El escritor y periodista Juan Carrá acaba de publicar “Salvate vos”, un libro notable en el que reconstruye la vida de una madre y seis hermanos víctimas de uno de los mayores crímenes internacionales del terrorismo de Estado.
Ropa sin estrenar y de invierno, en medio de una ola de calor insoportable. Pasaportes con su foto y nombres distintos. Dinero de varios países. Un bolso beige con cosméticos. Un juguete de bebé sin usar. Rodeada de esos objetos, entre insólitos y sospechosos, una mujer aparece muerta el 21 de julio de 1980 en un hotel de Madrid. Se llama Noemí Esther Giannetti de Molfino, le dicen Mima, y mucho tiempo después se sabrá que llegó hasta allí luego de ser secuestrada en Lima, Perú, por agentes de inteligencia de la dictadura que tomó el poder en 1976 y desde ese momento siembra el terror con secuestros, desapariciones y muerte. Por aquellos días, el caso toma relevancia local e internacional mientras que las denuncias por las desapariciones se empiezan a escuchar con más fuerza y el régimen militar busca estrategias para frenarlas. Una, por ejemplo, fue presentar a esta mujer como alguien que paseaba tranquilamente por Europa con pasaportes falsos y dinero de grupos denominados “subversivos” por los militares.Los libros de julio: María Negroni, Becerra por dos, Sara Gallardo y Maradona en México ’86
A 45 años de su asesinato, la historia de Mima y de sus seis hijos fue reconstruida por el escritor Juan Carrá en su notable libro Salvate vos (Sudamericana, 2025). Se trata, como el propio autor señala, de un texto de no ficción que parte de esa escena macabra plantada por el régimen militar para narrar la historia de una familia arrasada por el terrorismo de Estado. Es que, mientras el cadáver de Mima era encontrado en Madrid, el mayor de sus hijos era un preso político y víctima de la tortura en Argentina, el más joven vivía en la clandestinidad entre España y Perú llevando adelante tareas para Montoneros, una hija embarazada y su yerno fueron secuestrados y desaparecidos y otra hija debió exiliarse.
Contada a partir de una exhaustiva investigación y con un ritmo narrativo impactante, en Salvate vos se superponen militancia, intimidad, contradicciones, silencios, vértigo, armas, escenas de clandestinidad, persecuciones y complicidades entre gobiernos de facto de Latinoamérica. Un libro que a partir de narrar los vaivenes de una familia atravesada por el compromiso político y víctima de uno de los mayores crímenes internacionales de la dictadura, ofrece un riguroso retrato de época.

– Por tus trabajos previos investigaste muchas historias que tienen lugar en la dictadura o con los ‘70 en un sentido amplio. ¿Cómo fue que llegaste a la de los Molfino y que decidiste contarla?
– En los ‘90 cuando yo era muy pibe y empecé a militar, me puse a leer mucho. En un momento me topo con un libro en el que hay un testimonio de un ex militante montonero que cuenta todo lo que le pasó a su familia en la dictadura y habla ahí un poco del Plan Cóndor. Cuenta que su mamá había sido secuestrada en Perú y que apareció asesinada en un hotel de Madrid. Era Gustavo Molfino, que es el hermano más chico. Ahí me di cuenta de que había una historia familiar que condensaba en sí misma te diría la tragedia total: la desaparición de su hermana y su cuñado, el exilio de su otra hermana, la vida en clandestinidad de varios de ellos, la tortura, el asesinato de su madre, la persecusión al hermano que estaba en una cárcel como preso político. Y algo que descubren mucho después: el sobrino que nace en Campo de Mayo y es robado hasta que descubre su identidad de grande. Por supuesto que en ese momento yo no estaba ni cerca de escribir. Era otra vida mía, pero de alguna manera me quedó el apellido Molfino en la cabeza. Muchos años después, yo ya era escritor, y en un par de festivales me empiezo a cruzar a Miguel Molfino que es escritor, una especie de gran referente de la novela policial para las nuevas generaciones. En un festival literario hay una mesa sobre cárcel, dictadura y terror donde están él y Raúl Argemí que fueron compañeros de celda. Los dos estuvieron presos en la Unidad Penal de La Plata y recordaron que los dejaban tener pocos libros. En un momento van a trasladar a uno de ellos, tenían No habrá más penas ni olvido, de (Osvaldo) Soriano, y como no llegaban a terminarlo los dos, se pusieron a leerlo esas últimas horas en voz alta, turnándose, para terminarlo.
