“Ruki era fachero, interesante, disruptivo y al que le gustaba mucho leer buenos autores”. Malena estaba deslumbrada cuando una compañera de su nuevo trabajo le contó que Ruki había sido novio un año entero de la jefa de ambos. El día que juntó coraje y conversó con su jefa, quien le avisó que estaba con “pibe medio psicópata”, y su decisión de continuar adelante para no escuchar las palabras de una ex con la sangre en el ojo
Agustina era la jefa de Malena en su nuevo puesto de trabajo, pero más que una relación de compañerismo con jerarquías se generó entre ellas, con el paso de los meses, una suerte amistad que fue nutriéndose en las horas y horas de tareas creativas. Entre los cuatro muros de esa importante agencia de publicidad y entre esas mujeres treintañeras, se construyó una plataforma de sueños y complicidad compartidos. Por un tiempo.
El curioso pasado en común
“Un día que nos tuvimos que quedar hasta la madrugada para poder entregar un trabajo a un cliente súper importante, nos terminamos contando nuestras vidas pasadas. ¡Y no va que un novio mío había sido novio de ella! Fue muy gracioso porque empezamos a coincidir en cada una de nuestras críticas hacia él. Era un nabo egoísta, era un desastre en las relaciones íntimas y, encima, un amarrete consumado. Ambas habíamos terminado la relación agobiadas por el personaje. Las dos nos habíamos sentido aliviadas por habernos liberado de ese tóxico miserable. Pero no lo hablamos con enojo o resentimiento, sino con risas y complicidad. Como si fuésemos amigas del colegio. Fue ese pasado compartido lo que nos terminó de confirmar lo bien que nos llevábamos y lo parecidas que éramos”, cuenta Malena (hoy 41), “Agustina me llevaba tres o cuatro años, pero teníamos vidas semejantes y preocupaciones similares. Las dos andábamos con ganas de asentarnos, de formar una familia y dejar la alocada vida de soltera. Pero nos pasaba que la mayoría de los tipos con los que salíamos eran huidizos y no querían compromisos. En fin, temáticas clásicas que te conflictúan cuando estás comenzando la tercera década de vida y ves que el resto de tus amigas ya están encarriladas y empiezan a tener hijos”.
Fue por ese tiempo que Malena se fijó en un empleado que trabajaba en el área de diseño. Un día él le dejó un chocolate sobre el teclado de la computadora con una notita pegada que decía: “¡Solo para alegrarte cinco minutos el día!”. En otra ocasión encontró una flor silvestre que seguramente había cortado por la calle. Y, en la tercera oportunidad, él le depositó al lado de su celular una mandarina son cabito y hojas que habría arrancado de algún árbol de la vereda de su barrio. Malena no le comentó nada a nadie ni sabía si los demás lo habrían notado, pero los gestos le parecieron demasiado tiernos. La seducción viajaba en cuotas. Ella tampoco le dijo nada a Agustina, no quería el runrún que se genera en las oficinas.
Ruki, así le decían todos, no solo era fachero: “Era, además, un pibe interesante, disruptivo y al que le gustaba mucho leer buenos autores”. La estocada final fue el día que Ruki le dejó un libro en su escritorio. Ya para ese momento Malena esperaba con ansiedad llegar a la oficina para verlo. El libro era más que interesante, de un autor nuevo, lo que llevó a Malena a intercambiar opiniones con él sobre la lectura.

Ruki comenzó a seducir a Malena con pequeños regalos en su teclado (Imagen Ilustrativa Infobae)
Las cosas se aceleraban a pesar de que Malena intentaba ocultar, sin mucho éxito, el coqueteo mutuo ante la mirada del resto.
Finalmente, un día de esos, terminaron por concretar una salida a espaldas de todos. Fueron cuidadosos. Nadie se enteró. Siguió otra y otra y otra. Ya la pasión arremetía y la relación arrancaba en silencio oficial. Pero, poco a poco, los demás comenzaron a hilar que ahí, entre esos dos, se tejía algo más que aséptica literatura o gustos gourmet.
La advertencia clave
Fue otra compañera de trabajo la que un día se animó, la encaró a Malena y le advirtió: “Mirá, no me quiero meter en vidas ajenas. Cada uno sale con quién le da la gana, pero quiero avisarte algo, porque ya todos nos dimos cuenta… Ruki salió un año entero con Agustina y las cosas terminaron pésimo. No sé los detalles, pero eso es lo que se comentó. Ella es muy profesional y no lo hace notar, ni dijo nada nunca, pero podría pasar que le cayera muy mal enterarse de lo de ustedes. Fijate”.

