Creció en una familia humilde, estudió enfermería y logró trabajar en el Hospital Italiano, con la ilusión de dejar atrás la marginalidad. Sin embargo, su salario no le permitió cumplir el sueño de ascenso social. Seducido por academias de trading que prometían libertad financiera, volcó sus ahorros a inversiones fraudulentas y terminó endeudado con narcos. En 2025 fue detenido en Perú, acusado de participar en el brutal triple crimen de Brenda del Castillo, Morena Verdi y Lara Gutiérrez.
Matías Agustín Ozorio nació en una familia pobre, pero nunca fue indigente. Ni él ni su familia. Y puede decirse que tuvo oportunidades para progresar. Sus padres y familiares (algunos inmigrantes peruanos y paraguayos) se dedicaron y dedican a la construcción primaria (changas). Le inculcaron el valor del trabajo y la posibilidad de progresar a través del “sudor de su frente”. Aseguran que era buen alumno y que transitó el colegio sin mayores problemas. Era una esperanza para su familia, radicada a la vera de la villa Zavaleta, pero en una vivienda aspiracional.
A los 19 años comenzó una carrera con muy buena salida laboral: enfermería. Mientras estudiaba, financiaba sus estudios y sus salidas con pequeños trabajos en lavaderos de autos, repartos a domicilio y ayuda a algunos parientes con la construcción primaria. Finalmente se recibió de enfermero y, luego de algunos intentos fallidos, logró ingresar al Hospital Italiano. Tras un período de prueba, y a fuerza de buen comportamiento y dedicación, fue contratado en relación de dependencia. Esto es: un trabajo en blanco, sindicalizado, con un salario de convenio al que se le agregaban horas extras, premios por puntualidad, presencialidad y cursos de capacitación. Durante varios años cumplió con todas las normas de un buen enfermero y parecía progresar. Como le dijo a algún conocido en esos tiempos, comenzaba a mirar a la Zavaleta de espaldas y a caminar hacia la otra vereda: la de la clase media porteña.
No pudo ser.
A los 27 años, estando en blanco y en relación de dependencia, sus ingresos aún lo ubicaban estadísticamente como pobre. No era lo que le habían prometido sus parientes y maestros: que trabajar era la vía para salir de la necesidad. La meca, decían, era un salario en blanco en una empresa razonable y una vida sana. Con eso, todo lo demás vendría por añadidura. El trabajo duro era la vía; lo otro, el atajo. Así se había construido la Argentina, le aseguraban. Pero su salario mensual en ese durísimo 2024 atentaba contra la credibilidad en esas promesas.
Fue entonces cuando comenzó a ver en redes sociales un mundo mejor. Jóvenes, incluso menores que él, mostraban una vida en barrios cerrados, con automóviles de lujo, ropa importada y viajes inalcanzables para un enfermero de la Zavaleta. Conoció una palabra mágica: trader. Una profesión que, en las pantallas de su celular precario, parecía un puente hacia sus más altos sueños. A fuerza de algoritmos, las redes lo bombardeaban con ejemplos de éxito. Hasta que llegó la recomendación de una escuela de finanzas que le enseñaría a dominar esa profesión en poco tiempo.
Así llegó a la Academia de Trading Revolution, un emprendimiento de Cristian Damián Díaz, quien mostraba en videos su escuela y prometía enseñar el arte de la compra y venta de activos digitales, con altos rendimientos en criptomonedas y divisas. Captaba jóvenes con mensajes de “libertad financiera” e “independencia económica”, apoyado en una plataforma que utilizaba técnicas comunes del mundo trader: proyectar datos pasados hacia el futuro, estableciendo bandas mínimas y máximas para comprar y vender activos. En apariencia, algo que cualquiera podía dominar, incluso Matías.
Ozorio leyó por ahí que hubo un caso similar al suyo que no terminó bien: el de Franco Saulle, quien murió el 15 de agosto de 2024 tras recibir un disparo en el ojo derecho cuando llegaba a la casa de sus padres en Burzaco. Tenía solo 19 años y había fundado Cronos Trading Academy, con un mensaje muy parecido al de Díaz.
Nada detuvo a Matías. Tomó los cursos de Revolution, montó el sistema en una computadora comprada con su sueldo de enfermero y tomó quizá la peor decisión de su vida: fraguó un problema con su empleador, el Hospital Italiano, cobró una indemnización y la invirtió en su emprendimiento de criptomonedas. Pronto descubrió que la realidad estaba lejos del mundo prometido. Se involucró con las llamadas “shitcoins” y convenció a amigos de confiarle dinero. Al principio tuvo algunos éxitos, luego varios fracasos.
En febrero de 2025 apareció la oportunidad de apostar por el “Evento $Libra”, impulsado por jóvenes en redes y bendecido por un tuit de Javier Milei. La cripto pasó de 0,4 a 4,9 dólares en cuatro horas, pero después se desplomó 95%. Ozorio perdió todo su dinero. Y también el de quienes habían confiado en él.
El 4 de junio, la Comisión Nacional de Valores (CNV) presentó una denuncia penal contra Revolution y su fundador por presunta estafa. Pero para Ozorio fue tarde. En marzo ya debía mucho dinero. Le recomendaron pedir un préstamo a un “transa” de la villa. Así lo hizo y quedó ligado al narcotráfico.
El 3 de octubre de 2025, Ozorio llegó extraditado desde Perú en un vuelo de la Fuerza Aérea Argentina. Fue detenido por su participación en el triple crimen de Brenda del Castillo (20), Morena Verdi (20) y Lara Gutiérrez (15), halladas enterradas en Villa Vatteone. Según la investigación, él sostenía el celular en la transmisión en vivo de la tortura y asesinato.
Se había fugado con Pequeño J, un narco peruano de 20 años con operaciones en Trujillo y Buenos Aires.
Ozorio ya era especialista en lavado de dinero a través de cripto, actividad a la que había llegado para saldar sus deudas con narcos. Una enseñanza de los mercados financieros sostiene que, para medir el riesgo de una inversión, hay que mirar el rendimiento del bono a diez años del Tesoro de Estados Unidos. Hoy rinde un 4,13% anual. Una “shitcoin” como la que soñaba dominar Ozorio prometía un 15% diario.

Por Carlos Burgueño-Perfil