– La escena está contada en Salvate vos.
– Sí, porque me pareció que ahí se condensaba algo muy interesante. Por un lado, el rol de la literatura en esos momentos de soledad. Pero también su potencia en la resistencia. Una forma de resistencia al interior de la cárcel, también de compañerismo, un gesto de amor en esa lectura. Fuimos a tomar al café La Paz un whisky y hablamos mucho de esa escena. Éramos varios hasta que nos fuimos quedando solos. Y en un momento menciona algo de su familia y empieza a contar la historia de su mamá. Entonces ahí yo digo pará, “esto lo leí en algún lado”. También me doy cuenta de que parte de su historia también estaba contada en La Voluntad (N. de la R. el libro de Eduardo Anguita y Martín Caparrós).

– ¿Algo de la historia familiar en particular te había llamado la atención?
– Me parece que en la familia Molfino se muestra algo que es generacional: esto de que son familias antiperonistas que van mutando al calor de los ‘60 y los ‘70. Y es algo que no solo pasa en Argentina sino también de lo que se vive a nivel internacional, con el Che, el Mayo Francés, las luchas de liberación nacional y social a nivel del Tercer Mundo, qué sé yo. Todo eso va mutando y el peronismo, en paralelo, entra ahí también a tallar. Me interesaba ese doble juego y ahí nos empezamos a vincular hasta que me hago muy amigo de Miguel. Él, de hecho, escribió la contratapa de un libro mío de cuentos sobre la dictadura. En un momento yo tenía ganas de escribir una novela de espionaje. Estaba en eso y se me ocurre utilizar algo de la historia personal de Miguel. Entonces lo llamé para decirle “che, mira, me gustaría usar estas partes, qué sé yo”. Él me dice que no tenía ningún problema y ahí le pregunto si había algo que pudiera leer sobre su familia porque todo lo que iba apareciendo era muy fragmentado. Me dice que no había nada que condensara todo. Y me agrega: “Yo nunca voy a poder escribir algo así”. Entonces, en plena conversación telefónica, se me ocurre preguntarle si me dejaría hacerlo a mí. Me dice que tenía que hablarlo con los hermanos y, con el ok de todos, así llegamos a Salvate vos. Ahí me empiezo a juntar con ellos. Ahí empieza el proceso de investigación más pensando en una novela de no ficción. Y se vuelve como una especie de compromiso de amistad con Miguel para contar algo que él me dice que él no va a poder contar nunca.
– Decidiste armar el libro con la madre, Mima, en el centro. ¿Por qué?
– Pasan varias cosas, por un lado pensando en esto de las historias que condensan el horror en varios sentidos me empecé a preguntar por lo que les pasaba a las madres de aquellos jóvenes que crecieron entre los ‘50 y los ‘70. Muchas de ellas, como Mima, vienen de una mirada muy distante de la política. Hasta que empiezan a ver que sus hijos deciden abrazar ideas que les son ajenas pero que, a la vez, dan muestras de una entrega muy fuerte de ellos por el otro. Sobre todo en aquellos militantes que hacían trabajo territorial. Ahí ellas pueden ir viendo que ahí hay algo muy positivo de entrega hacia los demás. Se da una verdadera transformación de esa generación también. En este caso particular, además, hablo solo de ella porque queda viuda muy joven. Para contarlo en el libro era ella la única que podía ir hilvanando la historia, porque es la única que en algún punto va manteniendo contacto permanente con todos sus hijos, que por distintos motivos van desperdigándose. Mientras una se va a Francia al exilio el otro queda exiliado internamente en Buenos Aires. Hay un hijo que se queda en Chaco pero que se va primero a la Patagonia a trabajar, casi como una especie de retaguardia familiar cuidando la cosa. Hay otra hija que se va con el marido clandestina a Tucumán. De repente la familia se vuelve una diáspora y ella es la única que puede unirlos. Entonces, narrativamente, debía ser en algún punto así. Pero también porque todo esto termina con la aparición de su cuerpo en un montaje sin precedentes. Entonces creo que hay en algún punto una transformación permanente de esa mujer por lo que sus hijos van viviendo, por lo que van eligiendo y por lo que van sufriendo. Ella los acompaña en sus movimientos hasta que en un momento empieza a tomar decisiones propias. Algunas incluso que sus hijos no pueden explicar: cuando ella ya está por primera vez en Europa no hay una certeza de cómo decide vincularse de manera directa y colaborar con Montoneros. Nadie sabe hasta hoy quién la involucró. Gustavo sigue diciendo “yo no fui” y él tampoco sabía que ella iba a viajar a Perú cuando lo hizo. La frase que se repetía en el exilio, como cuento en el libro, siempre era no preguntes, no dejes que te pregunten. En el caso de los Molfino no era por desconfianza sino por protección al otro.