Una compañera de trabajo le contó toda la historia a Malena de Ruki y la jefa, de la cual no estaba enterada (Imagen Ilustrativa Infobae)
Malena asintió con la cabeza y agradeció sin muchas palabras este aviso. Se quedó pensando. No tenía sentido negar lo obvio y, después de todo, ella no tenía nada que ocultar. No había algo ilegal en salir Ruki. La verdad es que estaba molesta por haberse enterado por otra persona y no por Ruki mismo.
“Tendría que haberme dicho que había salido con mi jefa. Nobleza obliga”, repite Malena al recordar los hechos, “Ahora tenía dos charlas pendientes: una con Ruki que se había hecho el distraído y otra con Agustina para evitar malos entendidos. Era re loco porque ya habíamos tenido otro personaje en común. Aquel nefasto con el que todo se pagaba a medias y era una calamidad en la cama. Ahora era Ruki, mi nueva historia con la que estaba muy enganchada y con el proyecto de formalizar. No se me ocurría qué decirle a Agustina. ¡No debía pedirle permiso! Pero para evitar que se enterara por otro lado y pensara que yo lo ocultaba a propósito, tenía que actuar rápido”, reconoce.
Esa misma noche Malena enfrentó a Ruki. Cuando le preguntó por qué no le había avisado que había estado de novio un año con su jefa, “él mostró por primera vez su costado inimputable”, admite, “Me perjuró que no había sido una relación importante y que no lo recordó cuando empezamos a salir. Y que bueno, después, solo lo había dejado pasar. Eso sí se preocupó por aclararme que Agustina era una mina sumamente complicada, que todo se había ido al demonio porque ella era ultra posesiva y hasta peligrosa con su obsesión, que se había comportado de una forma neurótica y etc, etc, etc. La dejó con la imagen por el piso y me aseguró que a él le daba lo mismo si yo le contaba o no, porque en realidad le importaba un rábano lo que pensara Agustina”.
Malena creyó cada una de sus palabras: “Estaba en la etapa del enamoramiento absoluto. De ceguera total. Al fin de cuentas, a Agustina la conocía más o menos desde la misma época que a Ruki. Seguro que era una controladora, una friki… Me di manija y le empecé a tomar idea. Había comprado ciento por ciento la versión de mi novio”.
De todas formas, unos días después tomó coraje y le pidió a Agustina hablar a solas. Fueron a un café cerca de la oficina. Como pudo le fue contando lo que pasaba con Ruki y de lo que se había enterado: que ellos habían tenido una larga relación.
“Como supe que ustedes salieron un buen tiempo me pareció prudente contarte. Llevamos más de dos meses saliendo y estamos evaluando irnos a vivir juntos”, soltó con cierto terror contenido en la voz.

Ruki le habló muy mal de Agustina (Imagen Ilustrativa Infobae)
Agustina la miraba fijo. Pupila a pupila. En una pausa de su monólogo la detuvo: “Mirá Malena. Para serte franca ya me había dado cuenta de que salían así que me alegro que te hayas animado y me lo vinieras a contar. Te voy a dar un consejo. Cuidate. Este pibe es medio psicópata. Seguro que te va a hablar pestes de mí, va a intentar manipularte en todo, es un vampiro emocional, un sujeto tóxico. Lo mejor que me pasó en la vida fue que me dejara, porque yo no podía hacerlo, creía estar enamorada. Para mí fue una relación importante: hasta teníamos fecha de casamiento aunque todavía no la habíamos comunicado. No sé si él pensó de verdad casarse conmigo, pero es del estilo de los que, cuando las papas queman, raja. No fui la primera a la que abandonó de golpe, sin previo aviso. Con la anterior, una tal Andrea que era kinesióloga, ya lo había hecho. Creo que la había colgado con el traje de novia encargado. Ruki no se hace cargo de nada, ni de su propia vida. Fijate que tiene 34 y todavía vive con su madre y, a pesar de que es inteligente, no logra ascender en el trabajo. Tiene un bloqueo emocional o algo que le impide progresar. Acumula una serie de noviazgos mal terminados y vive mintiendo. Se borra sin dar explicaciones. Un día llegué a mi departamento donde se quedaba 4 de los 7 días de la semana y se había llevado todas sus cosas de vuelta a lo de su madre. Esa es la constante. Cuando me dejó me enteré que ya estaba saliendo con una mina que resultó ser su antigua psicóloga. ¡¡Imaginate!! Encima, en el trabajo, empezó a diseminar rumores sobre mí, que yo era la loca que lo perseguía. Hacé lo que quieras de tu vida, pero no digas que no te avisé. Si estás con él, no cuentes con seguir siendo mi confidente porque yo lo quiero lo más lejos posible de mi vida. Ruki para mí es un caso cerrado y alguien de quien no me interesa hablar de acá en adelante”.

