico político, social, étnico y religioso local carga de riesgo a esta nueva oportunidad de reconstruir el país.

Los primeros días de diciembre de 2024 escenificaron una caída del régimen de Bashar al Assad inesperada para la mayoría de los observadores, por la rapidez y la contundencia de la ofensiva de grupos rebeldes islamistas, hoy en el poder, que terminó con el ex presidente asilado en Rusia, uno de sus principales sostenes.

Al Assad ejerció 24 años de un poder dictatorial heredado de su padre, Hafez al Assad (1971-2000), que empezó a perder sin remedio en 2011, cuando ante las protestas por la situación general del país el presidente tomó el camino de una violenta represión de críticos y opositores.

Al menos desde 1970, Siria ha estado dominada por el clan alauita (musulmán sunita) de los al Assad, pese a que representaba sólo el 11% de la población: supo liderar a la mayoría sunita frente al resto de las minorías étnicas y religiosas, en especial sus rivales musulmanes chiítas (referenciados en Irán) pero también kurdos, drusos y cristianos.

Una conjunción de factores, como haber tenido a sus aliados Rusia e Irán ultimamente absorbidos por las guerras de Ucrania y Gaza, debilitaron al Assad y animaron a la coalición armada liderada por el islamista Hayat Tahrir al Sham (HTS), que avanzó casi sin resistencia desde Idlib hasta tomar Damasco en un raid de días.

Ahora, al mosaico de intereses políticos, étnicos y religiosos que define el escenario de Siria, un país devastado económicamente, con más de 600 mil muertos y 6 millones de refugiados que desean volver a su tierra, se suman factores externos que llenan de incógnitas el futuro: el rol de la vecina Turquía, los de Rusia e Irán (afectados negativamente) y el de Donald J. Trump cuando vuelva a la Casa Blanca.

El secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, ya se reunió con los gobiernos vecinos de Siria (Turquía, Jordania e Irak) para tratar la situación del país, en particular la amenaza del resurgimiento del Estado Islámico. Después, tomó contacto con los nuevos líderes de Damasco.

Blinken insistió en la necesidad de apoyar a una nueva Siria que “rechace cualquier alianza con grupos extremistas” y “no represente ningún tipo de amenaza para ninguno de los vecinos”, como Turquía, miembro de la OTAN pero que combate a la misma minoría kurda respaldada históricamente por EEUU.

Según Thomas Friedman, un gran conocedor de Medio Oriente desde EEUU, “lo que ocurra en Siria no se quedará en Siria”, que “es al mismo tiempo una piedra angular y un microcosmos de todo Medio Oriente. Como piedra angular, una vez que se desmorona, los efectos se irradian en todas direcciones”.

Todo es historia

Como explica el analista Ezequiel Kopel, la dictadura del partido Baaz liderados por los al Assad desde mediados de los ‘60, si bien puso fin a la inestabilidad política de la Siria post colonial también solidificó un férreo sistema de control sobre la mayoría de los ciudadanos, musulmanes sunitas. 

“El poder recayó en la minoría alauita, un desprendimiento del islam chiíta -predominante en Irán e Irak- considerado por muchos en el Oriente Medio sunita como demasiado alejado de la estructurada fe mahometana”.

Al Assad fue capaz de colaborar con EEUU en la “guerra contra el terror” después de 2001, facilitando la detención de sospechosos de los atentados en Nueva York, pero también de  alimentar lazos con el Irán chiita de los ayatollah y con su brazo armado libanés Hezbollah como ariete contra Israel.

En ese camino, Bashar al-Assad sobrellevó con una cruenta represión las protestas 2012-2016 alimentadas por las llamadas “primaveras árabes” en Túnez y Egipto, pero también le nació una insurgencia armada de grupos muy variopintos. 

Allí es donde aparecen Irán (Siria lo apoyó en su guerra de ocho años contra Irak), milicias chiítas como el Hezbollah libanés y Rusia con su fuerza aérea, en apoyo de una ofensiva contra los rebeldes que incluyó armas químicas y desapariciones (más de 100 mil), además de prisiones repletas de perseguidos.

El Acuerdo de Astaná (2018), que firmaron Rusia e Irán con Turquía (enfrentada con ambas pero más interesada en contener a los independentistas kurdos a ambos lados de la frontera turco-siria), había estabilizado el conflicto durante los últimos años aunque dejó a Siria como un Estado fallido y fragmentado.