– Elegiste para empezar el libro justamente con ella, cuando aparece muerta en el hotel de Madrid, en 1980. ¿Cómo fue reconstruir esa escena tan compleja y de la que hay tan pocos testigos?
– Esa escena y en realidad todo el libro está basado en un trabajo de investigación exhaustivo no sólo testimonial sino también documental. Hay muchos expedientes judiciales. Para el caso puntual del asesinato de Mima hay un expediente judicial español al que tuve acceso. Ahí está toda la descripción de la escena y toda la situación. También hay un libro que se llama Asesinos sin fronteras, que es una compilación documental y de análisis jurídico de Eduardo Luis Duhalde, que fue uno de los abogados que inicialmente estuvo cerca de la familia. También hay otro libro muy importante, que es un libro peruano. Se llama Muerte en el Pentagonito, de Ricardo Uceda, y reconstruye la etapa del secuestro y la tortura en Perú y cómo los peruanos ayudaron en ese procedimiento de la dictadura argentina a partir del testimonio de un militar peruano que participó. Así que me nutrí de la bibliografía existente y también de mi propia investigación. Entrevisté a otras personas del entorno de la militancia y de la familia. Viajé a Chaco en varias oportunidades a buscar a los hermanos. Viajé a Perú, busqué mucho en las hemerotecas allá y acá. Salió en los diarios de la época toda la movida internacional que deriva en el secuestro de Mima con tres personas más, y después la aparición de su cuerpo en un montaje de inteligencia y de la Cancillería argentina para tratar de instalar rápidamente que estos desaparecidos en realidad estaban paseando en Europa. Con ella se monta una campaña internacional muy grande: para derribar lo que se empezaba a hablar de las desapariciones la dictadura tenía que armar algo. Y con ella lo intentan: querían mostrarla en una escena más propia de una persona que vive en la absoluta clandestinidad y un poco de desparpajo con guita, pasaportes, toda una serie de cosas armadas, en un hotel donde supuestamente la lleva otro montonero. Toda una serie de cosas que logran instalar los militares para decir “estos que ustedes llaman desaparecidos están dando vueltas por Europa y se están matando entre ellos”.

– En el libro y también en algunas entrevistas te referís a Salvate vos como una “novela de no ficción”. ¿Cómo pensás esa categoría? ¿Qué es para vos una novela de no ficción?
– Bueno, en principio en una novela de no ficción digamos que hay una apropiación o reconstrucción de acontecimientos reales, con una base de investigación muy importante que viene a sustentar lo narrativo. En la reconstrucción siempre opera un narrador que reconstruye mucho más allá de lo que puede dar el testimonio en base a cruzar elementos. Yo entrevisté a muchas personas del entorno de la militancia, por ejemplo. Lo que buscaba era, más allá de episodios puntuales que habían vivido, saber qué les gustaba, qué comían, qué música escuchaban. Y a veces el entrevistado me miraba como diciendo “¿pero no me viniste a preguntar por la Contraofensiva, por la militancia?”. Bueno, sí, pero estas preguntas boludas también me sirven después para la construcción narrativa apegada lo más posible a lo que requiere la no ficción. Lo que pasa es que cuando la reconstrucción te lleva a indagar en personas desaparecidas o asesinadas siempre quedan huecos. En esos huecos, a la vez, por ahí aparecen indicios de lo que pudo haber sucedido. En algunos casos esos indicios son más fuertes, en otros no. Esos huecos son exponentes de lo arrasador que fue el terrorismo de Estado, los silencios que provocó. Yo creo que ahí es donde la ficción y la investigación periodística vienen a ayudar a recuperar verdad y memoria. Es a partir de esos silencios donde aparecen las posibilidades de reconstrucción. Pero no inventé nada, es lo mismo que hace (Rodolfo) Walsh en Operación Masacre. Esas escenas que él construye cotidianas de los trabajadores que después van a ser fusilados es la reconstrucción, muy ficcionalizada en términos de escenas, a partir de testimonios. Bueno, cuando se publicaron los diarios de Enriqueta Muñiz uno se da cuenta ahí del gran trabajo de ficción fuerte que hay en esa escritura. No hablo de inventar, ni de mentir. En el caso de los Molfino, pude tener acceso, por ejemplo, a muchas cartas. Hay, también, mucho trabajo con la prensa de la época, en especial con la prensa del movimiento revolucionario. Me parece que ahí opera la ficción. La ficción en términos de reconstrucción. Un poco ese es siempre el juego: hacer jugar la literatura como una herramienta muy fuerte para poder contar la historia no como un informe destemplado sino como una novela.
