Tres veces cedió la candidatura presidencial a dirigentes “moderados”. Pero a la hora de la verdad, no hay vicarios.
El liderazgo es la clave para el funcionamiento del peronismo. La diversidad inherente a su naturaleza solo puede convivir productivamente cuando existe una conducción nítida. Hace una década que ese requisito no se cumple, lo que explica la sucesión de derrotas (2015, 2017, 2021 y 2023) y el fracaso del gobierno del Frente de Todos. En el 2018, con la gestión de Cambiemos en crisis, se acuñó la consigna “con Cristina no alcanza, sin Cristina no se puede”.
Esa oración condensaba el problema: si no alcanzaba con ella, quedaba manifiesto que solo ejercía la jefatura de una fracción, pero no lideraba el conjunto. Aún así, el argumento sirvió para encontrar una salida electoral con la postulación de Alberto Fernández quien, secundado por CFK, ganó con comodidad solo para gobernar incómodamente. La necesidad no engendró una virtud. El intento de reunificar la cultura peronista en formato de coalición fue un oxímoron, un experimento irreconciliable con el Manual de Conducción Política escrito por Perón. En la actualidad, la situación no cambió demasiado. La expresidenta, a pesar de haberse hecho elegir titular del PJ, sigue siendo referente de muchos peronistas, pero no del conjunto, como quedó evidenciado en las numerosas ausencias del acto en el cual tomó posesión del partido. Cierto es que su voz sigue siendo potente y los bloques de Unión por la Patria en el Congreso Nacional responden (más allá de algunas fugas o distracciones en votaciones clave) a sus directivas. Sin embargo, los gobernadores peronistas (la menor cantidad desde 1983) actúan según sus propias necesidades, algunos de ellos muy cercanos al oficialismo libertario, la CGT mantiene su agenda distante de la estructura partidaria, mientras que importantes intendentes del Conurbano se concentran exclusivamente en la gobernabilidad de sus Concejos Deliberantes. Al mismo tiempo, los movimientos sociales despejaron las calles y se alejaron de La Cámpora, el Frente Renovador evalúa sus cartas con equidistancia y el peronismo cordobés persevera en su cordobesismo. Un elemento clave que refleja las limitaciones es la actitud del gobernador de Buenos Aires, quien amaga una independencia insospechada hasta hace poco tiempo, permitiendo a sus referentes anabolizar la campaña “el futuro es con Axel”, mientras fantasea la posibilidad de desdoblar las elecciones en su territorio. ¿Podrán las urnas de este año resolver estas cuestiones o comenzar a despejar el camino al 2027? Parece difícil. La lucha por el alma del peronismo tiene demasiadas asignaturas pendientes e involucra diagnósticos muy variados respecto al gobierno de Javier Milei. Algunos sostienen que el plan económico es una mera reedición de la tablita de Martínez de Hoz que terminará en colapso, otros que Caputo II puede tener combustible al menos hasta octubre y no faltan quienes señalan que podría haberse iniciado un ciclo de estabilidad que, aún sin equidad, podría extenderse varios años. Mientras tanto, nadie recoge el guante del desafío ideológico más serio y frontal: “no hay nada más injusto que la justicia social”. Esta frase, repetida como un mantra por el Presidente, es el corazón de la llamada “batalla cultural”, una auténtica proclama para desterrar definitivamente cualquier pretensión de políticas redistributivas. Los ochenta años de peronismo y los cuarenta de la restauración democrática son señalados como hitos de la decadencia, enemigos del progreso. Nunca nadie se había animado a tanto. Anclándose en el discurso de la nueva derecha global, se equiparan, sin demasiado rigor conceptual, pero con notable eficacia, el peronismo, el socialismo y el comunismo, todos arrojados a la papelera de reciclaje de la historia. Ya sea por el recuerdo fresco del mal gobierno frentetodista, por la confesión de pasillo respecto a la inevitabilidad del ajuste, o por la ausencia de voces e intérpretes renovados, las respuestas que surgen son débiles o gastadas. ¿Cómo aprovechar la opinión del 50% de los encuestados que se declaran críticos del gobierno de La Libertad Avanza? A nueve meses de las elecciones, el escenario más probable es que la mitad disconforme con la Argentina que propone Milei siga fragmentada. La posibilidad de suspender o eliminar las PASO podría acentuar la balcanización opositora en beneficio de un oficialismo que profundiza su estrategia de antagonizar exclusivamente con CFK mediante brulotes más efectistas que efectivos: “los clavos del cajón”, el proyecto de ficha limpia, etc. Si la apuesta del cristinismo es aprovechar los ataques para adueñarse de la identidad opositora con un perfil de centro-izquierda progresista, el futuro promete girar en círculos. Siempre le faltará un plus que, inevitablemente, derivará en un juego interno imposible. En 2015, 2019 y 2023, Cristina cedió la candidatura presidencial a referentes “moderados” como forma de reconocer la necesidad de cambios, pero sin la vocación de asumir los costos. Del mismo modo que en sus clases magistrales describe los títulos de los problemas reales de la Argentina –régimen bimonetario, superávits gemelos, necesidad de reformas laborales y previsionales, incorporación de capitales privados en empresas públicas–, en la práctica evita comprometerse con las acciones específicas resguardándose en el rol de albacea de “la década ganada”. La década perdida es de los otros. La década que viene no está en el GPS. En su largo exilio, Perón se valió de combativos, contemplativos, ortodoxos y heterodoxos para regresar al país. Pero fue la decisión política y personal de convertirse en un león herbívoro y abrazarse con sus adversarios y enemigos del pasado lo que le habilitó la vuelta. Le dio el cuero para iniciar la tarea, pero le faltó la salud para completarla. La moraleja es evidente. A la hora de la verdad no hay vicarios. O se encarna la responsabilidad que impone la coyuntura histórica o se admite la necesidad de crear las condiciones para que un nuevo liderazgo se haga cargo. Entre ambas opciones solo existe la administración de un capital político menguante al amparo nostálgico de los buenos tiempos.
‘¡Anoten!’ Cristina Fernández. | Pablo Temes
Por Gustavo Marangoni-Perfil