Desde 2019, el territorio de Siria quedó partido en cuatro: el area controlada por los ismalistasdel (HTS) de Abu Mohammad al-Jolani, un ex yihadista de Al Qaeda capaz de reunir a distintos grupos étnicos y religiosos, como los kurdos; el Ejército Nacional Sirio sostenido por Turquía en el norte, sobre todo anti kurdo; las propias fuerzas kurdas apoyadas por EEUU, y el gobierno de al Assad.

Según Kopel, el perfil de la coalición que tomó el control de Siria bajo el liderazgo de al Jolani, permite pronosticar que “sus elementos más conservadores lograrán imponerse a la larga con su versión de la sharia (ley islámica), a pesar de que hoy se autoproclamen protectores de las minorías religiosas”. 

Partidos, grupos y figuras de la oposición en el exilio celebraron el derrumbe del régimen, pero exigen participación al primer ministro provisional, Mohammad al Bashir (41), un joven dirigente que prometió respetar los derechos fundamentales de los ciudadanos, incluidos los de las distintas comunidades religiosas. 

Todavía es temprano para afirmar que todas las facciones opositoras con algún poder territorial responden al nuevo gobierno central, en un país cuya economía e infraestructura han sido devastadas por la guerra civil, y su población diezmada con hambre y desplazamientos forzados.

El régimen de al Assad también fue corrupción y tráfico de drogas: su caída dejó al descubierto millones de píldoras de captagon, la droga que convirtió al país en un “narcoestado” y que los rebeldes hallan a diario en hangares y bases militares.

Ian Bremmer coincide sobre el fin del régimen de al Assad: “Aún no confío en que lo que sustituya a su régimen sea mucho mejor. Los militantes respaldados por Turquía que están al mando son Hayat Tahrir al-Sham, una antigua filial de Al Qaeda en Siria que formalmente cortó lazos con los terroristas, pero que Estados Unidos y la OTAN siguen calificando de organización terrorista. 

“Si el cambio de régimen sale bien -dice Bremmer- el verdadero ganador será Turquía”. El presidente Recep Tayyip Erdogan podrá enviar a los casi cuatro millones de refugiados sirios en el país vecino de regreso a casa y se convertirá en la principal influencia en Siria, y en la región frente al Estado Islámico. 

Las razones de Turquía

Por años, Erdogan -cuyo partido islamista sunita AKP gobernó Turquía desde 2003- había intentado derrocar a Assad, respaldado por el Irán chiíta, rival en la región.

Una razón, como se dijo, son los refugiados llegados a Turquía desde 2011. Erdogan consiguió unos 9.000 millones de euros de la UE para apoyarlos y evitar que siguieran su viaje hacia Europa, pero su presencia en Turquía también generó reacciones sociales adversas.

Por otra  parte, la caída de al Assad debilitó a Irán, que a través del expresidente sirio proyectaba su influencia en Líbano, Irak y los territorios palestinos. Según Emre Peker, esto ofrece a Ankara la oportunidad de “participar de forma masiva en la reconstrucción de Siria y ampliar su influencia y peso en toda la región”.

En cuanto a los kurdos, más de 30 millones de habitantes repartidos en la región, Turquía enfrenta a los grupos que, abroquelados en el sudeste turco, reclaman su propio Estado bajo el liderazgo del izquierdista Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) pero apoyado por Estados Unidos en su reivindicación.

Desde 1978, cuando se fundó el PKK -cuyo objetivo es crear un Estado independiente en territorios de Irak, Irán, Siria, Armenia y Turquía- Ankara luchó contra los kurdos directamente o apoyando a sus enemigos. Es la razón por la cual aceptó, con gran pragmatismo, pactar con Rusia e Irán en 2018 (Astaná).

Por fin, la propia situación interna de Turquía -en crisis económica, con una inflación de casi 50%- le da a Erdogan aire  político para lucirse como líder regional.

Rusia e Irán, paso atrás 

Que al Assad haya llegado asilado a Rusia sin mostrarse todavía en público con el presidente Vladimir Putin da una idea de lo mal que le cayó a Moscú su caída.

En 2015, Rusia intervino en la guerra civil de Siria apoyando con la fuerza aérea e información de inteligencia a los islamistas libaneses chiítas de Hezbollah, parte de una estrategia regional que desafiaba a Estados Unidos, pero que también lo volvió un “mediador indispensable” entre todas las partes, incluidos los países ricos del Golfo Pérsico con intereses en Siria, como Arabia Saudita.