Cuando la reconstrucción te lleva a indagar en personas desaparecidas o asesinadas siempre quedan huecos. En esos huecos, a la vez, por ahí aparecen indicios de lo que pudo haber sucedido. Esos huecos son exponentes de lo arrasador que fue el terrorismo de Estado, los silencios que provocó.
– Buena parte de los hechos que contás en el libro transcurren alrededor o a partir de la llamada Contraofensiva de Montoneros, una decisión que sigue siendo discutida hasta hoy. ¿Qué pensaste vos después de haber leído y trabajado tanto sobre ese episodio?
– En principio me parece que cualquier análisis de los ‘70 siempre es fácil con el diario del lunes. Por eso lo que me interesa un poco es recuperar tanto material documental de época, ver cómo situar cada episodio, qué podían pensar y analizar quienes vivían en ese momento, en ese devenir histórico, en el proceso de lucha de ese momento. No casi 50 años después, con las consecuencias sobre la mesa. No digo que sea fácil, pero en algún punto es un poco simplista decir solamente que la Contraofensiva “fue una locura” y listo. La mayoría de las personas con las que hablé de la Contraofensiva, que participaron de alguna u otra manera, no me decía que en ese momento consideraba que estaba haciendo una locura. Incluso muchos de ellos tenían muchas intenciones de volver al país a luchar contra la dictadura, casi como una especie de mandato, de mandato de decir hay que volver a luchar contra la dictadura. Después, claramente, uno puede decir que se trató de un análisis político incorrecto. Eso visto desde hoy es clave. Como lo hubo también en la Operación Monte Chingolo del ERP. ¿Hubo análisis o decisiones incorrectas? Sí, por supuesto. Diría errores de lectura política. Algunos, incluso, de los que la propia organización se da cuenta. Tarde. Hay cuadros de la organización que van avisando “che, guarda porque está todo mal”. Uno de ellos es Federico Frías Alberga, que hace un informe desde adentro y avisa “che, esto no está funcionado tan bien como pensábamos”. También hay una crítica a la conducción en un documento y sin embargo continúa el proceso revolucionario. También para entonces hay rupturas muy grandes, con gente que se va de la organización. Lo que quiero decir, a partir de la investigación y de los testimonios, es que siento que ahí hay todo un devenir de una organización en un proceso político muy denso que comete errores. Errores que, por supuesto, en ese contexto cuestan un montón de vidas y aparecen el horror y la tragedia. Por eso la historia necesita ser leída desde varias aristas, para poder hacer un análisis más detenido, más situado, más pensado. Y ahí, en todo caso, sí encontrar los errores. Pero este, como varios otros, es un episodio de la historia militante de los 70 donde va a seguir habiendo contradicciones y no va a haber nunca una posición unificada. Yo creo que ahí es donde se vuelve difícil la idea de la verdad o la idea de cuál es la verdad sobre este hecho histórico. Lo que a mí me importa en todo caso es pensar en esas verdades a partir de mostrar que existían personas que creían que, por ejemplo, la Contraofensiva estaba bien y hay otras personas que decían “che no, esto no va”. Incluso en el mismo marco de la dinámica familiar que yo narro en el libro. Después me parece que, más allá de lo que haya pasadoen la Contraofensiva por las decisiones de la conducción de Montoneros y de sus cuadros intermedios, me parece importante desmarcar esa cuestión interna de la intensidad sofocante del genocidio sobre los militantes que volvieron al país.