Malena juntó coraje y habló con Agustina sobre su relación con Ruki (Imagen Ilustrativa Infobae)
Más claro imposible.
Malena recuerda haber quedado impactada con todo lo que Agustina le dijo pero “después me convencí de otra cosa. ¿Por qué le creería a ella más que a él? ¿Qué me iba a decir alguien que se había quedado con la sangre en el ojo y llorando por el abandono? A otras les fue mal con él, me dije, pero no tiene por qué irme mal a mí. Todos somos distintos y yo no soy una estúpida que me crea cualquier cosa. Es un hombre que me atrae, que me deslumbra. Es cariñoso, inteligentísimo y tenemos toda la piel. La mala experiencia de mi jefa no tiene que definir mi relación con Ruki”. Punto. Malena había tomado partido y había decidido dónde se pararía. Aunque eso implicara alejarse de Agustina y mantener una relación fría con ella: “Después de todo era mi superior, no mi amiga de toda la vida. No era grave no seguir profundizando esa amistad, pero para mí sí era importante seguir con mi pareja a quien amaba”.
Experiencia repetida
Durante los primeros meses Malena creyó confirmar su teoría de que lo que no había funcionado con otra mujer, sí funcionaba con ella. Amor, pasión, buena química. Ruki se mudó a su moderno departamento en el barrio de Caballito: “El nido era perfecto para dos. Nos llevábamos bárbaro. Pero, pero… al tiempo vinieron los peros. Un día su mamá se descompuso, estaba bastante mal por una enfermedad crónica que la descompensó y tuvo que internarla. Yo la había visto un par de veces y ella parecía muy buena onda. Al final el tema fue de terror porque le diagnosticaron una leucemia. Todo se volvió complejo y oscuro. Como Ruki era hijo único y los hermanos de su madre vivían en el interior, su esquema de vida se complicó exponencialmente. Empezó a no tener un minuto libre. A que su plata no le alcanzara. Se acabó la relación alegre y la ternura. Estaba preocupado de una manera introspectiva. Intenté ayudar, pero no sé qué resorte se activó en él que fue como que me empezó a empujar fuera de su vida. Estaba histérico, se ahogaba en un vaso de agua, no toleraba ni un consejo. Bajo estrés resultó ser otro tipo. Volvió a vivir a la casa de su madre para poder ocuparse de ella luego de la internación. Y ya nada entre nosotros volvió a ser igual. Desesperada, comencé a hablar del tema con mi psicóloga. No me parecía normal que él no se dejara ayudar. Era como si quisiera borrarme de su vida porque le quitaba tiempo con su madre. Muy loco y muy poco adulto. Ahí empecé a recordar todo lo que Agustina me había dicho”.
Malena se percató que, después de todo, quizá Agustina no hubiera estado tan errada. Ruki, contra todo pronóstico, se comportaba tal como su jefa lo había descrito y anticipado.

Con el tiempo Ruki comenzó a comportarse tal cual le había alertado Agustina (Imagen Ilustrativa Infobae)
¿Cómo podía ser que hubiera cambiado tan radicalmente? ¿Qué ocurría con su cabeza para que no pudiese explicar lo que transitaba y no se dejara consolar y asistir? Malena se cansó de intentarlo y después de unos meses de idas y vueltas, con él huyendo, no atendiendo las llamadas ni respondiendo mensajes, decidió que no tenía que ser ella quién averiguara su estatus mental. Ya ni siquiera deseaba averiguar cómo se había enredado su cablerío mental. No quería ser una más en la lista de abandonadas y empezó a aceptar la idea de que, simplemente, no había sido amor lo que la unía a Ruki. Aunque él ya de alguna manera ya se había ido de la relación, decidió que le comunicaría que lo dejaba.
“Fue con una sucesión de instantes raros vividos que armé la cadena de la desilusión, llena de eslabones fallados. El problema no era yo, era él”, resume.
Malena se cansó de nadar en ese mar de desamor y se subió a la balsa de su autoestima para remar contra la corriente que arrastran las malas pasiones. Empuñó con fuerza los remos y logró llevar a otra orilla, sana y salva.
“Logré, después de un par de consejos de amigas, de varias sesiones de terapia y bastante llanto, tomar la decisión de alejarme antes de que llegara el inminente abandono”, cuenta con orgullo Malena.
El trabajo fue otro tema: “Todos tuvieron que empezar a fingir demencia cuando se dieron cuenta de que habíamos cortado súbitamente. Me ahorré explicaciones que no tenía ganas de dar y de ir a decirle nada a Agustina. Que cada uno pensara lo que quisiera. No tenía ganas de explayarme con nadie que no fueran mis íntimas amigas. De esa forma logré que no afectara mi desempeño laboral. Hoy, los tres convivimos en la misma empresa sin problemas, pero cada uno no sabe de la vida del otro, o al menos, eso intento. Nunca le agradecí a Agustina lo que me dijo, pero creo que ella lo sabe sin necesidad de que se lo exprese”.
A Malena le hubiera funcionado escuchar a su jefa. Quizá le hubiera ahorrado la decepción de ese capítulo de su vida. De todas formas, todos sabemos muy bien que no es fácil acallar los latidos acelerados de la pasión para concentrarse en las razones que habitan la mente.
Hay un dicho, creo que era japonés, que viene al caso. Se lo comento a Malena que al escucharlo asiente con una sonrisa. La frase sostiene algo así como que sería de locos elegir con quien compartir el resto de nuestra vida con el maleable órgano del corazón en vez de decidirlo de acuerdo a lo que nos revela nuestro exquisito cerebro.
Por Carolina Balbiani-Infobae