Pero la influencia de la Rusia de Putin está decayendo en Medio Oriente y la caída de al Assad sólo lo confirma y ya le pasó antes defendiendo a Armenia en el conflicto de Kosovo, finalmente ganado por Azerbaiyán, apoyada por Turquía.

En cuanto a Irán, sostenía al régimen sirio a través de Hezbollah y de unos 5 mil efectivos especializados de la Guardia Revolucionaria, pero su llamado “eje de la resistencia”, grupos islamistas chiítas como los de Líbano, Gaza, Yemen o Irak, se verá fracturado en el eslabón sirio y debilitado por el nuevo poder sunita en Siria.

Con la eliminación del eslabón sirio del eje, Irán pierde un aliado crucial y un vínculo estratégico entre Teherán y Hezbolá, lo que reducirá su capacidad para mantener influencia en la región del Mediterráneo oriental frente a otros actores regionales.

A ello hay que sumarle un último actor principal, el Israel apoyado por EEUU en su ofensiva en Gaza y Líbano desde el 7 de octubre de 2023. Justamente, una primera señal de la vulnerabilidad del régimen de Assad fue el bombardeo israelí en abril del consulado iraní en Damasco, donde murió un alto jefe militar de Teherán.

Apenas caído al Assad, Israel ocupó unos 300 km2 del sudoeste de Siria creando un tapón o “buffer” adyacente a las Alturas del Golán -ya ocupadas desde la guerra de 1967- como parte de su agresivo reposicionamiento militar en toda la región.

El singular caso kurdo

Durante la guerra civil siria, los combatientes kurdos se han enfrentado a toda una serie de facciones armadas, se asociaron con EEUU para derrotar al grupo yihadista Estado Islámico y forjaron ina región en gran medida autónoma en el Este del país, rica en petróleo.

Sin embargo, el ascenso de los rebeldes árabes suníes que derrocaron a Assad -con la ayuda vital de Turquía, enemiga de los kurdos- les planteará problemas. Aunque el nuevo gobierno envió señales de paz a los kurdo-sirios, sus fuerzas ya los habían expulsado de Deir al-Zour (Este) cuando huyeron las tropas gubernamentales.

Los kurdo-sirios forjaron un enclave autónomo al principio de la guerra civil y nunca se aliaron del todo con el gobierno de Assad ni con los rebeldes que pretendían derrocarlo.

Cuando el Estado Islámico se apoderó de un tercio de Siria en 2014, los combatientes kurdos -que son laicos e incluyen mujeres en sus filas- enfrentaron a los yihadistas, con apoyo de EEUU y bajo su actual denominación de Fuerzas Democráticas Sirias.

Todos se preguntan ahora: ¿Apoyará la administración Trump a los kurdos? El principal comandante militar estadounidense para Medio Oriente, general Erik Kurilla, se reunió con las fuerzas de las Fuerzas de Autodefensa en Siria, en una señal del compromiso de la administración Biden con la alianza post-Assad.

Pero cuando la caída de al Assad era inevitable, Trump escribió en las redes sociales: “Siria es un desastre, pero no es nuestro amigo, Y ESTADOS UNIDOS NO DEBERÍA TENER NADA QUE VER CON ELLA. ESTA NO ES NUESTRA LUCHA”.

Ya durante su primera administración, en 2019, Trump abandonó a los kurdos antes de una incursión turca y dijo que sólo cumplía una promesa de campaña para poner fin a la participación de EEUU en las “guerras interminables” de la región.

Washington teme un contagio de la inestabilidad en Irak ahora que se prepara para retirar sus tropas del país, tras un acuerdo para poner fin a la presencia de la coalición en septiembre de 2025. “Nadie sabe la importancia de eso más que Irak, debido a la presencia continua del EI en Siria, estamos decididos a asegurarnos de que no pueda resurgir”, declaró Blinken.

Kopel estima que diversos efectos concatenados derivarán en: una conflagración entre dos enemigos naturales como los kurdos y los árabes sirios potenciados por el deseo turco de establecer una zona de seguridad dentro del territorio kurdo; una degradación de la posición dominante iraní con inciertas consecuencias; y hasta un posible abandono estadounidense de Siria.

El peligro, según Geir O. Pedersen, Enviado Especial de la ONU para Siria, es que se repita el escenario de Libia, Túnez, Egipto y Yemen desde 2011. “La cuestión es si el levantamiento de Siria -que también comenzó en 2011- es la Primavera Árabe, segunda parte”.