– De hecho citás, al final, el alegato de una fiscal del juicio por la Contraofensiva que trae la noción del “derecho a la resistencia contra la dictadura militar”.
– Claro. Bueno, eso es el valor grande que tuvo ese juicio: exponer que existió la necesidad del derecho de resistir a un gobierno dictatorial, ilegítimo, que montó el aparato represivo del Estado en su máximo nivel. Que nada de todo lo que sucedió durante esa época es legítimo porque es absolutamente parte de un gobierno que usurpó la democracia, que terminó con la democracia, que terminó con la justicia.
– El libro sale en un contexto en el que desde el gobierno nacional se cuestiona no solo a la militancia de los ‘70, sino a la política en general. La política vista como gran fantasma, una casta, un lugar para delincuentes. Y, al mismo tiempo, hay en el Poder Ejecutivo una vicepresidenta como Victoria Villarruel con un discurso negacionista a veces y a veces reivindicatorio de la dictadura. ¿Cómo pensás que puede dialogar una historia como la que escribiste con estos tiempos?
– Es muy difícil aventurar cómo dialoga. Sí creo que es muy importante seguir contando historias sobre lo que pasó. Me interesa mucho la posibilidad de seguir repensando críticamente y analíticamente qué pasó en la década del ‘60 y ‘70 en la Argentina. Pensar críticamente solo es posible a partir de contar historias. A veces pareciera que está todo contado pero lo cierto es que no. Y que a veces, también, se tiene la sensación de que porque se lograron determinadas políticas públicas en un determinado momento histórico el proceso de memoria está terminado. Pero no. El proceso de memoria, que va de la mano del proceso de la verdad, es un proceso histórico permanente. Los delitos que se cometieron son de lesa humanidad por esto. Estos crímenes produjeron, entre otras cosas, la ausencia. Y en esas ausencias hay ausencia también de posibilidad de relato y de análisis. Gran parte de la generación que incidió de manera fundamental en la política argentina de aquellos años hoy no está para formar parte de debates políticos, para poder discutir qué pasó. No están. Están desaparecidos o asesinados, Eso es producto del terrorismo de Estado también. Nos robaron esa posibilidad. Nos quitaron esa posibilidad. Nos quitaron la posibilidad de hacerles preguntas a esas personas, de decirles a esas personas “che, te equivocaste” o “qué pasó acá” si alguien tuviera esa inquietud. Eso a mí también me estremece del terrorismo de Estado. Pertenezco a una generación posterior que no vivió algunos episodios de manera directa. Pero sí me siento parte de una sociedad que también fue víctima de eso: la falta de un fragmento muy importante de su historia. Por un delito como la desaparición forzada, las reconstrucciones que intentamos trabajar todos en distintas épocas nunca van a ser del todo acabadas porque faltan voces que el terrorismo de Estado se llevó. A esa falta de voces se le suma que los genocidas tienen un pacto de silencio con el que ocultan información. Entre otras cosas, información sobre dónde están los niños y niñas apropiados por la dictadura. En el caso de los Molfino, nació Guille, una persona a la que no se buscaba porque pocos sabían que su madre estaba embarazada cuando fue secuestrada. ¿Cuántas personas como Guille habrá dando vueltas por ahí? No sabemos. Ante toda esta cosa de horror permanente, creo que contar historias en la época que sea es la única manera que tenemos de seguir manteniendo vivo ese proceso de memoria y verdad. Creo también que a determinados discursos reivindicatorios del exterminio y del genocidio, la mejor manera que tenemos para contrarrestarlos es contar historias que abarquen arcos narrativos un poco más amplios de los que ellos proponen. O que ellos priorizan para quedarse solo con aquello que quieren. Así que pienso que las épocas no son condicionantes y en todo caso en todas las épocas habrá nuevos desafíos. Pero también siempre hay lectores que quieren entrar a estos temas y estos libros quedan para ahora o para que se pueda volver después.

Por Agustina Larrea-ElDiarioAR